miércoles, 24 de junio de 2020

A TODO RIESGO: CAPITULO 32




14 de diciembre


Paula miró detenidamente al trabajador que le había recomendado Florencia Shelby: parecía un sex symbol sacado de una revista para chicas adolescentes… aunque él no era precisamente un adolescente. Debía de tener veintitantos años o incluso rozar los treinta. 


Llevaba el pelo rubio largo y algo desgreñado, estaba muy bronceado y tenía la mirada de un chico malo en un cuerpo de hombre. Se presentó como Mateo Cox.


—La señora Shelby me dijo que deseaba usted reparar una barandilla.


—Sí, y me gustaría que comprobara el estado de las otras que tengo.


—No hay problema. También puedo pintárselas.


—No les vendría mal. Si me entrega un presupuesto, me lo pensaré.


—Muy bien. Y ahora, ¿dónde está la terraza? Me ocuparé primero de ella. En su estado, supongo que no querrá caerse… —bajó la mirada a su vientre e inmediatamente la retiró, algo turbado.


Pedro bajó las escaleras a tiempo de escuchar la última parte de la conversación.


—La terraza está arriba. Lo acompaño —le propuso, disponiéndose a subir de nuevo.


—¿Vive usted también aquí? —le preguntó Mateo, siguiéndolo.


—Estoy de visita. Iba a repararla yo mismo. Ya había terminado de serrar la parte dañada cuando me di cuenta de que no tenía herramientas para repararla bien…


Paula dejó de escuchar sus voces conforme seguían subiendo, maravillándose de lo bien que mentía Pedro. Otra vez estaba representando fielmente el papel de Pedro Alfonso, el agente secreto del FBI. Pero aun sabiendo que todo lo que decía o hacía formaba parte de su papel, lo encontraba increíblemente atractivo. Su conversación, su manera de andar, de sonreír. 


Todo. Y también su determinación de hacerle pagar sus crímenes al Carnicero.




A TODO RIESGO: CAPITULO 31




Una vez afeitado, Pedro terminó de limpiarse la cara de espuma. Se sentía mucho mejor después de la ducha, más dueño de sí, con la mente otra vez puesta en su trabajo. Tenía que mantener el control. Se estaba poniendo los pantalones cuando oyó el grito: alto, desgarrado, destilando puro terror. Instintivamente agarró su pistola y echó a correr.


La puerta de la habitación de Paula estaba abierta y entró a toda prisa hasta detenerse en seco, con el corazón acelerado. Toda una sección de la barandilla había cedido por completo hasta desaparecer. Y había tres pisos más abajo. Obligando a sus piernas a moverse, avanzó unos pasos. Fue entonces cuando vio a Paula, con sangre en la cabeza, caída a un lado de la terraza y aferrándose a un pilar.


Corrió hacia ella y la estrechó contra su pecho.


Cuando pudo recuperar el aliento, le preguntó:
—¿Estás bien?


—Sí, aparte de que me he llevado un susto de muerte.


—¿Qué ha pasado?


—Acababa de salir a la terraza para tomar el aire. El bebé me dio una patadita y quise apoyarme en la barandilla. En el momento en que me apoyé en ella, empezó a ceder. Estuve a punto de caer, pero logré agarrarme al poste.


—Gracias a Dios. Cuando vi que faltaba la barandilla y… —no pudo seguir hablando. Todavía le temblaba la voz y sabía que estaba destrozando su reputación de agente del FBI—. Necesitas tumbarte.


—En todos los años que llevo viniendo al Palo del Pelícano, jamás me había sucedido una cosa parecida. Me temo que he desatendido demasiado la casa. Esta noche llamaré a Florencia para que me recomiende a un carpintero.


Pero Pedro consideraba también la posibilidad de un sabotaje. La llevó hasta la cama.


—Túmbate y descansa. Voy a echar un vistazo a la barandilla. ¿Te encuentras bien?


—Creo que sí. Soy una mujer afortunada. Primero me libro de morir ahogada y ahora de caerme por la terraza, y todo ello en menos de una semana.


