sábado, 26 de octubre de 2019

UN HOMBRE MUY ESPECIAL: CAPITULO 10




Malena se paseaba por el estrecho pasillo de la tienda, los hombros erguidos de forma exagerada para parodiar los andares de las modelos.


--Es increíble, Paula. Me he pasado toda la vida intentando esconder todo esto -dijo señalándose las generosas caderas y el pecho-, y ahora tú has conseguido que me guste enseñarlo -añadió maravillada.


-Eres muy sexy, yo lo único que he hecho es resaltarlo. ¿Te gusta?


-¡Muchísimo! Dani se va a caer de bruces cuando me vea. Quería algo especial para nuestra fiesta, pero esto es lo más elegante que me he puesto en toda mi vida. Es perfecto -se dio la vuelta para mirarse en el espejo de uno de los armarios expuestos en la tienda-. La casa va a estar plagada de banqueros.


-Pensé que yo era la única que ponía a los banqueros a la misma altura que las alimañas -eso era debido a las dos veces que le habían denegado un préstamo para montar su negocio. Habían argumentado que no disponía de la experiencia necesaria, y que además no contaba con ninguna garantía.


Malena sonrió comprensivamente.


-Es que no todos pueden ser tan encantadores como mi Dani. Aun así, Paula, deberías venir; algunos de esos banqueros están solteros. Ya sabes, podrías matar dos pájaros de un tiro -antes de que pudiera contestarle, ella misma rebatió su idea-. Lo sé, lo sé, quieres mantenerte alejada de los hombres. ¿Cómo lo llevas, por cierto?


-Es pan comido -mintió.


-¿Has vuelto a ver al tipo ese tan guapo?


-Pues hoy precisamente.


-¡Cuéntame!


Paula se encogió de hombros intentando no darle mayor importancia al encuentro. No quería que Malena comenzara con sus preguntas de agencia matrimonial y se enterara de que había estado reconsiderando su decisión solo una semana después de tomarla.


-No hay mucho que contar. Nos encontramos por la calle y nos saludamos.


-Es un comienzo -dijo aquella optimista empedernida.


-Entonces debo de tener un tórrido romance con el mensajero porque me saluda todos los días.


Pero Malena no se amilanó.


-Te doy dos semanas, tres como mucho, antes de que empecéis a salir. Acuérdate de mis palabras.


Paula se echó a reír, no sin cierto nerviosismo.


-Vamos, McConnell, déjalo ya y sube a cambiarte al apartamento. Creo que el estilo no es el adecuado para la ocasión.


Cuando Malena salió de allí, ella entró en la trastienda a ver qué estaban haciendo los niños. 


Descorrió la cortina y se encontró con los libros de colorear abiertos sobre la mesa, el suelo lleno de lápices pero ni rastro de los gemelos, por supuesto. Salió corriendo por la puerta trasera de la tienda hasta llegar a su casa.


-Está bien, chicos -dijo nada más abrir la puerta-. Os estáis metiendo en un lío. ¿Abril, Marcos, estáis ahí?


No, parecía que no estaban. Volvió a bajar las escaleras hacia la tienda.


-Esto no es ningún juego -avisó nada más entrar-. ¡Salid de donde estéis inmediatamente! -miró debajo de todos los muebles, se asomó hasta el último rincón- Vamos, chicos, esto no es divertido.


-Estamos aquí -se oyó la vocecilla de Marcos, que provenía de cerca de la puerta de entrada.


-¿Dónde estabais? -preguntó Paula, enfadada mientras caminaba hacia ellos.


A Abril le lanzó una sonrisa angelical, pero el efecto de tal dulzura se vio contrarrestado por los restos de polvo y telarañas que les adornaban el pelo y la ropa.


-Estábamos jugando al escondite, te tocaba a ti encontrarnos.


-No podía tocarme a mí porque yo no sabía que estaba jugando.


-Por eso hemos salido porque te hemos oído decir que esto no era un juego -Marcos se había enganchado la camiseta y tenía la cara aún más sucia que su hermana.


-¿Y de dónde habéis salido, si puede saberse?


Marcos y Abril se rozaron las manos en un gesto de apoyo mutuo. A veces daba la sensación de que podían llegar a mantener verdaderas conversaciones sin decir una palabra. La comunicación entre gemelos era algo apasionante. Estaba claro que ahora se habían puesto de acuerdo en algo.


-De debajo de esas camas -respondió Abril con naturalidad.


Paula le pasó la mano por el pelo a la niña para quitarle las telarañas y cualquier otro ser desagradable que pudiera haberse quedado allí escondido.


-¿Vais a decirme que os habéis puesto así de sucios solo por andar por debajo de esas camas?


-Sí, más vale que limpies antes de que vuelva la tía Celina o se enfadará muchíííísimo -le aconsejó Marcos con la más absoluta desfachatez.


-¿No tenéis la menor intención de contarme la verdad?


Volvieron a recurrir a las miradas inocentes.


-Pero si esa es la verdad, mami.


