domingo, 16 de agosto de 2020

EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 37





Paula exprimía limones en el antiguo exprimidor que había pertenecido a Maria Alfonso. Miles de limones debían haberse exprimido ahí, protagonizando miles de historias de devoción, reuniones familiares y días cálidos de verano.


—Deja que lo haga yo —ordenó 
Pedro.

—Tú no les sacas todo el zumo —objetó Paula evitando los brazos de 
Pedro.

—Yo no pierdo el tiempo con cada gota —respondió él, mientras la rodeaba con sus brazos y la atrapaba entre la encimera y su cuerpo.

Paula tragó saliva. Estaba rodeada por 
Pedro. Sacó sus manos y comenzó a exprimir los limones con rápidos movimientos que los nacían chocar al uno contra el otro hasta estar íntimamente juntos y hacían que la piel de Paula se ruborizara.

Probablemente no era apropiado reaccionar de aquella manera vestida con su nueva ropa de domingo; acababan de llegar de la iglesia, y sabiendo que el abuelo de él podía entrar en cualquier momento. Pero todo aquello no parecía molestar a 
Pedro.

Mientras ella sujetaba el exprimidor, él, con el dedo pulgar le acariciaba un pezón. Las rodillas de Paula se torcieron y 
Pedro presionó más fuerte con su cuerpo mientras seguía exprimiendo limones y sus caderas se balanceaban sin dejar duda de su potente reacción.

Paula gimió.

—No deberíamos.

—¿Qué no deberíamos? ¿Hacer esto? Demasiado tarde. Date la vuelta —susurró él.

Ella se giró y se besaron. Cuando se habían besado anteriormente, 
Pedro había intentado ocultar su erección, pero en ese momento, presionaba el estómago de Paula, una osada respuesta.

—Será mejor que termine de exprimir los limones —dijo 
Pedro finalmente.

Paula asintió y echó azúcar en la vieja jarra para limonada de la abuela de 
Pedro. Muchas de las cosas de cristal de la casa eran de los años treinta. Paula no sabía nada del cristal fabricado en la época de la Depresión, pero le impresionó su belleza. Con el rabillo del ojo vio la expresión de dolor que Pedro tenía en la cara.

—¿Duele tanto?

Preguntó con curiosidad. Para ella, el deseo era una ilimitada hambre en el estómago, un dolor en los pechos y una intranquilidad general por el cuerpo.

—La antigua Paula jamás me hubiera preguntado eso —dijo 
Pedro sonriendo.

—La antigua Paula era demasiado tímida.

—Todavía eres tímida.

—Ya —dijo sintiendo calor, sólo que esta vez no era vergüenza. 
Pedro la estaba mirando como si fuera increíblemente especial, buena y bonita.

—De hecho, no puedo pensar en algo más dulce y que duela tanto. Si no te importa voy a ducharme y cambiarme.

—No, no me importa.

—Gracias. Me ducharé con agua fría como vengo haciendo últimamente —la miró y subió corriendo las escaleras.

Paula se abanicó la cara y se dijo que no actuara como una tonta. La limonada era una buena distracción y mezcló el zumo con agua y azúcar con una energía innecesaria. Después añadió hielo y unas rodajas de limón y la puso en la mesa. La ensalada que había preparado estaba en la nevera y los filetes esperaban en una sartén para ser asados.




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