Pedro salió a la terraza, todavía estremecido por lo que habría podido pasar. Estaba haciendo un pésimo trabajo de protección.


—Cuidado, Pedro. No quiero perder a mi guardaespaldas a estas alturas del juego.


Arrodillado, examinó el lugar por donde había cedido la barandilla.


—La barandilla estaba bien, Paula. Fue serrada deliberadamente, y luego vuelta a encajar para que la primera persona que se apoyara en ella cayera al vacío.


—El Carnicero, ¿verdad?


—Apostaría a que sí.


—¿Cuándo pudo hacerlo? Si tomé la decisión de venir aquí un día antes de dejar Nueva Orleans… —se llevó las manos a las mejillas—. No. Ya sé cuándo lo hizo. El segundo día vine a casa después de comer fuera y me di cuenta de que alguien había estado aquí. Luego encontré una cesta de galletas caseras en la cocina y supuse que se trataría de alguna de las amigas de mi abuela, que querría darme de ese modo la bienvenida…


—Galletas caseras. Evidentemente Caraway ha aprendido unos cuantos trucos nuevos durante su estancia en la cárcel.


—¿Los asesinos no siguen unas pautas fijas de comportamiento?


—No siempre, pero cuando estudias sus crímenes, generalmente encuentras alguna pista que te informa sobre lo que van a hacer a continuación. Esto es especialmente cierto para los multiasesinos, pero no para los asesinos a sueldo. Estos generalmente trabajan rápida y limpiamente, sin dejar rastro. Marcos, sin embargo, comparte los rasgos de las dos categorías. Era un asesino a sueldo que sentía verdadera pasión por la tortura. Antes de que lo encarcelaran, se dedicaba a cometer verdaderas carnicerías.


—No lo hizo con Benjamin y Juana, y tampoco lo intentó conmigo. ¿Por qué habría de cambiar ahora de método?


—Ha estado diez años en prisión. Supongo que habrá empleado mucho tiempo en planear su fuga y su venganza contra Benjamin.


—Solo que no sabía de mi existencia ni de la del bebé hasta que habló con esa vecina. Aun así, si está fugado, no entiendo por qué habría de arriesgarse a venir hasta aquí y serrar la barandilla. Alguien pudo haberlo visto.


—¿Estás intentando quitarme mi trabajo?


—Solo intento comprender lo que ha pasado.


—Me gustaría decirte que no te preocuparas, que solo deberías confiar en que te protegiera yo, pero hasta el momento mi trabajo ha dejado bastante que desear.


—Eso no es cierto. Si estoy viva es gracias a ti.


En ese momento sonó el teléfono. Pedro se quedó en la habitación hasta que ella respondió. 


Tan pronto como se dio cuenta de que era Joaquin, se retiró discretamente. No estaba seguro de lo que pasaba entre los dos, pero sabía que después de la conversación que había tenido con su madre, Paula no estaba en absoluto contenta con su comportamiento.




A TODO RIESGO: CAPITULO 30




Paula subió lentamente las escaleras, la mente llena de sombríos contradictorios pensamientos. 


Decorar el árbol de Navidad con Pedro le había regalado un par de horas de alivio, pero nada podría librarla del dolor y del temor que parecían haberse aferrado a su existencia. No temía por sí misma, sino por el bebé que un asesino conocido como El Carnicero estaba decidido a destruir. El bebé. Creciendo en su interior. 


Cuando aceptó la petición de Juana, jamás imaginó que las cosas se desarrollarían de ese modo. Jamás imaginó que terminaría queriendo tanto a aquella niña no nacida, y ansiando tanto el día en que pudiera mecerla en sus brazos.


Entró en su dormitorio y abrió la puerta que daba a la terraza. La brisa del Golfo le refrescó la piel.


La luna ya había aparecido, rielando de plata la superficie del mar.


Salió a la terraza. La playa estaba desierta, silenciosa, solitaria, serena.


