jueves, 6 de agosto de 2020
EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 3
Pedro hizo una mueca al oír el mote del que había fardado. En los viejos tiempos había dado por hecho que era irresistible para las mujeres y que tenía un prometedor futuro como jugador de fútbol americano, hasta que en su último año de instituto, jugar al baloncesto con sus amigos se había convertido en doce semanas de inmovilización. Por aquella época fue cuando había intimado con la Pequeña Señorita 10, ya que a ella la habían contratado para que lo ayudara con sus estudios.
Los recuerdos eran tristes, el héroe futbolístico de Divine se había lesionado cuando el equipo iba a llegar a la final del campeonato estatal por primera vez. Quizá las cosas habrían sido diferentes si se hubiera lesionado durante un partido, pero el pueblo entero lo había odiado por estropearlo todo en el momento menos apropiado. Paula era una excepción, no le gustaba el fútbol y lo odiaba por otras razones… la mayor parte del tiempo.
—Has cambiado —comentó él.
—Tú no.
No sonó como un piropo y Pedro no la podía culpar. No se había portado bien con ella entonces, porque se tomaba mal que una cría tres años más joven que él lo ayudara a estudiar y la atormentaba por ello… cuando no le tomaba el pelo para que lo besara. Ella era mona de alguna manera y él estaba aburrido y muy enfadado con Divine y con el resto del mundo. Tenía una placa en el hombro del tamaño de Canadá.
Porque era más fácil pensar en otra cosa, Pedro miró el cuadro.
—Si es tan valioso como dices deberías recibir una recompensa. Por cierto, ¿cuánto pagaste a mi abuelo por él? Tengo que devolverte tu dinero —se sacó la cartera del bolsillo.
—No hace falta.
—En serio, no puedo aceptar algo a cambio de nada.
—Lo que quieres decir es que no puedes permitir tener una obligación con alguien aquí en Divine, ¿no es así?
—Todavía me analizas, ¿verdad?
—Los deportistas no son difíciles de analizar, sólo tienen una cosa en la cabeza.
—Quizá, pero tú no me lo diste, ¿verdad? porque las chicas buenas no se dan por aludidas —dijo mofándose.
—Sólo me deseabas porque era la única chica que se te acercaba. Si hubiera habido una animadora en la habitación, yo habría sido invisible. Y, además ¿adonde habríamos llegado si tú no te podías mover?
—¡Eh! Intentaba ser creativo.
—Niños, dejad de discutir —dijo una voz divertida y Pedro vio a su hermana plantada en la puerta de la cocina. Había veces que podía imitar a su madre tan bien que resultaba molesto.
—¿Qué quieres, Silvia?
—Acabo de hablar con California. Mi socia en la clínica veterinaria se ha roto una pierna y no hay nadie que pueda sustituirla.
Pedro profirió una maldición y cerró los ojos para no ver la expresión de preocupación de Silvia y las sonrojadas mejillas de Paula. El pasado año, la familia había pasado cada vez más tiempo en Divine intentando ayudar a su abuelo a permanecer en su casa. El había pasado en Divine las últimas tres semanas y Silvia acababa de llegar para relevarlo.
—No te preocupes, encontraré a alguien que se haga cargo de la clínica —dijo Silvia rápidamente.
—No, tú has pasado aquí más tiempo que nadie y no es justo pedirte que hagas más que los demás. Lo arreglaré todo para quedarme más tiempo, tú puedes irte hoy.
La vergüenza hizo que las mejillas de Paula se calentaran mientras miraba fijamente a los dos hermanos. Estaban tratando con un problema serio y ella había dejado que un viejo resentimiento sacara lo mejor de sí misma. Un resentimiento basado en la inseguridad.
Involuntariamente miró hacia abajo. Se había puesto un vestido de algodón suelto, que iba bien con el calor que hacía aquel mes de mayo. No era elegante, pero por lo menos no era peor que la ropa que solía llevar antaño. Quizá tendría que hacer algo con su forma de vestir.
Tan pronto como lo pensó, se quitó la idea de la cabeza, ya que sentía que estaba intentando llamar la atención de Pedro aunque era probable que no se volvieran a ver más. Además, ella no era el tipo de mujer que gustaba a un hombre como Pedro. A él le iban las mujeres guapas, sofisticadas y sexualmente seguras y ella no era nada de aquello.
