martes, 11 de agosto de 2020

EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 20




El dolor en sus ojos no debería haberle afectado, pero lo hizo. No quería herir a Paula, de nuevo. Ya la había herido bastante en el instituto cuando había sido tan egoísta que no veía nada tras sus ambiciones y su enfado. Podía haberlo pasado mal por confiar en las mujeres, pero tampoco quería ser un mezquino con ellas.


—Sé que tienes buenas intenciones, pero todavía tienes esperanzas en relación al abuelo y eso hace que yo también las tenga y es demasiado duro.


—Hoy no he dicho nada respecto a eso.


—Pero he podido verlo cuando le has dado la flor. Esperabas una respuesta, ¿verdad? —continuó sin darle oportunidad a responder—. Y por un minuto yo esperaba lo mismo, incluso cuando sabía que no iba a ocurrir.


—¿Qué tiene de malo tener esperanza?


—Supongo que nada. Sólo que tú estás en el primer escalón y yo estoy en el nonagésimo séptimo y los escalones que van del segundo al nonagésimo sexto son muy duros. No puedo pasar por ellos otra vez.


—No te estoy pidiendo que lo hagas. Además, cuando te fuiste del salón él…


—No. No lo quiero oír. Tú me estás pidiendo que recorra esos escalones de nuevo aunque no te des cuenta. No tienes ni idea de lo que es tener a alguien que se está apagando delante de ti. Mi padre viajaba mucho por trabajo y mi abuelo siempre estaba allí, cubriendo la ausencia de mi padre.


—Tienes razón. Yo tampoco sé lo que es ser amada de la forma que él te quiere, sin condiciones ni límites, o tener alguien con quien puedas contar de esa manera.


Genial, Pedro se sentía peor. Había olvidado que también era afortunado. Había tenido a sus abuelos, sus padres y el resto de la familia mientras que Paula no había tenido a nadie.


—Lo siento. Tienes razón. Piensas que me he dado por vencido muy rápido, ¿verdad?



—No lo sé. Quizá. La vida no es una ecuación matemática. He visto a gente en la residencia de ancianos que prácticamente no respondían por apatía, depresión o por descuido y he visto también, cómo poco a poco se han despertado y han vuelto a ser ellos. No sucede con todo el mundo, pero puede ocurrir.


Pedro pensó en cómo se sentía desde que Paula había reaparecido en su vida. Ella había despertado su cuerpo, pero también había revuelto su mente. Su abuelo no podía notar los nuevos encantos femeninos de Paula, pero si ella pudiera llegar a su mente… ¿Quién era él para impedirlo?


Paula también pensaba que había estado más preocupado por sus sentimientos que por ayudar a su abuelo. La inusual paz que había sentido mientras trabajaba con ella en el jardín lo perturbaba. A él le gustaba la rapidez de los negocios y la ciudad, no era el tipo de hombre que disfrutara con los cumpleaños de los niños o las reuniones de padres y profesores.


Estaba seguro de que su padre había sentido lo mismo. David Alfonso había hecho lo que se esperaba de él al casarse y tener hijos como todos los demás en Divine. Había amado a su mujer y a sus hijos, pero viajaba tres de cuatro semanas trabajando como asesor agrícola.


—¿Todavía quieres que me marche? —preguntó Paula.


Pedro la miró por el rabillo del ojo. Con lo cabezota que era, si le hubiera dicho que sí, se habría marchado, pero si alguien podía llegar a su abuelo, ésa era Paula. Y si hubiera la mínima oportunidad de que tuviera éxito, valdría la pena sufrir para ver qué sucedía.


—No. Lo siento, no me he portado bien. Me he sentido frustrado y lo he pagado contigo. Si vuelve a suceder, dime que me lo trague. Es lo que solías hacer.


Paula le sonrió y su corazón dio un brinco. ¿Por qué Paula tenía que parecer tan vulnerable? Tragó saliva. ¿Y tan diferente?


¿Se había dado cuenta de la mancha que tenía en la camiseta? Claro que no. 
Pedro nunca había conocido a una mujer que fuera tan inconsciente de su aspecto. Las mujeres con las que él había salido no habrían sido sorprendidas arrancando hierbajos en un jardín y los únicos pantalones cortos que se pondrían serían de diseño.


