viernes, 17 de enero de 2020
SIN PALABRAS: CAPITULO 12
El viaje hacia el centro y una cita de almuerzo improvisada la dejaron con el tiempo justo para ver una matinée antes de dirigirse a casa para reunirse con su mejor amiga de nuevo.
Alicia llegó cinco minutos después de Paula.
Después de un cálido abrazo, fue directo a la mesa de la cocina.
Inclinándose para inhalar el suave aroma de los delicados pétalos, suspiró.
—Oh, esta es la perfección absoluta. —Se acomodó en una silla y se giró para estudiar a Pau—. No puedo creer que te quedaras con algo.
—Tú lo dijiste... perfección pura.
— ¿En dónde está la tarjeta?
Pau enderezó los controles alineados con precisión en su mesa de cristal.
—Vamos, amiga, detalles.
Pau fue arrastrando los pies hasta el área de comer de su vivienda de concepto abierto.
— ¿Te gustaría algo de tomar? —Rodeó la mesa y abrió el refrigerador—. Tengo tu Shiraz favorito.
—Paula Chaves —la regañó la voz de Alicia—. Confiesa en este instante.
La puerta del refrigerador se cerró con un soplo de aire. La botella sonó contra el mostrador, el corcho saltó y dos copas de vino fueron llenadas rápidamente. Sentada junto a Ali, se inclinó y sacó una tarjeta de su bolsillo. Su pulgar trazó las palabras, y bebió un buen trago de vino antes de deslizar la tarjeta sobre la mesa.
Después de mirarla por dos minutos enteros, Alicia alzó la vista y se encontró con los ojos de Pau.
—Oh, Dios —se deslizó de sus perfectos labios rosa. Igualó el trago de Pau y luego lo sobrepasó con otro.
— ¿Qué? —Los vellos de la nuca de Paula estaban erizados. Quería golpear sus puños en la mesa y exigir que Alicia dijera su preocupación. En su lugar, las cruzó en su regazo.
—Sólo estoy cuidándote —dijo Alicia con voz ligera. Puso la tarjeta arrugada contra el florero—. Pedro parecía sumamente dulce y todo, pero me preocupa que empieces una relación con alguien... emmm... discapacitado. —Pau parpadeó. ¿Estaba escuchando bien a Ali?—. Es decir, por el lado bueno, no tendrías que preocuparte nunca de que te grite. Pero por el lado negativo, habría una barrera de comunicación ahí.
Ella encontró su voz.
—Estuvimos juntos por horas la noche del sábado. Su cara y lenguaje corporal no me dejaron preguntándome por nada. Es un libro abierto y un caballero. ¿Cuándo he tenido uno de esos?
Alicia estaba en silencio. Tomó otro trago y miró a Pau de reojo.
— ¿Realmente te ha atrapado, eh?
Pau se mordió el labio y alcanzó su copa. Su mano tembló y el tallo se resbaló de sus dedos.
Aterrizando de costado, el líquido se esparció por la mesa y hacia la tarjeta de Pedro. Se estiró para quitarla y tiró el florero. El blanco capullo y el agua se mezclaron con el vino, manchando los pétalos una vez prístinos.
—Discapacitado —gritó Pau, parándose y tirando su silla. Lanzó sus brazos al aire y se alejó de la mesa—. Si quieres hablar de discapacitados, hablemos de la mía. Mi odiosa madre me crío a base de insultos y menosprecio. Ni una sola vez me mostró un verdadero momento de afecto. El hecho de que la dejara atrás hace cinco años no ha hecho que sus constantes críticas dejen de reproducirse en mi mente diariamente. —Ira, rabia y auto compasión aporrearon su cuerpo. Cayó de rodillas—. Pedro es dulce, amable y considerado. Nunca en un millón de años querría ensillarlo con un cesto como yo. —Las lágrimas escocían en sus ojos y corrían por sus mejillas. Su nariz estaba obstruida y se ahogó.
