martes, 18 de agosto de 2020

EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 43



Pedro estaba cada noche más cansado, pero no quería admitirlo. Si Paula estaba trabajando tan duro día tras día en el jardín y se centraba en el inventario a ratos, él también podía aguantarlo. A él le gustaba pensar que estaba realizando los trabajos más duros, pero probablemente no lo estuviera haciendo. Paula era muy testaruda.


Miró hacia arriba desde el arbusto que estaba podando y se enfureció.

—Paula, bájate de esa escalera —gritó.

El corazón casi se le salió por la boca cuando ella hizo un movimiento brusco y estuvo a punto de caerse.

—No hagas eso. Si no me asustas no me pasará nada —gritó ella.

—Te pasará algo. Estás subida a una escalera otra vez.

—Las mujeres nos subimos a escaleras todo el tiempo.

Podía tener razón, pero no le importaban las demás mujeres. Paula sí le importaba y lo estaba volviendo loco de una forma u otra.

—Bájate. Ahora.

—No me des órdenes —dijo mientras continuaba pintando el techo del cobertizo.

Pedro la agarró por las caderas y la levantó. La brocha, el cubo y la escalera salieron volando, pero acertó a ponerle los pies en el suelo.

—Eres la mujer más testaruda que he conocido. Ya te he dicho que no quiero que subas ahí.

—Y tú eres un estafador. ¿Piensas que eres un tipo moderno y sofisticado? Eres casi un cavernícola en lo que respecta al tema de las mujeres.

Tenía razón. Él había llegado a la misma conclusión, pero nunca había sentido la necesidad de proteger a alguien como a Paula, y ella se lo estaba poniendo difícil.

—Si te rompes el cuello me demandarán —comentó él bromeando.

—No tengo familia ¿recuerdas? No habrá nadie para contratar al abogado.

—Nos tienes a nosotros. Eres una Alfonso honorífica.

—¿Quieres decir que los Alfonso demandarán a su propia familia por la muerte de un miembro honorífico? —dijo sonriendo—. Es muy amable que digas eso, pero ya me engañé una vez sobre tener una familia nueva y no voy a permitir que me pase otra vez.

—¿Engañarte? ¿De qué estás hablando?

—Cuando me casé. Butch tenía algunos hermanos más jóvenes, a su madre y sus abuelos y pensé que finalmente iba a pertenecer a una familia. Después me di cuenta de que él estaba en un bando, los demás en otro y de que yo seguía siendo una intrusa.

Algunas cosas que no entendía sobre Paula, de repente cobraron sentido.

—No es que me casara con él por su familia —añadió—, pero era agradable pensar… ya sabes.

La entendió tan bien que le resultó difícil pensar en algo más que en estrecharla en sus brazos y prometerle que todo iría bien. Pero no podía prometer algo así y, de todos modos, ella no lo creería.

—¿Te interesaría saber que mi ma
dre todavía te recuerda con cariño?

—¿Se acuerda de mí?

—No debería sorprenderte tanto. Tú eres una persona para recordar, Paula.

—Sí, claro.

—Pues sí, claro. ¿Sabes una cosa? Creo que no te he agradecido lo suficiente que le endosaras ese felino feísimo a mi abuelo.

—No es feo —dijo Paula indignada.

—Tiene una cara tan horrible que sólo su madre lo puede querer y… es sólo patas.

—Eso es porque todavía está creciendo. Una vez que sea adulto te impresionará su belleza. Ya verás.

Pedro la creyó. Como todo lo que ella hacía, el gato sería fantástico.

—Y no te lo he endosado. Tú apruebas lo que he hecho. No lo niegues.

—Lo apruebo. Y, como te he dicho, no te lo he agradecido lo suficiente.

—No tienes que agradecerme nada.

—Sí que tengo.

Paula conocía ese tono de voz e, instintivamente, su cuerpo respondió. No quería que 
Pedro tuviera tanto poder sobre ella, pero era inevitable. Pedro sólo tenía que mirarla de determinada manera y se le calentaba la sangre. Sus fuertes manos agarraron su trasero y lo tocaron lenta y seductoramente.

—Se nos ve desde la casa —recordó ella.

—Así estamos a salvo —murmuró 
Pedro al besarla.

Al final de su matrimonio Paula había hecho todo lo posible para evitar tener relaciones con su marido, incluso cuando las cosas parecían ir más o menos bien entre ellos, pero que 
Pedro la abrazara era diferente. Pedro era más alto y más fuerte que Butch y en sus brazos no se sentía indefensa. Era como si estuviera volando y Pedro fuera la poderosa corriente de aire que la mantenía en vuelo. La necesidad de que él se uniese a ella disipó las dudas que tenía y cuando sus dedos la tocaron de una forma sexual, Paula se puso tensa recordando sus palabras.

