lunes, 15 de junio de 2020

A TODO RIESGO: CAPITULO 1





4 de diciembre


Paula Chaves enfiló por la carretera de la playa como había hecho cientos de veces antes.



Todo estaba igual que siempre, cuando solía escapar a la vieja casona de la playa. Y sin embargo, algo había cambiado.


Se removió en el asiento, intentando ponerse más cómoda al volante de su nuevo Sedán negro. Era inútil. Su abultado vientre de embarazada le entorpecía los movimientos y en aquel preciso instante tenía necesidad de ir al servicio. Por enésima vez.


Se detuvo en una gasolinera y recogió sus mocasines, que se había quitado en su última parada y dejado en el asiento trasero.


Con los pies doloridos, fue al servicio de la gasolinera y se compró otra botella de agua. 


Luego se dio un pequeño masaje en los tensos músculos del cuello y los hombros antes de volver al coche y arrancar de nuevo. Una parada más y estaría en El Palo del Pelícano, descansando en el mullido sofá. Hacía meses que no iba por la casa de la playa y la despensa estaría vacía. Últimamente, lo único que Paula hacía con más frecuencia que ir al servicio era comer. Con ese pensamiento en mente, metió la mano en la bolsa que llevaba en el asiento trasero y sacó un pedazo de fruta seca.


Todavía le quedaban veintitrés días hasta dar a luz. Veintitrés días sin nada que hacer excepto ver al doctor Brown, que ya había aceptado atenderla en el parto, y esperar tranquilamente a que llegara el gran día. Con un poco de suerte podría pasar más o menos desapercibida y evitar que las viejas amistades la acribillaran a preguntas. Sobre todo, evitar tener que explicarles que estaba embarazada sin estar casada y… desde su ruptura con Joaquin un año atrás, sin haber tenido siquiera relaciones íntimas con hombre alguno.


Pero ya tenía preparada una historia que contarles, cuando llegara el momento. De hecho, ya la había compartido con Florencia Shelby y Sandra Birney. Y ambas se habían creído su explicación, una mezcla de medias verdades y omisiones. Florencia había trabajado durante años como ama de llaves de El Palo del Pelícano, y se había dedicado a guardar la casona para Paula después de la muerte de su abuela, ocurrida hacía dos años. Sandra Birney, a su vez, era la mejor amiga que la madre de Paula había tenido en Orange Beach, y se había dedicado en cuerpo y alma a cuidar a su abuela en sus últimos momentos. Jamás habría perdonado a Paula si se hubiera enterado de que había vuelto a la casa de la playa sin avisarla. Aunque, por otra parte, en Orange Beach nunca sucedía nada de lo que ella no acabara enterándose.


Conduciendo lentamente, Paula descubrió otro alto edificio de apartamentos, que no estaba cuando su última visita, y un nuevo restaurante. 


El desarrollo económico de la zona había experimentado un fuerte crecimiento durante los últimos años, conforme más y más turistas habían ido descubriendo sus aguas de color esmeralda y sus playas de arena blanca, todo a lo largo de la costa meridional de Alabama.


Redujo aun más la velocidad y aparcó frente a una de las nuevas tiendas para turistas. 


Necesitaba un par de cómodas sandalias para sus doloridos pies: los mocasines le apretaban demasiado.


Bajó pesadamente del coche justo en el momento en que dos esbeltas quinceañeras salían de la tienda, cada una con una gran bolsa. Se movían tan ágilmente que era casi como si flotaran en el aire… sobre todo si se las comparaba con el torpe y lento paso de Paula. 


Y todo por culpa del bebé que estaba creciendo en su interior. Volvió a experimentar aquella familiar sensación de ahogo, como si un nubarrón hubiera aparecido de repente en el cielo para permanecer suspendido sobre su cabeza.


Se apoyó en la puerta del coche al sentir que la criatura daba unas fuertes pataditas antes de reacomodarse en su vientre. Entonces puso lo que su madre solía llamar una «cara de nadie» y entró en la tienda. Con un poco de suerte, podría volver a salir sin que nadie la hubiera reconocido.


—¿Paula Chaves?


Su gozo en un pozo. Paloma Drummonds se acercó a ella, contoneándose; maquillaje perfecto, pelo rubio y corto, luciendo un suéter de angora y unos vaqueros de diseño.


—¡Pero si estás embarazada!


—¿Cómo lo has adivinado?


—Oye, tienes que contármelo todo —le dijo después de los abrazos de rigor—. Ni siquiera sabía que estabas casada. Lo último que sabía de ti es que eras una ocupada ejecutiva.


—Lo sigo siendo. ¿Qué tal te va a ti?


—Como siempre. Cuidando de Tomas y de los niños. Tienes que hacernos una visita. ¿Está tu marido contigo?


—De hecho, no tengo marido —casi merecía la pena haberlo dicho solo por ver la cara que puso Paloma.


—Pero tienes un bebé —pronunció al cabo de un tenso silencio, cuando pudo recuperarse lo suficiente de la sorpresa—. Y eso es maravilloso.


—El bebé no es mío.


Paloma la miró de hito en hito, como preguntándose de qué psiquiátrico se había escapado.


—Soy madre de alquiler.


—Entiendo.


Paula podía ver por su expresión que no lo entendía. En absoluto.


—Me implantaron en el útero el óvulo fertilizado de otra mujer.


Paloma le puso una mano en el hombro, sin poder disimular su desconcierto.


—Incluso aunque fuera tuyo, Pau, no me importaría. Hoy en día las madres solteras son algo normal. ¿Para cuándo lo esperas?



—Para el veintisiete de diciembre.


—Un bebé navideño. Tienes que estar contentísima.


No era el adjetivo que Pau habría utilizado, pero se calló. En aquel instante sonó la campanilla de la puerta y Paloma y ella se volvieron para ver al hombre que acababa de entrar, vestido con unos vaqueros y una sudadera gris. Era atractivo: de unos treinta y tantos años, cabello castaño claro asomando debajo su vieja gorra de béisbol, alto, delgado y musculoso.


Paloma lo miró con interés, pero esperó a que el recién llegado se hubo alejado hasta el otro extremo de la tienda antes de comentar:
—Ese sí que podría ser un buen regalo navideño.


—Paloma Drummonds, no has cambiado nada desde el instituto.


—Nunca lo había visto antes, porque de ser así me acordaría. Probablemente esté casado y tenga seis hijos. Si no, deberías intentar pescarlo mientras estés aquí de vacaciones.


Paula se dio unas palmaditas en su abultado vientre.


—No creo que tenga el cebo adecuado para ese tipo de hombre.


—Hablando de hombres, será mejor que me vaya a casa a prepararle la comida al mío. Oye, un día tenemos que salir a comer juntas. Han abierto un nuevo restaurante que es sencillamente divino. ¿Cuánto tiempo vas a quedarte por aquí?


—Unas pocas semanas.


—Genial. Te llamaré.





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