-Ya, seguro que sí.




viernes, 25 de octubre de 2019

UN HOMBRE MUY ESPECIAL: CAPITULO 9





Pedro no podía dejar de reírse. Se había apoyado en la pared y se había limitado a dejar que su estado de ánimo fluyera hacia el exterior. Por primera vez desde la adolescencia, deseaba tener rayos X en la vista. El poder de su imaginación no era lo bastante fuerte para ver a la dulce madre de los gemelos perder los nervios y ponerse a golpear la pared.


-¡Cómo me gustaría poder verla! -murmuró mientras se enjugaba las lágrimas de los ojos. 


Cuando hubo recuperado la calma, se aproximó hacia su nueva pieza.


Hacía algunos meses, un día que por algún motivo no había tenido que ir a trabajar, había visitado uno de sus lugares preferidos, el Instituto de Ciencias; allí había una exposición de lurs, unos antiguos instrumentos daneses encontrados en unas ciénagas del país escandinavo. Las curvas de aquel instrumento lo habían dejado maravillado. Claro que, no era de extrañar teniendo en cuenta lo atractivas que le resultaban las curvas en general.


Allí mismo había decidido que su próximo proyecto sería fabricar y aprender a tocar uno de esos extraños instrumentos. La recompensa a tanto esfuerzo era la reacción de Paula, que también tenía unas curvas maravillosas.


En ese instante sonó el teléfono rompiendo la magia del momento. Solo tres personas tenían su número; su padre estaba pescando en Florida, su hermano mayor jamás lo llamaba… Solo quedaba Victoria, que había conseguido el teléfono a través de su padre.


Pedro dejó que saltara el contestador automático e inmediatamente la voz suave de su ex novia llenó el apartamento:
-Pedro, sé que estás ahí. Contesta, por favor. No seas infantil, no puedes tratarme así.


Al oír aquello se echó a reír; lo que era infantil eran las continuas rabietas de Victoria cada vez que llamaba por teléfono.


-Solo quiero saber si estás bien -el tono de voz se hizo más conciliador, como si hubiera dado un paso atrás al llegar al precipicio. Pero era demasiado tarde porque hacía ya meses que había saltado desde aquel acantilado-. Me pasé por allí, pero tienes todos los escaparates tapados. De verdad, estoy preocupada por ti.


Pedro resopló. Había estado con Victoria el tiempo suficiente para saber lo que significaba para ella estar «preocupada»; lo que ocurría era que sufría el Síndrome de Cama Vacía y no sabía cómo decir que lo que necesitaba era sexo. Ella jamás se había preocupado realmente por él, solo había intentado convertirlo en otra persona por miedo a que alguna vez hiciera el ridículo en una de las fiestas de su empresa. 


Pero nunca se había preocupado por lo que él quería o sentía. Era duro admitirlo, todavía le dolía.


-Llámame, Pedro.


-De eso nada, Vicki.


Ella lo había abandonado en cuanto se había enterado de sus planes de abrir una tienda. No había ningún problema en que una alta ejecutiva viviera con un tipo que a duras penas había terminado el instituto, siempre y cuando fuera el propietario de una de las mayores empresas de jardinería del estado. Pero la cosa cambiaba si estaba desempleado.


Las apariencias lo eran todo para Victoria y había intentado modelarlo a él a su gusto. Le había enseñado los modales de los que carecía para moverse en el mundo de los negocios y, algún tiempo después, Pedro había lamentado todas aquellas lecciones porque, cuantas más cosas hacían a su modo, más crecía el negocio. 


Se había hecho tan grande, que había estado a punto de comérselo vivo hasta que había decidido abandonarlo, y entonces Vicki lo había abandonado a él. Y parecía que ahora se estaba arrepintiendo de haberlo hecho. Pero él no. 


Bueno, quizá un poco y ese era el motivo por el que prefería no responder a sus llamadas. 


Algunas noches, cuando se sentía solo, se preguntaba si sería tan estúpido como para volver con ella. Sin embargo, por muy solo que se sintiera, lo prefería a que lo quisieran solo por su dinero, y eso era lo único que le había interesado siempre a Victoria de él. Eso-y el sexo, por supuesto; siempre y cuando no se despeinara ni trastocara sus horarios de trabajo.


Lo más divertido de todo aquello era que en ese momento tenía mucho más dinero del que había tenido nunca mientras estuvo con Vicki. La cláusula más interesante de su contrato de venta de Greenworks era algo que se denominaba Pacto de No Competencia, por el que se comprometía a dejar pasar al menos dos años antes de volver a entrar en el negocio de la jardinería. Durante ese tiempo le pagaban por no hacer nada. No estaba nada mal si sabías en qué emplear las horas.


Se acercó a la mesa de trabajo, estaba cubierta de silbatos, tambores y guairas fabricados con todo tipo de materiales, desde madera hasta PVC. Siempre le había gustado hacer instrumentos musicales que solía regalar a amigos y familiares. Pero había guardado los mejores con la intención de hacer algún día lo que planeaba hacer ahora.


