lunes, 11 de noviembre de 2019
PARA SIEMPRE CONTIGO: CAPITULO 18
El brillo de sus ojos le aclaró lo demás. El pensaba que ella lo estaba considerando como una posibilidad para el matrimonio.
La idea era… absurda. Paula bebió un sorbo de agua y se atragantó.
Hijos. Por supuesto.
Seguro que él sería un buen padre. Debía de tener unos cuarenta años, y muchos hombres formaban una familia a esa edad. Estaba segura de que había muchas mujeres dispuestas a casarse con él.
Pero tendría que borrar su nombre de la lista. Paula pensaba que la maternidad no era para ella.
A veces sentía ganas de tener un bebé, pero otras pensaba que como madre sería un desastre. No era algo que se pudiera aprender, sino algo que había que sentir. Estaba convencida de que sería incapaz de criar a un niño y de darle todo el cariño que un hijo necesita para convertirse en una persona feliz y segura de sí misma.
No, los niños no eran para ella. Y ese era otro de los motivos que harían que su relación con Pedro fracasase.
Paula se quedó en silencio, pensativa.
—¿Pasa algo? —preguntó Pedro—. Te he aburrido con la historia de mi vida y eres demasiado educada para admitirlo, ¿verdad?
Ella sonrió y le acarició la mano.
—Para nada. Todavía tengo un montón de preguntas que hacerte.
Él parecía halagado.
—La única cosa que creo que no te he contado es mi grupo sanguíneo. ¿Qué más quieres saber de mí?
—Muchas cosas —Paula se encogió de hombros—. ¿Cuál es tu segundo nombre?
Él sonrió.
—No te lo puedo decir. Me da vergüenza.
—No puede ser peor que el mío.
—¿Cuál es el tuyo?
Paula respiró hondo.
—Agatha.
—Sí, ése no está mal —dijo, y le guiñó el ojo—. Supongo que tendré que decirte el mío. Es Sherman.
—¿De verdad? No tienes pinta de llamarte Sherman.
—Gracias. Tú tampoco tienes pinta de llamarte Agatha.
Ella se rio.
—Quizá porque me llamo Maria, de segundo nombre.
—¿Me has engañado?
—Me temo que sí.
—Voy a tener que tener cuidado contigo.
—Sí, eso me temo… Sherman.
Tomaron un taxi para volver a casa de Paula, y aunque ella trató de convencer a Pedro de que se quedara con el taxi y siguiera hasta su casa, él se empeñó en bajarse y en acompañarla hasta la puerta.
Le temblaban las manos mientras abría con la llave. Sentía que él estaba muy cerca. ¿Iba a besarla cuando ella se diera la vuelta? ¿Debía invitarlo a subir? Era tarde, y ambos tenían que trabajar al día siguiente. ¿Qué hora era? Se lo había pasado tan bien que había perdido la noción del tiempo.
Cuando abrió la puerta, miró el reloj.
—Cielos… pobre Lucy. Debe de estar muñéndose por salir —sin esperar a Pedro, Paula comenzó a subir por las escaleras.
Pedro la siguió. Lucy no había salido en todo el día, y normalmente, cuando Paula no volvía a casa después del trabajo, le pedía a alguna de sus amigas que la sacaran a pasear. Pero la imprevista cita con Pedro había hecho que se olvidara de todo.
Paula abrió la puerta de su casa, y Lucy salió a recibirla. Paula tomó la correa y se la puso al cuello.
—Vas a sacarla a pasear… ¿ahora? —preguntó Pedro. Paula salió corriendo porque Lucy se apresuró a salir de casa.
—Por supuesto. Voy a darle un paseo por el parque. La pobre lleva todo el día sin salir.
Subieron al ascensor y Pedro dijo:
—Son más de las once. No puedes pasear por el parque a estas horas, Paula. No es un lugar seguro.
Su tono paternal la pilló desprevenida. No estaba acostumbrada a que nadie cuidara de ella. Ni a que le dijeran lo que podía o no podía hacer.
—No seas tonto. Estaré bien —contestó Paula. Llegaron al piso de abajo y salieron del ascensor.
—Puedo sacarla yo. No me importa —insistió Pedro.
—En serio, no es necesario —contestó Paula. Salieron a la calle y Lucy tiró de Paula para dirigirse al parque—. Bueno, aquí puedes esperar a un taxi —le dijo a Pedro.
—De ninguna manera —insistió él—. Si no me dejas pasear al perro, te acompañaré.
—En serio, Pedro…
—Insisto —Paula se dio cuenta de que no tenía sentido discutir.
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