lunes, 15 de junio de 2020

A TODO RIESGO: CAPITULO 3




Plantado en la puerta de la tienda de recuerdos, Pedro Alfonso se quedó mirando discretamente a la mujer embarazada mientras subía a su coche. Era extremadamente atractiva, una belleza clásica de nariz recta y altos pómulos. 


Pelo negro como el ébano, corto, con flequillo; tez olivácea, de aspecto exótico; ojos oscuros y labios llenos. Con una amplia camisa blanca y unos pantalones negros de corte elegante.


Vio que volvía a la autopista para dirigirse hacia el este. Las playas eran de arena blanca como el azúcar y el sol de la tarde convertía el Golfo en un arcoíris de tonos verdes y azules. Había incluso delfines, o al menos eso había oído. Ya los vería al día siguiente.


Porque esa tarde tenía que inspeccionar una enorme y solitaria casa levantada en la playa, donde una mujer embarazada se iba a instalar sola. Salió de la tienda, subió a su coche y encendió el motor. Alcanzó el lujoso vehículo de la mujer justo cuando entraba en el aparcamiento del supermercado. Perfecto. 


Tampoco a él le vendría mal comprar un poco de comida.


Las playas siempre despertaban el apetito… tanto de comida como de excitación. Y esperaba encontrar ambas cosas en Orange Beach.





A TODO RIESGO: CAPITULO 2




Paloma se dirigió al otro extremo de la tienda para echar un vistazo a las ofertas y de paso al nuevo visitante.


Paula escogió varios pares de sandalias y se dirigió a la caja dando un rodeo, evitando pasar al lado de Paloma con el consiguiente riesgo de que le hiciera más preguntas. No funcionó. 


Paloma la llamó desde el fondo de la tienda.


—Paula, ¿no irás a quedarte tú sola en la vieja casona de tu abuela, verdad? Está tan aislada y solitaria en esta época del año…


—Es una casa como cualquier otra.


—Eres mucho más valiente que yo. Jamás me quedaría sola en una casa tan enorme.


«Gracias, Paloma por haberle facilitado tantos detalles al desconocido que acaba de dejar de mirar las camisetas para mirarme a mí», se dijo Paula. Era improbable que diera la casualidad de que aquel tipo fuera un asesino en serie, pero aun así sintió tina punzada de inquietud. La última vez que se había quedado sola en la casa de la playa, en medio de su proceso de ruptura con Joaquin Hardison, había tenido problemas para conciliar el sueño y la había despertado hasta el menor ruido nocturno.


«Todas las casas antiguas tienen fantasmas», recordaba que solía decirle su abuela. «Pero solo se te aparecen los fantasmas que guardan secretos ocultos. El resto simplemente viven en los felices recuerdos que albergan las paredes de cada casa». Si eso fuera cierto, los fantasmas de la casa de su abuela estarían probablemente muy ocupados pensando en sus deliciosas tartas y en los maravillosos días de verano y castillos de arena, limonadas y baños de sol. Pero entonces, ¿por qué de repente se sentía tan sola y vulnerable ante la perspectiva de quedarse en la casa que siempre había querido tanto?




A TODO RIESGO: CAPITULO 1





4 de diciembre


Paula Chaves enfiló por la carretera de la playa como había hecho cientos de veces antes.



Todo estaba igual que siempre, cuando solía escapar a la vieja casona de la playa. Y sin embargo, algo había cambiado.


Se removió en el asiento, intentando ponerse más cómoda al volante de su nuevo Sedán negro. Era inútil. Su abultado vientre de embarazada le entorpecía los movimientos y en aquel preciso instante tenía necesidad de ir al servicio. Por enésima vez.


Se detuvo en una gasolinera y recogió sus mocasines, que se había quitado en su última parada y dejado en el asiento trasero.


Con los pies doloridos, fue al servicio de la gasolinera y se compró otra botella de agua. 


Luego se dio un pequeño masaje en los tensos músculos del cuello y los hombros antes de volver al coche y arrancar de nuevo. Una parada más y estaría en El Palo del Pelícano, descansando en el mullido sofá. Hacía meses que no iba por la casa de la playa y la despensa estaría vacía. Últimamente, lo único que Paula hacía con más frecuencia que ir al servicio era comer. Con ese pensamiento en mente, metió la mano en la bolsa que llevaba en el asiento trasero y sacó un pedazo de fruta seca.


