miércoles, 5 de febrero de 2020

TE ODIO: CAPITULO 6




Pedro miró el río Hudson por la ventana. El sol había salido por fin y parecía esforzarse para que sus débiles rayos se colasen entre las nubes. Debajo podía ver los taxis y a la gente corriendo como hormigas por las calles de Manhattan. Triste y oscura, la ciudad era un borrón gris. Todo era gris.


Salvo ella. Incluso desesperada, helada de frío y empapada por la lluvia, Paula Chaves estaba llena de color y luz. Y lo hacía anhelar, desear…
Lo hizo entender que todas las mujeres con las que había estado en aquellos últimos diez años no habían sido más que una pálida imitación.


No podía dejar de pensar en las veces que habían hecho el amor en su viejo apartamento de Little Italy, lejos del campus de la universidad privada Barnard en la que ella estudiaba. 


Recordaba cómo temblaba cuando la tocaba, su dulzura, su ingenuidad, las perlas de sudor sobre su piel. El colchón en el suelo, el sonido de los muelles crujiendo bajo su peso, el ruido del ventilador…


Y el calor. Sobre todo, el calor.


Pedro apretó los labios.


Diez años eran demasiado tiempo.


Seguía deseándola.


Y la tendría.


—¿Pedro?


—Muy bien —él se dio media vuelta—. Te ayudaré. Salvaré a tu sobrino y no diré nada. Y destrozaré a cualquiera que quiera detenerme.


Paula suspiró, aliviada.


—Gracias. Sabía que tú…



—Y a cambio —la interrumpió Pedro, clavando en ella sus ojos oscuros— tú serás mi amante.





TE ODIO: CAPITULO 5





Aunque eso no era cierto del todo. 


Desgraciadamente, sabía que Paula estaría llamando a todas sus amistadas para contarles que había visto en persona a la princesa Paula Chaves. Normalmente era el epítome de la discreción, pero su pasión por las celebridades hacía imposible que permaneciese callada.


—¿Y qué pasa con Mariano?


—¿Mariano?


—¿No tiene él razones para secuestrar a tu sobrino?


Paula abrió los ojos como platos.


—¡No! ¿Por qué iba a hacer eso?


—A lo mejor quiere que sus propios hijos hereden el trono.


—¿Sus hijos?


—Los que tenga contigo.


Sus ojos se encontraron.


—Ah, esos hijos —murmuró Paula.


Una furia primitiva, casi animal, lo cegó al pensar en Paula embarazada de otro hombre. Una vez hubiera matado a cualquiera que la tocase…


—Yo quiero mucho a mi país, ya lo sabes. San Piedro es un país rico en cultura y tradiciones, pero sólo tiene siete kilómetros cuadrados. Mariano posee fincas más grandes que eso en Austria. La familia Von Trondhem es descendiente de Carlomagno…


—¿Estás intentando convencerme para que me case con él?


—Es un buen hombre.


—Ya —Pedro hizo una mueca.


Había competido contra Mariano von Trondhem durante cinco años en el Grand Prix de motociclismo y, en su opinión, era un boy scout, la clase de piloto que temía inclinar su moto de gran cilindrada un grado más si no lo ordenaba el manual.


El hijo de un príncipe austriaco, rico y respetado, también era tan soso y aburrido como para dejar que Paula hiciera con él lo que le diese la gana.


El perfecto marido para ella, claro. El marido que se merecía. Y, sin embargo…


—¿Vas a ayudarme? —preguntó Paula.


¿Ayudarla? No quería ni tenerla cerca. Sólo con estar a unos metros de ella todo su cuerpo se ponía en alerta. Su piel era tan suave… y su abrigo de lana beis, atado con un cinturón, acentuaba su esbelta figura femenina. Podía ver el rápido pulso latiendo en su garganta bajo el collar de perlas… y seguía usando la misma crema corporal, el mismo champú. Pedro respiró el delicado olor a rosas de Provenza y naranjas del Mediterráneo. El aroma, que recordaba tan bien, lo excitó de inmediato.