Un ruido en la cocina atrajo su atención.


—¿Qué pasa?


Paula también parecía tener curiosidad, volvieron dentro y se encontraron al abuelo cortando el pimiento que 
Pedro había tomado antes.


—¿Abuelo?


—Tengo hambre —dijo Joaquín. Aunque sus manos temblaban, echó el pimiento cortado en dados en un plato—. Necesito cebollino— añadió.


Pedro y Paula se miraron.


—¿Tienes cebollino? —preguntó ella.


—Algo habrá en el antiguo huerto. La abuela ponía cebollino en muchos de sus platos y creo que crecen con facilidad.


Pedro parecía estar estupefacto, tambaleándose entre la esperanza y el descrédito y Paula sintió ganas de besarlo… por pura felicidad, claro. Ella no sabía si el intento del profesor de hacerse el desayuno significaba algo o no, pero era mejor que verlo sentado en una silla y mirando la nada.


Rápidamente, corrió a la puerta trasera. 


El antiguo huerto estaba salvaje, pero reconoció el cebollino con facilidad. Cortó varias hojas, pensando, todavía en Pedro. Entendió por qué estaba intentando alejarla, pero eso no significaba que tuviera razón.


El huerto necesitaba tanto o más trabajo que el resto del jardín, así que le pareció que iba a estar entretenida varias semanas. Tendría que comprar más protección solar y quizá un gorro para trabajar al sol… además de más pantalones cortos y camisetas. No es que tuviera nada que ver con 
Pedro o con la forma en que la miraba, se decía. 


Los pantalones cortos y la camiseta eran más cómodos para trabajar, eso era todo.



EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 19



Una vez dentro, le dio la flor al profesor Alfonso, quien la tocó delicadamente con el dedo. No dijo nada, ni siquiera sonrió, pero, otra vez, Paula tenía la impresión de que estaba más consciente de lo que parecía. La fragancia de la lila inundó la habitación y él la giraba contemplando sus aterciopelados pétalos. Parpadeó, ¿sería por algún recuerdo feliz? Paula no podía estar segura, pero parecía como si se hubiera quitado de encima la tristeza. 


¿Podría estar deprimido? Había oído que podía diagnosticarse con dificultad, especialmente cuando el paciente no era claro con sus sentimientos o actuaba de forma diferente en la consulta y en casa.


—¿Tienes hambre, abuelo? Te prepararé algo.


Su abuelo todavía no había dicho nada, pero parecía que 
Pedro no esperaba ninguna respuesta. Salió de la habitación y Paula volvió a mirar al profesor Alfonso. Había estado seco y sin hablar durante el mercadillo en el que le había comprado el cuadro, pero fue su apariencia lo que más le había impresionado. Desde que lo conocía, le habían salido arrugas alrededor de la boca y la frente. Su grueso pelo negro y canoso se había vuelto blanco y sus ojos hundidos, que una vez habían brillado con humor y entusiasmo, parecían tan quietos e impenetrables como trozos de carbón.


—¿Profesor…? —dijo. Después de un rato él, finalmente, giró la cabeza—. Nunca le he agradecido todo lo que me enseñó. Me cambió la vida.


—Nosotros cambiamos nuestras vidas, los demás sólo pueden influirnos.


Sin decir nada más se giró hacia el jardín. Paula se dirigió a la cocina, tratando de no sentirse peor de lo que ya se sentía por la familia Alfonso. 


Encontró a Pedro abriendo un cartón de un producto de huevo bajo en colesterol y se chocó con ella al ir a tomar un pimiento de la encimera.


—Lo siento. No sé si esto va a funcionar, Paula.


—¿Qué es lo que no va a funcionar? ¿El que yo trabaje en el jardín? Tú no tienes por qué ayudar. Lo haré yo sola.


—Yo quería ayudar, pero tengo trabajo y va a ser una distracción saber que tú estarás trabajando tan duro. No es que no aprecie tu disposición para hacer algo por el abuelo, pero debe haber una docena de mensajes en mi móvil y el doble de emails.