Todavía le quedaban veintitrés días hasta dar a luz. Veintitrés días sin nada que hacer excepto ver al doctor Brown, que ya había aceptado atenderla en el parto, y esperar tranquilamente a que llegara el gran día. Con un poco de suerte podría pasar más o menos desapercibida y evitar que las viejas amistades la acribillaran a preguntas. Sobre todo, evitar tener que explicarles que estaba embarazada sin estar casada y… desde su ruptura con Joaquin un año atrás, sin haber tenido siquiera relaciones íntimas con hombre alguno.


Pero ya tenía preparada una historia que contarles, cuando llegara el momento. De hecho, ya la había compartido con Florencia Shelby y Sandra Birney. Y ambas se habían creído su explicación, una mezcla de medias verdades y omisiones. Florencia había trabajado durante años como ama de llaves de El Palo del Pelícano, y se había dedicado a guardar la casona para Paula después de la muerte de su abuela, ocurrida hacía dos años. Sandra Birney, a su vez, era la mejor amiga que la madre de Paula había tenido en Orange Beach, y se había dedicado en cuerpo y alma a cuidar a su abuela en sus últimos momentos. Jamás habría perdonado a Paula si se hubiera enterado de que había vuelto a la casa de la playa sin avisarla. Aunque, por otra parte, en Orange Beach nunca sucedía nada de lo que ella no acabara enterándose.


Conduciendo lentamente, Paula descubrió otro alto edificio de apartamentos, que no estaba cuando su última visita, y un nuevo restaurante. 


El desarrollo económico de la zona había experimentado un fuerte crecimiento durante los últimos años, conforme más y más turistas habían ido descubriendo sus aguas de color esmeralda y sus playas de arena blanca, todo a lo largo de la costa meridional de Alabama.


Redujo aun más la velocidad y aparcó frente a una de las nuevas tiendas para turistas. 


Necesitaba un par de cómodas sandalias para sus doloridos pies: los mocasines le apretaban demasiado.


Bajó pesadamente del coche justo en el momento en que dos esbeltas quinceañeras salían de la tienda, cada una con una gran bolsa. Se movían tan ágilmente que era casi como si flotaran en el aire… sobre todo si se las comparaba con el torpe y lento paso de Paula. 


Y todo por culpa del bebé que estaba creciendo en su interior. Volvió a experimentar aquella familiar sensación de ahogo, como si un nubarrón hubiera aparecido de repente en el cielo para permanecer suspendido sobre su cabeza.


Se apoyó en la puerta del coche al sentir que la criatura daba unas fuertes pataditas antes de reacomodarse en su vientre. Entonces puso lo que su madre solía llamar una «cara de nadie» y entró en la tienda. Con un poco de suerte, podría volver a salir sin que nadie la hubiera reconocido.


—¿Paula Chaves?


Su gozo en un pozo. Paloma Drummonds se acercó a ella, contoneándose; maquillaje perfecto, pelo rubio y corto, luciendo un suéter de angora y unos vaqueros de diseño.


—¡Pero si estás embarazada!


—¿Cómo lo has adivinado?


—Oye, tienes que contármelo todo —le dijo después de los abrazos de rigor—. Ni siquiera sabía que estabas casada. Lo último que sabía de ti es que eras una ocupada ejecutiva.


—Lo sigo siendo. ¿Qué tal te va a ti?


—Como siempre. Cuidando de Tomas y de los niños. Tienes que hacernos una visita. ¿Está tu marido contigo?


—De hecho, no tengo marido —casi merecía la pena haberlo dicho solo por ver la cara que puso Paloma.


—Pero tienes un bebé —pronunció al cabo de un tenso silencio, cuando pudo recuperarse lo suficiente de la sorpresa—. Y eso es maravilloso.


—El bebé no es mío.


Paloma la miró de hito en hito, como preguntándose de qué psiquiátrico se había escapado.


—Soy madre de alquiler.


—Entiendo.


Paula podía ver por su expresión que no lo entendía. En absoluto.


—Me implantaron en el útero el óvulo fertilizado de otra mujer.


Paloma le puso una mano en el hombro, sin poder disimular su desconcierto.


—Incluso aunque fuera tuyo, Pau, no me importaría. Hoy en día las madres solteras son algo normal. ¿Para cuándo lo esperas?



