sábado, 13 de junio de 2020

MAS QUE AMIGOS: CAPITULO 56




El sonido del coche de Pedro le aceleró el corazón, a pesar de que llevaba mirando el reloj desde que recibió la llamada de advertencia de Eugenia. Ahí estaba. El comienzo del inevitable final.


«Oh, Dios, haz que el final tarde mucho, mucho tiempo en llegar», rezó, acurrucada en el sofá contando los latidos que dio su corazón hasta que él entró en el salón.


—¿Por qué no me llamaste para decírmelo? —preguntó Pedro.


Ni un «Hola» o «¿Cómo te encuentras?», sólo una exigencia irritada. Paula maldijo la inútil esperanza que se obstinaba en no abandonarla.


—No vi motivo alguno para preocuparte hasta saber con certeza que había una razón.


—¿De verdad? ¿No se te ocurrió pensar que podía estar más preocupado al ver que no ibas a trabajar ni respondías a mis llamadas? ¿O cuando vine esta mañana y vi que no estabas? Demonios, Paula, si no hubiera localizado a Eugenia en una cena de negocios mi siguiente paso iba a ser ir a la policía —ella siguió dándole la espalda, inmóvil. Pedro jamás se había sentido tan frustrado—. ¡Maldita sea! ¡Date la vuelta y mírame, Paula! —cuando se volvió y él vio su expresión de absoluta desesperación, se le rompió el corazón. Tenía los ojos colorados y la cara tensa. Nunca había visto esa hermosa cara tan desdichada—. Oh, Pau...


En cuanto se acercó a ella, se levantó de un salto del sofá y se alejó.


—A pesar del riesgo de ofenderte, la mala noticia es que anoche no me vino el período. Todavía no ha venido. Y, según esa revista que compraste, los pechos sensibles y las otras incomodidades de la premenstruación también pueden ser provocadas por el embarazo.


—Así que estás embarazada.


—No... no estoy segura. Pero fuiste tú quien dijo que debíamos estar preparados para lo peor.


—Bueno, pues creo que ya es hora de usar el test de embarazo que compré y averiguarlo con...


—¿Compraste un test de embarazo?


—Está en el armario bajo el tocador. Si te encuentras preparada... Iré a buscarlo.


—Se supone que hay que realizarlo con una muestra de orina apenas levantarte.


—Entonces imagino que tendremos que esperar hasta...


—No —corrigió, luego respiró hondo—. Yo también compré uno, y ya he hecho la prueba.


—Pero acabas de mencionar que no sabías... —frunció el ceño—. Oh, ¿quieres decir que aún esperas el resultado?


—Sí —suspiró—. Tenía demasiado miedo para mirar. Intentaba engañarme con la teoría de la ignorancia —añadió con amargura.


—Muy bien... —sabía que uno de ellos tendría que invocar el suficiente coraje para enfrentarse a lo inevitable—. ¿Dónde está? Yo miraré.


—No. Yo también iré.


Unos segundos después Pedro observaba el pequeño tubo que había en la cómoda de Paula. Distaba mucho de ser azul. Las instrucciones en el test que él había comprado ponían que azul era positivo; si no se modificaba, negativo.


Paula lanzó un grito y se soltó de la mano de él. 


La desesperación que Pedro vio en su cara fue como una daga clavada en su corazón.


—Pau, está bien —se apresuró a decir—. El color es claro. ¿Lo ves? —alzó la evidencia—. No estás embarazada. Para ello, se tendría que haber puesto azul.


—¡Lo sé! —espeto ella.


—¿Lo... sabes? Pero... pero estás llorando... no lo entiendo.


—¡Claro que no! Tú nunca quisiste tener hijos; sin embargo, yo quiero ser madre desde que tengo memoria —sollozó—. Quería tanto tener este bebé.


—Oh, cariño, tranquila... Eso no significa que no podrás tener hijos en el futuro. Demonios, sólo tienes veinti...


—¡Pero no quiero otros bebés! ¡Quería a éste! ¡Tú bebé... nuestro...! Oh, Dios... lo quería tanto... —las palabras podrían haber salido apagadas por el llanto y los hipos, pero Pedro las oyó con más claridad que nada de lo que había oído jamás. Y al instante la esperanza creció en su corazón hasta hacerle creer que el pecho le iba a estallar—. ¡Yo quería tu bebé!


—¿Por qué? —apenas era capaz de hablar por el nudo que le atenazaba la garganta, pero necesitaba su respuesta—. Dime por qué, Paula —instó.


—Porque... ¡estoy enamorada de ti, maldita sea! Sé que no lo creerás, que piensas que eso no existe, pero sí existe, Pedro —insistió con convicción—. Cuando sucede, lo sabes. No puedo explicarlo, pero...