—Puede que no tenga tus músculos, pero soy capaz de tirar de unas cuantas hierbas sin ti. No lo he hecho nunca, pero no hay ninguna razón por lo que no pueda hacerlo bien.


—Lo siento, tienes razón, esto no tiene nada que ver con el jardín.


—Entonces, ¿con qué tiene que ver?


Los meses anteriores habían sido muy difíciles. Había tenido que afrontar la verdad sobre que no podía ayudar a su abuelo, de que no podía arreglar las cosas aunque lo intentara. Aquello era suficiente para volver loco a un hombre y, entonces, llegó Paula, con su ropa y su mirada inocente. O quizá no fuera inocencia. Quizá era la forma en la que conservaba su esperanza e ilusión, la que había hecho que él comenzara a plantearse que las cosas podían mejorar. Pero no mejorarían. El abuelo no iba a mejorar.


—Ayer dijiste eso —comentó Paula, quien parecía confundida.


—¿Decir qué?


—Que no va a mejorar.


Hablar en alto se estaba convirtiendo en un problema. Probablemente lo hacía porque había pasado mucho tiempo sólo con el abuelo las últimas semanas y éste no hablaba. Había habido llamadas interminables y emails para que su empresa continuara trabajando, pero aquello era trabajo.


Era extraño. Echaba de menos estar con gente, pero no extrañaba el ajetreo de su oficina tanto como había esperado y eso, para alguien que trabajaba doce horas al día, seis días por semana era algo incómodo de aceptar.


Aunque todavía no hacía calor, el ambiente en la casa era sofocante y 
Pedro abrió la puerta trasera, que daba al antiguo huerto. A un lado había un pequeño invernadero, que Pedro había ayudado a su abuelo a construir cuando tenía diez años. Sus primos y él habían vivido prácticamente en esa casa y en ese jardín cuando eran niños. Ese pueblo y esa casa eran parte de su infancia, a veces buena y a veces mala, y se estaban echando a perder.


Salió y Paula lo siguió.


—¿
Pedro? Todavía no entiendo. ¿Cuál es el problema? Si no se trata de mí trabajando en el jardín, ¿qué es lo que no va a funcionar?


—El tenerte aquí.




EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 18

 



Paula se sintió más confundida. Sabía que había hombres buenos y decentes, pero no esperaba expresiones sobre la justicia y la injusticia que provinieran de Pedro, ya que exceptuando a su ex marido, posiblemente él fuera el hombre más egocéntrico, arrogante y egoísta que había conocido.


Paula lo pensó mejor. Egocéntricos y egoístas no dejaban a un lado su vida para ayudar a sus abuelos. Pedro podía ser demasiado pragmático para apreciar el arte e interesarse por las cosas importantes del profesor Alfonso, pero estaba comenzando a ver que no era tan egocéntrico como ella creía.


Trabajaron en silencio. Pedro permanecía a su lado y la ayudaba con los hierbajos. Todavía estaba medio dormido y en algunas ocasiones, Paula tuvo que detenerlo para que no arrancara las plantas.


El aire fresco duró una hora más. Paula hubiera trabajado mucho más tiempo, sólo para demostrar a Pedro que no era una blandengue, pero él se levantó antes y se sacudió las manos.


—Dejémoslo por hoy y vayamos a ver si hay algo fresco para beber en la nevera —sugirió.


—Debería ir a casa a ducharme, luego vuelvo —dijo consciente de que la camiseta se le había pegado al cuerpo, por no mencionar la suciedad que tenía bajo las uñas y las manchas de sus rodillas.


—No, así estás bien. Además, no habrás desayunado y el abuelo sólo ha tomado una de esas bebidas. Desayunaremos y entonces tú te pondrás con el inventario y yo me encerraré en el despacho. Probablemente se estén volviendo locos porque no he contestado al teléfono.


—¿Alguna vez tienes vacaciones? —preguntó Paula con curiosidad.


Con el dinero que tenía, podía permitirse relajarse mientras cuidaba de su abuelo, pero parecía dedicar mucho tiempo a los negocios.


