lunes, 11 de noviembre de 2019

PARA SIEMPRE CONTIGO: CAPITULO 20





—Uau, ¿quién te ha enviado estas rosas? —preguntó Silvia cuando entró en el despacho de Paula el martes por la mañana.


El gran ramo de flores que había sobre la mesa no podía pasar desapercibido, y por supuesto, Silvia quería saber todos los detalles.


—Un… cliente —contestó Paula. Intentó contener la sonrisa que le salía cada vez que pensaba en Pedro, pero no lo consiguió. Las rosas le habían llegado esa mañana con una nota que decía: Te echo de menos, Pedro. Ella la había guardado en su bolso para que no la viera nadie.


Por algún motivo, no le quería contar a nadie lo que había pasado entre ella y Pedro. Ni siquiera a Silvia. Pero Silvia la conocía muy bien, y sabía a qué se debía el brillo de sus ojos. 


Paula intentó cambiar de tema.


—¿Me he perdido algo importante en la reunión de esta mañana?


Como tenía que trabajar en la Colección Para Siempre y en el encargo de Pedro, su jefe le había dicho que no hacía falta que asistiera a la reunión. Paula le estaba agradecida por ello.


Silvia se sentó junto a la mesa de dibujo de Paula y cruzó las piernas.


—Nada nuevo. Han tratado de fijar un calendario de producción para la Colección Para Siempre, pero estoy segura de que eso te lo contará Franco —Silvia la miró dejando claro que no pensaba cambiar de tema—. Entonces, ¿hay alguna relación entre que llegaras tarde esta mañana y ese invernadero móvil?


—Quizá —admitió Paula.


—¿Y este cliente, es el mismo que te envió un jersey la semana pasada? —continuó Silvia.


Paula miró a su amiga.


—En serio, Silvia, deberías abrir una agencia de detectives. Eres muy buena.


Silvia se encogió de hombros y dijo:
—Es Pedro Alfonso, ¿verdad? Él fue quien te compró en la subasta, y Yanina me dijo que la semana pasada te llamó para que lo atendieras en la sala de exposiciones. No llegué a verlo en la subasta, pero Yanina dice que es muy atractivo. ¿Por qué no nos has contado que estás saliendo con él?


Paula se reclinó en el asiento y dijo:
—Por el amor de Dios, sí, me compró en la subasta, pero lo único que hicimos después fue tomar un café. Desde entonces lo único que hemos hecho ha sido cenar juntos. Una cena de negocios —añadió—. En serio, no ha pasado nada —insistió. Pero Silvia la miraba como si no tuviera escapatoria—. Bueno… prácticamente nada. Quiero decir, no ha sucedido nada que la gente pueda pensar que es algo… Pero, por supuesto, como yo no salgo mucho con chicos, bueno no salgo nada… a mí me parece algo. Aunque, en realidad no fue…


—Paula, estás balbuceando —la interrumpió Silvia—. Ese hombre te gusta de verdad, ¿no?


—Sí… me gusta —admitió Paula—. Y eso me asusta, Silvia. Es tan… tan…


—¿Perfecto? —preguntó Silvia.


—Es demasiado perfecto —contestó Paula con un suspiro—. Es inteligente, amable, considerado… Anoche me dijo que no iba a permitir que tuviera ninguna excusa para alejarme de él. Creo que lo dice en serio.


—Parece como si ya te conociera muy bien —dijo Silvia entre risas—. Pero si es tan maravilloso, ¿por qué ibas a querer separarte de él?


—Tienes una visión muy optimista acerca de las relaciones. Ojalá yo pudiera hacer lo mismo. Pero yo no tengo mucha suerte con los hombres. Da igual lo maravillosos que parezcan, después nunca me sale bien.


Silvia miró a Paula con cara de lástima. No le dio más consejos ni le hizo más preguntas, solo le tomó la mano y le dio una palmadita. Paula no tenía muchos amigos, y en esos momentos apreciaba mucho el apoyo de Silvia.


