lunes, 22 de junio de 2020

A TODO RIESGO: CAPITULO 26




—¿Cómo sabías que estaba aquí?


—Me lo dijo Joaquin.


—¿Llamabas para algo concreto?


—¿Es que no puede una madre llamar a su hija para charlar un poco?


La mayor parte de las madres así lo hacían, pero Mariana era un caso aparte. Paula esperó durante el tenso silencio que siguió a esas palabras, sabiendo que estaba a punto de revelarle el verdadero motivo de su llamada.


—La verdad, cariño, es que yo no llamé a Joaquin. Fue él quien lo hizo. Está muy preocupado por ti.


—Entonces te ha puesto al tanto de todo.


—Cuando me lo dijo, no me lo podía creer. Mi propia hija, embarazada, y yo sin saberlo. Aunque, por supuesto, no es como si el hijo fuera tuyo.


—¿Qué más te contó Joaquin?


—Oh, el pobrecito… Estaba tan preocupado por ti. Teme que estés a punto de cometer un error tremendo, querida.


—Ya es demasiado tarde para cambiar de idea acerca de tenerla. El veintisiete de diciembre salgo de cuentas.


—¿Has dicho tenerla? ¿Es una niña?


—Al menos eso dicen las ecografías.


—Me acuerdo de cuando tú naciste. Eras tan pequeñita que tenía miedo de tomarte en mis brazos.


En vano intentó imaginarse a su madre meciendo en sus brazos a una criatura recién nacida. Los recuerdos que tenía de ella estaban demasiado enraizados: los de una mujer hermosa, bailando, haciendo régimen…


—Estoy segura de que al final conseguirás recuperar tu figura. Pero no te he llamado por lo de tu embarazo. Lo que me preocupa es lo que hagas una vez que nazca la niña. Joaquin teme que estés pensando en quedártela en vez de entregarla en adopción.


—Así que Joaquin teme que pueda quedármela… ¿Sabes? Lo que no entiendo es por qué Joaquin se preocupa tanto de mi vida personal.


—La razón es obvia. Sigue enamorado de ti. Le rompiste el corazón cuando cancelaste la boda en el último momento. Ansel y yo ya habíamos reservado nuestros billetes de avión.


Paula se sonrió, irónica. Después de la ruptura, Joaquin había tardado solo unas pocas semanas en encontrar otra mujer. Lo cual a ella le parecía estupendo, ya que no había querido que sufriera. Simplemente no se había sentido preparada para contraer un compromiso semejante.


—Joaquin no está enamorado de mí, mamá. Más bien lo que le importa es que lo deje en la estacada con el proyecto que ahora mismo tiene entre manos.


—En cualquier caso, quien me preocupa no es Joaquin, sino tú. Sé lo mucho que te afectó la muerte de Juana, pero estoy segura de que ella jamás habría esperado que renunciaras a tu libertad y a tu estilo de vida para hacerte cargo de un bebé que…


—Que ni siquiera es mío —la interrumpió—. Millones de mujeres crían hijos, mamá. Y a algunas incluso les gusta. Pero no necesitas preocuparte. No tengo planes de quedarme con la niña.


Era verdad: no tenía ningún plan. Solo dar a luz y luego entregar a la recién nacida a alguien que la amara. Otra mujer que la arrullara para dormir, que la amamantara y la abrazara cuando se pusiera a llorar.


—Lo siento, pero tengo que dejarte, mamá.


—¿Necesitas que esté allí contigo cuando nazca el niño? Ansel ha planeado un viaje para mi cumpleaños y tendremos invitados por vacaciones, pero si me necesitas, abandonaré todas mis obligaciones y me reuniré contigo.


—No. Me las estoy arreglando bien. Tengo a una amistad conmigo. Tú quédate en casa y disfruta de las vacaciones con Ansel y con tus amigos.


—De acuerdo. Si necesitas algo, llámame. Y me alegro de que no estés pensando en quedarte con el bebé.


No era la responsabilidad lo que más temía: era saber que nunca podría darle a la hija de Juana el tipo de amor y cuidados que se merecía. Ella era una mujer de carrera, una competente ejecutiva. Pero tendría unas palabras con Joaquin Hardison, porque no estaba dispuesta a tolerar intromisiones en su vida personal.


Cuando colgó el teléfono, se dio cuenta de que Pedro la estaba mirando fijamente.


—El querido Joaquin Hardison. La única vez que vio a mi madre fue en el funeral de mi abuela, pero aun así se ha tomado la libertad de llamarla para discutir sobre si debo o no conservar el bebé.


—¿Quieres hablar de ello?


—Cuando me tranquilice, tal vez. Pero Joaquin se va a enterar. Siempre he sido partidaria de atajar los problemas en el momento en que surgen.


—Bueno, creo que ya va siendo hora de que salgamos por ese árbol de Navidad —y tomándola del brazo mientras silbaba un villancico, se encaminó hacia la salida.


Un asesino, Joaquin, su madre… aquello era demasiado para sus nervios. Tenía todas las razones para hundirse en la desesperación. 


Pero le resultaba difícil con un hombre tan maravilloso a su lado.




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