Aspirando profundamente, dejó que el aire le llenara los pulmones. Sintió que el bebé le daba una patadita. Se llevó una mano al estómago mientras mantenía la otra en la barandilla, apoyándose en ella.


De repente la barandilla crujió y cedió. Tres pisos más abajo, el suelo esperaba para recibirla en la caída. El chillido que oyó resonar en la noche era el suyo.




martes, 23 de junio de 2020

A TODO RIESGO: CAPITULO 29






Si sus amigos pudieran verlo en aquel momento se morirían de envidia, pensó Pedro mientras rodeaba el árbol colgando la guirnalda de luces en las ramas. Estaba decorando un árbol de Navidad en una antigua casona de playa en el Golfo de México, y en compañía de una mujer que no solo era tan bella como inteligente, sino que además rezumaba una ternura contagiosa. 


Aquel novio suyo se estaría arrepintiendo toda la vida de haberla dejado escapar. Las mujeres como Paula Chaves no abundaban. Aunque Pedro, desde luego, no era ningún experto en mujeres. Nunca había llegado a descubrir lo que querían de los hombres, como se podía comprobar por su fallido matrimonio. 


Alzó la mirada cuando Paula volvió al salón.


—Esto es lo yo llamo darse la gran vida. Una mujer hermosa trayendo palomitas. Que no se entere mi superior. Querrá que me recorten el sueldo.


—Nunca le diré nada… a no ser, por supuesto, que dimitas antes de que termines de decorar el árbol.


—Lo más duro ya está hecho —enchufó el cable y varias decenas de luces diminutas se encendieron en el árbol, iluminando el salón—. ¿Qué te parece? ¿Podrá pasar la inspección de la crítica oficial de árboles?


—Es precioso.


—¿Quieres decir que no me vas a obligar a cambiar de sitio ninguna luz?


—Jamás se me ocurriría hacer algo así —bajó la mirada y se palmeó el vientre—. ¿Qué dices tú, pequeñita? ¿Quieres salir a echar un vistazo? Bien, hazlo antes de Navidad y llegarás a tiempo para la diversión. Solo te pido que no sea esta noche, ¿vale?


Pedro se tomó su chocolate con la mirada clavada en Paula. No sabía qué era lo que le había dicho su madre, pero por lo poco que había escuchado, sospechaba que tenía que ver con las posibilidades que había de que conservara el bebé o lo entregara en adopción. 


Había oído decir a Paula que no tenía intención de quedárselo, pero él tenía dudas al respecto. 


No parecía probable que una mujer que no dejaba de cantarle y de hablarle a su hija no nacida pretendiera expulsarla de su vida nada más darla a luz. Aunque nada de eso era asunto suyo. Su trabajo consistía en velar por su seguridad.


—¿Cuál es el mejor regalo de Navidad que te han hecho nunca? —le preguntó Paula mientras colgaba un adorno rojo en el extremo de una rama.


—A ver… Supongo que la bicicleta que me regalaron cuando tenía seis años. Me puse tan contento que la estrené en la nieve. ¿Y tú?


—Una muñeca bebé cuando tenía cuatro años. Todavía tiene que estar por alguna parte, en alguna caja en la cúpula. Solía suplicarle a mi madre que me diera una hermanita, pero lo cierto es que con la muñeca me bastaba.


Pedro se dedicó también a decorar el árbol, colgando adornos en las ramas altas que no podía alcanzar Paula.


—¿Y cuál es el mejor regalo que le hiciste tú a alguien? —le preguntó él.


—Es difícil de decir —tomó una palomita—. Me acuerdo de que durante mi primer año en la universidad, pinté un cuadro representando esta casa y escribí un poema hablando de lo mucho que mi abuela había significado en mi vida. Y se los regalé por Navidad, lloró cuando le leí el poema, me dijo que era el mejor regalo que había recibido nunca. De hecho, creo que las dos nos pusimos a llorar. Es la pintura que está colgada en el vestíbulo.


—¿La pintaste tú? Estoy impresionado. Yo creía que era obra de un profesional.