—Para el veintisiete de diciembre.


—Un bebé navideño. Tienes que estar contentísima.


No era el adjetivo que Pau habría utilizado, pero se calló. En aquel instante sonó la campanilla de la puerta y Paloma y ella se volvieron para ver al hombre que acababa de entrar, vestido con unos vaqueros y una sudadera gris. Era atractivo: de unos treinta y tantos años, cabello castaño claro asomando debajo su vieja gorra de béisbol, alto, delgado y musculoso.


Paloma lo miró con interés, pero esperó a que el recién llegado se hubo alejado hasta el otro extremo de la tienda antes de comentar:
—Ese sí que podría ser un buen regalo navideño.


—Paloma Drummonds, no has cambiado nada desde el instituto.


—Nunca lo había visto antes, porque de ser así me acordaría. Probablemente esté casado y tenga seis hijos. Si no, deberías intentar pescarlo mientras estés aquí de vacaciones.


Paula se dio unas palmaditas en su abultado vientre.


—No creo que tenga el cebo adecuado para ese tipo de hombre.


—Hablando de hombres, será mejor que me vaya a casa a prepararle la comida al mío. Oye, un día tenemos que salir a comer juntas. Han abierto un nuevo restaurante que es sencillamente divino. ¿Cuánto tiempo vas a quedarte por aquí?


—Unas pocas semanas.


—Genial. Te llamaré.





A TODO RIESGO: SINOPSIS





Como madre de alquiler, Paula Chaves sabía que su embarazo sería imprevisible… pero no esperaba que un guapísimo agente del FBI acabara adornando su árbol de Navidad. Su vida corría peligro y Pedro Alfonso iba a protegerlos al niño y a ella… ¡haciéndose pasar por su amante!


De pronto el niño que llevaba dentro se quedó sin padres, a no ser que aquel desconocido tan sexy y ella se decidieran a reconocer lo que sentían el uno por el otro y dieran la bienvenida al recién nacido y a la maravillosa familia que formaban los tres.

sábado, 13 de junio de 2020

MAS QUE AMIGOS: CAPITULO FINAL




Mientras el sol del amanecer entraba en el dormitorio, Pedro se sentó en la cama al tiempo que olvidaba la idea de adivinar cómo aceptar el amor podía elevar la unión de dos personas más allá del reino de cualquier descripción verbal.


Pedro... ¿Qué pasa?


—Es posible que después de todo estés embarazada —anunció—. Acabo de recordar que a veces las pruebas de embarazo en su primera fase pueden equivocarse. Incluso
hasta las pruebas de sangre a veces se equivocan. Traeré la revista... —una mano suave en su brazo lo detuvo.


—Cariño, no estoy embarazada.


—Pero no puedes estar segura.


—Sí que puedo —repuso, y al mirar en sus ojos esperanzados supo que había alcanzado un sueño—. Puede que aún no tenga las pruebas físicas, aunque tampoco espero que un test me indique cuándo lo estoy porque... —se llevó una mano al pecho— aquí lo sabré. Con todo lo que te amo, Pedro, mi corazón registrara el instante en que Dios bendiga este amor.


Y para sorpresa de Pedro, cuatro meses después lo pudo demostrar, ya que le anunció que iba a ser padre tres semanas antes de que el doctor lo confirmara...



MAS QUE AMIGOS: CAPITULO 56




El sonido del coche de Pedro le aceleró el corazón, a pesar de que llevaba mirando el reloj desde que recibió la llamada de advertencia de Eugenia. Ahí estaba. El comienzo del inevitable final.


«Oh, Dios, haz que el final tarde mucho, mucho tiempo en llegar», rezó, acurrucada en el sofá contando los latidos que dio su corazón hasta que él entró en el salón.


—¿Por qué no me llamaste para decírmelo? —preguntó Pedro.


Ni un «Hola» o «¿Cómo te encuentras?», sólo una exigencia irritada. Paula maldijo la inútil esperanza que se obstinaba en no abandonarla.


—No vi motivo alguno para preocuparte hasta saber con certeza que había una razón.


