lunes, 11 de noviembre de 2019

PARA SIEMPRE CONTIGO: CAPITULO 19





Minutos más tarde, estaban paseando por el parque bajo la luz de la luna. Lucy iba trotando junto a ellos, olisqueando todos los árboles que había en el camino.


—El parque está muy bonito por la noche —dijo Pedro—. Me alegro de haberte acompañado.


Paula lo miró y sonrió.


—Yo también —dijo ella. Después, él le rodeó los hombros con el brazo y siguieron caminando en silencio.


Cuando llegaron al lago, el agua estaba tranquila y en ella se reflejaban las estrellas.


Se sentaron en un banco que había en la orilla. 


Pedro la atrajo hacia sí y Paula se relajó y apoyó la cabeza en su hombro. Sintió que él le besaba la cabeza.


Volvió la cara y sus bocas se encontraron. 


Durante un buen rato, se besaron y abrazaron de manera apasionada.


Finalmente, Pedro levantó la cabeza. Respiraba deprisa y Paula sintió que trataba de mantener el control para no ceder ante el deseo que sentía por ella.


—¿Ibas a invitarme a subir esta noche? —preguntó él.


Ella se rio.


—No sé… no estaba segura —contestó—. Es decir, me apetecía… pero…


—Tenías miedo de lo que podía pasar —dijo él.


Ella asintió y se apoyó sobre su pecho. Él la agarró de la barbilla e hizo que lo mirara.


—No iba a subir, aunque me invitaras —admitió él—. Aunque he de decirte que me habría costado muchísimo. No estaba seguro de poder controlarme una vez estuviéramos a solas. Te deseo tanto —confesó—. No quiero darte excusas para que te alejes de mí, Paula. No quiero perderte.


Paula no sabía qué decir. Llevaba toda la tarde tratando de convencerse de que no quería nada romántico con Pedro. Pero al parecer, él no pensaba lo mismo.


—Como te he dicho antes, estaré fuera de la ciudad hasta finales de semana —dijo él. «Menos mal», pensó ella. Necesitaría una semana para recuperarse de ese encuentro—. ¿Podemos vernos el sábado por la noche? Tengo que asistir a una inauguración en el museo, aquí en el parque. No es nada formal. Será divertido, sobre todo si me acompañas —sugirió él.


—Me encantaría ir —dijo Paula.


Ella visitaba el museo a menudo, pero nunca había asistido a una inauguración. Suponía que Pedro donaba grandes sumas de dinero a la organización y que por eso lo invitaban a ese tipo de eventos. Participaba en muchas obras benéficas, y era evidente que quería utilizar su dinero para ayudar a los demás. Era otra de sus buenas cualidades. Cuando más lo conocía, más lo admiraba y más se contradecían sus prejuicios acerca de los hombres ricos.


—Supongo que tenemos que irnos —dijo Paula al cabo de un rato.


Pedro asintió.


—Supongo que sí.


Se separó de ella despacio, y la besó un par de veces antes de soltarla del todo. Paula sabía cómo se sentía, porque ella también sentía lo mismo. Ambos deseaban quedarse allí, abrazados hasta el amanecer.


Se pusieron de pie. Lucy estaba tumbada junto al banco desde hacía un rato, y miró a Paula.


—Es una perra bien entrenada —comentó Pedro con una sonrisa—. Ha sido muy considerada al no interrumpirnos.


—Sí, se ha portado muy bien —Paula no sabía por qué—. No le habrás dado galletas a escondidas ¿verdad?


—No… pero me aprenderé ese truco para la próxima vez —dijo Pedro. Tomó la mano de Paula y comenzó a caminar.


Paula se reía, pero por dentro estaba temblando. Él había prometido que tendría paciencia. Y también que no la dejaría escapar. 


Tenía que fiarse de él, pero sabía que la próxima vez no conseguiría librarse de sus abrazos con tanta facilidad como aquella noche.


La verdad era que Paula sabía que no querría librarse…




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