jueves, 16 de enero de 2020

SIN PALABRAS: CAPITULO 8




Pedro levantó su teléfono y movió las cejas en un gesto juguetón. Sus ojos se posaron cayeron de nuevo hacia sus labios.


—Sí, lo quiero de vuelta —dijo.


Su sonrisa torcida provocó que se le acelerara el pulso. Le puso el teléfono en su palma y cerró los dedos alrededor de él para que no se cayera.


 ¿Eran tan obvias sus débiles rodillas?


Ella se movió para apoyarse contra el Jeep.
Alicia y Andres se separaron con un sonoro chasquido de labios.


—Dame tu número, hermoso. —La voz de Alicia tenía más que un toque de propiedad.


Seguido, resonó la profunda risa gutural de Andres e hizo lo que le pidió. Después de devolverle su brillante carcasa rosa, sus ojos azules se clavaron en los de Pau. 


—Mi primo piensa que hay algo especial en usted, señorita Paula. Es muy exigente respecto a dar su número, pero me doy cuenta que lo ha obtenido.


Ella miró a Pedro. Su intensa mirada examinaba el rostro de Andres. Su mandíbula se movió solo un poco de lado a lado. Si no eras observador, nunca te habrías dado cuenta, pero Pedro estaba irritando el interior de su labio inferior. La primera grieta en su armadura brillante había aparecido.


— ¿Te contó su secreto? —susurró Andres en su oído en su camino a ponerse de pie junto a su primo. Su voz tenía preocupación y tal vez una pizca de vulnerabilidad.


Ella mantuvo la mirada en Pedro. Él observó los labios de Andres con casi la misma intensidad que miró los suyos anteriormente. Extraño.


—No —dijo, tragándose una oleada de náusea que amenazaba con subir su trago de tequila para una segundo round a la inversa.
» ¿Qué? —Pau intentó que su voz sonara calmada, pero adoptó un tono demasiado alto—. ¿Está casado? ¿Será enviado al extranjero? ¿Lo buscan en cinco estados por robo armado? ¿Está muriendo de cáncer? —Su boca se secó pero un horrible escenario tras otro continuaban estallando—. ¿Tiene seis hijos de seis madres diferentes? ¿Es su fin de semana libre de una institución mental?


—Guao —dijo Andres, despegándose del vehículo—. Parecía tan callada y tímida, pero es un verdadero petardo cuando lo enciendes.


La extraña forma en que él mantenía su rostro hacia Pedro mientras ella hablaba detuvo su espiral verbal descendente. Cerró y apretó la mandíbula. Su mirada se dirigió de nuevo a Pedro.


Él se mantuvo calmado y en silencio, observando su boca con su interminable suministro de sensibilidad. No la interrumpió. No trató de negar sus acusaciones. No se
inmutó. Simplemente observaba su boca con la cabeza ligeramente inclinada hacia un lado.


Por lo menos no se rio.


Alicia envolvió su delgado brazo alrededor de su cintura, y Pau agradeció tener a alguien más en quién concentrarse.


—Supongo que debería haberlo mencionado antes en el baño. —La voz de Ali era llana, pero la culpa la hizo mantener la mirada en el suelo.


— ¿Mencionar qué?


Pedro es sordo. Ha estado sordo desde que nació. Es experto en leer los labios y el lenguaje de señas.


— ¿Y cuándo te enteraste?


—Cuando Andres y yo nos escabullimos fuera. Es muy sobreprotector cuando se trata de su primo.


—Lo siento, Paula, pero he visto demasiadas mujeres desecharlo. —Andres le dio un ligero puñetazo juguetón a Pedro en el brazo—. Tenía que asegurarme de que eras diferente.


Ella miró desde el hermoso rostro de Alicia a la cincelada perfección de Pedro, a la sensual apariencia oscura de Pedro.


—Bueno, es bueno finalmente ser admitida en el círculo.


Andres se movió alrededor de ella y se llevó a Alicia con una expresión casi avergonzada de remordimiento. Casi.


Pau dio un paso hacia el hombre misterioso.


— ¿Entiendes lo que digo?


Pedro asintió.


Ella dio otro paso. 


— ¿Tu profundo oscuro secreto es tu pérdida auditiva?


La sonrisa torcida de la que ya estaba enamorada se estiró en la comisura de su sensual boca. El dio otro lento asentimiento.


Ahora, a un brazo de distancia, ella frunció los labios. 


—Quiero que sepas… —Su teléfono saltó a la vida en su mano, asustándola a mitad de su oración.


Miró la pantalla. Hospital Memorial se extendía a través de la pantalla.


—Hola —dijo, lanzándole una mirada a Alicia y encogiéndose de hombros—. Sí, soy Paula Chaves —Hizo una pausa—. Sí, Elena Chaves es mi madre. —No entendía por qué demonios recibía esta llamada.


Alicia se acercó, apretando la frente con confusión.


—Estaré ahí. —Bajó el teléfono y encontró los ojos de Ali.


Su rostro debió haber estado en blanco porque su amiga rebotó en sus tacones y dijo « ¿Qué?» casi treinta y siete veces.


—Es mi madre. Ha tenido un accidente.




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