Alicia se apresuró a su lado. Hecha un ovillo, Pau colocó su cabeza en el regazo de su amiga.
—Eres amable, hermosa, inteligente, divertida y la persona más dulce que he conocido.
Cualquier hombre sería suertudo de tenerte. Si quieres a Pedro, ve por él. A menos que sea un completo idiota, él verá todo lo que yo veo en ti. —Acarició la frente de Pau y dijo cumplidos en un fuerte tono maternal hasta que Pau dejó de llorar.
Sentándose y limpiándose la cara con su camisa, parpadeando su hinchados párpados y miró a su mejor amiga de todo el mundo.
—Pero, Ali, él me vio matar a mi madre. —Su voz se rompió, apenas por encima de un susurro.
—Técnicamente, sólo bajaste una palanca. Me encantaría explicar la perra sin corazón que fue.
La barbilla de Pau tembló. Sorbió de una manera fuerte y tragó un trozo de autocompasión. Mental, física y emocionalmente, era un completo desastre.
—Míralo de esta forma —dijo Alicia, limpiándole una lágrima del rabillo del ojo—. Te ha visto en tu peor momento, y todavía te mandó esa perfecta rosa y una tarjeta, lo cual implica que quiere verte.
—Tienes razón. —Trató de sonreír débilmente y falló—. Gracias a Dios se pierde este desastre. —Agitó sus manos para indicar su persona completa y añadió un engreído movimiento de cabeza.
Alicia se echó a reír.
SIN PALABRAS: CAPITULO 11
El fin de semana pasó al mismo ritmo de un sitio web que se reinicia constantemente. El jefe de Pau hizo que se tomara la licencia de una semana por luto. Él no tomaría un no como respuesta, incluso cuando ella le aseguró que no era necesario. Nadie pareció creerle cuando dijo que estaba bien.
Para la noche del lunes, estaba volviéndose loca. Su apartamento brillaba como una habitación de muestra de Better Homes and Gardens4. Menos el jardín. Cada flor o planta de pésame que recibió fue donada al centro local de personas mayores de su calle. Alicia sabía bien que no debía desperdiciar dinero en la memoria de la Madre Monstruo, su apodo para Elena Chaves. Como era su voluntad, su cuerpo sería donado a la ciencia, todas sus posesiones y dinero fueron a un refugio de animales y no hubo arreglos para un funeral. No es que alguien fuese a asistir.
Para la tarde del martes, el timbre de la puerta sonó. Pau se debatió en ignorarlo, pero sintió lástima por el mensajero. No era su culpa que el artículo que traía no fuese deseado. Abrió la puerta y encontró una larga caja delgada con un listón blanco. El logo de Formal Floral estaba estampado en cursiva en una esquina.
Llevó la caja de buen gusto adentro y la dejó en su brillante mesa de cocina de lacado negro.
¿Ali había decidido sorprenderla con un pequeño regalo de celebración?
El listón blanco se deslizó fácilmente y levantó la tapa. Una sola rosa blanca descansaba dentro, en una cama de flores aliento de bebé. Un sobre miniatura estaba ubicado debajo del capullo todavía sin florecer. Sacó la pequeña tarjeta.
En un grabado limpio, pero varonil, decía:
Estoy aquí para ti. ~ Pedro
Su visión se volvió borrosa por los ojos llorosos y sorbió un repentino chorro de mocos. No había derramado, ni derramaría ninguna lágrima por su madre.
En el fregadero llenó un vaso alto con agua.
Añadió el conservador de flores y colocó el regalo sincero en el centro de la mesa. La caja fue directa a la papelera de reciclaje y la tarjeta fue al bolsillo de su pantalón negro.
El reloj de pared cromado de la cocina marcaba las doce quince. Faltaban cinco horas hasta que Alicia viniera de visita. Paula se acomodó el cabello y lo puso en una cola de caballo floja.