—¿Y tú? ¿Cuál fue el mejor regalo que le hiciste a alguien?


—El mío va a parecer una estupidez comparado con el tuyo.


—Vamos. Tienes que decírmelo. Es tu turno.


—La casa de muñecas que le hice a mi hermanita. Mi padre me ayudó a serrar las piezas y me dejó sus herramientas, pero la mayor parte del trabajo la hice yo solo. Mi madre me dio unos recortes de alfombra para los suelos, y también de papel de pared. Quedó preciosa.


—¿Qué edad tenías?


—Doce años. A mi hermanita le encantó. Mi madre asegura que no dejó de jugar con ella hasta que empezó a salir con chicos.


—¿Es mucho más joven que tú?


—Seis años, pero tengo dos hermanos entre medias.


—Espera un momento… —se apartó del árbol, con un adorno en la mano—. ¿Estás hablando de tu verdadera familia o de la de Pedro Alfonso?


Maldijo para sus adentros. Había estado hablando de su familia: se le había escapado. 


Tenía que salir cuanto antes de aquella situación, pero sin mentirle.


—De mi verdadera familia.


Paula sonrió, y su expresión se tornó tan radiante que hizo palidecer las luces del árbol.


—Supongo que crecer en una familia tan grande debió de ser muy divertido.


—La mayor parte del tiempo, sí. Ahora nos llevamos muy bien. Cuando nos reunimos parecemos una jauría de hienas, lo que solemos hacer cada Cuatro de Julio y por Año Nuevo.


—¿Pero no en Navidad?


—No, suelo pasar por casa solamente el día de Navidad, si es que no tengo alguna misión, pero el resto de las vacaciones no. Todos tienen sus respectivas familias, y uno de mis hermanos es pediatra y suele trabajar por esas fechas.


—¿Le gusta a tu madre que os reunáis todos en casa por estas fechas?


—¿Estás de broma? Se muere de ganas. Y la cosa ha empeorado ahora que tiene seis nietos. Cuando se ponen a abrir los regalos, se forma un alboroto de mil demonios.


—Deben de ser muy afortunados… por haberse criado en un ambiente de tanto amor y cariño —Paula se quedó callada por un momento, y de repente se puso a entonar un villancico.


Pedro la acompañó, y siguieron trabajando mientras cantaban. Cualquiera que los hubiera visto en aquel instante se habría maravillado de la aparente placidez y serenidad de aquella escena. Pero no era cierto. Por debajo latía una vibrante tensión: la que solía surgir en una pareja en la que el hombre se sentía terriblemente atraído por la mujer… y a duras penas se esforzaba por disimular sus sentimientos. Y sobre todo cuando el hombre estaba allí con el único propósito de protegerla de un asesino.


—Bueno. Ya está. Solo falta colocar el ángel en la copa.


Le rozó la mano cuando ella le entregó el ángel, y en aquel momento experimentó un deseo tan intenso que lo dejó sobrecogido. Retrocedió un paso, decidido a ocultarle lo mucho que lo había afectado su contacto. Era una locura. No podía enamorarse de la mujer a la que estaba protegiendo. Era algo tan estúpido como peligroso. Si seguía así, tendría que apartarse del caso y pedirle a otro agente que lo sustituyera.


Solo que sabía que jamás podría hacer algo así. Mientras Marcos Caraway estuviera suelto, se quedaría donde estaba, asegurándose de que El Carnicero no le hiciera a Paula lo que les había hecho a Juana y a Benjamin Brewster. Colocó el fino muñeco de hilo de plata y encaje blanco en lo alto del árbol, asegurándose de que estuviera bien recto. Cuando terminó, se apartó un poco para contemplar el resultado. Paula se le acercó entonces y lo tomó del brazo, mirándolo con sus enormes ojos oscuros.


—No está nada mal —susurró—. Hacemos un buen equipo.


Pedro tragó saliva, consciente de que jamás le habría hecho ese comentario si hubiera podido leerle el pensamiento. Incluso en aquél instante era demasiado consciente de su cercanía.