—¿Vas a volver a verlo?


Paula asintió.


—El sábado por la noche vamos a ir a una inauguración en el Bentley Museum. Dan un cóctel para los donantes importantes.


—Uau, no puedes faltar. ¿Qué te vas a poner?


—Aún no lo he pensado. Me ha dicho que no era un acto formal. ¿Pero qué significa eso para un millonario?


Después de repasar el vestuario de Paula, las dos mujeres decidieron ir de compras el jueves por la tarde. Silvia tenía mucho estilo y Paula estaba encantada de que su amiga la aconsejara.


—Entonces… después del sábado, ¿no vas a volver a verlo? ¿Eso es lo que piensas hacer?


Paula se levantó de la silla y paseó de un lado a otro del despacho.


—No sé. No sé qué hacer.


Silvia también se puso en pie.


—¿Por qué no te relajas… y vas poco a poco? Ya lo irás viendo.


—Al menos una de nosotras confía en mi instinto para los hombres.


—Confía en tu corazón, Paula —le aconsejó Silvia con una sonrisa.


Silvia cambió de tema y se puso a hablar de la subasta. Había sido un éxito y había servido para unir un poco más a los empleados de Colette. Paula admitió que se alegraba de que sus amigas la hubieran convencido para que participara.


Cuando Silvia se marchó, Paula se quedó a solas con las rosas y reflexionó sobre el consejo que le había dado su amiga.






PARA SIEMPRE CONTIGO: CAPITULO 19





Minutos más tarde, estaban paseando por el parque bajo la luz de la luna. Lucy iba trotando junto a ellos, olisqueando todos los árboles que había en el camino.


—El parque está muy bonito por la noche —dijo Pedro—. Me alegro de haberte acompañado.


Paula lo miró y sonrió.


—Yo también —dijo ella. Después, él le rodeó los hombros con el brazo y siguieron caminando en silencio.


Cuando llegaron al lago, el agua estaba tranquila y en ella se reflejaban las estrellas.


Se sentaron en un banco que había en la orilla. 


Pedro la atrajo hacia sí y Paula se relajó y apoyó la cabeza en su hombro. Sintió que él le besaba la cabeza.


Volvió la cara y sus bocas se encontraron. 


Durante un buen rato, se besaron y abrazaron de manera apasionada.


Finalmente, Pedro levantó la cabeza. Respiraba deprisa y Paula sintió que trataba de mantener el control para no ceder ante el deseo que sentía por ella.


—¿Ibas a invitarme a subir esta noche? —preguntó él.


Ella se rio.


—No sé… no estaba segura —contestó—. Es decir, me apetecía… pero…


—Tenías miedo de lo que podía pasar —dijo él.


Ella asintió y se apoyó sobre su pecho. Él la agarró de la barbilla e hizo que lo mirara.


—No iba a subir, aunque me invitaras —admitió él—. Aunque he de decirte que me habría costado muchísimo. No estaba seguro de poder controlarme una vez estuviéramos a solas. Te deseo tanto —confesó—. No quiero darte excusas para que te alejes de mí, Paula. No quiero perderte.


Paula no sabía qué decir. Llevaba toda la tarde tratando de convencerse de que no quería nada romántico con Pedro. Pero al parecer, él no pensaba lo mismo.


—Como te he dicho antes, estaré fuera de la ciudad hasta finales de semana —dijo él. «Menos mal», pensó ella. Necesitaría una semana para recuperarse de ese encuentro—. ¿Podemos vernos el sábado por la noche? Tengo que asistir a una inauguración en el museo, aquí en el parque. No es nada formal. Será divertido, sobre todo si me acompañas —sugirió él.


—Me encantaría ir —dijo Paula.