Y se dio cuenta de dos cosas:
Primera, que no la había olvidado. En absoluto. La anhelaba como un hombre hambriento anhelaba un pedazo de pan.
Segunda, que de ninguna manera iba a dejar que se casara con otro hombre.


Quería tenerla en su cama hasta que se hubiese hartado, hasta que su deseo hubiera sido saciado por completo.


Hasta que pudiese apartarla a un lado y olvidarse de ella, como Paula había hecho con él.


—Por favor —insistió la princesa. Estaba aterida de frío y el largo pelo castaño, empapado, se pegaba a su cara. Pero cuando levantó los ojos le parecieron del color del paraíso—. Por favor, tienes que ayudarme…





TE ODIO: CAPITULO 4




Pedro apretó los labios. La noche que Paula rompió abruptamente su relación, borracho, se había acostado con su vecina, una chica que intentaba abrirse camino en Broadway y cuyo nombre ni recordaba siquiera. Se preguntó cómo lo sabía ella, pero decidió que daba igual.


—¿Qué esperabas que hiciera, vivir el resto de mi vida llorando por ti?


—No, eso habría sido patético —Paula se mordió los labios y Pedro, a pesar de su desdén, no pudo evitar una punzada de deseo. Sus labios eran tan suaves, tan generosos. Habían pasado muchos años y, sin embargo, aún recordaba esos labios besándolo por todo el cuerpo…


—Claro que un hombre como tú no podría ser fiel durante un día entero — siguió ella, levantando orgullosamente la cabeza—. Por eso me alegro de haber encontrado a un hombre en el que puedo confiar.


Nunca había confiado en él, pensó Pedro, apretando los puños. Pero tenía que cambiar de tema antes de perder el control y hacer alguna locura… como tomarla entre sus brazos y besarla hasta que olvidase a Mariano y a cualquier otro hombre que hubiera pasado por su vida en los últimos diez años. Antes de tumbarla sobre el escritorio para hacerla suya de nuevo después de tanto tiempo.


—Ve a pedirle ayuda al príncipe azul —le espetó.


—Mariano no puede ayudarme, ya te lo he dicho. Tú eres el único que puede hacerlo —Paula se llevó una mano al corazón—. Por favor, Pedro. Sé que te hice daño…


—No me hiciste daño —la interrumpió él, mirando por la ventana. Desde la planta veinte sólo podía ver nubes grises cubriendo la ciudad como un sudario—. Pero dime una cosa, ¿quién se beneficia del secuestro de tu sobrino?


—¿Políticamente? Nadie. Somos un país muy pequeño.


—¿Entonces es sólo por el rescate?


—Tiene que ser eso. Pero si piden una suma muy importante, será difícil pagarla. La casa real de San Piedro no cuenta con grandes medios económicos. La mitad de nuestras fábricas han tenido que cerrar porque las multinacionales se las llevan a países del Tercer Mundo. La economía no va bien. Si no fuera por el turismo…


—¿La economía de San Piedro no va bien? —volvió a interrumpirla Pedromirando el collar de perlas, el abrigo de diseño, las caras botas de piel.


—La ropa que llevo es regalo de los diseñadores. Todo el mundo quiere publicidad —Paula miró hacia la puerta—. Hablando de publicidad… ¿no llamará alguno de tus empleados a la prensa para decir que estoy aquí?


—No, confío en ellos por completo —contestó él.




martes, 4 de febrero de 2020

TE ODIO: CAPITULO 3





Cuando entró en su oficina, Valentina se levantó. 


Como siempre, la viva imagen de la eficiencia; el elegante traje acentuando su curvilínea figura y el pelo sujeto en un elegante moño. Como única joya, el reloj de Tiffany que él le había regalado en Navidad.