—No necesito vacaciones. Me gusta mi trabajo. No hay nada como cerrar un buen trato.


Paula se mordió el labio para no contestar. No era de su incumbencia que no hubiera dicho nada sobre la satisfacción de tener contratada a tanta gente o construir cosas que merecieran la pena.


—Vamos —dijo Pedro tomándola de la mano y tirando de ella hacia la casa.


—Espera —dijo mientras arrancaba una lila.




lunes, 10 de agosto de 2020

EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 17




Paula bostezó y se estiró y el fino algodón de su camiseta marcó más sus pechos. A Pedro se le quedó la boca seca.


—¿De dónde has sacado eso? —murmuró sin poderse contener.


—¿El qué?


—Eso —dijo señalando su ropa, maravillado por su delicada constitución. 


Nunca hubiera podido imaginar que Paula estuviera tan… tan guapa.


Tenía que reconocer que siempre le habían gustado las mujeres bien dotadas, pero Paula tenía un cuerpo dulcemente equilibrado con curvas en los lugares adecuados. Pensar en añadir algo más a aquel equilibrio era un crimen.


—Fue tu idea —dijo inocentemente—. Pensé que no era una tontería ponerme pantalones cortos, especialmente para trabajar en el jardín. ¿Cuál es el problema?


Pedro abrió la boca, pero la cerró de nuevo. ¿Quién podía imaginar que la Pequeña Señorita 10 lo dejara mudo? Él era quien tenía que impresionarla a ella. 


Intentando recobrar el sentido, echó un vistazo al jardín. Era obvio que Paula había estado trabajando duro durante horas, mientras que él había dormido, ya que la noche anterior se había acostado tarde intentando ponerse al día en sus negocios. Pero se sentía culpable.


—¿Cuándo has llegado?


—Más o menos al amanecer.


—Has hecho mucho.


Paula casi deseó que Pedro no hubiera salido. Había disfrutado de la soledad y no quería estar adivinando lo que él pensaba sobre su nueva indumentaria. 


Él estaba actuando de forma extraña. 


Quizá no le gustaran. O quizá estaba horrible y él estaba siendo demasiado educado.


Paula rió. ¿Pedro? ¿Demasiado educado?


Pedro nunca había sido demasiado educado para nada. Estaba segura de que su madre había querido inculcarle modales, pero estaba claro que no los había aprendido.


—¿Por qué sonríes?


—¿Estaba sonriendo?


—Sí, tenías la típica sonrisa de Mona Lisa, la que pone nerviosos a los hombres. ¿De qué te reías?


—Vas a tener que vivir con la incertidumbre.


—Eres una mujer dura, Paula Chaves, pero debes tener algunos puntos débiles escondidos en alguna parte.


Pedro posó la mirada en el pecho de Paula y ésta tragó saliva. Algo en sus ojos marrones sugirió aprobación masculina.


Era extraño pensar que la podía estar mirando de forma diferente: extraña… y molesta. ¿Por qué algunos hombres tenían que tener todo bien enmarcado para poder ver algo que mereciera la pena en el cuadro? Ella era la misma que el día anterior, sólo que con menos capas de ropa encima.


—Será mejor que vuelva al trabajo —dijo mientras su sonrisa se desvanecía completamente.


No es que quisiera que Pedro la admirara, sino que la situación era extraña y no ayudaba el que él no llevara puesta una camisa. En cuanto Pedro salió, Paula notó que todavía tenía un cuerpo atlético, con los abdominales marcados y hombros esculpidos. No estaba cubierto de pelo como su ex marido, un punto a favor, y no estaba posando ni era consciente de que no llevaba camisa.


Paula se arrodilló nuevamente en el lecho de flores y comenzó a tirar de las malas hierbas. Ya había descubierto que los hierbajos parecían tener raíces duras, mientras que las plantas que quería conservar eran mucho más frágiles.


Una mano pasó por encima de su hombro y arrancó las hierbas con facilidad.


—Gracias —murmuró. Pedro irradiaba calor y el contraste con el aire frío de la mañana hizo que su piel se estremeciera.