—¿De verdad? ¿No se te ocurrió pensar que podía estar más preocupado al ver que no ibas a trabajar ni respondías a mis llamadas? ¿O cuando vine esta mañana y vi que no estabas? Demonios, Paula, si no hubiera localizado a Eugenia en una cena de negocios mi siguiente paso iba a ser ir a la policía —ella siguió dándole la espalda, inmóvil. Pedro jamás se había sentido tan frustrado—. ¡Maldita sea! ¡Date la vuelta y mírame, Paula! —cuando se volvió y él vio su expresión de absoluta desesperación, se le rompió el corazón. Tenía los ojos colorados y la cara tensa. Nunca había visto esa hermosa cara tan desdichada—. Oh, Pau...


En cuanto se acercó a ella, se levantó de un salto del sofá y se alejó.


—A pesar del riesgo de ofenderte, la mala noticia es que anoche no me vino el período. Todavía no ha venido. Y, según esa revista que compraste, los pechos sensibles y las otras incomodidades de la premenstruación también pueden ser provocadas por el embarazo.


—Así que estás embarazada.


—No... no estoy segura. Pero fuiste tú quien dijo que debíamos estar preparados para lo peor.


—Bueno, pues creo que ya es hora de usar el test de embarazo que compré y averiguarlo con...


—¿Compraste un test de embarazo?


—Está en el armario bajo el tocador. Si te encuentras preparada... Iré a buscarlo.


—Se supone que hay que realizarlo con una muestra de orina apenas levantarte.


—Entonces imagino que tendremos que esperar hasta...


—No —corrigió, luego respiró hondo—. Yo también compré uno, y ya he hecho la prueba.


—Pero acabas de mencionar que no sabías... —frunció el ceño—. Oh, ¿quieres decir que aún esperas el resultado?


—Sí —suspiró—. Tenía demasiado miedo para mirar. Intentaba engañarme con la teoría de la ignorancia —añadió con amargura.


—Muy bien... —sabía que uno de ellos tendría que invocar el suficiente coraje para enfrentarse a lo inevitable—. ¿Dónde está? Yo miraré.


—No. Yo también iré.


Unos segundos después Pedro observaba el pequeño tubo que había en la cómoda de Paula. Distaba mucho de ser azul. Las instrucciones en el test que él había comprado ponían que azul era positivo; si no se modificaba, negativo.


Paula lanzó un grito y se soltó de la mano de él. 


La desesperación que Pedro vio en su cara fue como una daga clavada en su corazón.


—Pau, está bien —se apresuró a decir—. El color es claro. ¿Lo ves? —alzó la evidencia—. No estás embarazada. Para ello, se tendría que haber puesto azul.


—¡Lo sé! —espeto ella.


—¿Lo... sabes? Pero... pero estás llorando... no lo entiendo.


—¡Claro que no! Tú nunca quisiste tener hijos; sin embargo, yo quiero ser madre desde que tengo memoria —sollozó—. Quería tanto tener este bebé.


—Oh, cariño, tranquila... Eso no significa que no podrás tener hijos en el futuro. Demonios, sólo tienes veinti...


—¡Pero no quiero otros bebés! ¡Quería a éste! ¡Tú bebé... nuestro...! Oh, Dios... lo quería tanto... —las palabras podrían haber salido apagadas por el llanto y los hipos, pero Pedro las oyó con más claridad que nada de lo que había oído jamás. Y al instante la esperanza creció en su corazón hasta hacerle creer que el pecho le iba a estallar—. ¡Yo quería tu bebé!


—¿Por qué? —apenas era capaz de hablar por el nudo que le atenazaba la garganta, pero necesitaba su respuesta—. Dime por qué, Paula —instó.


—Porque... ¡estoy enamorada de ti, maldita sea! Sé que no lo creerás, que piensas que eso no existe, pero sí existe, Pedro —insistió con convicción—. Cuando sucede, lo sabes. No puedo explicarlo, pero...