Ella visitaba el museo a menudo, pero nunca había asistido a una inauguración. Suponía que Pedro donaba grandes sumas de dinero a la organización y que por eso lo invitaban a ese tipo de eventos. Participaba en muchas obras benéficas, y era evidente que quería utilizar su dinero para ayudar a los demás. Era otra de sus buenas cualidades. Cuando más lo conocía, más lo admiraba y más se contradecían sus prejuicios acerca de los hombres ricos.


—Supongo que tenemos que irnos —dijo Paula al cabo de un rato.


Pedro asintió.


—Supongo que sí.


Se separó de ella despacio, y la besó un par de veces antes de soltarla del todo. Paula sabía cómo se sentía, porque ella también sentía lo mismo. Ambos deseaban quedarse allí, abrazados hasta el amanecer.


Se pusieron de pie. Lucy estaba tumbada junto al banco desde hacía un rato, y miró a Paula.


—Es una perra bien entrenada —comentó Pedro con una sonrisa—. Ha sido muy considerada al no interrumpirnos.


—Sí, se ha portado muy bien —Paula no sabía por qué—. No le habrás dado galletas a escondidas ¿verdad?


—No… pero me aprenderé ese truco para la próxima vez —dijo Pedro. Tomó la mano de Paula y comenzó a caminar.


Paula se reía, pero por dentro estaba temblando. Él había prometido que tendría paciencia. Y también que no la dejaría escapar. 


Tenía que fiarse de él, pero sabía que la próxima vez no conseguiría librarse de sus abrazos con tanta facilidad como aquella noche.


La verdad era que Paula sabía que no querría librarse…




PARA SIEMPRE CONTIGO: CAPITULO 18





El brillo de sus ojos le aclaró lo demás. El pensaba que ella lo estaba considerando como una posibilidad para el matrimonio.


La idea era… absurda. Paula bebió un sorbo de agua y se atragantó.


Hijos. Por supuesto.


Seguro que él sería un buen padre. Debía de tener unos cuarenta años, y muchos hombres formaban una familia a esa edad. Estaba segura de que había muchas mujeres dispuestas a casarse con él.


Pero tendría que borrar su nombre de la lista. Paula pensaba que la maternidad no era para ella.


A veces sentía ganas de tener un bebé, pero otras pensaba que como madre sería un desastre. No era algo que se pudiera aprender, sino algo que había que sentir. Estaba convencida de que sería incapaz de criar a un niño y de darle todo el cariño que un hijo necesita para convertirse en una persona feliz y segura de sí misma.


No, los niños no eran para ella. Y ese era otro de los motivos que harían que su relación con Pedro fracasase.


Paula se quedó en silencio, pensativa.


—¿Pasa algo? —preguntó Pedro—. Te he aburrido con la historia de mi vida y eres demasiado educada para admitirlo, ¿verdad?


Ella sonrió y le acarició la mano.


—Para nada. Todavía tengo un montón de preguntas que hacerte.


Él parecía halagado.


—La única cosa que creo que no te he contado es mi grupo sanguíneo. ¿Qué más quieres saber de mí?


—Muchas cosas —Paula se encogió de hombros—. ¿Cuál es tu segundo nombre?


Él sonrió.


—No te lo puedo decir. Me da vergüenza.


—No puede ser peor que el mío.


—¿Cuál es el tuyo?


Paula respiró hondo.


—Agatha.


—Sí, ése no está mal —dijo, y le guiñó el ojo—. Supongo que tendré que decirte el mío. Es Sherman.


—¿De verdad? No tienes pinta de llamarte Sherman.


—Gracias. Tú tampoco tienes pinta de llamarte Agatha.


Ella se rio.


—Quizá porque me llamo Maria, de segundo nombre.


—¿Me has engañado?


—Me temo que sí.


—Voy a tener que tener cuidado contigo.


—Sí, eso me temo… Sherman.


Tomaron un taxi para volver a casa de Paula, y aunque ella trató de convencer a Pedro de que se quedara con el taxi y siguiera hasta su casa, él se empeñó en bajarse y en acompañarla hasta la puerta.


