jueves, 6 de agosto de 2020

EL HÉROE REGRESA : CAPÍTULO 3




Pedro hizo una mueca al oír el mote del que había fardado. En los viejos tiempos había dado por hecho que era irresistible para las mujeres y que tenía un prometedor futuro como jugador de fútbol americano, hasta que en su último año de instituto, jugar al baloncesto con sus amigos se había convertido en doce semanas de inmovilización. Por aquella época fue cuando había intimado con la Pequeña Señorita 10, ya que a ella la habían contratado para que lo ayudara con sus estudios.


Los recuerdos eran tristes, el héroe futbolístico de Divine se había lesionado cuando el equipo iba a llegar a la final del campeonato estatal por primera vez. Quizá las cosas habrían sido diferentes si se hubiera lesionado durante un partido, pero el pueblo entero lo había odiado por estropearlo todo en el momento menos apropiado. Paula era una excepción, no le gustaba el fútbol y lo odiaba por otras razones… la mayor parte del tiempo.


—Has cambiado —comentó él.


—Tú no.


No sonó como un piropo y Pedro no la podía culpar. No se había portado bien con ella entonces, porque se tomaba mal que una cría tres años más joven que él lo ayudara a estudiar y la atormentaba por ello… cuando no le tomaba el pelo para que lo besara. Ella era mona de alguna manera y él estaba aburrido y muy enfadado con Divine y con el resto del mundo. Tenía una placa en el hombro del tamaño de Canadá.


Porque era más fácil pensar en otra cosa, Pedro miró el cuadro.


—Si es tan valioso como dices deberías recibir una recompensa. Por cierto, ¿cuánto pagaste a mi abuelo por él? Tengo que devolverte tu dinero —se sacó la cartera del bolsillo.


—No hace falta.


—En serio, no puedo aceptar algo a cambio de nada.


—Lo que quieres decir es que no puedes permitir tener una obligación con alguien aquí en Divine, ¿no es así?


—Todavía me analizas, ¿verdad?


—Los deportistas no son difíciles de analizar, sólo tienen una cosa en la cabeza.


—Quizá, pero tú no me lo diste, ¿verdad? porque las chicas buenas no se dan por aludidas —dijo mofándose.


—Sólo me deseabas porque era la única chica que se te acercaba. Si hubiera habido una animadora en la habitación, yo habría sido invisible. Y, además ¿adonde habríamos llegado si tú no te podías mover?


—¡Eh! Intentaba ser creativo.


—Niños, dejad de discutir —dijo una voz divertida y Pedro vio a su hermana plantada en la puerta de la cocina. Había veces que podía imitar a su madre tan bien que resultaba molesto.


—¿Qué quieres, Silvia?


—Acabo de hablar con California. Mi socia en la clínica veterinaria se ha roto una pierna y no hay nadie que pueda sustituirla.


Pedro profirió una maldición y cerró los ojos para no ver la expresión de preocupación de Silvia y las sonrojadas mejillas de Paula. El pasado año, la familia había pasado cada vez más tiempo en Divine intentando ayudar a su abuelo a permanecer en su casa. El había pasado en Divine las últimas tres semanas y Silvia acababa de llegar para relevarlo.


—No te preocupes, encontraré a alguien que se haga cargo de la clínica —dijo Silvia rápidamente.


—No, tú has pasado aquí más tiempo que nadie y no es justo pedirte que hagas más que los demás. Lo arreglaré todo para quedarme más tiempo, tú puedes irte hoy.


La vergüenza hizo que las mejillas de Paula se calentaran mientras miraba fijamente a los dos hermanos. Estaban tratando con un problema serio y ella había dejado que un viejo resentimiento sacara lo mejor de sí misma. Un resentimiento basado en la inseguridad.
Involuntariamente miró hacia abajo. Se había puesto un vestido de algodón suelto, que iba bien con el calor que hacía aquel mes de mayo. No era elegante, pero por lo menos no era peor que la ropa que solía llevar antaño. Quizá tendría que hacer algo con su forma de vestir. 


Tan pronto como lo pensó, se quitó la idea de la cabeza, ya que sentía que estaba intentando llamar la atención de Pedro aunque era probable que no se volvieran a ver más. Además, ella no era el tipo de mujer que gustaba a un hombre como Pedro. A él le iban las mujeres guapas, sofisticadas y sexualmente seguras y ella no era nada de aquello.