—Buenos días, señor Alfonso. Aquí están los números que quería de la oficina de Roma. Palladium ha subido un dos por ciento en el Nymex y he recibido varías llamadas de periódicos esta mañana sobre el rumor de una oferta de compra. Y, de nuevo, varias llamadas de esa mujer que dice ser…


Abriendo los ojos como platos, Valentina miró a Paula.


—Deberías decirles que Motores Alfonso no está en venta —se limitó a decir Pedro—. ¿No te parece?


Su secretaria parecía a punto de desmayarse.


—Sí, no… quiero decir…


—No me pases llamadas —la interrumpió él, tomando a Paula del brazo para entrar en su despacho. Después de cerrar la puerta, tiró la chaqueta sobre el sofá de piel y encendió una lámpara para iluminar la espaciosa habitación.


—Te agradezco mucho que…


—Di lo que tengas que decir —la interrumpió Pedro.


Ella respiró profundamente.


—Necesito tu ayuda.


—Eso ya lo has dicho antes. Pero no me has explicado por qué necesitas mi ayuda en lugar de acudir a la policía o al ejército de San Piedro. O mejor, a tu prometido.


Paula lo miró, sorprendida.


—¿Sabes lo de Mariano?


Pedro se cruzo de brazos, intentando disimular la furia que sentía al pensar en Mariano como su futuro esposo.


—Eres famosa, Paula. Me entero de tu vida quiera o no.


Pero era más que eso.


Paula.


Y Mariano.


Juntos.


Seguía sin creerlo. Desde que Valentina había empezado a suspirar por la aventura sentimental reflejada en el papel cuché, Pedro había sentido ganas de liarse a golpes… si fuera posible con el rostro atractivo y aniñado de Mariano.


—Yo no quiero que hablen de mí. Me persiguen los fotógrafos. Así es como venden revistas.


—Sí, debe de ser muy duro —replicó él, irónico. 


Paula no iba a hacerle creer que no le gustaba la fama. Su frívola existencia se había construido sobre el templo de su vanidad y su insaciable apetito de adoración. Incluso él mismo había sido tan estúpido una vez como para…


Pedro apretó los dientes.


—¿Y por qué no le pides ayuda a tu prometido?


—No es mi prometido. Aún no.


—Pero pronto lo será.


Por primera vez, Paula apartó la mirada.


—Pidió mi mano hace un par de días y le daré una repuesta en cuanto Alexander esté a salvo. Entonces anunciaremos nuestro compromiso.


¿Paula casada con Mariano? Ese pensamiento era como una bala en su corazón.


—Y en cuanto a por qué no le pido ayuda… porque él insistiría en llamar a la policía. Querría hacerlo a través de los canales apropiados —Paula sacudió la cabeza—. No puedo hacer eso, no puedo esperar cuando Alexander está en manos de unos criminales.


—¿Y por eso acudes a mí?


—Yo también sé cosas sobre ti, Pedro. Eres despiadado, tienes contactos en todas partes. Mariano me ha dicho que…


—¿Qué?


—Que sólo piensas en ti mismo. Los demás te dan igual. Pasarías por delante de un coche accidentado sin hacer nada. Eres casi inhumano en tu determinación de ganar a toda costa.


—Por eso siempre gano las carreras y Mariano llega el segundo.


—La gente comenta que… eres digno hijo de tu padre.


Pedro había oído eso tantas veces que ni siquiera pestañeó.


—O sea, que estás buscando un monstruo sin moral para luchar contra otro, ¿es eso?


—Sí.


—Gracias.


—No puedo involucrar a la policía de San Piedro. Necesito alguien de fuera y tú eres la única persona lo bastante despiadada como para devolverlo a casa. Nadie debe saber que ha sido secuestrado…


—¿Por qué?


—Porque eso daría una imagen de país débil y corrupto… como si no pudiéramos proteger a nuestro propio rey.


—Entonces, ¿quieres mantener esto en secreto… incluso vas a ocultárselo a tu futuro marido? —Pedro levantó una ceja—. No creo que ésa sea una base sólida para un matrimonio, Alteza.


