miércoles, 24 de junio de 2020

A TODO RIESGO: CAPITULO 30




Paula subió lentamente las escaleras, la mente llena de sombríos contradictorios pensamientos. 


Decorar el árbol de Navidad con Pedro le había regalado un par de horas de alivio, pero nada podría librarla del dolor y del temor que parecían haberse aferrado a su existencia. No temía por sí misma, sino por el bebé que un asesino conocido como El Carnicero estaba decidido a destruir. El bebé. Creciendo en su interior. 


Cuando aceptó la petición de Juana, jamás imaginó que las cosas se desarrollarían de ese modo. Jamás imaginó que terminaría queriendo tanto a aquella niña no nacida, y ansiando tanto el día en que pudiera mecerla en sus brazos.


Entró en su dormitorio y abrió la puerta que daba a la terraza. La brisa del Golfo le refrescó la piel.


La luna ya había aparecido, rielando de plata la superficie del mar.


Salió a la terraza. La playa estaba desierta, silenciosa, solitaria, serena.


Aspirando profundamente, dejó que el aire le llenara los pulmones. Sintió que el bebé le daba una patadita. Se llevó una mano al estómago mientras mantenía la otra en la barandilla, apoyándose en ella.


De repente la barandilla crujió y cedió. Tres pisos más abajo, el suelo esperaba para recibirla en la caída. El chillido que oyó resonar en la noche era el suyo.




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