martes, 4 de febrero de 2020

TE ODIO: CAPITULO 2




Apartando ese pensamiento de su mente, Pedro entró en su ascensor privado y pulsó el botón de la planta ejecutiva. En cuanto las puertas se cerraron, se volvió hacia ella.


—Muy bien. ¿Qué te pasa?


—Alexander ha sido secuestrado —contestó Paula. Hablaba muy bajito y parecía desesperada.


—¿Tu sobrino? ¿Secuestrado?


—¡Y tú eres el único que puede salvarlo!


Pedro arrugó el ceño, incrédulo.


—¿El heredero del trono de San Piedro necesita mi ayuda?


—No es sólo el heredero, es el futuro rey —Paula sacudió la cabeza, secándose las lágrimas con una mano—. Mi hermano y mi cuñada murieron hace dos semanas. Supongo que te habrás enterado.


—Sí, me he enterado —lo había sabido por 
Valentina. Un par de semanas antes Maximo y Karina habían muerto en un accidente de barco en Mallorca, dejando un hijo de nueve años. Y ése no era el único cotilleo que le había contado… Pero no quería pensar en ello—. Lo siento.


—Mi madre es la regente de San Piedro hasta que él sea mayor de edad, pero yo tengo que ayudarla —Paula respiró profundamente—. Estaba en una cumbre económica en Londres ayer cuando recibí una llamada angustiada de la niñera de Alexander. Mi sobrino había desaparecido. Luego recibí una carta exigiendo que viera al secuestrador esta noche, a las doce. A solas.


—¿No me digas que estás pensando seguir sus instrucciones?


—Si tú no me ayudas, no veo qué otra cosa puedo hacer.


—Tu sobrino tiene un ejército detrás. Guardaespaldas, policía…


—En la carta dicen que, si nos ponemos en contacto con las autoridades, nunca volveré a ver a Alexander.


—Pues claro que dicen eso. No necesitas mi ayuda, necesitas la ayuda de la policía. Ellos se encargarán de todo —las puertas del ascensor se abrieron en ese momento—. Vete a casa, Paula.


—Espera —ella lo sujetó del brazo—. Hay más. Algo que no te he contado.


Pedro miró su mano. Podía sentir su calor a través del cachemir de la chaqueta.


Y sintió el repentino deseo de apretarla contra la pared del ascensor, levantar su falda y enterrar la cabeza entre sus piernas… desearía secar la lluvia con sus labios, quitarle la ropa empapada y calentarla con su propio cuerpo…


¿Qué le pasaba?, se preguntó. Lo único que sentía por Paula Chaves era desprecio. Por su naturaleza frívola y por el ingenuo chico que había sido cuando estuvo enamorada de ella. ¿Cómo era posible que en cinco minutos hubiera conseguido inflamarlo de ese modo?


Pedro apartó el brazo, enfadado.


—Te doy un minuto. No lo malgastes.




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