—Entonces deja que yo lo intente —interrumpió con suavidad—. El amor existe cuando sólo oír el nombre de una persona hace que te vuelvas, con la esperanza de que esté ahí. Es cuando con sólo mirarla se te aceleran los latidos del corazón, aunque el sonido de su voz es la sinfonía clásica más maravillosa que jamás oirás; es tener a una persona en tu cabeza casi cada minuto que estás lejos de ella. Amar a alguien significa que su contacto es lo más excitante y tranquilizador que alguna vez experimentarás. Es tener el mejor sexo de tu vida, al tiempo que descubres que tu corazón es la zona más erógena de todo tu cuerpo. No es el deseo seguro y absoluto de compartir la última proximidad física, sino una montaña rusa de emociones que surge al sentir el dolor y el júbilo de esa persona con tanta intensidad como si fueran propios. Pero lo que hace que sea amor de verdad... de verdad, Pau, es algo tan precioso que resulta inenarrable. No se puede «encontrar», sin importar lo desesperadamente que lo busques. Pero tampoco se lo puede ignorar indefinidamente cuando lo tienes ante tu propia cara, sin importar la estupidez o terquedad con que desees negar su existencia.
He creído en el amor desde que todo lo que pensaba que quería terminaba siendo lo opuesto a lo que necesitaba para ser feliz, y descubrí un gozo tan intenso que no estoy dispuesto a volver a negármelo negando el amor. Seré el primero en reconocer que he sido asombrosamente estúpido y terco, Paula... pero te juro por Dios que te amo más que lo que puedas imaginar. Y jamás dejaré de amarte.


Los ojos bañados en lágrimas de Pau eran incapaces de estimar la distancia que los
separaba, pero se lanzó hacia adelante, confiando en que él la atrapara. Cuando lo hizo, reclamó su boca con una pasión que le inflamó el corazón.


—¡Oh, Dios, Paula! ¡Te amo tanto! Por favor, no llores —suplicó, besando la humedad de sus mejillas—. La próxima vez lo conseguiremos. Sé que es decepcionante no tener el bebé, pero si quieres podemos tener una docena...


—¿Estás diciendo que también esperabas que mi embarazo fuera positivo? —se separó para mirarlo. Él asintió con sonrisa agridulce—. ¿Desde cuándo? —preguntó sorprendida.


—No estoy seguro de la fecha exacta —bromeó—. Pero sé que desde el primer momento en que te imaginé con el vientre abultado con el bebé que habíamos creado, me di cuenta de que podían pasar cosas peores. Y un día, comprendí que no verte embarazada con nuestro hijo era una de ellas.


—Oh, Pedro... —la belleza y sinceridad de su declaración hicieron que se sintiera la mujer más afortunada y atesorada del mundo. Lo abrazó con fuerza y apoyó la cabeza en su hombro—. Jamás pensé que algo pudiera hacerme tan feliz.


—¿Ni siquiera ahorrarnos una boda enorme? —ironizó.


—¡Pedro Alfonso! Tener tu amor y tus hijos es mucho más importante que casarme contigo.


—¿Qué? —se mostró estupefacto, y Paula tuvo que reír.


—Vamos, Pedro... Siempre supe qué te inspiraba el matrimonio. Pero ahora que sé lo que sientes por mí... bueno, el matrimonio resulta irrelevante. Ya no es un tema importante
—explicó—, porque sé que vamos a estar juntos el resto de nuestras vidas. No necesito un trozo de papel firmado delante de quinientos invitados.


—¿Lo que estás diciendo es que vamos a tener hijos, pero que sólo quieres que... que vivamos juntos?


—Por supuesto, los niños tendrán tu apellido —añadió—. Es lo que tú quieres, ¿no?


—¡Demonios, no! Quiero que nos casemos ante la ley, la iglesia y nuestros hijos, contigo luciendo un anillo tan grande como para hacerle saber a todo hombre en un radio de quince kilómetros que ya no estás en el mercado.


—¿De... de verdad quieres casarte conmigo? —preguntó ella, preocupada por un posible engaño de sus oídos.


—¡Claro que quiero casarme contigo! Santo cielo, Paula, ¿es que no has entendido ni una palabra de lo que dije? Te amo. Quiero que formemos una familia. Una familia tradicional. Y quiero que tengamos una casa tradicional, con fotos de nuestra boda en la repisa y un montón de álbumes para que puedan mirar los niños. La próxima vez que alguien nos pregunte la fecha en que nos casamos, y nuestros hijos lo harán, quiero poder tener una para no equivocamos. Y cuando seamos viejos y artríticos y no deseemos hacer otra cosa que estar echados en la cama, quiero poder recordar la sensación que me produjo tenerte en mis brazos durante el vals nupcial


—Shhh —riendo, le tapó la boca con la mano—. Vale, vale. ¡Me casaré contigo! Aunque no me imagino una época en que sea tan vieja como para estar sólo echada en la cama.



—No tienes por qué hacer que suene como que me das el gusto —fingió tristeza—. Me gustaría pensar que tenías un buen motivo para aceptar...


—¡Oh, pero lo tengo! —se esforzó por mantener el rostro serio. Le acarició la mejilla y esbozó su sonrisa más seductora—. Convertirme en Paula Elizabeth Alfonso va a hacerme increíblemente feliz el resto de mi vida.


—Eso suena como si hubieras hablado con sinceridad —sonrió.


—Y así es. De verdad que voy a disfrutar siendo la señora Alfonso. Porque con tantas letras en mi nombre, quitar Chaves hará que sea más fácil rellenar formularios y cheques... ¡Ehhh! —chilló cuando la alzó en brazos.


—¡Eres incorregible! ¿Lo sabías? —la arrojó sobre la cama—. Ahora lo único que tengo que hacer —comenzó a desabotonarle la blusa— es dejarte embarazada...





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