—¡Insúltame si quieres, pero salva a Alexander!


—¿Seguro que Mariano no te ha enviado a verme?


—No, claro que no —contestó Paula—. Se quedaría horrorizado si lo supiera. No querría que me involucrase…


—Claro, porque Mariano es un caballero —la interrumpió Pedro, burlón.


—Es atractivo, educado y muy influyente. Y uno de los hombres más ricos del mundo.


—Siempre supe que te venderías al mejor postor, Paula.


—Y yo siempre supe que me reemplazarías con la primera fresca que apareciese en tu camino —arguyó ella—. Me sorprende que tardases una hora.




TE ODIO: CAPITULO 2




Apartando ese pensamiento de su mente, Pedro entró en su ascensor privado y pulsó el botón de la planta ejecutiva. En cuanto las puertas se cerraron, se volvió hacia ella.


—Muy bien. ¿Qué te pasa?


—Alexander ha sido secuestrado —contestó Paula. Hablaba muy bajito y parecía desesperada.


—¿Tu sobrino? ¿Secuestrado?


—¡Y tú eres el único que puede salvarlo!


Pedro arrugó el ceño, incrédulo.


—¿El heredero del trono de San Piedro necesita mi ayuda?


—No es sólo el heredero, es el futuro rey —Paula sacudió la cabeza, secándose las lágrimas con una mano—. Mi hermano y mi cuñada murieron hace dos semanas. Supongo que te habrás enterado.


—Sí, me he enterado —lo había sabido por 
Valentina. Un par de semanas antes Maximo y Karina habían muerto en un accidente de barco en Mallorca, dejando un hijo de nueve años. Y ése no era el único cotilleo que le había contado… Pero no quería pensar en ello—. Lo siento.


—Mi madre es la regente de San Piedro hasta que él sea mayor de edad, pero yo tengo que ayudarla —Paula respiró profundamente—. Estaba en una cumbre económica en Londres ayer cuando recibí una llamada angustiada de la niñera de Alexander. Mi sobrino había desaparecido. Luego recibí una carta exigiendo que viera al secuestrador esta noche, a las doce. A solas.


—¿No me digas que estás pensando seguir sus instrucciones?


—Si tú no me ayudas, no veo qué otra cosa puedo hacer.


—Tu sobrino tiene un ejército detrás. Guardaespaldas, policía…


—En la carta dicen que, si nos ponemos en contacto con las autoridades, nunca volveré a ver a Alexander.


—Pues claro que dicen eso. No necesitas mi ayuda, necesitas la ayuda de la policía. Ellos se encargarán de todo —las puertas del ascensor se abrieron en ese momento—. Vete a casa, Paula.


—Espera —ella lo sujetó del brazo—. Hay más. Algo que no te he contado.


Pedro miró su mano. Podía sentir su calor a través del cachemir de la chaqueta.


Y sintió el repentino deseo de apretarla contra la pared del ascensor, levantar su falda y enterrar la cabeza entre sus piernas… desearía secar la lluvia con sus labios, quitarle la ropa empapada y calentarla con su propio cuerpo…


¿Qué le pasaba?, se preguntó. Lo único que sentía por Paula Chaves era desprecio. Por su naturaleza frívola y por el ingenuo chico que había sido cuando estuvo enamorada de ella. ¿Cómo era posible que en cinco minutos hubiera conseguido inflamarlo de ese modo?


Pedro apartó el brazo, enfadado.


—Te doy un minuto. No lo malgastes.




TE ODIO: CAPITULO 1





Pedro Alfonso salió de su Rolls Royce y apretó la chaqueta contra su pecho. El amanecer era una franja escarlata sobre el cielo gris de Nueva York mientras su chófer abría un paraguas para protegerlo de la lluvia.


Pedro, espera.


