martes, 11 de agosto de 2020

EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 20




El dolor en sus ojos no debería haberle afectado, pero lo hizo. No quería herir a Paula, de nuevo. Ya la había herido bastante en el instituto cuando había sido tan egoísta que no veía nada tras sus ambiciones y su enfado. Podía haberlo pasado mal por confiar en las mujeres, pero tampoco quería ser un mezquino con ellas.


—Sé que tienes buenas intenciones, pero todavía tienes esperanzas en relación al abuelo y eso hace que yo también las tenga y es demasiado duro.


—Hoy no he dicho nada respecto a eso.


—Pero he podido verlo cuando le has dado la flor. Esperabas una respuesta, ¿verdad? —continuó sin darle oportunidad a responder—. Y por un minuto yo esperaba lo mismo, incluso cuando sabía que no iba a ocurrir.


—¿Qué tiene de malo tener esperanza?


—Supongo que nada. Sólo que tú estás en el primer escalón y yo estoy en el nonagésimo séptimo y los escalones que van del segundo al nonagésimo sexto son muy duros. No puedo pasar por ellos otra vez.


—No te estoy pidiendo que lo hagas. Además, cuando te fuiste del salón él…


—No. No lo quiero oír. Tú me estás pidiendo que recorra esos escalones de nuevo aunque no te des cuenta. No tienes ni idea de lo que es tener a alguien que se está apagando delante de ti. Mi padre viajaba mucho por trabajo y mi abuelo siempre estaba allí, cubriendo la ausencia de mi padre.


—Tienes razón. Yo tampoco sé lo que es ser amada de la forma que él te quiere, sin condiciones ni límites, o tener alguien con quien puedas contar de esa manera.


Genial, Pedro se sentía peor. Había olvidado que también era afortunado. Había tenido a sus abuelos, sus padres y el resto de la familia mientras que Paula no había tenido a nadie.


—Lo siento. Tienes razón. Piensas que me he dado por vencido muy rápido, ¿verdad?



—No lo sé. Quizá. La vida no es una ecuación matemática. He visto a gente en la residencia de ancianos que prácticamente no respondían por apatía, depresión o por descuido y he visto también, cómo poco a poco se han despertado y han vuelto a ser ellos. No sucede con todo el mundo, pero puede ocurrir.


Pedro pensó en cómo se sentía desde que Paula había reaparecido en su vida. Ella había despertado su cuerpo, pero también había revuelto su mente. Su abuelo no podía notar los nuevos encantos femeninos de Paula, pero si ella pudiera llegar a su mente… ¿Quién era él para impedirlo?


Paula también pensaba que había estado más preocupado por sus sentimientos que por ayudar a su abuelo. La inusual paz que había sentido mientras trabajaba con ella en el jardín lo perturbaba. A él le gustaba la rapidez de los negocios y la ciudad, no era el tipo de hombre que disfrutara con los cumpleaños de los niños o las reuniones de padres y profesores.


Estaba seguro de que su padre había sentido lo mismo. David Alfonso había hecho lo que se esperaba de él al casarse y tener hijos como todos los demás en Divine. Había amado a su mujer y a sus hijos, pero viajaba tres de cuatro semanas trabajando como asesor agrícola.


—¿Todavía quieres que me marche? —preguntó Paula.


Pedro la miró por el rabillo del ojo. Con lo cabezota que era, si le hubiera dicho que sí, se habría marchado, pero si alguien podía llegar a su abuelo, ésa era Paula. Y si hubiera la mínima oportunidad de que tuviera éxito, valdría la pena sufrir para ver qué sucedía.


—No. Lo siento, no me he portado bien. Me he sentido frustrado y lo he pagado contigo. Si vuelve a suceder, dime que me lo trague. Es lo que solías hacer.


Paula le sonrió y su corazón dio un brinco. ¿Por qué Paula tenía que parecer tan vulnerable? Tragó saliva. ¿Y tan diferente?


¿Se había dado cuenta de la mancha que tenía en la camiseta? Claro que no. 
Pedro nunca había conocido a una mujer que fuera tan inconsciente de su aspecto. Las mujeres con las que él había salido no habrían sido sorprendidas arrancando hierbajos en un jardín y los únicos pantalones cortos que se pondrían serían de diseño.


Un ruido en la cocina atrajo su atención.


—¿Qué pasa?


Paula también parecía tener curiosidad, volvieron dentro y se encontraron al abuelo cortando el pimiento que 
Pedro había tomado antes.


—¿Abuelo?


—Tengo hambre —dijo Joaquín. Aunque sus manos temblaban, echó el pimiento cortado en dados en un plato—. Necesito cebollino— añadió.


Pedro y Paula se miraron.


—¿Tienes cebollino? —preguntó ella.


—Algo habrá en el antiguo huerto. La abuela ponía cebollino en muchos de sus platos y creo que crecen con facilidad.


Pedro parecía estar estupefacto, tambaleándose entre la esperanza y el descrédito y Paula sintió ganas de besarlo… por pura felicidad, claro. Ella no sabía si el intento del profesor de hacerse el desayuno significaba algo o no, pero era mejor que verlo sentado en una silla y mirando la nada.


Rápidamente, corrió a la puerta trasera. 


El antiguo huerto estaba salvaje, pero reconoció el cebollino con facilidad. Cortó varias hojas, pensando, todavía en Pedro. Entendió por qué estaba intentando alejarla, pero eso no significaba que tuviera razón.


El huerto necesitaba tanto o más trabajo que el resto del jardín, así que le pareció que iba a estar entretenida varias semanas. Tendría que comprar más protección solar y quizá un gorro para trabajar al sol… además de más pantalones cortos y camisetas. No es que tuviera nada que ver con 
Pedro o con la forma en que la miraba, se decía. 


Los pantalones cortos y la camiseta eran más cómodos para trabajar, eso era todo.



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