—Ya nos hemos perdido la puesta de sol, pero todavía podríamos dar un paseo por la playa —le propuso ella—. Esta noche habrá luna llena.


Teniendo en cuenta el estado de sus sentimientos, un paseo a la luz de la luna por la playa sería como sentar a un hambriento frente a un plato de comida y decirle luego que solamente podía olerlo, sin probarlo.


—No creo que sea una buena idea.


—Supongo que sería demasiado arriesgado pasear de noche con un asesino suelto.


—Efectivamente. Bueno, voy a ducharme, a no ser que me tengas reservada alguna otra tarea.


—Adelante. Yo me quedaré aquí sentada durante unos minutos más. admirando nuestra obra.


—Creo que deberías llamar a Paloma y decirle que iremos a su fiesta.


—No estamos obligados a ir.


—Sería una buena idea, por varias razones.


—¿Qué razones son esas?


—La Navidad te sienta muy bien. Nunca te había visto tan relajada como esta noche. Y no estaría de más que nos mostráramos un poquito más convincentes en nuestra actuación como amantes.


—¿Para atraer a Marcos Caraway fuera de su escondrijo? Entonces vayamos a la fiesta, amante mío.


—Cuidado con lo que dices. Me enciendo cuando una mujer me dice esas cosas —bromeó.


Pero ya estaba encendido. Se alejó de las brillantes luces del árbol y de los sentimientos que tendría que apagar en su interior para que nunca más volvieran a aflorar. Una buena ducha de agua fría lo ayudaría en el empeño. Y si no era suficiente, también podría concentrarse en las sangrientas imágenes de las víctimas de Marcos Caraway.




A TODO RIESGO: CAPITULO 28




Paula se retiró un poco para examinar atentamente el árbol de Navidad.


—Está torcido.


Pedro bajó la guirnalda de luces que acababa de sacar del paquete.


—¿Qué eres tú? ¿Una crítica oficial de los árboles de Navidad? —le preguntó, acercándosele.


—Detesto las cosas torcidas. Me entran ganas de enderezarlas cada vez que paso delante de una.


—A mí no me importaría, siempre y cuando no se te cayese encima —repuso, pero se agachó para colocar bien el tronco en su base.


De repente, Paula se descubrió a sí misma contemplando su trasero. Pedro Alfonso era un hombre muy sexy, sin duda alguna.


—Avísame cuando esté derecho.


—Un poquitín a la izquierda. Así. Perfecto.


—Estupendo —se incorporó, pasándose las manos por el pelo—. Yo pongo las luces si tú preparas las palomitas y el chocolate caliente.


—Las palomitas te quitarán el apetito para la hora de la cena.


—Lo dudo. Además, podemos cenar tarde. Yo cocinaré.


—¿Quieres decir que abrirás tú sólito la lata de sopa?


—Qué cruel eres.


Paula fue a la cocina y metió el paquete de palomitas en el microondas; luego se agachó para sacar un cazo del armario inferior. 


Agacharse era difícil, pero mucho más lo era volver a enderezarse. Mientras se calentaba la leche, preparó una mezcla de cacao, azúcar y vainilla y pensó de nuevo en la llamada de su madre. Joaquin y su madre. Qué ironía.


Rápidamente desechó aquellos pensamientos. 


Quería disfrutar de aquella noche, quería pasar un par de horas decorando un árbol de Navidad sin pensar en asesinos ni en bebés sin madre. 


Miró por la ventana. Se estaba poniendo el sol, tiñendo las nubes de amarillo y naranja. Las notas del viejo villancico de Bing Crosby llenaban la casa de magia y de recuerdos. Le encantaba el olor a palomitas y chocolate. Y un sensual agente del FBI llamado Pedro Alfonso estaba colgando las luces en el árbol de Navidad del salón.


Todo aquello le parecía un escenario verdaderamente surrealista, pero disfrutaría del mismo por lo menos durante el tiempo que tardaran en decorar el árbol.