Examinando la sala de estar, confirmó que ni una sola mota de polvo manchaba algún objeto.
Se volvería loca si se quedaba aquí.
Con el bolso en mano, se dirigió a la puerta. El tren la llevaría a la oficina de Alicia para la una, bastante tiempo para arrastrar a su mejor amiga para almorzar. Se giró y miró el capullo de rosa blanco. En medio de los aparatos metálicos y las superficies negras relucientes de su decorado ultramoderno, la rosa brillaba como un faro de vida. Un faro de esperanza. Un faro de posibilidad.
El corazón se le apretó en el pecho. Se giró y cerró la puerta.
No era merecedora.
4 Serie de televisión.
SIN PALABRAS: CAPITULO 10
Era un hombre maravilloso, amable y atento. Era el tipo de hombre con el que cualquier mujer tendría la suerte de ser amada. Demasiado bueno para ella, para su trasero feo e inútil.
La rabia corrió por sus venas. La rabia hizo que quisiera gritar cada obscenidad que alguna vez había escuchado de la odiosa cara de su madre.
Su boca se llenó con un exceso de saliva y alcohol rancio.
Se alejó de Pedro al lado opuesto de la cama. El lado con la máquina de soporte de vida. El lado con la energía.
—Has estado muerta para mí desde el día en que me fui. —Se inclinó sobre madre cerca de ser un cadáver y miró su rostro inflamado—. Esto es más de lo que mereces, Madre. Mereces sufrir.
Se enderezó. Sus dedos hurgaron por encima de las palancas en la máquina a su izquierda.
Ella encontró la palanca correcta.
Pedro estiró sus brazos encima de la cama, diciendo adiós.
Se negó a reconocerlo.
Se movió rápidamente por la cama.
—Adiós, Madre. —Bajó el interruptor.
La máquina de respirar se desinfló y no se levantó. El sonido del pitido del monitor se fue de intermitente a un sólido zumbido. Su madre no se movió. Ni una exhalación final fue expulsada. Ni un aura vital se levantó de ella hacia el techo. Nada cambió.
Pedro estaba parado a los pies de la cama.
Finalmente miró su cara. Estaba muy familiarizada con la repulsión que esperaba que estuviera mirándola de vuelta. Después de todo, había sido criada en la repulsión, decepción y la indiferencia.
Pero él no la miraba. Su mirada estaba en la infortunada persona de la cama. Cuando su intensa mirada oscura fue hacia ella, sólo vio lástima. Tomó un paso en su dirección.
—No. —Levantó su brazo y extendió sus manos, con los dedos separados para hacer claro que no lo quería cerca.
Exhaló un fuerte sopló de aire y camino hacia la puerta.
Bajó su mano y miró hacia la puerta vacía. La insensibilidad estaba de vuelta. No sintió nada.
Ni tristeza. Ni dolor. Ni alivio.
Una enfermera entró, seguida del doctor.
Los pasó de largo y Alicia le dio un abrazo que no pudo responder.
Los sonidos, olores, colores, todo parecía apagado y plano. La música del elevador durante la bajada estaba fuera de tono y deformada.
Después de que firmó algunos papeles, salieron del hospital. Los papeles estaban escritos en jeroglíficos antiguos. Su contenido pudo haberse tratado de su madre o cualquier otro paciente.
No lo sabía.
No le importaba.
No sentía.
La insensibilidad era todo lo que importaba.
jueves, 16 de enero de 2020
SIN PALABRAS: CAPITULO 9
Andres manejó el jeep de Alicia y Pedro se fue de copiloto. En la parte de atrás, Alicia sostuvo la mano de Paula, parloteando una insignificante plática. Los sentidos de Pau se perdieron, y el camino al hospital se volvió borroso. La enfermera y el doctor que hablaron con ella cuando llegó, hablaron en chino, árabe o Klingong. Solo cuando entró a la habitación de su madre, la realidad regresó con una claridad de cristal.