—Entonces deja que yo lo intente —interrumpió con suavidad—. El amor existe cuando sólo oír el nombre de una persona hace que te vuelvas, con la esperanza de que esté ahí. Es cuando con sólo mirarla se te aceleran los latidos del corazón, aunque el sonido de su voz es la sinfonía clásica más maravillosa que jamás oirás; es tener a una persona en tu cabeza casi cada minuto que estás lejos de ella. Amar a alguien significa que su contacto es lo más excitante y tranquilizador que alguna vez experimentarás. Es tener el mejor sexo de tu vida, al tiempo que descubres que tu corazón es la zona más erógena de todo tu cuerpo. No es el deseo seguro y absoluto de compartir la última proximidad física, sino una montaña rusa de emociones que surge al sentir el dolor y el júbilo de esa persona con tanta intensidad como si fueran propios. Pero lo que hace que sea amor de verdad... de verdad, Pau, es algo tan precioso que resulta inenarrable. No se puede «encontrar», sin importar lo desesperadamente que lo busques. Pero tampoco se lo puede ignorar indefinidamente cuando lo tienes ante tu propia cara, sin importar la estupidez o terquedad con que desees negar su existencia.
He creído en el amor desde que todo lo que pensaba que quería terminaba siendo lo opuesto a lo que necesitaba para ser feliz, y descubrí un gozo tan intenso que no estoy dispuesto a volver a negármelo negando el amor. Seré el primero en reconocer que he sido asombrosamente estúpido y terco, Paula... pero te juro por Dios que te amo más que lo que puedas imaginar. Y jamás dejaré de amarte.


Los ojos bañados en lágrimas de Pau eran incapaces de estimar la distancia que los
separaba, pero se lanzó hacia adelante, confiando en que él la atrapara. Cuando lo hizo, reclamó su boca con una pasión que le inflamó el corazón.


—¡Oh, Dios, Paula! ¡Te amo tanto! Por favor, no llores —suplicó, besando la humedad de sus mejillas—. La próxima vez lo conseguiremos. Sé que es decepcionante no tener el bebé, pero si quieres podemos tener una docena...


—¿Estás diciendo que también esperabas que mi embarazo fuera positivo? —se separó para mirarlo. Él asintió con sonrisa agridulce—. ¿Desde cuándo? —preguntó sorprendida.


—No estoy seguro de la fecha exacta —bromeó—. Pero sé que desde el primer momento en que te imaginé con el vientre abultado con el bebé que habíamos creado, me di cuenta de que podían pasar cosas peores. Y un día, comprendí que no verte embarazada con nuestro hijo era una de ellas.


—Oh, Pedro... —la belleza y sinceridad de su declaración hicieron que se sintiera la mujer más afortunada y atesorada del mundo. Lo abrazó con fuerza y apoyó la cabeza en su hombro—. Jamás pensé que algo pudiera hacerme tan feliz.


—¿Ni siquiera ahorrarnos una boda enorme? —ironizó.


—¡Pedro Alfonso! Tener tu amor y tus hijos es mucho más importante que casarme contigo.


—¿Qué? —se mostró estupefacto, y Paula tuvo que reír.


—Vamos, Pedro... Siempre supe qué te inspiraba el matrimonio. Pero ahora que sé lo que sientes por mí... bueno, el matrimonio resulta irrelevante. Ya no es un tema importante
—explicó—, porque sé que vamos a estar juntos el resto de nuestras vidas. No necesito un trozo de papel firmado delante de quinientos invitados.


—¿Lo que estás diciendo es que vamos a tener hijos, pero que sólo quieres que... que vivamos juntos?


—Por supuesto, los niños tendrán tu apellido —añadió—. Es lo que tú quieres, ¿no?


—¡Demonios, no! Quiero que nos casemos ante la ley, la iglesia y nuestros hijos, contigo luciendo un anillo tan grande como para hacerle saber a todo hombre en un radio de quince kilómetros que ya no estás en el mercado.


—¿De... de verdad quieres casarte conmigo? —preguntó ella, preocupada por un posible engaño de sus oídos.


—¡Claro que quiero casarme contigo! Santo cielo, Paula, ¿es que no has entendido ni una palabra de lo que dije? Te amo. Quiero que formemos una familia. Una familia tradicional. Y quiero que tengamos una casa tradicional, con fotos de nuestra boda en la repisa y un montón de álbumes para que puedan mirar los niños. La próxima vez que alguien nos pregunte la fecha en que nos casamos, y nuestros hijos lo harán, quiero poder tener una para no equivocamos. Y cuando seamos viejos y artríticos y no deseemos hacer otra cosa que estar echados en la cama, quiero poder recordar la sensación que me produjo tenerte en mis brazos durante el vals nupcial


—Shhh —riendo, le tapó la boca con la mano—. Vale, vale. ¡Me casaré contigo! Aunque no me imagino una época en que sea tan vieja como para estar sólo echada en la cama.