A TODO RIESGO: CAPITULO 27




Florencia estaba frente al fregadero lavando las patatas que acababa de pelar para la cena de esa noche. Su hijo, Leonardo, se hallaba también en la cocina, abriendo una lata de cerveza. Bebía demasiado. Pero mientras solo fuese eso… su madre se conformaba. Eran las drogas lo que más la preocupaba. Una vez que empezaba por ese camino, ya no podía parar, y no podía permitirse pagar otro ingreso en el hospital. La próxima vez, Leonardo podía acabar yendo a prisión.


—¿Arreglaste ese grifo que goteaba en la casa Chaves?


—Si.


—¿Estaba Paula en casa?


—Cuando llegué no, pero apareció minutos después. Retiró la llave del escalón de la entrada. Supongo que no es tan confiada como lo era su abuela, o quizá el desconfiado sea su amigo.


—No trajo ningún amigo con ella.


—Entonces supongo que lo conocería aquí. Había un tipo con ella, y además se está quedando en la casa.


—¿Cómo lo sabes?


—No lo disimuló. Además, estuve echando un vistazo. Su ropa está en uno de los armarios. No en la habitación de Paula, aunque eso no significa que no estén durmiendo juntos.


—Cuidado con lo que dices. Paula no es de ese tipo de mujeres. Quienquiera que sea ese hombre, estoy segura de que solamente es un amigo.


—Ya, claro, mamá. Y supongo que su madre también era una dama muy virtuosa. Así fue como terminó teniendo a Paula.


—No sabes lo que está diciendo.


—Sé más de lo que tú crees —alzó la lata y bebió un buen trago de cerveza—. No me prepares nada para cenar. Esta noche voy a salir.


—Por favor, Leo, no te metas en problemas. Nada de drogas. Me lo prometiste.


—No podría comprarlas ni aunque las quisiera. Estoy sin blanca.


—Ojalá hicieras como Mateo Cox. Siempre me llama pidiéndome trabajo. Y trabaja de maravilla. Puedo recomendarlo a todo el mundo con la conciencia bien tranquila.


—¿Quieres que sea como Mateo Cox? Qué gracia. Yo preferiría ser una estrella de cine, o un famoso jugador de baloncesto, alguien realmente rico.


Minutos después Florencia oyó el portazo que dio al salir. Como de costumbre, volvería tarde.


Y ella acabaría preocupándose. Tal vez ahora estuviera sin blanca, pero tarde o temprano se las arreglaría para conseguir dinero para drogas. 


No le gustaba pensar que podía acabar robando; para estar bien segura, jamás se le ocurría mandarlo a trabajar a ninguna casa a no ser que ella estuviera con él. Era muy triste que una madre no pudiera confiar en su propio hijo. 


Casi se alegraba que su marido no estuviera allí para verlo.


lunes, 22 de junio de 2020

A TODO RIESGO: CAPITULO 26




—¿Cómo sabías que estaba aquí?


—Me lo dijo Joaquin.


—¿Llamabas para algo concreto?


—¿Es que no puede una madre llamar a su hija para charlar un poco?


La mayor parte de las madres así lo hacían, pero Mariana era un caso aparte. Paula esperó durante el tenso silencio que siguió a esas palabras, sabiendo que estaba a punto de revelarle el verdadero motivo de su llamada.


—La verdad, cariño, es que yo no llamé a Joaquin. Fue él quien lo hizo. Está muy preocupado por ti.


—Entonces te ha puesto al tanto de todo.


—Cuando me lo dijo, no me lo podía creer. Mi propia hija, embarazada, y yo sin saberlo. Aunque, por supuesto, no es como si el hijo fuera tuyo.


—¿Qué más te contó Joaquin?


—Oh, el pobrecito… Estaba tan preocupado por ti. Teme que estés a punto de cometer un error tremendo, querida.


—Ya es demasiado tarde para cambiar de idea acerca de tenerla. El veintisiete de diciembre salgo de cuentas.