El olor de productos de limpieza, sangre seca, y muerte se quedó en sus fosas nasales. El repetitivo ruido agitado del aire siendo forzado adentro y afuera de los pulmones de su madre asaltó sus oídos. Lo peor de todo era que, la visión del rostro inflamado y con moretones de su madre, en medio de cinta y tubos, amenazó con subirle cada onza de alcohol que había consumido. La bilis quemó su garganta.
Alicia agarró su mano y el ligero toque de Pedro aterrizó en su hombro. Es cierto. No estaba sola. Los cuatro instantáneamente habían recobrado la sobriedad y la habían llevado a ver a su madre.
—El soporte de vida es lo único que la mantiene viva —dijo la suave voz del doctor de cabello gris. Su arrugada cara lo colocaba en sus sesenta, quizá en setenta. Sus ojos pálidos color avellana la estudiaron por encima de la montura de sus bifocales.
¿Estaba esperando que respondiera?
—Ya veo —logró susurrar. Su garganta se sintió seca, pero su estómago se asentó. Una extraña sensación de calma descendió en ella como el velo de una novia. Todo permanecía en un enfoque agudo y nítido, pero no sintió nada. Ni pena. Ni arrepentimiento. Ni lástima.
—Siempre le damos a las personas veinticuatro horas para decidir un plan de acción —dijo el doctor de apariencia amable—. Tu madre puede quedarse viva durante años en soporte, pero no tiene actividad cerebral viable. Para todos los intentos y propósitos, tiene muerte cerebral.
Pedro se movió desde su visión periférica. Pudo decir que estaba observando su cara por algún tipo de reacción, pero no tenía ninguna reacción.
Una disculpa pasó por su cabeza, pero no salió por su boca.
Alicia apretó su mano y regresó hacia a la puerta. ¿Su mejor amiga entendía la mezcla de emociones que la mantenían insensible? ¿Se daba cuenta de la profundidad de las cicatrices mentales que todavía cargaba por haber vivido en esta mujer fría e indiferente?
—Te daré tiempo para que decidas —expresa el doctor, pareciendo listo para irse.
— ¿Qué conexión desconectaríamos? —Su voz sonaba robótica, o como si estuviera escuchándola de la reproducción de una grabación.
—En realidad no desconectamos conexiones, señora Chaves —Caminó hacia el panel con luces, pantallas de monitores, interruptores, botones y el interruptor de emergencia—. Esta palanca simplemente se pasa de Encendido a Apagado. —Su mano apuntó al interruptor que decía energía.
Pedro se movió al lado opuesto de la cama para tener una mejor visión de la madre de ella.
—Gracias, doctor. —Trató de darle una somera expresión de gratitud, pero los músculos en su cara no respondieron.
Caminó hacia ella y colocó su cálida palma en su antebrazo.
—Tómate tu tiempo. Es una decisión difícil, incluso cuando la opción parece clara.
Se alejó de ella.
—Estaré en el pasillo con Andres —dijo Alicia.
Paula caminó hacia los pies de la cama, asegurándose de no tocarla.
La mirada de Pedro se movió entre ella y la mujer en la cama. Si estaba buscando algún parecido, podía mirar toda la noche, pero no encontraría ninguno. El único regalo significativo que le había dado su madre era no tener ningún lazo de parecido genético. Su madre tenía rasgos afilados y cabello oscuro con ojos avellana. Pau era toda suave, cabello claro, y ojos verdes pálidos. La hinchazón de su rostro en realidad parecía suavizar su apariencia.
Con ella acercándose a la muerte, la voz de su madre estaba benditamente silenciosa. Ni insultos ni burlas estaba en su cabeza. Tampoco había palabras amables.
— ¿No hay últimas palabras finales, madre?
La cabeza de Pedro se movió para encararla.
¿Había captado su pregunta? ¿Importaba?
