domingo, 10 de noviembre de 2019

PARA SIEMPRE CONTIGO: CAPITULO 17




El camarero les sirvió el primer plato, y mientras comían, Paula aprovechó para preguntarle a Pedro sobre su pasado. Se había criado en Greenbrier, Wisconsin. Era el único chico de la familia y tenía tres hermanas más jóvenes que él. Paula pensó que por eso tenía esa actitud de protección hacia las mujeres. Su padre poseía una ferretería y su madre se había dedicado a criar a sus hijos… y después, a cuidar de sus nietos. Paula sabía, por la manera que él hablaba de su familia, que había crecido en un hogar lleno de felicidad. Lo envidiaba.


Le contó que ella se había criado en un hogar completamente diferente. Lo que más recordaba de su infancia eran las amargas discusiones que mantenían sus padres. Su madre siempre se había arrepentido de haber dejado su carrera de actriz para casarse y tener un bebé. Su padre pasaba muy poco tiempo con la familia debido a su trabajo. Ambos eran personas muy sensibles, y Paula sospechaba que los dos tenían relaciones extramatrimoniales solo para hacer daño al otro. El matrimonio de sus padres era como un campo de batalla, y ella, que era hija única, siempre estaba en el medio.


Cuando se fue a la universidad, sus padres se divorciaron y ambos eran mucho más felices desde entonces. Su padre se había jubilado y viajaba mucho con su segunda esposa. Su madre se había ido a vivir a California y había retomado su carrera como actriz. Paula no sabía por qué habían permanecido tanto tiempo juntos, aunque ellos siempre decían que lo habían hecho por su bien.


—Debió de ser muy difícil para ti —dijo Pedro.


—Sobreviví. Hay mucha gente que ha tenido una infancia peor —insistió ella—. A veces pienso que si hubiera crecido en un entorno feliz, no habría leído tantos libros maravillosos y nunca me habría interesado tanto por el arte.


Pedro le dio la razón, pero siguió mirándola con preocupación.


—Lo único que yo quería hacer era jugar al béisbol. Estaba en la calle desde que amanecía hasta que oscurecía, jugando al béisbol con mis amigos. A veces, mi padre tenía que salir a buscarme después de que se hiciera de noche.


—Creo que todos los niños quieren ser jugadores profesionales de béisbol, ¿verdad?


—Así es. Estoy seguro de que es culpa del cromosoma Y —bromeó él.


Pedro debía de haber sido un buen jugador. Asistió a la universidad de Wisconsin con una beca de deporte, y allí se licencié en Económicas. Todavía tenía el cuerpo de un atleta, y Paula suponía que iba al gimnasio para mantenerse en forma.


Sentía curiosidad por cómo había comenzado con su negocio. No había tenido ayuda, ni dinero familiar, y se preguntaba cómo había llegado tan lejos con tanta rapidez. Pedro le explicó que decidió montar su propia empresa después de trabajar en otra que él consideraba que estaba muy mal organizada y que no podía competir en el mercado. Sabía que había montones de familias que necesitaban muebles con estilo, pero económicos, y él tenía algunas ideas para introducirse en ese ámbito. Pero su jefe nunca le hacía caso, así que decidió montárselo por su cuenta. Al principio tuvo problemas para conseguir suficiente capital, pero al final consiguió financiación y se esforzó para que su empresa funcionara.


—Durante los primeros años, pasaba el día y la noche en la oficina. Incluso tenía mudas de ropa allí. Teníamos poco personal, y a veces, después de trabajar todo el día en mi despacho, tenía que conducir un camión y hacer repartos por la noche.


—Estás bromeando, ¿verdad? —preguntó Paula, incrédula.


—Ojalá… ¿ves estas canas? Me salieron antes de tiempo.


Paula se rio.


—Te quedan muy bien.


Él sonrió. Después volvió a ponerse serio.


—Era difícil conseguir que las cosas funcionaran. Más de una vez pensé que no lo conseguiría. Sé que mi matrimonio se vio afectado por las largas horas que pasaba en la oficina.


—¿Estuviste casado? —Paula se quedó sorprendida.


—Me casé con mi novia de la universidad. Mi única novia —admitió con una pequeña sonrisa—. Ella no estaba muy interesada en la empresa, y creo que se sentía descuidada.


—¿Por eso os divorciasteis?


—Bueno, no exactamente… había muchos otros motivos —hizo una pausa y ella notó que no quería discutir los detalles—. Envidio a las parejas que se conocen desde los veinte años y siguen casadas cincuenta años después. Mis padres son de esos. Todavía están enamorados. Se nota. Yo siempre había deseado un matrimonio así… pero no me salió bien. Susana y yo no maduramos de la misma manera. Tomamos caminos diferentes. Al final, apenas la comprendía. Ahora vive en Europa, y creo que los dos estamos contentos con nuestras vidas.


«Es una triste historia», pensó Paula. Los ojos de Pedro brillaban con resentimiento mientras le contaba la historia de su matrimonio fracasado. 


Era incómodo pensar cómo un matrimonio podía comenzar tan bien… y terminar de forma tan dolorosa.


Era difícil volver a intentarlo después de una cosa así. Paula lo sabía muy bien. No había pensado en la posibilidad de que Pedro también luchara contra los fantasmas de su pasado. Eso hacía que tuvieran menos probabilidades aún de tener éxito.


—¿Y tú, Paula? ¿Has estado casada? —preguntó él.


—¿Casada? No, yo no —dijo ella.


Él la miró un instante.


—Te has sonrojado, así que debiste tener a alguien importante en tu vida… Quizá, ¿todavía lo tengas?


—No estoy saliendo con nadie, si te refieres a eso —contestó ella. Dobló la servilleta y la dejó a un lado.


—Pero hubo alguien importante… ¿y no salió bien?


—Algo así —contestó ella—. Fue hace mucho tiempo. Yo era muy joven e… ingenua.


—¿Él era mayor que tú?


Paula lo miró.


—Eres muy bueno adivinando cosas.


—Quizá. Pero preferiría que tú me contaras la historia.


Por cómo la miraba, Paula sintió que podía contarle cualquier cosa y que él no cambiaría su opinión sobre ella.


Dudó un momento, pero decidió que era demasiado pronto para contarle la historia de Fernando Stark. Era una persona reservada, podía tener una amiga desde hacía muchos años, y no haberle contado nada acerca de Fernando.


—Como te he dicho, ocurrió hace mucho tiempo… y no me gusta hablar del tema. Además, todavía tengo que hacerte más preguntas. ¿Tienes hijos? —preguntó de pronto.


No estaba segura de por qué se le había ocurrido esa pregunta.


—No tengo hijos —contestó él—. Me arrepiento de que mi matrimonio no saliera bien, pero sobre todo, de no haber tenido hijos.


—Todavía eres joven. No es tarde para que formes una familia.


—Me alegro de que digas eso, Paula. Quizá todavía tenga alguna esperanza.




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