—Lo siento, Paula—dijo Silvia—. No debí interrumpir, pero es que era como oíros cuando discutíais en los viejos tiempos.
—No pasa nada —contestó sonriendo. Cuando eran niñas, le encantaba visitar a Silvia, aunque su padre no quería que tuviera amigos porque decía que la distraerían de sus estudios. Pero Silvia había sido simpática cuando su hermano no lo era y solían ir a la cafetería del hospital a hablar—. Siento lo de tu abuelo, lo admiro mucho. ¿Puedo ayudar en algo?
Era un ofrecimiento de corazón, Joaquin Alfonso la había animado a que hiciera una carrera diferente a la que su autoritario padre quería y el profesor nunca había sabido lo que habían significado para una chica solitaria que no se sentía integrada, su calor y su amabilidad.
—Bueno, nosotros…
—No —interrumpió Pedro— no necesitamos ayuda.
Las dos mujeres lo ignoraron.
—Cualquier cosa que puedas hacer nos vendría bien. Está siendo difícil mantener las cosas. ¿Qué te trae por aquí?
—Vine a devolver un cuadro que el profesor Alfonso me vendió en un mercadillo accidentalmente. Enseñó Historia del Arte en la universidad, pero también trabajo como tasadora para algunos museos, así que, cuando descubrí que era una obra tan valiosa, no pude quedármela —miró a Pedro desafiándolo a decir algo sarcástico.
—Ésta es la bisabuela Helena —explicó Silvia examinando la pintura y miró a su hermano con preocupación—. Tendremos que hacer un inventario de lo que hay en casa, no tenemos ni idea del valor de la colección del abuelo y, al menos, deberíamos asegurarla hasta que decidamos qué hacer.
—Me ocuparé de ello —asintió Pedro.
—A lo mejor Paula puede hacernos el inventario de la colección, es perfecta para hacer el trabajo.
—Oh, no, Silvia, no podemos imponérselo.
—Yo me he ofrecido a ayudar —dijo Paula con frialdad.
—¿Por qué? —preguntó Pedro con franqueza—. Tú no nos debes nada.
—Yo no te debo nada a ti —soltó Paula—, pero el profesor Alfonso es diferente. Él… es… Yo me interesé por el arte cuando él venía al instituto a dar alguna conferencia. Al principio me gustaba porque ese tipo de cosas sacaba a mi padre de quicio, él quería que fuera científica o algo impresionante.
Pedro la miró fijamente.
—No quise decir eso —murmuró Paula. Su cerebro había sufrido un cortocircuito. Algo en el oscuro pelo de Pedro, en sus ojos o en su largo y poderoso cuerpo tenía un efecto químico sobre ella. En los días de escuela, solía sentirse insignificante cuando estaba a su lado, como un duendecillo a lunares amarillos mal vestido y con un corte de pelo aún peor.
—¿Qué es lo que quieres decir? —preguntó Pedro impaciente.
—El profesor Alfonso siempre parecía alegre y yo creía que era debido a su pasión por el arte. Por supuesto que ahora sé que era, principalmente, porque amaba a su mujer y porque tenían un magnífico matri…
—Paula. Por favor ve al grano —cruzó los brazos y le dedicó una mirada severa.
—Tu abuelo me inspiró. Le dije a mi padre que estaba asistiendo a una clase de Matemáticas por las tardes en la universidad en un programa para estudiantes avanzados, pero, en realidad, estaba yendo a una de las clases del profesor Alfonso. Sé que no debería haber mentido… —su voz se fue apagando y se sonrojó de nuevo.
Pedro miraba fascinado cómo el color se expandía por las mejillas de Paula. No podía imaginarse a las mujeres que conocía en Chicago avergonzándose por nada, y mucho menos por el recuerdo de una inofensiva mentira que habían dicho en el instituto. Quizá fuera algún truco de la blanca y escandinava piel de Pedro.
—Bueno, en cualquier caso, fue por el profesor Alfonso por lo que me fui de viaje a Europa y vi maravillosas pinturas y arquitectura en Italia y otros lugares. Él probablemente no lo sepa, pero cambió mi vida.
Pedro suspiró entendiendo un poco mejor.
Alguien como Paula jamás se quedaría con algo valioso que no hubiera pagado en su totalidad.
No cuando pertenecía a alguien que admiraba tanto.