Por un momento, pensó que lo había imaginado, que su insomnio por fin había provocado que soñara despierto. Entonces, una delgada figura apareció por detrás de la escultura de metal que adornaba la entrada de su edificio de oficinas. 


La lluvia aplastaba su pelo y su ropa. Su rostro estaba pálido por el frío. Debía de haber estado
esperando fuera durante horas.


—No me digas que no —le suplicó—. Por favor.


Su voz era suave, ronca. Como la recordaba. 


Después de tantos años, aún lo recordaba todo sobre ella, por mucho dinero que hubiese ganado y por muchas amantes que hubiera tenido para borrarla de su memoria.


Pedro apretó los dientes.


—No deberías haber venido.


—Pero… necesito tu ayuda —la princesa Paula Chaves respiró profundamente, sus ojos pardos brillando bajo la luz de las farolas—. Por favor. No puedo acudir a nadie más.


Sus miradas se encontraron y, por un momento, Pedro volvió a los días de primavera merendando en Central Park, a los veranos haciendo el amor en su estudio de Little Italy. Cuando, durante cuatro dulces meses, Paula había iluminado su mundo y él le había pedido que fuera su esposa…


Ahora la miró con frialdad.


—Pide una cita.


Iba a seguir caminando, pero ella se interpuso en su camino.


—Lo he intentado. Le he dejado varios mensajes a tu secretaria. ¿No te los ha hado?


Valentina se los había dado, sí, pero él decidió pasarlos por alto. Paula Chaves no significaba nada para él. Había dejado de quererla años atrás.


O eso se decía a sí mismo. Pero ahora su belleza estaba calándole hasta los huesos como un veneno. Sus expresivos ojos, los labios generosos, esas curvas escondidas bajo el elegante abrigo… lo recordaba todo. El sabor de su piel, las suaves y elegantes manos acariciándolo entre las piernas…


—¿Estás sola? —Pedro apretó la mandíbula, intentando controlarse—. ¿Dónde están tus guardaespaldas?


—En el hotel. Ayúdame, por favor. Por… por lo que hubo una vez entre nosotros.


Pedro vio, horrorizado, que los ojos de Paula se llenaban de lágrimas.


Lágrimas que se mezclaban con la lluvia. 


¿Paula llorando? Quisiera lo que quisiera,
debía de ser muy importante, pensó.


Mejor. Tenerla de rodillas, suplicándole un favor era una imagen muy agradable. No compensaría lo que le había hecho, pero sería algo.


Abruptamente, se acercó, trazando con un dedo su mejilla mojada.


—¿Quieres que te haga un favor? —su piel estaba helada, como si de verdad fuera la princesa de hielo que el mundo la creía—. Tú sabes que te haría pagar por él.


—Sí —Paula hablaba tan bajo que apenas podía oírla con el ruido de la lluvia—. Lo sé.


—Sígueme —quitándole el paraguas a su chófer, Pedro se dio la vuelta y subió los escalones. Mientras atravesaba las puertas de cristal del edificio y saludaba a los guardias de seguridad podía oír el repiqueteo de los tacones de Paula sobre el suelo de mármol.


—Buenos días, Salvatore —le dijo al primero.


—Buenos días —el hombre se aclaró la garganta—. Hoy hace frío, ¿verdad, señor Alfonso? Ojalá estuviera en mi país, donde hace más calorcito —luego miró a Paula—. O en San Piedro.


De modo que incluso Salvatore la había reconocido. Pedro se preguntó, incómodo, qué haría su secretaria al ver a Paula Chaves.


Valentina Novak, aunque una secretaria ejecutiva muy competente, tenía una debilidad: los cotilleos de los famosos. Y Paula, la princesa de un diminuto país mediterráneo, era una de las mujeres más famosas del mundo.


Cuando se acercaba a los ascensores, oyó que Salvatore lanzaba un silbido. Y no podía reprochárselo. Paula había sido una chica muy guapa a los dieciocho años, ahora era una mujer hermosísima. Como si incluso el tiempo estuviera enamorado de ella.