miércoles, 5 de febrero de 2020

TE ODIO: CAPITULO 5





Aunque eso no era cierto del todo. 


Desgraciadamente, sabía que Paula estaría llamando a todas sus amistadas para contarles que había visto en persona a la princesa Paula Chaves. Normalmente era el epítome de la discreción, pero su pasión por las celebridades hacía imposible que permaneciese callada.


—¿Y qué pasa con Mariano?


—¿Mariano?


—¿No tiene él razones para secuestrar a tu sobrino?


Paula abrió los ojos como platos.


—¡No! ¿Por qué iba a hacer eso?


—A lo mejor quiere que sus propios hijos hereden el trono.


—¿Sus hijos?


—Los que tenga contigo.


Sus ojos se encontraron.


—Ah, esos hijos —murmuró Paula.


Una furia primitiva, casi animal, lo cegó al pensar en Paula embarazada de otro hombre. Una vez hubiera matado a cualquiera que la tocase…


—Yo quiero mucho a mi país, ya lo sabes. San Piedro es un país rico en cultura y tradiciones, pero sólo tiene siete kilómetros cuadrados. Mariano posee fincas más grandes que eso en Austria. La familia Von Trondhem es descendiente de Carlomagno…


—¿Estás intentando convencerme para que me case con él?


—Es un buen hombre.


—Ya —Pedro hizo una mueca.


Había competido contra Mariano von Trondhem durante cinco años en el Grand Prix de motociclismo y, en su opinión, era un boy scout, la clase de piloto que temía inclinar su moto de gran cilindrada un grado más si no lo ordenaba el manual.


El hijo de un príncipe austriaco, rico y respetado, también era tan soso y aburrido como para dejar que Paula hiciera con él lo que le diese la gana.


El perfecto marido para ella, claro. El marido que se merecía. Y, sin embargo…


—¿Vas a ayudarme? —preguntó Paula.


¿Ayudarla? No quería ni tenerla cerca. Sólo con estar a unos metros de ella todo su cuerpo se ponía en alerta. Su piel era tan suave… y su abrigo de lana beis, atado con un cinturón, acentuaba su esbelta figura femenina. Podía ver el rápido pulso latiendo en su garganta bajo el collar de perlas… y seguía usando la misma crema corporal, el mismo champú. Pedro respiró el delicado olor a rosas de Provenza y naranjas del Mediterráneo. El aroma, que recordaba tan bien, lo excitó de inmediato.


Y se dio cuenta de dos cosas:
Primera, que no la había olvidado. En absoluto. La anhelaba como un hombre hambriento anhelaba un pedazo de pan.
Segunda, que de ninguna manera iba a dejar que se casara con otro hombre.


Quería tenerla en su cama hasta que se hubiese hartado, hasta que su deseo hubiera sido saciado por completo.


Hasta que pudiese apartarla a un lado y olvidarse de ella, como Paula había hecho con él.


—Por favor —insistió la princesa. Estaba aterida de frío y el largo pelo castaño, empapado, se pegaba a su cara. Pero cuando levantó los ojos le parecieron del color del paraíso—. Por favor, tienes que ayudarme…





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