—No tienes por qué hacer que suene como que me das el gusto —fingió tristeza—. Me gustaría pensar que tenías un buen motivo para aceptar...


—¡Oh, pero lo tengo! —se esforzó por mantener el rostro serio. Le acarició la mejilla y esbozó su sonrisa más seductora—. Convertirme en Paula Elizabeth Alfonso va a hacerme increíblemente feliz el resto de mi vida.


—Eso suena como si hubieras hablado con sinceridad —sonrió.


—Y así es. De verdad que voy a disfrutar siendo la señora Alfonso. Porque con tantas letras en mi nombre, quitar Chaves hará que sea más fácil rellenar formularios y cheques... ¡Ehhh! —chilló cuando la alzó en brazos.


—¡Eres incorregible! ¿Lo sabías? —la arrojó sobre la cama—. Ahora lo único que tengo que hacer —comenzó a desabotonarle la blusa— es dejarte embarazada...





MAS QUE AMIGOS: CAPITULO 55



—¿Qué has dicho? —los ojos de Eugenia estaban tan abiertos como su boca mientras miraba a Paula.


—Dormí con Pedro —repitió.


—¡Santo cielo! Dios mío, Pau... ¿cuándo?


—Varias veces


—¡Santo cielo! Y... hmmm... —sacudió la cabeza—. ¿Exactamente cuántas veces es «varias veces»?


—Muchos —se encogió de hombros—. Tenemos... una relación.


—¡Qué tenéis una relación! —la sorpresa de Eugenia se reflejó en las caras de los clientes de la cafetería del hotel que dirigía. Bajó la voz—. No puedo creerlo, Pau... quiero decir, ¡santo cielo! Una relación... y con Pedro, de todos los hombres...


—Créelo. Llevamos viviendo juntos...


—Viviendo... San...


—Ha empeorado —cortó antes de que Eugenia agotara la paciencia del Vaticano—. Me he enamorado de él.


—Bueno, eso ya lo había adivinado —agitó una mano—. Jamás te has acostado con un hombre del que no estuvieras enamorada.


—Sí, y jamás me había acostado con un hombre y rezado para estar embarazada.


—¿Vas a tener el hijo de Pedro?


—Lo único... —deseó que la pregunta no doliera tanto—. Lo único que quiero más que eso es a él. Pero... pero sé que me quedaré sin ninguno de los dos —y por enésima vez aquella mañana prorrumpió en sollozos.


Después de desperdiciar tres horas del tiempo de Porter Corporation manteniendo alejada a Eugenia de sus deberes para contarle toda la historia, Paula supo que era hora de recuperarse. Y como siempre que se sentía desgraciada o un romance empezaba a desmoronarse, decidió ir de compras.


Como comprar el sofá no había solucionado de inmediato el dolor de perder a Ivan, cuando sólo imaginaba estar enamorada de él, más muebles no la ayudarían en el caso de Pedro. Quería algo más personal, como un collar o un anillo, tal vez... ¡no, un anillo no!


No necesitaba recordatorios de lo asombrosamente romántico que podía ser; le hacía falta algo que la convenciera de lo bien que estaba sin él.


¡La cocina! Pedro siempre insultaba sus habilidades culinarias y su deseo de cocinar...


Compraría algunos libros de recetas y todo el equipo que fuera necesario para convertirla en un genio de la cocina. ¡Luego haría que él se comiera sus palabras!


Cuatro horas y miles de dólares más tarde, Paula se sentía desgraciada hasta el punto del dolor físico. Lo único que había conseguido era demostrar que cuando amabas a alguien con el corazón y el alma, y ese amor no era recíproco, no importaba lo que compraras, pelaras, cortaras o picaras, nada podía bloquear la angustia.


Con un poco de suerte, la tercera taza de té de camomila la ayudaría a pasar la noche sin que se desmoronara delante de Pedro. Aunque tras un día de llorar de forma casi ininterrumpida, supuso que podía imaginar que ya había dejado atrás la fase de las lágrimas. Quizá en un día o dos, cuando le entregaran el juego de comedor que había adquirido, estaría de mejor ánimo para apreciar las cosas y pudiera dar una fiesta para marcar el inicio de un futuro sin hijos, soltera y sin amor.