—De nada —para su sorpresa, se arrodilló junto a ella—. Yo seré la fuerza y tú la maña. Sólo dime lo que tengo que arrancar.


Paula se puso tensa.


—Pensé que tenías trabajo.


—Esto es trabajo.


—Otro trabajo. Ya sabes, con tu empresa.


—Todavía es temprano, puedo arrancar unas cuantas hierbas. No es justo que tú lo hagas todo.




EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 16




Pedro gruñó al darse la vuelta en la cama mientras metía la cara en la almohada huyendo de la luz matutina. Tenía la cabeza como si se hubiera bebido una botella de whisky, pero no había hecho algo tan estúpido desde la noche que le había dado un puñetazo en la cara a su mejor amigo.


Su amistad había sobrevivido a aquel incidente, pero Pedro se sentía culpable cada vez que veía la cicatriz sobre el ojo de Rubén y recordaba lo estúpidamente que había reaccionado sobre su prometida infiel. Había prometido no perder el control de esa manera nunca más.


Abrió un ojo, miró el despertador y gruñó.


—¿Cómo diablos pueden ser las ocho y cinco? Sólo he dormido diez minutos.


Todo estaba tan silencioso que podía oír una mosca revoloteando en la ventana y una parte de él se sintió bien por el fracaso de Paula, aunque a la otra parte, le hubiera gustado que hubiera mantenido su promesa.


Se puso unos vaqueros y bajó hasta el dormitorio de su abuelo.


—¿Abuelo? —llamó a la puerta, pero todo estaba en silencio. Pedro se quedó de piedra cuando entró y vio la cama vacía—. Idiota —murmuró. El problema del abuelo no era su salud física. Joaquin Alfonso era como un roble y el médico había dicho que viviría hasta los cien años.


Pedro bajó las escaleras de dos en dos y se detuvo cuando vio a su abuelo sentado en su silla. Estaba completamente vestido, algo que no hacía solo desde hacía semanas y miraba por las puertas de cristal que daban al jardín. Pedro se preguntó si recordaría la promesa que Paula le había hecho de trabajar en el jardín aquel día. Si lo recordaba era buena señal, podía significar que…


No. Pedro agitó la cabeza. Era demasiado estúpido esperar esas cosas. ¿No acababa de aleccionar a Paula sobre aceptar la realidad?


—Sí, sí. Exactamente —murmuró su abuelo mientras asentía. Tomó un sorbo de la bebida nutritiva que la familia había comprado para él—. Ésa es la manera en que el Pequeño Sargento lo haría.


Pedro sintió curiosidad, se acercó a las puertas de cristal y se quedó atónito. 


Había montones de hierbajos que indicaban que Paula había trabajado duro, pero era la imagen de Paula lo que lo conmovió. Sus piernas al descubierto, su estrecha cintura, que podía abarcar con sus manos y el firme y redondeado pecho que su estrecha camiseta no hacía nada por ocultar. Sin pararse a pensar, Pedro salió descalzo.


—¿Te he despertado? —preguntó Paula antes de que él pudiera abrir la boca—. Lo siento.


—No, no sabía que estabas aquí.


—Bien. No quería molestar a nadie.


Si no quisiera molestar a nadie, no llevaría el tipo de ropa que provoca ataques de corazón a los hombres, pensó Pedro. Aunque permaneció callado. Era la clase de ataque al corazón que merecía la pena sufrir.


EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 15




Estaba amaneciendo cuando Paula aparcó delante de la casa de los Alfonso. No se atrevía a mirarse por miedo a volver a su casa a cambiarse.


—La gente lleva pantalones cortos continuamente —se regañó a sí misma.


Y sus nuevos pantalones cortos eran respetables. Le llegaban hasta la mitad del muslo y terminaban en un recatado y bien arreglado doblez. La camiseta era como la que cualquier otra mujer se ponía, aunque se ceñía a su cuerpo de una forma nueva para ella. Le llegaban recuerdos del pasado, recuerdos de las pequeñas crueldades de otros niños, del desinterés de su padre, de su ex marido.


