Los siguientes días no hizo tanto calor y continuaron trabajando en el jardín, refrescándose con las mangueras y con baños en el arroyo. Los besos apasionados de Pedro no se repitieron y Paula supo que tenía que estar agradecida. Pero no lo estaba.
Vincent había hecho buenas migas con Joaquin Alfonso. Sus maullidos y los frotamientos que hacía con la cabeza, no podían ser ignorados y Pedro y Paula estaban encantados cuando el felino sacaba, repetidamente, a Joaquin de sus ensueños. Paula estaba contenta de haber esperado el momento apropiado para sugerir a Joaquin que buscara un nombre para el gato y para darles más tiempo, había dicho que no podía conseguir una cita con el veterinario hasta la próxima semana.
No volvió a trabajar en el inventario hasta unos días más tarde. Después de las mañanas y las tardes de risas y de trabajo duro, parecía extraño sentarse en el cuarto silencioso, aunque estuviera rodeada del arte que había seleccionado un hombre de exquisito gusto que vivía de sus libros.
El sonido del aparato de aire acondicionado apenas amortiguaba el ruido del aspersor del césped de la parte delantera de la casa y la risa de los niños que jugaban con sus bicicletas y Paula cerró los ojos para oír el despreocupado zumbido del verano.
—Céntrate —murmuró después de unos minutos.
Pero en lugar de centrarse, miraba el retrato de Mary Cassatt de la madre con el niño. A veces sentía no tener en los brazos un niño como aquél, nacido del amor, del compromiso y de la esperanza en un futuro.
Suspiró y levantó el cuadro. Tenía que volver al dormitorio donde había estado colgado tanto tiempo. Pero mientras volvía, lo pondría con los demás cuadros que estaba catalogando.
—¿Qué llevas ahí, Paula? —preguntó el profesor cuando Paula salió al vestíbulo.
A Paula casi se le cae el cuadro al saber que Joaquin no quería ver el retrato que tanto le recordaba a su mujer.
—Nada… algo que iba a guardar.
Joaquin extendió la mano y sabiendo el dolor que iba a producirle, Paula le pasó el Cassatt y observó su cara… el dolor, la conmoción y la distancia que estaba poniendo entre él y la pérdida de una mujer a la que había amado más que a nada en el mundo.
—Todavía está aquí —murmuró Paula sin poder evitarlo. Tenía la impresión de que nadie de la familia había sido capaz de hablar con él sobre Maria y de que quizá fuera necesario—. Yo puedo sentir su amor en cada rincón de la casa y en el jardín. No se ha ido, está aquí de forma diferente.
Después de un momento interminable, el retrato cayó al suelo mientras él se dejaba caer en una silla. Paula extendió las manos y Joaquin se las llevó a su propia cara mientras lloraba.
A Paula se le saltaron las lágrimas. Era triste y horrible, pero era un paso adelante, y un paso era todo lo que se podía pedir.
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