Le temblaban las manos mientras abría con la llave. Sentía que él estaba muy cerca. ¿Iba a besarla cuando ella se diera la vuelta? ¿Debía invitarlo a subir? Era tarde, y ambos tenían que trabajar al día siguiente. ¿Qué hora era? Se lo había pasado tan bien que había perdido la noción del tiempo.


Cuando abrió la puerta, miró el reloj.


—Cielos… pobre Lucy. Debe de estar muñéndose por salir —sin esperar a Pedro, Paula comenzó a subir por las escaleras.


Pedro la siguió. Lucy no había salido en todo el día, y normalmente, cuando Paula no volvía a casa después del trabajo, le pedía a alguna de sus amigas que la sacaran a pasear. Pero la imprevista cita con Pedro había hecho que se olvidara de todo.


Paula abrió la puerta de su casa, y Lucy salió a recibirla. Paula tomó la correa y se la puso al cuello.


—Vas a sacarla a pasear… ¿ahora? —preguntó Pedro. Paula salió corriendo porque Lucy se apresuró a salir de casa.


—Por supuesto. Voy a darle un paseo por el parque. La pobre lleva todo el día sin salir.


Subieron al ascensor y Pedro dijo:
—Son más de las once. No puedes pasear por el parque a estas horas, Paula. No es un lugar seguro.


Su tono paternal la pilló desprevenida. No estaba acostumbrada a que nadie cuidara de ella. Ni a que le dijeran lo que podía o no podía hacer.


—No seas tonto. Estaré bien —contestó Paula. Llegaron al piso de abajo y salieron del ascensor.


—Puedo sacarla yo. No me importa —insistió Pedro.


—En serio, no es necesario —contestó Paula. Salieron a la calle y Lucy tiró de Paula para dirigirse al parque—. Bueno, aquí puedes esperar a un taxi —le dijo a Pedro.


—De ninguna manera —insistió él—. Si no me dejas pasear al perro, te acompañaré.


—En serio, Pedro


—Insisto —Paula se dio cuenta de que no tenía sentido discutir.




domingo, 10 de noviembre de 2019

PARA SIEMPRE CONTIGO: CAPITULO 17




El camarero les sirvió el primer plato, y mientras comían, Paula aprovechó para preguntarle a Pedro sobre su pasado. Se había criado en Greenbrier, Wisconsin. Era el único chico de la familia y tenía tres hermanas más jóvenes que él. Paula pensó que por eso tenía esa actitud de protección hacia las mujeres. Su padre poseía una ferretería y su madre se había dedicado a criar a sus hijos… y después, a cuidar de sus nietos. Paula sabía, por la manera que él hablaba de su familia, que había crecido en un hogar lleno de felicidad. Lo envidiaba.


Le contó que ella se había criado en un hogar completamente diferente. Lo que más recordaba de su infancia eran las amargas discusiones que mantenían sus padres. Su madre siempre se había arrepentido de haber dejado su carrera de actriz para casarse y tener un bebé. Su padre pasaba muy poco tiempo con la familia debido a su trabajo. Ambos eran personas muy sensibles, y Paula sospechaba que los dos tenían relaciones extramatrimoniales solo para hacer daño al otro. El matrimonio de sus padres era como un campo de batalla, y ella, que era hija única, siempre estaba en el medio.


Cuando se fue a la universidad, sus padres se divorciaron y ambos eran mucho más felices desde entonces. Su padre se había jubilado y viajaba mucho con su segunda esposa. Su madre se había ido a vivir a California y había retomado su carrera como actriz. Paula no sabía por qué habían permanecido tanto tiempo juntos, aunque ellos siempre decían que lo habían hecho por su bien.


—Debió de ser muy difícil para ti —dijo Pedro.


—Sobreviví. Hay mucha gente que ha tenido una infancia peor —insistió ella—. A veces pienso que si hubiera crecido en un entorno feliz, no habría leído tantos libros maravillosos y nunca me habría interesado tanto por el arte.