EL HÉROE REGRESA : CAPITULO 2
Paula se puso rígida cuando Pedro dudó. Respiró hondo para calmarse, ya que tenía el defecto de reaccionar de forma exagerada cuando se sentía insegura. Sus amigos le decían que su orgullo la convertía en una persona de carácter áspero. Era un resquicio de haber sido la niña rara cuando eran pequeños.
—No soy una ladrona ni una estafadora, si es lo que te preocupa —dijo finalmente tratando de parecer razonable.
—No pensaba que lo fueras, es que… —Pedro se encogió de hombros y dio un paso hacia atrás abriendo más la puerta.
Paula no había visto nunca el interior de la casa de los Alfonso y miraba con curiosidad. El vestíbulo era grande y espacioso, diversas habitaciones salían de él y tras el marco de una de esas puertas, Paula vio al viejo profesor dormitando en una silla. Era un hombre adorable que se había dedicado al arte y a la enseñanza, lo contrario que el mayor de sus nietos, quien se había ganado la reputación de un hombre de negocios nada sentimental y únicamente interesado en los márgenes de beneficio. Paula sabía eso porque los periódicos locales publicaban artículos sobre él a menudo y su nombre aparecía también en el diario Chicago que ella leía.
—Por aquí —indicó Pedro encaminándose en dirección contraria.
—¿Cómo está el señor Alfonso? —preguntó mientras se dirigían a la cocina.
—Bien —respondió mirándola con atención— ¿Conoces a mi abuelo?
—Nos conocemos —contestó mientras ponía el paquete encima de la mesa. Era verdad, pero sólo en parte. Ella había sido una tímida alumna que se sentaba al fondo en las clases del profesor Alfonso, intentando pasar desapercibida. Pero las clases que impartía sobre la belleza del arte y del alma humana siempre la acompañarían—. Sí, asistí a todas sus clases en la universidad antes de que se jubilara, además, éste es un pueblo pequeño.
—Sí que lo es —comentó Pedro pausadamente.
Vaya. No quería hacerlo pensar. Si la recordara, se acordaría del mote que le había puesto… la Pequeña Señorita 10. Odiaba ese apodo que tanto le gustaba al señor Capitán Perfecto del equipo de fútbol americano del instituto.
—Bueno, he venido por el cuadro que compré —lo desenvolvió y lo sostuvo para que él lo viera.
—Es bonito, supongo —murmuró sin apenas mirarlo.
Paula puso los ojos en blanco. Luke no sabía de objetos valiosos y, a lo mejor, tenía algo que ver el que se dedicara a la especulación. Sin duda, para alguien que tiraba edificios y en su lugar levantaba centros comerciales, la delicadeza no tenía mucho valor. Por otra parte, podía deberse a que era un ex deportista. Su ex marido también lo había sido y tenía la sensibilidad de una apisonadora, además de otras cualidades indeseables.
—No es por el marco. Bueno, por eso lo compré, pero eso no es… El caso es que cuando examiné la pintura, descubrí que tenía bastante valor. Mira la firma.
Inclinándose hacia delante, Pedro apartó un trozo de papel de la esquina inferior derecha del lienzo.
—A. Metlock. ¿Y qué?
—Que Arthur Metlock fue uno de los mejores impresionistas americanos.
Paula se impacientaba. Su huésped no invitada tenía unos grandes ojos azules en una cara con forma de corazón y un aire despistado que era extrañamente atractivo. Si se hubiera presentado en su oficina de Chicago vendiendo papeletas le habría comprado una docena. Pero en aquel momento se estaba preparando para volver a Chicago y no tenía tiempo para nada más que para la decadente salud de su abuelo, a quien el médico le había diagnosticado demencia senil y le había recetado medicamentos para retardar el proceso, aunque no estaban funcionando.
—Mire, señorita…
—Chaves.
—Señorita Chaves. Así que el cuadro cuesta unos dólares más de los que pagó. No nos importa. Probablemente, el abuelo no se quede en esta casa, lo que significa que nos desharemos de todo antes de venderla.
—No puedo quedarme con esto —dijo realmente conmocionada.
Dios. Pedro había olvidado lo cabezota que la gente de Divine, Illinois, podía ser. Estaba acostumbrado al salvaje mundo de los negocios donde conseguir una ganga era el objetivo y no es que no agradeciera la honestidad de la mujer, muy pocas mujeres eran honestas, sino que no tenía ni el tiempo ni las ganas de ocuparse de algo más.