SIN PALABRAS: CAPITULO 8
Pedro levantó su teléfono y movió las cejas en un gesto juguetón. Sus ojos se posaron cayeron de nuevo hacia sus labios.
—Sí, lo quiero de vuelta —dijo.
Su sonrisa torcida provocó que se le acelerara el pulso. Le puso el teléfono en su palma y cerró los dedos alrededor de él para que no se cayera.
¿Eran tan obvias sus débiles rodillas?
Ella se movió para apoyarse contra el Jeep.
Alicia y Andres se separaron con un sonoro chasquido de labios.
—Dame tu número, hermoso. —La voz de Alicia tenía más que un toque de propiedad.
Seguido, resonó la profunda risa gutural de Andres e hizo lo que le pidió. Después de devolverle su brillante carcasa rosa, sus ojos azules se clavaron en los de Pau.
—Mi primo piensa que hay algo especial en usted, señorita Paula. Es muy exigente respecto a dar su número, pero me doy cuenta que lo ha obtenido.
Ella miró a Pedro. Su intensa mirada examinaba el rostro de Andres. Su mandíbula se movió solo un poco de lado a lado. Si no eras observador, nunca te habrías dado cuenta, pero Pedro estaba irritando el interior de su labio inferior. La primera grieta en su armadura brillante había aparecido.
— ¿Te contó su secreto? —susurró Andres en su oído en su camino a ponerse de pie junto a su primo. Su voz tenía preocupación y tal vez una pizca de vulnerabilidad.
Ella mantuvo la mirada en Pedro. Él observó los labios de Andres con casi la misma intensidad que miró los suyos anteriormente. Extraño.
—No —dijo, tragándose una oleada de náusea que amenazaba con subir su trago de tequila para una segundo round a la inversa.
» ¿Qué? —Pau intentó que su voz sonara calmada, pero adoptó un tono demasiado alto—. ¿Está casado? ¿Será enviado al extranjero? ¿Lo buscan en cinco estados por robo armado? ¿Está muriendo de cáncer? —Su boca se secó pero un horrible escenario tras otro continuaban estallando—. ¿Tiene seis hijos de seis madres diferentes? ¿Es su fin de semana libre de una institución mental?
—Guao —dijo Andres, despegándose del vehículo—. Parecía tan callada y tímida, pero es un verdadero petardo cuando lo enciendes.
La extraña forma en que él mantenía su rostro hacia Pedro mientras ella hablaba detuvo su espiral verbal descendente. Cerró y apretó la mandíbula. Su mirada se dirigió de nuevo a Pedro.
Él se mantuvo calmado y en silencio, observando su boca con su interminable suministro de sensibilidad. No la interrumpió. No trató de negar sus acusaciones. No se
inmutó. Simplemente observaba su boca con la cabeza ligeramente inclinada hacia un lado.
Por lo menos no se rio.
Alicia envolvió su delgado brazo alrededor de su cintura, y Pau agradeció tener a alguien más en quién concentrarse.
—Supongo que debería haberlo mencionado antes en el baño. —La voz de Ali era llana, pero la culpa la hizo mantener la mirada en el suelo.
— ¿Mencionar qué?
—Pedro es sordo. Ha estado sordo desde que nació. Es experto en leer los labios y el lenguaje de señas.
— ¿Y cuándo te enteraste?
—Cuando Andres y yo nos escabullimos fuera. Es muy sobreprotector cuando se trata de su primo.
—Lo siento, Paula, pero he visto demasiadas mujeres desecharlo. —Andres le dio un ligero puñetazo juguetón a Pedro en el brazo—. Tenía que asegurarme de que eras diferente.
Ella miró desde el hermoso rostro de Alicia a la cincelada perfección de Pedro, a la sensual apariencia oscura de Pedro.
—Bueno, es bueno finalmente ser admitida en el círculo.
Andres se movió alrededor de ella y se llevó a Alicia con una expresión casi avergonzada de remordimiento. Casi.