Pedro le dio la razón, pero siguió mirándola con preocupación.


—Lo único que yo quería hacer era jugar al béisbol. Estaba en la calle desde que amanecía hasta que oscurecía, jugando al béisbol con mis amigos. A veces, mi padre tenía que salir a buscarme después de que se hiciera de noche.


—Creo que todos los niños quieren ser jugadores profesionales de béisbol, ¿verdad?


—Así es. Estoy seguro de que es culpa del cromosoma Y —bromeó él.


Pedro debía de haber sido un buen jugador. Asistió a la universidad de Wisconsin con una beca de deporte, y allí se licencié en Económicas. Todavía tenía el cuerpo de un atleta, y Paula suponía que iba al gimnasio para mantenerse en forma.


Sentía curiosidad por cómo había comenzado con su negocio. No había tenido ayuda, ni dinero familiar, y se preguntaba cómo había llegado tan lejos con tanta rapidez. Pedro le explicó que decidió montar su propia empresa después de trabajar en otra que él consideraba que estaba muy mal organizada y que no podía competir en el mercado. Sabía que había montones de familias que necesitaban muebles con estilo, pero económicos, y él tenía algunas ideas para introducirse en ese ámbito. Pero su jefe nunca le hacía caso, así que decidió montárselo por su cuenta. Al principio tuvo problemas para conseguir suficiente capital, pero al final consiguió financiación y se esforzó para que su empresa funcionara.


—Durante los primeros años, pasaba el día y la noche en la oficina. Incluso tenía mudas de ropa allí. Teníamos poco personal, y a veces, después de trabajar todo el día en mi despacho, tenía que conducir un camión y hacer repartos por la noche.


—Estás bromeando, ¿verdad? —preguntó Paula, incrédula.


—Ojalá… ¿ves estas canas? Me salieron antes de tiempo.


Paula se rio.


—Te quedan muy bien.


Él sonrió. Después volvió a ponerse serio.


—Era difícil conseguir que las cosas funcionaran. Más de una vez pensé que no lo conseguiría. Sé que mi matrimonio se vio afectado por las largas horas que pasaba en la oficina.


—¿Estuviste casado? —Paula se quedó sorprendida.


—Me casé con mi novia de la universidad. Mi única novia —admitió con una pequeña sonrisa—. Ella no estaba muy interesada en la empresa, y creo que se sentía descuidada.


—¿Por eso os divorciasteis?


—Bueno, no exactamente… había muchos otros motivos —hizo una pausa y ella notó que no quería discutir los detalles—. Envidio a las parejas que se conocen desde los veinte años y siguen casadas cincuenta años después. Mis padres son de esos. Todavía están enamorados. Se nota. Yo siempre había deseado un matrimonio así… pero no me salió bien. Susana y yo no maduramos de la misma manera. Tomamos caminos diferentes. Al final, apenas la comprendía. Ahora vive en Europa, y creo que los dos estamos contentos con nuestras vidas.


«Es una triste historia», pensó Paula. Los ojos de Pedro brillaban con resentimiento mientras le contaba la historia de su matrimonio fracasado. 


Era incómodo pensar cómo un matrimonio podía comenzar tan bien… y terminar de forma tan dolorosa.


Era difícil volver a intentarlo después de una cosa así. Paula lo sabía muy bien. No había pensado en la posibilidad de que Pedro también luchara contra los fantasmas de su pasado. Eso hacía que tuvieran menos probabilidades aún de tener éxito.


—¿Y tú, Paula? ¿Has estado casada? —preguntó él.


—¿Casada? No, yo no —dijo ella.


Él la miró un instante.


—Te has sonrojado, así que debiste tener a alguien importante en tu vida… Quizá, ¿todavía lo tengas?


—No estoy saliendo con nadie, si te refieres a eso —contestó ella. Dobló la servilleta y la dejó a un lado.


—Pero hubo alguien importante… ¿y no salió bien?