—De verdad, no tiene que preocuparse —dijo dándose cuenta de que su tono de voz era irritado.
—Claro que estoy preocupada —su obstinación le resultó familiar—. Por lo menos cuesta veinte mil dólares.
Pedro parpadeó. Tenía que estar equivocada. Su abuelo había sido un hombre sagaz en su época, había escrito libros sobre historia del arte popular, había coleccionado arte y había impartido clases en la universidad privada del pueblo.
No importaba lo mal que mentalmente estaba en ese momento, no hubiera vendido en un mercadillo un cuadro valioso. Pero entonces… Pedro se frotó las sienes. El abuelo había enfermado después de la muerte de la abuela hacía tres años. La abuela se había ido rápidamente, todavía sonreía a pesar de la velocidad a la que su enfermedad avanzaba.
Pero el abuelo parecía perder un trozo de sí mismo cada día que pasaba, sin ni siquiera esforzarse por mejorar. De hecho, parecía que se había propuesto no mejorar. El amor había hecho aquello, robándole su espíritu.
Pedro pensaba que el amor era inútil. Lo había traicionado más de una vez y el dolor de su abuelo era una razón más para no confiar en un sentimiento que, en el mejor de los casos, era esquivo y en el peor, destructivo.
—¿Cómo sabe que vale tanto? —preguntó—. ¿Es usted un genio del arte o algo parecido?
De repente, la mujer se sonrojó. Era un color que no quedaba mal junto a sus despeinados rizos rubios y sus ojos azules y Pedro la miró con interés. Hacía mucho que no veía sonrojarse a una mujer, probablemente desde que era un crío y avergonzaba a la Pequeña Señorita 10, la más inteligente del colegio.
Abrió los ojos.
«¿Chaves? ¿Por qué no se había dado cuenta antes?»
—Si no lo veo no lo creo —dijo Pedro arrastrando las palabras—. Eres Paula Chaves.
—Y tú Taco Alfonso —respondió Paula más desafiante que nunca.
EL HÉROE REGRESA : CAPITULO 1
—Casi nada —murmuró Paula Chaves. Sacó un paquete rectangular de su coche y se quedó mirando la casa que tenía delante. Él estaba en esa casa y era la última persona a la que quería ver. Si no le debiera tanto a su abuelo nunca se le habría vuelto a acercar.
En fin…Pedro Alfonso era muy guapo.
Pero imposible. La abordó un incómodo recuerdo de los días de su infancia cuando una sencilla y dinámica chica vestida con ropa de segunda mano soñaba con que el capitán del equipo de fútbol se enamoraría de ella.
Paula resopló. Se habían conocido porque Pedro había estado ingresado en el hospital y necesitaba un tutor que lo ayudara con sus estudios. Paula se había convencido de que el coqueteo de él podía ser significativo, aunque a ella ni siquiera le gustaba… por lo menos no tanto. Pero quería y admiraba a su abuelo y hubiera hecho casi cualquier cosa por él, por el profesor Alfonso.
Incluso se volvería a enfrentar a Pedro y a los recuerdos que representaba.
Caminaba por la acera pensando que Pedro podía haberla hecho sufrir cuando eran más jóvenes, pero ya no. A pesar de su resolución, su pulso se aceleró cuando abrió la puerta y vio sus anchos hombros.
—¿Sí? —dijo sin que sus ojos la reconocieran.
Paula movió los pies, estaba dividida entre una perturbadora atracción por la gracia atlética de Pedro y su imagen de ángel caído y un compromiso con su abuelo.
Maldito sea. Si hubiera justicia en el mundo habría echado barriga y habría tenido entradas.
—No vamos a comprar nada —comenzó a cerrar la puerta, pero Paula levantó
su mano.
—No, espera. No soy una vendedora. He venido por el mercadillo de hace unos meses.
—Verás, agradecemos que la gente traiga cosas que el abuelo no debería haber vendido, pero estoy seguro de que si te quedas cualquier cosa que sea, no pasará nada. Él está confundido, pero las cosas de valor están aquí.
—No, no lo están.
—¿Perdón? —preguntó arqueando las cejas.
Paula se aclaró la garganta. Pedro estaba más guapo que nunca, con pequeñas arrugas en los ojos y algunas canas en su pelo negro, parecía una persona firme y responsable.
