viernes, 17 de enero de 2020

SIN PALABRAS: CAPITULO 10





Era un hombre maravilloso, amable y atento. Era el tipo de hombre con el que cualquier mujer tendría la suerte de ser amada. Demasiado bueno para ella, para su trasero feo e inútil.


La rabia corrió por sus venas. La rabia hizo que quisiera gritar cada obscenidad que alguna vez había escuchado de la odiosa cara de su madre. 


Su boca se llenó con un exceso de saliva y alcohol rancio.


Se alejó de Pedro al lado opuesto de la cama. El lado con la máquina de soporte de vida. El lado con la energía.


—Has estado muerta para mí desde el día en que me fui. —Se inclinó sobre madre cerca de ser un cadáver y miró su rostro inflamado—. Esto es más de lo que mereces, Madre. Mereces sufrir.


Se enderezó. Sus dedos hurgaron por encima de las palancas en la máquina a su izquierda. 


Ella encontró la palanca correcta.


Pedro estiró sus brazos encima de la cama, diciendo adiós.


Se negó a reconocerlo.


Se movió rápidamente por la cama.


—Adiós, Madre. —Bajó el interruptor.


La máquina de respirar se desinfló y no se levantó. El sonido del pitido del monitor se fue de intermitente a un sólido zumbido. Su madre no se movió. Ni una exhalación final fue expulsada. Ni un aura vital se levantó de ella hacia el techo. Nada cambió.


Pedro estaba parado a los pies de la cama. 


Finalmente miró su cara. Estaba muy familiarizada con la repulsión que esperaba que estuviera mirándola de vuelta. Después de todo, había sido criada en la repulsión, decepción y la indiferencia.


Pero él no la miraba. Su mirada estaba en la infortunada persona de la cama. Cuando su intensa mirada oscura fue hacia ella, sólo vio lástima. Tomó un paso en su dirección.


—No. —Levantó su brazo y extendió sus manos, con los dedos separados para hacer claro que no lo quería cerca.


Exhaló un fuerte sopló de aire y camino hacia la puerta.


Bajó su mano y miró hacia la puerta vacía. La insensibilidad estaba de vuelta. No sintió nada. 


Ni tristeza. Ni dolor. Ni alivio.


Una enfermera entró, seguida del doctor.


Los pasó de largo y Alicia le dio un abrazo que no pudo responder.


Los sonidos, olores, colores, todo parecía apagado y plano. La música del elevador durante la bajada estaba fuera de tono y deformada.


Después de que firmó algunos papeles, salieron del hospital. Los papeles estaban escritos en jeroglíficos antiguos. Su contenido pudo haberse tratado de su madre o cualquier otro paciente.


No lo sabía.


No le importaba.


No sentía.


La insensibilidad era todo lo que importaba.




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