Diez minutos más tarde, se alejaban del palacio en el asiento trasero de un lujoso sedán negro. Según el mapa de la isla que había estado consultando la noche anterior, el orfanato no estaba lejos.
Paula se sentía feliz contemplando el paisaje que iba pasando por su ventanilla, mientras repasaba mentalmente los planes que tenía para el hogar infantil. Debería haberse imaginado que Pedro no le permitiría encerrarse en sí misma mucho rato.
—Cuéntame más cosas sobre lo que se te ha ocurrido para el orfanato y las Navidades. Me sorprende que ya tengas un plan, sin conocer el lugar siquiera.
Apretando los documentos sobre las rodillas, Paula apartó la mirada de la ventanilla y se volvió hacia él.
—He podido hacerme una idea general del hogar infantil con el expediente que me diste ayer, y el tipo de evento que tengo en mente es algo que ya he hecho antes. Pero me parece que funciona muy bien y siempre se consigue la participación de la gente.
—Parece prometedor. ¿De qué se trata?
—Básicamente, hablamos de dar una pequeña fiesta en la que Santa Claus visita a los niños y les entrega regalos. Invitamos a la prensa y a los vecinos. El objetivo es llamar la atención hacia el orfanato, recordar a la gente que los niños están solos y muy necesitados, no sólo en vacaciones, sino durante todo el año.
Pedro asintió y frunció los labios perdido en sus pensamientos.
—Interesante. ¿Y quién se encargará de proporcionar los regalos, dado que aún no se han puesto en marcha medidas para recaudar fondos?
Paula sonrió.
—Tú.
Pedro levantó una ceja en señal interrogativa y Paula se apresuró a explicar lo que quería decir.
—O más bien, la familia real. Nos aseguraremos de informar de ello a la prensa, lo cual incidirá en tu familia muy positivamente. De hecho, si todo va según mis planes, tal vez consideres la posibilidad de patrocinar el acto todos los años. En Texas, la fiesta de Santa Claus y los regalos ha quedado instituida y se celebra todos los años con mucho éxito, por cierto.
Inclinando la cabeza hacia ella, Pedro dijo: —Estoy seguro de que mi familia estará encantada de colaborar.
El coche se detuvo delante del hogar infantil. Un segundo después, el conductor rodeaba el vehículo y abría la puerta por el lado de Pedro. Éste se apeó y fue recibido por un aluvión de flashes, que le explotaban en la cara.
Paula se había deslizado por el asiento para salir detrás de él, pero en vez de aceptar la mano que le tendía, levantó el brazo para cubrirse del cegador ataque.
—¿Quién es toda esa gente? —le preguntó.
Pedro se inclinó hacia ella para estar más cerca y que nadie le oyera.
—Miembros de esa prensa de la que hablabas hace un momento. Suelen seguir a los miembros de la familia real allí donde van.
Le tendió nuevamente la mano y añadió:—Vamos. Es hora de entrar. Ya te acostumbrarás a su presencia.
Ella no estaba tan segura. Si sólo momentos antes se encontraba feliz y ansiosa por comenzar a trabajar, en ese momento temía salir del vehículo y tener que enfrentarse a los fotógrafos que rodeaban el coche como buitres. Ya había tenido bastante en su casa en Texas.
Había aceptado la invitación a Glendovia, precisamente para escapar de los medios. Y allí estaba, rodeada otra vez de flashes.
Claro que esta vez no era ella el centro de atención, gracias a Dios. Pero eso no quería decir que le gustara que le sacaran fotos sin su permiso, como tampoco le había hecho ninguna gracia que lo hicieran en Estados Unidos.
Tomó aire y controló el nerviosismo lo mejor que pudo, antes de darle la mano a Pedro y dejar que la ayudara a salir del coche.
Caminó mirando al frente, hacia el edificio de ladrillo en el que estaban a punto de entrar. Apretaba el asa del maletín con la mano izquierda casi desesperadamente, concentrada en relajar la mano derecha. No quería dar motivos a Pedro para que se percatara de lo mucho que le disgustaban los periodistas, que se arremolinaban en torno a ellos, sacando fotos sin parar y llamándole para que les hiciera caso.
Pedro sonrió e hizo un gesto educado con la mano, pero por lo demás los ignoró completamente y no se detuvo en ningún momento. El ejército de fotógrafos se iba abriendo conforme se acercaban los dos, hasta que, finalmente, estuvieron dentro del edificio.
Paula soltó el aliento que había estado conteniendo y se zafó de la mano de Pedro, dejando una distancia de seguridad entre ambos. Cuando levantó la vista, se encontró un brillo divertido en los ojos de Pedro.
El movimiento, había sido un acto de auto conservación y él lo sabía.