«No», pensó Paula alarmada. No podía permitirse pensar nada positivo sobre él. Pedro Alfonso siempre había hecho que deseara cosas que no tenía, como tener una persona que la amara tanto como ella lo amaba y lo deseaba a él, alguien a quien pertenecer. Pedro le recordaba que quizá nunca la tendría y que estaba sola en el mundo mientras que él pertenecía a una familia grande y querida. Había vuelto de Chicago para ayudar a su abuelo, demostrando que no era tan egoísta como ella pensaba.
—¿Puedo pasar?
EL HÉROE REGRESA : SINOPSIS
Aquel hombre seguía teniendo el poder de acelerarle los latidos del corazón…
En cuanto Pedro Alfonso regresó a Divine después de años de ausencia, Paula Chaves se dio cuenta de que, aunque ya no era la adolescente tímida y desgarbada, Pedro seguía ejerciendo el mismo poder sobre ella. Quizá porque no había podido olvidar el primer beso que él le había dado. Paula no quería enamorarse de la antigua estrella de fútbol del instituto, pero… ¿cómo podría no hacerlo después de ver el modo en el que cuidaba a su abuelo enfermo? Y además de bueno y rico… seguía siendo increíblemente sexy. En otro tiempo lo había creído completamente fuera de su alcance, pero ahora… Ahora Paula iba a utilizar sus dulces besos para demostrarle a Pedro que no se había equivocado al volver a casa.
miércoles, 5 de agosto de 2020
CRUCERO DE AMOR: CAPÍTULO FINAL
Se pasó una mano por los ojos, se echó la melena hacia atrás y soltó un juramento en ruso.
O estaba a punto de cometer el mayor error de su vida o…
—¿Qué quería? —preguntó Pedro.
Lo miró. Estaba limpiando con una servilleta la carita de Sebastián, que a esas alturas estaba toda llena de dulce. La última de sus dudas se disolvió. ¿Por qué estaba dudando? Todo lo que había querido, todo lo que había ansiado y nunca se había atrevido a esperar estaba allí mismo, justo delante de ella.
Sabía que podía confiar en Pedro. Era confianza en sí misma lo que le faltaba.
Sonriendo, se acercó a la cama y besó a Sebastián en la frente. Luego se dirigió a Pedro.
—Te quiero, Pedro Alfonso —lo abrazó de la cintura—. ¿Quieres casarte conmigo?
Dejó caer la servilleta. Por su mirada desfilaron tantos sentimientos que Paula no supo cómo interpretarlos… hasta que se echó a reír.
—¿Por qué te ríes? Acabo de pedirte matrimonio.
—Paula, no podías esperar, ¿verdad? Hace media hora que estoy intentando que Sebastian me enseñe a decir eso mismo en ruso.
Miró a su sobrino: una sonrisa de complicidad brillaba en sus labios. Ahora entendía la verdadera razón de su buen humor de aquella mañana. Sin soltar a Pedro, abrazó también a Sebastián.
—Bueno, una petición de matrimonio siempre sonaría mejor en ruso, pero ya que me he adelantado yo, lo menos que podrías darme es una respuesta.
—Da, Paula —murmuró contra sus labios, acercándola hacia sí—. Me casaré contigo.
—Todavía necesitamos decidir dónde vamos a vivir. Supongo que lo lógico sería que yo me trasladara a tu casa, para que Sebastián estuviera también con tu gran familia. Podría intentar ampliar mi cadena por Estados Unidos. Rodolfo podría ayudarme con ello. Y todavía quedan algunos formalismos sobre la adopción que tendrás que resolver. Podríamos planificar…
Siguiendo lo que ya se había convertido en una costumbre, la acalló con un beso. Todavía estaba sonriendo cuando alzó la cabeza.
—Paula, yo te amo, tú me amas. Eso es suficiente para cualquier relación. Ya nos ocuparemos de todos esos detalles más adelante…
CRUCERO DE AMOR: CAPÍTULO 55
Ella también tenía una solución. En aquel momento le parecía obvia, pero tenía que escuchar antes la de Pedro. Era un hombre excesivamente metódico y razonable, así que le llevaría algún tiempo convencerlo. No sería fácil para él confiar en la palabra de una mujer, después de las experiencias que había tenido, de modo que…
De repente sonó el teléfono. Pedro lo miró exasperado.