«Así estamos a salvo…»

Ya. No podían hacer el amor donde cualquiera podía verlos y 
Pedro lo sabía, por eso había elegido ese lugar.

Pedro… no.

El hundió su cara en la curva de su cuello.

—No sabía… que era masoquista —susurró.

Paula quiso preguntarle por qué no había insistido más. No en aquel momento, sino otras veces cuando podía haber sido posible. Podían haberlo hecho junto al arroyo o cuando habían estado perdidos entre el follaje del jardín. Pero quizá debería aceptar lo que había sin hacerse muchas preguntas.

—Gracias —susurró él besándole el cuello.

Por un momento, Paula no supo de lo que le estaba hablando, pero, de repente le vino a la mente. Vincent y su abuelo y su plan de juntar dos criaturas que estaban perdidas



EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 42





Paula cerró los ojos, dejándose llevar por una fugaz debilidad. Le encantaba sentir los brazos de 
Pedro y el latir de su corazón contra su mejilla. Nunca hubiera imaginado que fuera lo suficientemente perceptivo como para notar la incomodidad que le provocaba el tema del dinero u otras cosas y, de nuevo, estaba equivocada. No se parecía en nada a su ex marido.


Su proximidad le estaba causando incomodidad por otra razón, así que Paula se apartó y trató de sonreír como si nada hubiera pasado.

—Todos tenemos esos momentos. Se llama ser humano. ¿Adivinaste el plan que tenía con Vincent?

—¿Que no habías planeado llevarlo a tu casa? Sí, lo adiviné —no parecía enfadado—. Ese gato es imposible de ignorar y exactamente lo que necesitaba el abuelo. Es increíble todo lo que ha mejorado.

—Pensé en adoptar un animal de la perrera, pero cuando vi a Vincent y que no se asustaba con toda esa gente y con el ruido, pensé que sería perfecto.

—Sí, perfecto —repitió 
Pedro con tono irónico. A ella no le importó, Pedro, a quien le gustaba tener todo controlado, se había tomado las cosas muy bien.

En aquel momento, el gato imposible de ignorar entró en la cocina, maulló y le dio con la pata a su plato con el pienso.

—Pobrecito, quiere atún —comentó ella.

—No, es que se pone histérico cuando ve su plato vacío. Lleva aquí unos días y ya es el amo de la casa.

Pedro sacó el saco con el pienso y rellenó el plato de Vincent. Más tranquilo porque ya no iba a morir de hambre, Vincent ignoró el pienso y frotó las piernas de Paula con su cuerpo.

—Quiere su atún —observó 
Pedro.

Paula abrió la lata que había llevado.

—¿Cuándo es la cita del saco de pulgas con el veterinario?

—No es un saco de pulgas, lo bañé hace dos días, ¿te acuerdas? De todas formas la cita es a las ocho —dijo Paula mientras ponía el atún en otro plato y lo dejaba en el suelo. Vincent atacó el pescado como si llevara días sin comer.

Después de lavarse las manos, Paula puso un donut de chocolate en un plato y sacó una bebida nutritiva de la nevera.

—Es la primera cita del día, así que no tardaremos mucho. Probablemente esté aquí a las nueve y podamos empezar a trabajar en el jardín.

—Iré contigo.

—Vale. ¡Ah! Esta noche es cuando se juega al bingo en la residencia, por si todavía quieres ir.

—Iremos. Ya se lo comenté al abuelo y dijo que podía ser divertido.

Paula asintió y desapareció en el recibidor. Un instante después la oyó hablando con su abuelo.

Pedro le dio un mordisco al donut y pensó que dos meses antes nada lo hubiera hecho ir al bingo. Pero dos meses antes se encontraba en Chicago, temiendo otro viaje a Divine, al saber que su abuelo había empeorado y que no había nada que él pudiera hacer.



EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 41




—Miau.


—Vale, sube.

Pedro vio cómo su abuelo se daba unas palmaditas en la pierna y cómo Vincent subía a su regazo ronroneando. Nadie podía ignorar a Vincent, era una fuerza imparable. Como Paula. Sólo que Paula deleitaba la vista con su sonrisa y su feminidad, mientras que Vincent tenía cara de gángster. Pedro se inclinó hacia delante envalentonado por lo que había visto desde el vestíbulo la noche anterior.