—¿Has dicho tenerla? ¿Es una niña?


—Al menos eso dicen las ecografías.


—Me acuerdo de cuando tú naciste. Eras tan pequeñita que tenía miedo de tomarte en mis brazos.


En vano intentó imaginarse a su madre meciendo en sus brazos a una criatura recién nacida. Los recuerdos que tenía de ella estaban demasiado enraizados: los de una mujer hermosa, bailando, haciendo régimen…


—Estoy segura de que al final conseguirás recuperar tu figura. Pero no te he llamado por lo de tu embarazo. Lo que me preocupa es lo que hagas una vez que nazca la niña. Joaquin teme que estés pensando en quedártela en vez de entregarla en adopción.


—Así que Joaquin teme que pueda quedármela… ¿Sabes? Lo que no entiendo es por qué Joaquin se preocupa tanto de mi vida personal.


—La razón es obvia. Sigue enamorado de ti. Le rompiste el corazón cuando cancelaste la boda en el último momento. Ansel y yo ya habíamos reservado nuestros billetes de avión.


Paula se sonrió, irónica. Después de la ruptura, Joaquin había tardado solo unas pocas semanas en encontrar otra mujer. Lo cual a ella le parecía estupendo, ya que no había querido que sufriera. Simplemente no se había sentido preparada para contraer un compromiso semejante.


—Joaquin no está enamorado de mí, mamá. Más bien lo que le importa es que lo deje en la estacada con el proyecto que ahora mismo tiene entre manos.


—En cualquier caso, quien me preocupa no es Joaquin, sino tú. Sé lo mucho que te afectó la muerte de Juana, pero estoy segura de que ella jamás habría esperado que renunciaras a tu libertad y a tu estilo de vida para hacerte cargo de un bebé que…


—Que ni siquiera es mío —la interrumpió—. Millones de mujeres crían hijos, mamá. Y a algunas incluso les gusta. Pero no necesitas preocuparte. No tengo planes de quedarme con la niña.


Era verdad: no tenía ningún plan. Solo dar a luz y luego entregar a la recién nacida a alguien que la amara. Otra mujer que la arrullara para dormir, que la amamantara y la abrazara cuando se pusiera a llorar.


—Lo siento, pero tengo que dejarte, mamá.


—¿Necesitas que esté allí contigo cuando nazca el niño? Ansel ha planeado un viaje para mi cumpleaños y tendremos invitados por vacaciones, pero si me necesitas, abandonaré todas mis obligaciones y me reuniré contigo.


—No. Me las estoy arreglando bien. Tengo a una amistad conmigo. Tú quédate en casa y disfruta de las vacaciones con Ansel y con tus amigos.


—De acuerdo. Si necesitas algo, llámame. Y me alegro de que no estés pensando en quedarte con el bebé.


No era la responsabilidad lo que más temía: era saber que nunca podría darle a la hija de Juana el tipo de amor y cuidados que se merecía. Ella era una mujer de carrera, una competente ejecutiva. Pero tendría unas palabras con Joaquin Hardison, porque no estaba dispuesta a tolerar intromisiones en su vida personal.


Cuando colgó el teléfono, se dio cuenta de que Pedro la estaba mirando fijamente.


—El querido Joaquin Hardison. La única vez que vio a mi madre fue en el funeral de mi abuela, pero aun así se ha tomado la libertad de llamarla para discutir sobre si debo o no conservar el bebé.


—¿Quieres hablar de ello?


—Cuando me tranquilice, tal vez. Pero Joaquin se va a enterar. Siempre he sido partidaria de atajar los problemas en el momento en que surgen.


—Bueno, creo que ya va siendo hora de que salgamos por ese árbol de Navidad —y tomándola del brazo mientras silbaba un villancico, se encaminó hacia la salida.


Un asesino, Joaquin, su madre… aquello era demasiado para sus nervios. Tenía todas las razones para hundirse en la desesperación. 


Pero le resultaba difícil con un hombre tan maravilloso a su lado.