—Será mejor que contestes —dijo Paula mientras terminaba de atarse el cinturón del albornoz.
—Ya volverán a llamar.
—¿Y si es Locatelli?
Pedro suspiró y fue a contestar justo cuando Sebastián volvía con un plato lleno de pastelillos. Paula sostuvo el plato mientras el niño se subía a la cama y elegía el más grande.
—Es tu abogado —le dijo Pedro con tono serio, tendiéndole el teléfono.
A Paula no le agradó la interrupción, pero se alegró de que Rodolfo la hubiera llamado. Antes o después necesitaba hablar con él.
—¡Paula, tengo buenas noticias! Hemos ganado.
—¿Qué?
—Todo ha terminado. Tu sobrino no irá a Estados Unidos.
Tardó un segundo en asimilar sus palabras. Eran las mismas que había ansiado escuchar durante semanas. Por eso se había embarcado en aquel crucero.
—Rodolfo, ¿estás seguro?
—Absolutamente.
Estaban hablando en ruso, con lo que Pedro no podía entender la conversación, pero Sebastián sí. Se llevó el teléfono al salón y se sentó a la mesa.
—¿Cómo? —inquirió, bajando la voz—. ¿Han sido invalidados los documentos de viaje?
—Mejor que eso. La adopción estaba sustentada sobre un fraude. Será cancelada.
—¿Fraude? ¿Quieres decir que Pedro hizo algo mal?
Debió de haber oído su nombre. Cruzó los brazos y la miró. Paula intentó esbozar una sonrisa tranquilizadora, pero no pudo.
—No, fue la funcionaría de la oficina de admisiones del orfanato de Murmansk. El error salió a la luz por culpa de las investigaciones policiales que reclamó Alfonso. La mujer admitió que había cambiado el apellido de Sebastián y traspapelado su expediente cuando lo transfirió al orfanato de San Petersburgo.
—¿Por qué?
—Lo hizo para proteger a tu sobrino. Había oído rumores sobre que alguien de la Mafiya lo estaba buscando después del accidente de sus padres, así que traspapeló su expediente. No fue un error burocrático, sino un sabotaje deliberado.
Paula se pasó una mano por la frente. Claro. Era por eso por lo que había tardado tanto en localizar el rastro de su sobrino. Aquella mujer le había salvado la vida.
—Paula, la adopción es ilegal. Ningún tribunal la reconocerá.
Miró a Sebastian. Estaba sentado con las piernas cruzadas frente al plato de pastelillos, relamiéndose los labios.
—¿Qué le sucederá a la funcionaria? Espero que no tenga problemas.
—Es posible que pierda su trabajo.
—Soborna a alguien para que lo conserve. Si no lo consigues, le ofreceremos un puesto en nuestra tienda de Moscú.
—Lo haré, si insistes.
—Claro que insisto. Esa mujer le salvó la vida.
Se oyó un profundo suspiro al otro lado de la línea.
—Paula, creo que no estás entendiendo lo fundamental. Si pudiéramos volver al asunto por el cual te he llamado…
—¿En qué situación quedará Sebastián si se cancela la adopción?
—Tendría que volver al orfanato, pero sólo provisionalmente. Reclamaríamos inmediatamente su tutoría.
—No me basta. No permitiré que Sebastián vuelva a ese lugar, ni siquiera por una hora. No después de todo lo que ha pasado. Apenas está empezando a recuperarse. Nunca lo entendería.
—Paula, es la única solución que nos queda si quieres recuperarlo. Esta tarde conseguiré un mandamiento judicial con carácter urgente. Para mañana, tanto los documentos del viaje como la adopción quedarán anulados.
—No.
—¿Perdón?
—Quiero que paralices todos los trámites, Rodolfo. No impugnes la adopción.
—Pero…
—Retira nuestra reclamación, cancela el pleito sobre la custodia, olvídate del mandamiento judicial. Quiero que lo paralices todo.
—No te entiendo. Has ganado.
—Todavía no, Rodolfo. Pero lo estoy intentando.
Se hizo un silencio al otro lado de la línea.
—Paula, no me gusta ese tono. ¿Qué estás tramando?
Aquella conversación empezaba a resultarle familiar.
—Te llamaré mañana para ponerte al tanto de todo —y colgó el teléfono.
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