—Lo siento, Paula—dijo Silvia—. No debí interrumpir, pero es que era como oíros cuando discutíais en los viejos tiempos.


—No pasa nada —contestó sonriendo. Cuando eran niñas, le encantaba visitar a Silvia, aunque su padre no quería que tuviera amigos porque decía que la distraerían de sus estudios. Pero Silvia había sido simpática cuando su hermano no lo era y solían ir a la cafetería del hospital a hablar—. Siento lo de tu abuelo, lo admiro mucho. ¿Puedo ayudar en algo?


Era un ofrecimiento de corazón, Joaquin Alfonso la había animado a que hiciera una carrera diferente a la que su autoritario padre quería y el profesor nunca había sabido lo que habían significado para una chica solitaria que no se sentía integrada, su calor y su amabilidad.


—Bueno, nosotros…


—No —interrumpió Pedro— no necesitamos ayuda.


Las dos mujeres lo ignoraron.


—Cualquier cosa que puedas hacer nos vendría bien. Está siendo difícil mantener las cosas. ¿Qué te trae por aquí?


—Vine a devolver un cuadro que el profesor Alfonso me vendió en un mercadillo accidentalmente. Enseñó Historia del Arte en la universidad, pero también trabajo como tasadora para algunos museos, así que, cuando descubrí que era una obra tan valiosa, no pude quedármela —miró a Pedro desafiándolo a decir algo sarcástico.


—Ésta es la bisabuela Helena —explicó Silvia examinando la pintura y miró a su hermano con preocupación—. Tendremos que hacer un inventario de lo que hay en casa, no tenemos ni idea del valor de la colección del abuelo y, al menos, deberíamos asegurarla hasta que decidamos qué hacer.


—Me ocuparé de ello —asintió Pedro.


—A lo mejor Paula puede hacernos el inventario de la colección, es perfecta para hacer el trabajo.


—Oh, no, Silvia, no podemos imponérselo.


—Yo me he ofrecido a ayudar —dijo Paula con frialdad.


—¿Por qué? —preguntó Pedro con franqueza—. Tú no nos debes nada.


—Yo no te debo nada a ti —soltó Paula—, pero el profesor Alfonso es diferente. Él… es… Yo me interesé por el arte cuando él venía al instituto a dar alguna conferencia. Al principio me gustaba porque ese tipo de cosas sacaba a mi padre de quicio, él quería que fuera científica o algo impresionante.


Pedro la miró fijamente.


—No quise decir eso —murmuró Paula. Su cerebro había sufrido un cortocircuito. Algo en el oscuro pelo de Pedro, en sus ojos o en su largo y poderoso cuerpo tenía un efecto químico sobre ella. En los días de escuela, solía sentirse insignificante cuando estaba a su lado, como un duendecillo a lunares amarillos mal vestido y con un corte de pelo aún peor.


—¿Qué es lo que quieres decir? —preguntó Pedro impaciente.


—El profesor Alfonso siempre parecía alegre y yo creía que era debido a su pasión por el arte. Por supuesto que ahora sé que era, principalmente, porque amaba a su mujer y porque tenían un magnífico matri…


—Paula. Por favor ve al grano —cruzó los brazos y le dedicó una mirada severa.


—Tu abuelo me inspiró. Le dije a mi padre que estaba asistiendo a una clase de Matemáticas por las tardes en la universidad en un programa para estudiantes avanzados, pero, en realidad, estaba yendo a una de las clases del profesor Alfonso. Sé que no debería haber mentido… —su voz se fue apagando y se sonrojó de nuevo.


Pedro miraba fascinado cómo el color se expandía por las mejillas de Paula. No podía imaginarse a las mujeres que conocía en Chicago avergonzándose por nada, y mucho menos por el recuerdo de una inofensiva mentira que habían dicho en el instituto. Quizá fuera algún truco de la blanca y escandinava piel de Pedro.


—Bueno, en cualquier caso, fue por el profesor Alfonso por lo que me fui de viaje a Europa y vi maravillosas pinturas y arquitectura en Italia y otros lugares. Él probablemente no lo sepa, pero cambió mi vida.


Pedro suspiró entendiendo un poco mejor. 


Alguien como Paula jamás se quedaría con algo valioso que no hubiera pagado en su totalidad. 


No cuando pertenecía a alguien que admiraba tanto.





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