—Abuelo, tienes que ir al médico. Tenemos que preguntarle sobre la medicación para la depresión o, al menos, tienes que explicarle qué pasa y cómo te sientes, en lugar de fingir que todo va bien cuando vas a verlo.

—No estoy deprimido —respondió el abuelo.

—Sí, claro. Entonces, ¿por qué te sientas durante horas mirando la nada? ¿Por qué cuando no estás mirando la nada estás dormido? Y qué me dices de haber vendido el retrato de la bisabuela Helena por cinco dólares en el mercadillo, o de repente haber notado, después de tres años que el jardín estaba hecho un asco.

Se miraron el uno al otro.

—Piénsalo —añadió 
Pedro—. No hay nada malo en recibir ayuda… Además, a la abuela no le gustaría que estuvieras así.

—Vale, me lo pensaré —respondió tras un largo silencio.

Pedro respiró aliviado. No sabía si había hecho lo correcto, pero al menos había hecho algo. Se sentó a beberse el café con la mirada puesta en las puertas de cristal que daban al jardín. Paula solía entrar a esas horas de la mañana por la puerta de atrás temiendo despertar a alguien. Él se había acostumbrado a levantarse al amanecer y rara vez estaba en la cama cuando ella llegaba. Dormía poco porque se quedaba trabajando hasta tarde, pero merecía la pena.

¿La merecía? Ese pensamiento lo hizo sonreír. Había habido un tiempo en el que no hubiera dejado que nada lo distrajese de su trabajo. Pero cuanto más tiempo pasaba con Paula, mejor comprendía que el trabajo era interesante y gratificante, pero que sólo era trabajo y que la vida era algo más.

Minutos después, Paula apareció y él la saludó con la mano, intentando aparentar que se estaba relajando bebiéndose el café. Pero no lo estaba. La llegada de Paula se había convertido en el engranaje de sus días y de los de su abuelo.

—Buenos días —dijo Paula al entrar por las puertas de cristal—. He traído donuts y atún.

Las orejas de Vincent se levantaron al oír la palabra «atún». Aprendía rápido y en pocos días era capaz de distinguir el sonido del abrelatas desde el otro lado de la casa.

—¡Miau!

—Hola, pequeño —le rascó la nuca y él cerró los ojos de gusto—. Me temo que no estarás tan cariñoso conmigo después de que hoy te lleve al veterinario.

—Por eso lo sobornas con el atún —dijo 
Pedro.

Él también ronronearía si ella lo tocara de esa forma.

Pedro recordaba vagamente cuando pensaba que una mujer tenía que tener abundantes pechos. En aquel momento miraba a Paula y veía un bonito equilibrio, lo que le parecía más que todo lo que aquellas otras mujeres tenían. Debió de ser la forma en la que ella lo miró lo que hizo que su pulso se acelerase.

—Sí, el soborno funciona. Pero he estado pensando… —parecía preocupada de repente—, no estoy segura de si a mi gato le va a gustar tener un competidor. Da Vinci puede ponerse muy celoso y eso no es bueno para Vincent.

Pedro se atragantó y se tapó la boca. No le molestaba en absoluto la dulce manipulación de Paula y el hechizo que ejercía en su abuelo y en él era placentero.

—Puede quedarse aquí un tiempo si tú quieres —ofreció el abuelo.

—¿De verdad? —parecía aliviada—. ¡Eso es genial! Pero no quiero que sea una molestia, así que traeré otra caja para su arena y el veterinario me recomendará la comida apropiada cuando lo examine, así que se la compraré allí.

—Dile que envíe aquí la factura —dijo el abuelo.

—No puedo hacer eso. ¿Has decidido ya qué vamos a plantar en el huerto? —añadió rápidamente.

—Tomates —murmuró mientras acariciaba a Vincent.

—A mí también me gustan. ¿Alguien quiere donuts? Voy por servilletas.

Paula no esperó la respuesta sino que se dirigió a la cocina tan rápidamente como si le estuvieran mordiendo los talones.

Pedro la siguió.

—¿Qué te pasa? —preguntó.

—¿A qué te refieres?

—Te has puesto rígida cuando el abuelo ha sugerido pagar la factura del veterinario. Los dos sabemos que Vincent se va a quedar aquí, así que, ¿por qué no dejas que el abuelo pague la cuenta?

—Yo puedo pagar mis facturas, gracias.

