lunes, 10 de agosto de 2020

EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 16




Pedro gruñó al darse la vuelta en la cama mientras metía la cara en la almohada huyendo de la luz matutina. Tenía la cabeza como si se hubiera bebido una botella de whisky, pero no había hecho algo tan estúpido desde la noche que le había dado un puñetazo en la cara a su mejor amigo.


Su amistad había sobrevivido a aquel incidente, pero Pedro se sentía culpable cada vez que veía la cicatriz sobre el ojo de Rubén y recordaba lo estúpidamente que había reaccionado sobre su prometida infiel. Había prometido no perder el control de esa manera nunca más.


Abrió un ojo, miró el despertador y gruñó.


—¿Cómo diablos pueden ser las ocho y cinco? Sólo he dormido diez minutos.


Todo estaba tan silencioso que podía oír una mosca revoloteando en la ventana y una parte de él se sintió bien por el fracaso de Paula, aunque a la otra parte, le hubiera gustado que hubiera mantenido su promesa.


Se puso unos vaqueros y bajó hasta el dormitorio de su abuelo.


—¿Abuelo? —llamó a la puerta, pero todo estaba en silencio. Pedro se quedó de piedra cuando entró y vio la cama vacía—. Idiota —murmuró. El problema del abuelo no era su salud física. Joaquin Alfonso era como un roble y el médico había dicho que viviría hasta los cien años.


Pedro bajó las escaleras de dos en dos y se detuvo cuando vio a su abuelo sentado en su silla. Estaba completamente vestido, algo que no hacía solo desde hacía semanas y miraba por las puertas de cristal que daban al jardín. Pedro se preguntó si recordaría la promesa que Paula le había hecho de trabajar en el jardín aquel día. Si lo recordaba era buena señal, podía significar que…


No. Pedro agitó la cabeza. Era demasiado estúpido esperar esas cosas. ¿No acababa de aleccionar a Paula sobre aceptar la realidad?


—Sí, sí. Exactamente —murmuró su abuelo mientras asentía. Tomó un sorbo de la bebida nutritiva que la familia había comprado para él—. Ésa es la manera en que el Pequeño Sargento lo haría.


Pedro sintió curiosidad, se acercó a las puertas de cristal y se quedó atónito. 


Había montones de hierbajos que indicaban que Paula había trabajado duro, pero era la imagen de Paula lo que lo conmovió. Sus piernas al descubierto, su estrecha cintura, que podía abarcar con sus manos y el firme y redondeado pecho que su estrecha camiseta no hacía nada por ocultar. Sin pararse a pensar, Pedro salió descalzo.


—¿Te he despertado? —preguntó Paula antes de que él pudiera abrir la boca—. Lo siento.


—No, no sabía que estabas aquí.


—Bien. No quería molestar a nadie.


Si no quisiera molestar a nadie, no llevaría el tipo de ropa que provoca ataques de corazón a los hombres, pensó Pedro. Aunque permaneció callado. Era la clase de ataque al corazón que merecía la pena sufrir.


No hay comentarios.:

Publicar un comentario