Pau dio un paso hacia el hombre misterioso.
— ¿Entiendes lo que digo?
Pedro asintió.
Ella dio otro paso.
— ¿Tu profundo oscuro secreto es tu pérdida auditiva?
La sonrisa torcida de la que ya estaba enamorada se estiró en la comisura de su sensual boca. El dio otro lento asentimiento.
Ahora, a un brazo de distancia, ella frunció los labios.
—Quiero que sepas… —Su teléfono saltó a la vida en su mano, asustándola a mitad de su oración.
Miró la pantalla. Hospital Memorial se extendía a través de la pantalla.
—Hola —dijo, lanzándole una mirada a Alicia y encogiéndose de hombros—. Sí, soy Paula Chaves —Hizo una pausa—. Sí, Elena Chaves es mi madre. —No entendía por qué demonios recibía esta llamada.
Alicia se acercó, apretando la frente con confusión.
—Estaré ahí. —Bajó el teléfono y encontró los ojos de Ali.
Su rostro debió haber estado en blanco porque su amiga rebotó en sus tacones y dijo « ¿Qué?» casi treinta y siete veces.
—Es mi madre. Ha tenido un accidente.
SIN PALABRAS: CAPITULO 7
La imagen perfecta del par de rubios salió del club.
Paula los siguió diez pasos por detrás. La mano de Pedro era ligera, pero firme en la parte baja de su espalda. Era todo un caballero. Incluso después de su último pedido —una ronda de tragos de tequila por insistencia de Alicia— su intensa atención no vaciló. Con su fuerza silenciosa y el contacto constante, ella podría enfrentar cualquier cosa; los solitarios borrachos esperando para hacer el último intento de enrollarse con alguien, los desagradable perdedores deseosos de una pelea, los bulliciosos conductores que salían chirriando de los estacionamientos. Ninguno de esos obstáculos la hizo dudar ni un segundo. Su Caballero Oscuro la protegería de todo mal.
Ella agarró su pequeñísimo bolso con ambas manos y se acurrucó en el protector hueco de su fuerte brazo. Un millón de preguntas se arremolinaron en su cerebro. ¿Intentaría besarla? ¿Se lo permitiría? ¿Y si no lo intentaba? ¿Y si solo estaba siendo amable?
Antes de que pudiera reunir sus pensamientos, estaban de pie frente al Jeep rojo brillante de Alicia. Apoyada contra la puerta del conductor, Ali estaba en una completa sesión de besuqueo con Andres. El musculoso rubio parecía estar aplastando su pequeño cuerpo, pero ella no protestaba. Por el contrario, pequeños maullidos escapaban de ella mientras le pasaba las manos por su fuerte espalda.
Pedro hizo girar a Pau, poniéndola de cara a él en lugar de la porno suave3 en el estacionamiento.
—Gracias —dijo ella, dándole una risita de agradecimiento.
Él inclinó la cabeza en un silencioso de nada y su larga forma delgada se inclinó casualmente contra la parte trasera del Jeep.
En el resplandor fluorescente de la farola de arriba, su rostro resplandecía con pequeñas gotas de sudor. No lo había visto sudar en el club. Yuju, no era perfecto. Deseó tener una suave toalla de mano para secarle la piel.
Pedro se irguió y se sacó la camisa de vestir negra por encima de la cabeza. Una fresca camiseta blanca abrazaba su torso. Se limpió la cara con la camisa negra, y luego empujó una de las esquinas en el bolsillo trasero de su pantalón. ¿Le había leído el pensamiento? ¿O había estado mirándolo fijamente?
Lo que sea que causó la acción no importaba.
Con su cara seca, usando una camiseta blanca húmeda, se veía fresco y aún más atractivo.
Que Dios la ayudara si él se quitaba la camiseta.
No tendría poder para resistírsele a él al natural.