Éste había salido con mujeres que vestían como prostitutas, aunque quería una mujer tradicional y correcta en casa para apaciguar a su tensa familia.


Ella no sabía… Las cosas habrían sido diferentes si Butch no hubiera tenido que hacerse cargo del negocio familiar, pero la muerte de su hermano lo había empujado a aquella situación.


Irónicamente, Butch había demostrado tener talento para su negocio. 


Demasiado talento para el gusto de Paula. Dejó de importarle a quién perjudicaba en su camino a la cima del mundo de los negocios, aunque Paula podía constatar que había comenzado decentemente. O quizá era lo que ella quería creer porque necesitaba pensar que había una razón para que hubiera podido amarlo al principio.


Paula suspiró y tocó el doblez de sus pantalones. Durante años, no había pensado demasiado en su ex marido, pero quizá era normal pensar en él en aquellos momentos, ya que Pedro Alfonso era el único otro hombre que había amado y allí estaba, vestida para resultarle atractiva y queriendo pensar que no se parecía al hombre con el que se había casado.


—Todos cometemos errores —murmuró.


No tenía que dejar que el pasado influyera en el futuro, pero tampoco tenía que cometer los mismos errores. 


Butch y Pedro eran ambos ex deportistas que se habían convertido en duros hombres de negocios y ambos le habían llegado al corazón. Y no estaba dispuesta a que volviera a suceder. La próxima vez que se enamorara, sería de alguien a quien mereciera la pena amar.


Paula salió del coche y anduvo hasta la parte trasera de la casa con un saco lleno de utensilios que pensaba que podría necesitar y se arrodilló al lado de las flores que habían hecho enfadar al profesor Alfonso el día anterior. Como la mala hierba era lo más fácil de identificar, sacó el viejo cuchillo de cocina que había traído y comenzó a cavar en el extremo de una gran mata. 


Quitando la tierra de las raíces, puso el matojo a un lado. Según iba trabajando, comenzó a identificar las diferentes variedades de plantas que había estudiado la noche anterior. Con tanto cuidado como si estuviera sujetando pinturas de Georgia O'Keeffe o de Monet, separó las plantas de las malas hierbas.


Sentía cómo el aire fresco tocaba sus extremidades y se colaba por el fino algodón de su camiseta mientras que el olor de la tierra y las plantas llenaban sus pulmones. ¿Qué más se había perdido mientras había estado escondida tras sus libros, sus clases y su ropa práctica?


No era un pensamiento nuevo. Desde que había visto a Pedro de nuevo, se había vuelto más consciente de su cuerpo que en cualquier otra etapa de su vida. No le gustaba saber que era Pedro quien la afectaba de esa manera, pero, de todas formas, le gustaba el sentimiento.


De vez en cuando, Paula miraba la relativamente pequeña cantidad de plantas que había conseguido y el jardín grande con sus caminos y áreas para sentarse. Le llevaría mucho tiempo dejarlo bonito otra vez y quería disfrutar cada momento. No todos los días se puede restaurar una obra de arte y el jardín del Pequeño Sargento era puro arte.



domingo, 9 de agosto de 2020

EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 14





A las cuatro, Paula admitió su derrota y puso el trabajo a un lado. Había una boutique en el centro de Divine que tenía ropa bonita. Había visto su escaparate muchas veces y se había sentido tentada a entrar. Quizá entonces fuera el momento. No sabía si tendría agallas para vestirse de forma diferente delante de Pedro y arriesgarse a que se riera de ella, pero nunca lo sabría si no lo intentaba. Además, él la había desafiado al decirle lo de los pantalones cortos. Pedro no pensaba que Paula fuera a hacerlo.


Había oído el teléfono y a Pedro caminando por el vestíbulo unas cuantas veces, probablemente para comprobar que su abuelo estaba bien, pero aparte de aquello, la casa estaba en silencio.


—¿Pedro? —dijo al llamar a la puerta de donde él había salido antes—. Me voy ya. Volveré mañana temprano. ¡Ah! Me llevo algunos libros de jardinería.


La puerta se abrió cuando ella se estaba dando la vuelta.