—Algo así —contestó ella—. Fue hace mucho tiempo. Yo era muy joven e… ingenua.


—¿Él era mayor que tú?


Paula lo miró.


—Eres muy bueno adivinando cosas.


—Quizá. Pero preferiría que tú me contaras la historia.


Por cómo la miraba, Paula sintió que podía contarle cualquier cosa y que él no cambiaría su opinión sobre ella.


Dudó un momento, pero decidió que era demasiado pronto para contarle la historia de Fernando Stark. Era una persona reservada, podía tener una amiga desde hacía muchos años, y no haberle contado nada acerca de Fernando.


—Como te he dicho, ocurrió hace mucho tiempo… y no me gusta hablar del tema. Además, todavía tengo que hacerte más preguntas. ¿Tienes hijos? —preguntó de pronto.


No estaba segura de por qué se le había ocurrido esa pregunta.


—No tengo hijos —contestó él—. Me arrepiento de que mi matrimonio no saliera bien, pero sobre todo, de no haber tenido hijos.


—Todavía eres joven. No es tarde para que formes una familia.


—Me alegro de que digas eso, Paula. Quizá todavía tenga alguna esperanza.




PARA SIEMPRE CONTIGO: CAPITULO 16




Hacia las cinco y media, Paula dejó lo que estaba haciendo y se preparó para encontrarse con Pedro. Se quitó la horquilla que se había puesto por la mañana y decidió hacerse una larga trenza. Se puso un poco de lápiz de labios, un poco de sombra de ojos y un poco de rímel. 


Cuando se disponía a cerrar el bolso, encontró la cajita de terciopelo azul que contenía el broche de Rosa. Tenía pensado pasar por su casa para devolvérselo en persona. El broche era demasiado preciado como para dejárselo en la puerta de casa o en el buzón.


Paula abrió la caja y miró el broche una vez más. Pensó que seguramente lo habría hecho un diseñador como ella y que era una pieza única. Se preguntaba quién lo habría hecho. ¿Y cómo había llegado hasta las manos de Rosa? ¿Quizá era un regalo? Rosa le había dicho que era una larga historia, y Paula decidió que tenía que preguntárselo.


Lo sacó de la caja y se lo puso en el vestido.


Estaba preparando algunos trabajos para llevárselos a casa cuando oyó que alguien llamaba a la puerta. Se volvió y vio a Pedro. Iba vestido con un traje azul oscuro, una camisa blanca y una corbata de seda. Parecía un ejecutivo. Y estaba muy guapo.


—No quería asustarte —dijo él con una sonrisa, y entró en el despacho—. La recepcionista no estaba, así que entré y te busqué.


—Bueno, aquí me tienes —dijo Paula. Pedro seguía sonriendo y ella se estremeció. Bajó la vista y agarró la bolsa donde llevaba los cuadernos y los bocetos.


—¿Me permites que la lleve yo? —preguntó él.


—No, gracias —dijo ella, y salió del despacho. 


Necesitaba algo donde agarrarse. Algo que pusiera un poco de distancia entre ellos.


Salieron del edificio y caminaron hasta un restaurante cercano que Pedro sugirió. Él pensaba que sería un sitio tranquilo donde podrían hablar. Paula nunca había estado allí, así que no sabía si sería un lugar tranquilo o no. 


Había oído hablar del sitio… y sabía que sería caro.


Los camareros saludaron a Pedro por su nombre, y le dieron una mesa con vistas al jardín. «No es un lugar con ambiente de trabajo», pensó Paula mientras intentaba leer la carta en la semioscuridad. No dudaba de que Pedro hubiera elegido ese sitio porque era un lugar romántico. Todo el mundo del local lo conocía. Probablemente era su lugar favorito para sus citas románticas.