Si tan solo fuera tan audaz como Alicia. Nunca había deseado nada tanto como deseaba besar a Pedro en ese momento.
Él sacó su teléfono celular del otro bolsillo trasero e inclinó la cabeza mientras señalaba su bolso con el celular.
—Oh, seguro —tartamudeó—. Intercambiemos números.
Ella rebuscó en su pequeña bolsa, tomándole demasiado tiempo ubicar su teléfono y recitar su número.
La sonrisa torcida que le dio hizo que su torpeza valiera la pena. Él tomó su teléfono, moviendo el suyo propio a la otra mano y abrió el de ella.
Pau se movió a su lado para verlo acceder rápidamente a sus contactos. Agregar su nombre, Pedro Alfonso, y su número de teléfono, iluminó la pantalla. Él intercambió de mano nuevamente, y seleccionó la cámara.
Luego sostuvo el teléfono con el brazo extendido.
Se tomaron unos rápidos pares de selfies juntos, utilizando ambos teléfonos. Él era muy hábil como aceite maniobrando los dispositivos.
Devolvió su teléfono al bolsillo trasero y su oscura mirada penetró en lo más profundo del alma de Paula.
Ella inhaló y se olvidó de cómo respirar. Mirando fijamente sus irises de color chocolate claro, la cabeza le dio vueltas. Exhaló e inhaló un aroma a sudor y sexy colonia. Olía fantástico. Sus rostros no habían estado tan cerca antes. A la distancia para besar.
Una energía sexual magnética irradiaba de Pedro. Su cercanía enviaba impulsos hormigueantes hacia su área del bikini. Deseaba a este hombre. Este misterioso hombre que ni siquiera había hablado. Este caballero increíblemente sexy en quien ya confiaba.
Quería explorar cada pulgada de él y descubrir todos sus secretos. Un billón y siete actos traviesos se reprodujeron en su mente.
Él fijó sus penetrantes pupilas en su boca.
Separó los labios. Humedeció con la punta de su lengua la parte inferior de su labio superior.
El pulso de ella aumentó, resonando en sus oídos. Su boca la atormentaba más allá de cualquier razón. Perdió el enfoque en su visión.
Entró en pánico y se alejó. Tragar una bocanada de aire no impidió que se balanceara.
El firme contacto de Pedro la estabilizó sosteniéndola por el codo. Pau cerró los ojos y respiró.
La suave punta de un dedo aterrizó justo debajo de su labio inferior. Ella ya reconocía la calidez de su toque.
Él trazó una línea suave por su barbilla hasta la parte inferior de su mandíbula. Utilizando la presión más ligera posible para un hombre de su tamaño, Pedro inclinó su rostro hacia el suyo. Su esencia la hizo querer inclinarse y saborear su piel.
Ella abrió los ojos. Él arrastró suavemente su dedo hacia abajo por su garganta y a través de su clavícula, antes de alejarlo. Ella jadeó en un profundo suspiro, y se fundió en un charco de deseo.
La mirada de él se desplazó desde su cuello hasta sus ojos. Un intenso deseo casi animal hirvió detrás de sus pupilas. La profundidad de su anhelo era feroz, pero ella no tenía miedo.
Sus honestas emociones podían leerse fácilmente desde todos los ángulos. Su cara le dijo todo lo que necesitaba saber acerca de él.
Era amable, cariñoso, emocional, sensual y no tenía miedo de revelar sus verdaderos sentimientos.
Se abrazó los antebrazos y los frotó. No por un escalofrío, sino para intentar calmar sus vertiginosas emociones febriles. Debe estar loca para poner tanto poder en manos de un hombre al que acababa de conocer. Si era honesto o no, rezumaba atractivo sexual o no, ella tenía que mantener el juicio. ¿Estaba desesperada? ¿O era el verdadero amor que ella siempre soñó con encontrar?
3 El porno blando o porno suave es un género pornográfico en el que no se muestran actos sexuales explícitos ni penetración.
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