—¿Algún descubrimiento en cuanto a los cuadros?


—Bueno, no he encontrado ningún Picasso ni ningún Rembrandt, pero hay piezas de valor. Es increíble que estuvieran almacenadas en el desván de esa forma.


—El abuelo se rindió cuando murió la abuela. Vivían el uno para el otro.


—Yo creo que puede mejorarse.


—No. Yo no creo en el conejo de Pascua, Papá Noel o el ratoncito Pérez. Esto es lo que hay.


—¿No quieres que mejore?


—Claro que sí —las palabras prácticamente explotaron en su boca. Cerró los ojos e intentó calmarse. Después de un minuto volvió a mirar a Paula—. El médico dice que el abuelo sufre demencia senil y que probablemente viene de lejos. Alguien en la familia tiene que ser realista y hacer frente a los hechos, y parece que soy el único dispuesto a hacerlo.


—¿Hechos?


—Sí. Hemos probado medicación y varias formas de terapia mental y física y ninguna de ellas ha ayudado. Es obvio que no puede permanecer en la casa, y más cuando no está dispuesto a permitir que contratemos a alguien para que se ocupe de él.


—Pero…


—No. El abuelo te vendió ese cuadro de la abuela, ¿por cuánto?


—Cinco dólares.


—Y vale veinte mil. ¿Te parece que pueda cuidar de sí mismo?


Paula agitó la cabeza con una expresión de aflicción en su cara y Pedro sintió el mismo dolor que cuando le dijeron que no podía seguir jugando al fútbol. Sólo que esa vez era mucho peor.


Habían perdido a la abuela y parecía que también estaban perdiendo al abuelo. Y allí estaba él, perdiendo el control de la forma que odiaba hacerlo, pagando con Paula su enfado y frustración, igual que había hecho hacía catorce años.


Los pequeños pueblos eran así. Las vidas se entrelazaban unas con otras y las viejas cicatrices se abrían. Aun así, Pedro recordaba los buenos momentos que había pasado con Paula en el hospital cuando ella olvidaba que lo odiaba. Momentos en los que él había sido capaz de olvidar que el médico le había dicho que no jugaría más al fútbol. Momentos que habían sido posibles gracias a que Paula era inteligente, tímida y a que besaba muy bien cuando no le preocupaba que les pudieran pillar.


—¿Qué harías si intentara que me dieras un beso? ¿Por los viejos tiempos?


—Pensaría que estás aburrido.


Una parte de él estaba aburrido por estar fuera de su casa y su vida normal, pero ésa no era la razón por la que había preguntado. Paula lo perturbaba. A ella no le gustaba él, cosa que no tenía por qué preocuparle, pero que comenzaba a fastidiarlo.


—No estoy aburrido. Tengo demasiado trabajo como para estar aburrido. Sólo me lo estaba planteando. Antes no me decías que no y te apostaría algo a que incluso considerabas llegar a algo más que besos y flirteo.


—Sí, pero también he crecido y he descubierto que algunos hombres son muy atractivos, pero no tienen sustancia.


—¿Estás hablando de mí o de tu ex marido?


Paula se enfadó, pero sonrió y le dio unas palmaditas en la mejilla.


—¿Qué te ha pasado, Pedro? Has perdido tu tacto. Antes encandilabas mejor a las chicas para que te besaran.


—¿Eso es por lo que tú me besabas, porque estabas encandilada?


—Quizá pensaba que había un chico agradable bajo esa estúpida apariencia de macho. Desgraciadamente, estaba equivocada.


—Lo creas o no, la gente cambia. Tómate algo de tiempo para conocerme de nuevo y quizá te sorprenda —dijo. 


Entonces le dedicó una encantadora sonrisa, la que en el pasado solía funcionarle.


Paula entrecerró los ojos y Pedro supo que estaba luchando entre los instintos y la honestidad.


—¿Qué te parece? —preguntó él.


—No hay suficiente tiempo en el mundo para eso —dijo mientras se daba la vuelta y caminaba resueltamente.


Pedro se rió mientras Paula desaparecía por las escaleras. La honestidad había ganado