Pero ella no podía ceder ante su estrategia, ni ante el deseo que sentía por él. Ya le había dicho que no tendría una relación amorosa con él. Y estaba decidida a mantener su palabra. Un camarero les trajo la bebida y les tomó nota de la comida. Mientras Pedro bebía un sorbo de vino, Paula sacó el cuaderno de dibujo y lo puso sobre la mesa.


—Bueno, ¿y qué has pensado para las otras piezas? —le preguntó.


Pedro sonrió. Durante un momento, ella pensó que iba a soltar una carcajada.


—¿Dónde te has dejado las gafas de concha, Paula? ¿Las has perdido? —bromeó.


—Llevo lentillas —dijo ella. Miró el cuaderno y garabateó sobre el papel—. Como si no lo supieras.


Él se rio.


—Estaba bromeando. Lo siento —le tomó la mano. Paula lo miró a los ojos—. Es difícil resistirse. Me encanta hacer que te sonrojes.


Ella suspiró y bajó la mirada.


—Ojalá no me sonrojara tan rápido —confesó ella—. Es horrible.


—No, no lo es —dijo él—. Es maravilloso. Tienes una piel preciosa.


—Y sin duda, tú sabes meterte bajo mi piel y ponerme nerviosa —admitió Paula.


—¿De verdad? —soltó una carcajada—. Gracias, Paula. Creo que esa es la cosa más bonita que me has dicho nunca.


Paula lo miró un instante. No podía contemplar durante demasiado rato el brillo de sus ojos y la cálida expresión de su rostro. Se sentía muy atraída por él. Bajó la vista y se fijó en la copa de vino blanco. Pedro continuaba agarrándole la mano y le acariciaba los dedos. Ella sintió que estaba a punto de derretirse.


—Terminaremos el trabajo, no te preocupes —le prometió él.


—Será mejor, o me meteré en un lío —dijo ella.


—Franco no te dirá nada. Somos viejos amigos.


No estaba segura de que le gustara que Pedro pudiera entrometerse en su trabajo. Pero sentía curiosidad por la relación que él tenía con Franco Reynolds.


—¿De qué conoces a Franco? —preguntó.


—Hace algunos años, recibí clases de diseño en Taylor School of Art. Franco fue uno de mis profesores. Nos hicimos buenos amigos.


—¿Estudiaste arte? —preguntó ella con sorpresa.


—Solo un par de cursos. Cuando empezaba con mi negocio. Tenía que comprender lo que los diseñadores me decían. Sabes, a veces los artistas habláis vuestro propio lenguaje.


—Hmm, a veces los hombres de negocios, también —contestó ella, y lo miró a los ojos.


—Sí, lo sé. Pero cuando las palabras fallan, tenemos que recurrir a la comunicación no verbal —se inclinó, y la besó en los labios con delicadeza. Paula cerró los ojos y saboreó el dulzor de su boca. Él se retiró despacio, y ella sintió que ambos deseaban más.


—Lo siento… probablemente no querías que hiciera eso, ¿verdad? —se disculpó él.


—De hecho… sí quería —admitió ella—. Así que no necesitas disculparte.


Él sonrió.


—Te has sonrojado otra vez.


Ella suspiró y ambos se rieron.


—Sí… lo sé.


De pronto, Paula se sintió culpable porque durante todo el tiempo que habían pasado juntos, nunca le había preguntado a Pedro nada acerca de su pasado. Él debía de pensar que era egocéntrica. Pero no era así.


Anhelaba saberlo todo acerca de él. Dónde se había criado. Si prefería el campo o la ciudad.


Los lagos, o el mar. ¿Cuándo era su cumpleaños? ¿Cuál era su nombre completo? Su postre favorito.


Quería saberlo todo… pero no se atrevía a pronunciar palabra. Todo era demasiado perfecto entre ellos, como para estropearlo hablando. Se quedaron en silencio, agarrados de la mano. Paula se sentía feliz. Pedro era tan buena persona, y había sido muy paciente con ella. Le parecía imposible que un hombre como Pedro se sintiera atraído por una mujer como ella.