—Paula, tú ayudas a todo el mundo. De vez en cuando podrías dejar que alguien hiciera algo por ti. Sé que te ganas la vida muy bien y que puedes pagar tus cosas, ¿por qué es un asunto tan espinoso?

El tema espinoso era que había crecido con un padre que no podía llegar a fin de mes y donde no había dinero para pagar lo necesario, como comida o el alquiler. 

El asma que tenía lo mantuvo inactivo un largo período, al igual que su incapacidad para llevarse bien con la gente.

—¿Paula?

—Algunas veces me tomo mal las cosas, eso es todo. Es por mi infancia. Fue duro crecer como la niña que siempre tenía que comprar en tiendas de segunda mano o que nunca compraba el almuerzo del instituto porque era demasiado caro —aclaró odiando cómo sonaba lo que acababa de decir. No estaba avergonzada de su infancia, pero la había afectado.

—Pero aun así te has convertido en la persona más generosa del mundo. Eres una mujer excepcional, Paula. Ojalá yo hubiera sido alguien mejor cuando éramos niños, porque podría haber aprendido mucho de ti —dijo 
Pedro mientras la estrechaba entre sus brazos.

—Tuviste tus momentos.

—Sí, momentos de los que no me siento orgulloso.



lunes, 17 de agosto de 2020

EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 40





Pedro miraba a su abuelo y a Paula desde el fondo del vestíbulo. La escena lo sobrecogió. Lo aterrorizó. Cerró los puños para contener la emoción y recuperar el control. Tenía delante la evidencia de cómo un sentimiento puro podía hacer pedazos. Era una lección que había aprendido a los diecisiete años… no querer, no tener esperanzas y saber siempre que los sueños se pueden romper en cualquier momento y sin previo aviso.

Aunque también vio en Paula la luz más potente, el amor en el que él no confiaba, el amor que estaba empezando a necesitar más que el aire. A través de ella, también vio la devastadora belleza de la devoción de su abuelo, una belleza que debía ser restaurada si fuera posible.

Por primera vez, Pedro era totalmente consciente de los dolorosos límites de su corazón y de las restricciones que le había impuesto año tras año. Vio los sueños que había despreciado en su búsqueda de la libertad, las mentiras que se había dicho a sí mismo y las excusas que se había creado para no amar y no vivir de la forma en que lo habían educado para amar y para vivir.

Lo que tenía que decidir era qué iba a hacer a partir de entonces.

—Paula —susurró. Pero ella no lo oyó y él no estaba preparado para descubrir lo que ella le diría.


EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 39




Los siguientes días no hizo tanto calor y continuaron trabajando en el jardín, refrescándose con las mangueras y con baños en el arroyo. Los besos apasionados de 
Pedro no se repitieron y Paula supo que tenía que estar agradecida. Pero no lo estaba.


Vincent había hecho buenas migas con Joaquin Alfonso. Sus maullidos y los frotamientos que hacía con la cabeza, no podían ser ignorados y 
Pedro y Paula estaban encantados cuando el felino sacaba, repetidamente, a Joaquin de sus ensueños. Paula estaba contenta de haber esperado el momento apropiado para sugerir a Joaquin que buscara un nombre para el gato y para darles más tiempo, había dicho que no podía conseguir una cita con el veterinario hasta la próxima semana.

No volvió a trabajar en el inventario hasta unos días más tarde. Después de las mañanas y las tardes de risas y de trabajo duro, parecía extraño sentarse en el cuarto silencioso, aunque estuviera rodeada del arte que había seleccionado un hombre de exquisito gusto que vivía de sus libros.

El sonido del aparato de aire acondicionado apenas amortiguaba el ruido del aspersor del césped de la parte delantera de la casa y la risa de los niños que jugaban con sus bicicletas y Paula cerró los ojos para oír el despreocupado zumbido del verano.

—Céntrate —murmuró después de unos minutos.

Pero en lugar de centrarse, miraba el retrato de Mary Cassatt de la madre con el niño. A veces sentía no tener en los brazos un niño como aquél, nacido del amor, del compromiso y de la esperanza en un futuro.

Suspiró y levantó el cuadro. Tenía que volver al dormitorio donde había estado colgado tanto tiempo. Pero mientras volvía, lo pondría con los demás cuadros que estaba catalogando.

—¿Qué llevas ahí, Paula? —preguntó el profesor cuando Paula salió al vestíbulo.

A Paula casi se le cae el cuadro al saber que Joaquin no quería ver el retrato que tanto le recordaba a su mujer.

—Nada… algo que iba a guardar.

