miércoles, 21 de octubre de 2020

EN SU CAMA: CAPÍTULO 30

 


—Y ahora dime cómo has llegado a los veintinueve años, con la virginidad intacta —exigió saber Pedro.


Se había hecho tarde, el cielo estaba más oscuro que antes. Estaban en la cama, medio dormidos después de hacerlo apasionadamente por segunda vez.


Él había argumentado que dos veces en una noche sería demasiado para ella, y que tendría molestias a la mañana siguiente. Pero ella no había hecho caso y había procedido a convencerlo de otra manera.


Ahora que conocía los placeres del sexo, no tenía intención de dormir. De hecho, tenía la sensación de que la tercera vez iba a ser especialmente agradable.


Sin embargo, de momento se contentaba con estar en sus brazos, saciada y envuelta entre las sábanas de raso.


—¿No te parece suficiente mi altura moral? —respondió ella, adormilada.


—Tal vez, si no fueras más hermosa que una supermodelo, y no te hubieran acusado públicamente de tener una aventura con un hombre casado.


Con un suspiro, Paula se irguió apoyándose en un brazo mientras se sujetaba las sábanas contra el pecho con la otra mano. Ya que no parecía que Pedro tuviera intención de dejar el tema, decidió que sería mejor contárselo todo y quitarse el tema de encima.


—Que quede claro que no fue una aventura. Bueno, tal vez sí en la mente de Bruno. Bruno Winters —aclaró—. Así se llama. Lo conocí hace casi dos años en una gala benéfica. Era atractivo y encantador, y admito que me sentí atraída. Empezó a llamarme y a enviarme flores y regalos. Salimos un par de veces, y fue muy amable, pero a mí no me pareció que congeniáramos tan bien como, al parecer, pensó él. Y yo no sabía que estaba casado y que tenía hijos —dijo esto último con gran énfasis, encontrando finalmente el valor de mirarlo a los ojos—. Decidí que no quería verle más, pero él no me dejaba en paz. Seguía llamándome y enviándome cosas. Asistía a los actos que yo organizaba y hacía todo lo posible por que nos quedáramos a solas. Cuando su interés en mí empezó a rozar el acoso, dejó de llamarme.


Se removió incómoda y se recolocó la sábana que le cubría el torso, mientras miraba a cualquier parte menos a los ojos de Pedro.


—Pensé que se había terminado, pero entonces aparecieron las fotografías en la prensa. Probablemente las sacaran en alguno de los actos benéficos, pero eran lo bastante sugerentes, como para que la gente empezara a murmurar, sobre todo cuando una supuesta «fuente» filtró la información de que habíamos mantenido una relación íntima. Yo creo que fue el propio Bruno. Creo que quería que la gente creyera que estábamos teniendo una aventura, puede que hasta creyera, de una forma un tanto morbosa, que así me atraería hacia él.


Sacudió la cabeza y tomó aire profundamente, apartando los malos recuerdos y cualquier resquicio de la vergüenza que había sentido cuando la historia saltó a la prensa, por falsa que fuera.


Se le erizó el pelo en la nuca cuando Pedro tendió una mano y le acarició el brazo desnudo. Sintió la aspereza de sus nudillos contra la piel, lo que le puso la carne de gallina allí donde la acariciaba.


—Pobre Paula, esforzándose siempre tanto por ocuparse de los demás y sin nadie que la defienda cuando más lo necesita.


Sus palabras, y también el tono empleado, la sorprendieron, y por un momento se permitió creerlas. Pero segundos después, la autocompasión dio paso a esa independencia que la caracterizaba y dejó escapar un soplido de impaciencia muy poco femenino.


—Claro que tuve mucha gente que me defendió —le dijo—. Desafortunadamente, mi familia no fue suficiente contra toda la alta sociedad de Texas. En situaciones como ésa, lo mejor que puedes hacer es ocultarte y tratar de no llamar la atención hasta que pase la tormenta.


Pedro pasó a acariciarle la espalda. La leve caricia la calmó y le hizo desear acurrucarse contra él de nuevo.


—¿Por eso viniste a Glendovia? —le preguntó él con suavidad—. ¿Para ocultarte?


Ella se acurrucó contra él, abrazándose cómodamente a su fibroso cuerpo. Posó la cabeza en la curva que formaba el hombro de Pedro y le preguntó:—¿Crees que aquí contigo estaré bien oculta?


Pedro se rió suavemente y a continuación se removió un poco, de forma que pudiera estrecharla aún más fuerte entre sus brazos, recolocando las sábanas de manera que los dos quedaron cubiertos de cintura para abajo.


El silencio se hizo sobre ellos, hondo pero cómodo. Paula escuchó la respiración de Pedro y el latido rítmico de su corazón.


—Eso explica el escándalo —dijo Pedro finalmente, dibujando círculos al azar en la parte superior del cuerpo de Paula—. Sin embargo, no explica cómo te las has arreglado para mantenerte virgen hasta ahora.


Ella torció la boca con ironía, aunque sabía que él no podía verle la cara.


—Soy una buena chica, ¿no crees?


—Creo que eres muy buena chica —murmuró él, queriendo decir otra cosa claramente—. Pero mirándote nadie se creería jamás que fueras virgen.


Ella echó la cabeza hacia atrás y lo miró con el ceño fruncido.


—¿Por qué? ¿Porque se me olvidó ponerme mi jersey con una enorme V roja delante?


—No —respondió él con calma—. Porque eres una de las mujeres más hermosas que he conocido en mi vida, y emanas sexualidad por todos los poros de tu piel. Ningún hombre heterosexual podría estar en la misma habitación que tú y no desearte, y me cuesta creer que ninguno lograra convencerte para que te acostaras con él hasta ahora.


Paula suspiró y se acomodó nuevamente contra Pedro.


—No sé cómo explicarlo. Sólo puedo decir que ningún hombre me había atraído lo suficiente. He salido con muchos, cierto. Hombres ricos y atractivos. Y he estado a punto de hacerlo muchas veces, algunas llegué a creer que me había enamorado. Pero siempre había algo que me detenía.


—Hasta ahora.


Paula tenía la cabeza sobre el pecho de Pedro y le pareció notar que el corazón de éste daba un salto y redoblaba la intensidad de sus latidos. Paula cerró por completo los párpados ya entornados y dejó que el pulso de Pedro actuara como una nana.


—Hasta ahora —convino ella, con un hilo de voz conforme se dejaba llevar por el sueño—. Supongo que se podría decir que tu invitación ha sido muy beneficiosa. Por muchas razones.


—Una de ellas es que me ha dado la oportunidad de tenerte donde quería —dijo él, levantándola con uno de sus fibrosos brazos por la cintura de manera que pudiera verle la cara, lo cual la espabiló por completo.


Paula podría rebatirle el tema o reprenderse a sí misma por haber caído en la trampa con tanta facilidad, pero en esos momentos, en las horas centrales de la noche, pegada a aquel cuerpo cálido y sólido, no fue capaz de enfadarse.


Tal vez más tarde.




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