Joaquin extendió la mano y sabiendo el dolor que iba a producirle, Paula le pasó el Cassatt y observó su cara… el dolor, la conmoción y la distancia que estaba poniendo entre él y la pérdida de una mujer a la que había amado más que a nada en el mundo.

—Todavía está aquí —murmuró Paula sin poder evitarlo. Tenía la impresión de que nadie de la familia había sido capaz de hablar con él sobre Maria y de que quizá fuera necesario—. Yo puedo sentir su amor en cada rincón de la casa y en el jardín. No se ha ido, está aquí de forma diferente.

Después de un momento interminable, el retrato cayó al suelo mientras él se dejaba caer en una silla. Paula extendió las manos y Joaquin se las llevó a su propia cara mientras lloraba.

A Paula se le saltaron las lágrimas. Era triste y horrible, pero era un paso adelante, y un paso era todo lo que se podía pedir.


EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 38




Paula oyó el camión de los helados que pasaba por el vecindario. Pasaba por esa calle varias veces al día y sonrió al recordar la mañana, hacía unos días, en que Pedro había saltado para arrastrarla calle abajo y comprar unos helados. 


Parecía que Pedro había cambiado, pero sería un error tremendo enamorarse de él. Ya era difícil controlar el deseo, y enamorarse sería un infierno. Tenía que olvidar que su marido le había dicho que la quería incluso cuando se estaba acostando con otras mujeres.

Pero, ¿
Pedro era igual? A él también le había hecho daño alguien con quien planeaba casarse. Seguro que él no jugaría con nadie de la misma manera. 

Molesta por sus pensamientos, Paula agitó la cabeza. La pregunta de si Pedro Alfonso podía ser fiel a una mujer no era importante. Podían llegar a ser amigos, pero nada más. No importaba cómo él parecía mirarla, no importaba cómo se comportaba Pedro mientras estaba en Divine por culpa de su lívido, ella no estaba a la altura de las mujeres con las que él salía en Chicago.

—Has traído ropa cómoda para cambiarte, ¿verdad? —preguntó 
Pedro cuando regresó a la cocina.

Paula asintió.

—Cámbiate. Yo mientras voy poniendo los filetes en la parrilla para que estén listos cuando bajes.

—Acuérdate que les tienes que dar la vuelta después…

—Asar filetes es un arte culinario que domino —interrumpió 
Pedro—. Vete, no me recuerdes que no puedo comer lo que realmente quiero.

No había duda sobre lo que quería decir por cómo la estaba mirando.

Paula agarró su ropa y huyó. Su cara se había refrescado para cuando se sentaron juntos a comer, pero se podía volver a acalorar fácilmente si miraba la sensual curva del labio de 
Pedro.

—¿Quieres más ensalada, abuelo? —preguntó 
Pedro mientras se servía por segunda vez.

Silencio.

Paula y 
Pedro se miraron, pero antes de que ella pudiera decir nada, se oyó un maullido y vieron cómo se abría la puerta que daba al vestíbulo.

—¡Oh! —Paula comenzó a levantarse, pero 
Pedro la detuvo agarrándola por el brazo.

—¡Miau! —el gato pedía comida dando con su pata en la pierna de Joaquin Alfonso.

—Bueno —murmuró el profesor, quien cuidadosamente cortó pequeños trozos de carne y los dejó caer para el gato, que se abalanzó sobre ellos. Cuando se llenó comenzó a ronronear y a frotar su cabeza en la pierna de Joaquin.

Sonó una risita que Paula creyó venir de 
Pedro, pero era el profesor quien se reía. Se agachó y acarició el gato.

—Va a necesitar un nombre —dijo.

—Creo que tú deberías ponérselo —respondió Paula.

—Vale, entonces se llamará Vincent.

Paula se rió. Al gato le faltaba un trozo de oreja, por lo que Vincent era muy apropiado.

—¿Vincent? —preguntó 
Pedro.

—Por Vincent Van Gogh —explicó Paula—. Era un pintor holandés que se cortó parte de una oreja. Esperemos que nuestro Vincent no sea tan autodestructivo.

Pedro sonrió. Había oído hablar de Vincent Van Gogh, pero no sabía lo que podía ser un post impresionista. Eso no importaba, su abuelo acababa de ponerle un nombre al gato, al gato que intuía que nunca se iría a casa de Paula. Incluso sospechaba que ella lo había planeado. 

Ella había sugerido que necesitaban un gato en casa y parecía el tipo de persona que hace que las cosas sucedan de una forma o de otra.

Pero lo mejor de todo era que su abuelo se había reído por primera vez en mucho tiempo.

—¿Todos los artistas son autodestructivos? —preguntó 
Pedro.

—Claro que no —contestó el abuelo—. El arte transmite los más elevados y mejores sentimientos que el hombre puede alcanzar. Es una parte fundamental de la realización como seres humanos.

—Henry James dijo que el arte era lo que hacía la vida y que no conocía nada que pudiera sustituir la fuerza y la belleza de su proceso.

—Cierto —asintió el abuelo, quien miró a su nieto—. Puede haber arte en todo lo que hacemos, no tiene por qué limitarse a esculpir una piedra o pintar un lienzo.

—¿También está presente en la ciencia?

—Incluso en la ciencia —comentó el abuelo.

Paula le dio una patada a 
Pedro por debajo de la mesa y se rió.

—No tengas muchas esperanzas, Joaquin. 
Pedro es un pragmático. No cree en teorías abstractas ni ideologías y el concepto de arte es demasiado abstracto para su cerebro.

Pedro tomó nota, aunque Paula no añadió que el amor era también demasiado abstracto para él. El amor era algo de lo que no sabía muy bien qué pensar o que lo asustaba.



domingo, 16 de agosto de 2020

EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 37





Paula exprimía limones en el antiguo exprimidor que había pertenecido a Maria Alfonso. Miles de limones debían haberse exprimido ahí, protagonizando miles de historias de devoción, reuniones familiares y días cálidos de verano.


—Deja que lo haga yo —ordenó 
Pedro.

—Tú no les sacas todo el zumo —objetó Paula evitando los brazos de 
Pedro.

—Yo no pierdo el tiempo con cada gota —respondió él, mientras la rodeaba con sus brazos y la atrapaba entre la encimera y su cuerpo.

Paula tragó saliva. Estaba rodeada por 
Pedro. Sacó sus manos y comenzó a exprimir los limones con rápidos movimientos que los nacían chocar al uno contra el otro hasta estar íntimamente juntos y hacían que la piel de Paula se ruborizara.

Probablemente no era apropiado reaccionar de aquella manera vestida con su nueva ropa de domingo; acababan de llegar de la iglesia, y sabiendo que el abuelo de él podía entrar en cualquier momento. Pero todo aquello no parecía molestar a 
Pedro.

Mientras ella sujetaba el exprimidor, él, con el dedo pulgar le acariciaba un pezón. Las rodillas de Paula se torcieron y 
Pedro presionó más fuerte con su cuerpo mientras seguía exprimiendo limones y sus caderas se balanceaban sin dejar duda de su potente reacción.

Paula gimió.

—No deberíamos.

—¿Qué no deberíamos? ¿Hacer esto? Demasiado tarde. Date la vuelta —susurró él.

Ella se giró y se besaron. Cuando se habían besado anteriormente, 
Pedro había intentado ocultar su erección, pero en ese momento, presionaba el estómago de Paula, una osada respuesta.

—Será mejor que termine de exprimir los limones —dijo 
Pedro finalmente.

Paula asintió y echó azúcar en la vieja jarra para limonada de la abuela de 
Pedro. Muchas de las cosas de cristal de la casa eran de los años treinta. Paula no sabía nada del cristal fabricado en la época de la Depresión, pero le impresionó su belleza. Con el rabillo del ojo vio la expresión de dolor que Pedro tenía en la cara.

—¿Duele tanto?

Preguntó con curiosidad. Para ella, el deseo era una ilimitada hambre en el estómago, un dolor en los pechos y una intranquilidad general por el cuerpo.

—La antigua Paula jamás me hubiera preguntado eso —dijo 
Pedro sonriendo.

—La antigua Paula era demasiado tímida.

—Todavía eres tímida.

—Ya —dijo sintiendo calor, sólo que esta vez no era vergüenza. 
Pedro la estaba mirando como si fuera increíblemente especial, buena y bonita.

—De hecho, no puedo pensar en algo más dulce y que duela tanto. Si no te importa voy a ducharme y cambiarme.

—No, no me importa.

—Gracias. Me ducharé con agua fría como vengo haciendo últimamente —la miró y subió corriendo las escaleras.

Paula se abanicó la cara y se dijo que no actuara como una tonta. La limonada era una buena distracción y mezcló el zumo con agua y azúcar con una energía innecesaria. Después añadió hielo y unas rodajas de limón y la puso en la mesa. La ensalada que había preparado estaba en la nevera y los filetes esperaban en una sartén para ser asados.