Los amigos de Victoria habían dicho desde el principio que lo que él creaba era «arte»; en aquel momento, Pedro se había burlado de la idea puesto que para él era solo un pasatiempo, una manera de descargar tensiones. Con el tiempo se había dado cuenta de que en realidad no importaba si lo que hacía era arte, terapia o ambas cosas a la vez. Tenía pensado ganar el dinero suficiente con su hobby como para considerarlo un trabajo. Si no era así, cuando venciera el Pacto de No Competencia empezaría un nuevo negocio. Eso sí, entonces tendría la vista suficiente para detener la expansión antes de que lo matara.


Echó un vistazo a su nuevo lugar de trabajo y se dio cuenta de que todavía quedaban muchas cosas por hacer antes de poder abrirlo al público. Unas horas más tarde, ya había retirado unas estanterías torcidas y viejas y las había sacado al contenedor. La pared que habían dejado al descubierto era, después de eliminar la gruesa capa de suciedad, de un color aguamarina que le recordó a la casa de su tía Beatrice y le trajo a la memoria un montón de imágenes de la infancia.


Tenía previsto pintar todo el local de blanco, pero antes tendría que pintar el techo de negro y colgar unas estupendas lámparas estilo industrial. El suelo era de unas baldosas rojas y negras de estilo retro que irían muy bien con el resto de la decoración. Le llamó la atención una enorme rejilla de hierro que seguramente era parte de una antigua instalación de calefacción; tendría que encontrar algo con que taparla, no estaría bien que alguna dama de buena familia se enganchara el tacón y se torciera un tobillo. 


Al pisarla oyó que algo se movía por el conducto haciendo eco.


-Ratones -dedujo al tiempo que pensaba que tendría que comprar algunas trampas. El sonido se hizo más fuerte-. Deben de ser ratas, y muy grandes -un escalofrío le recordó cuánto odiaba aquellos encantadores animales. Tendría que llamar a un exterminador y olvidarse de las trampas.


-Ssshhh, por aquí -al principio se oyó tan bajo, que le pareció haberlo imaginado, la voz salía de la rejilla.


-Yo estoy callado. ¡Cállate tú!


-Vaya, ratas parlantes.


Había oído aquellas voces antes. Sí, todas las tardes y todas las mañanas lo sometían a la tortura de tener que escuchar ese sonido agudo y chirriante.


-Mis roedores vecinos.




UN HOMBRE MUY ESPECIAL: CAPITULO 8




En aquel rincón de la tienda, frente a la máquina de coser con la que estaba dando los últimos retoques al vestido de Malena, Paula no dejaba de pensar en los pros y los contras de su determinación de alejarse de los hombres. Quizá había sido una decisión algo apresurada. 


Después de todo, todavía quedaban en el mundo tipos como el que habían cazado los niños. Por otra parte, también parecía haber muchos otros como el chiflado del apartamento de al lado. Ese era el problema. Empezaba a dudar de su capacidad para distinguir lo bueno de lo malo.


Todo aquello era culpa de Aldo, que había conseguido despojarla de la mayor parte de su confianza en sí misma; ese también era el motivo por el que jamás se había atrevido a preguntarle a Celina sobre el local. Y por el que pasaba tantas noches despierta preguntándose cuál sería su siguiente fracaso, en lugar de aventurarse a lograr su siguiente éxito. Aun así, el guapísimo tipo de la calle creía que tenía agallas.


Paula sintió una extraña energía. Sí, claro que tenía agallas, o al menos podría volver a tenerlas. Decidió que no permitiría que nada ni nadie le impidiesen luchar por lo que quería. 


Guardó el vestido de Malena para continuar en otro momento y sacó el cuaderno de bocetos en el que realizaba los dibujos de sus diseños. Tendría éxito, un éxito que sería tanto más sabroso porque iba a conseguirlo por sus propios medios.


La tarde transcurrió con total tranquilidad hasta que apareció la clienta a la que más detestaba. 


Pasó un buen rato admirando el mismo escritorio que había ido a ver en otras tres ocasiones. Lo acariciaba con un deleite casi sexual.


-Entonces… ¿el precio es inamovible?


Paula se quedó pensándolo unos segundos, pero entonces vio el enorme diamante que adornaba uno de sus dedos y calculó el precio de su atuendo; se dio cuenta de que aquella mujer no le inspiraba la menor simpatía, ni la menor inclinación por hacerle un descuento. 


Cuando se disponía a contestar, se oyó el sonido ensordecedor de algo parecido a una trompa.


La dama miró intrigada hacia el muro que las separaba del otro local.


-¿Qué es eso?


Paula le hizo un gesto con el que le pedía que esperara un momento, y se acercó a la pared.


-Este tipo debe de tener la capacidad pulmonar de un corredor de fondo -farfulló entre dientes-. Ahora que estaba a punto de hacer una venta, este cretino tiene que estropeármelo.


Dio un par de golpes en la pared para intentar callarlo, pero la respuesta que obtuvo fue una sonora carcajada de hombre. Sonora, profunda y extrañamente familiar. Paula habría deseado golpearle la nariz en lugar de aquel muro. Dio un par de golpes más, pero lo único que consiguió fue una risa aún más alta. Notó que estaba a punto de perder los nervios y decidió que lo mejor era volver a centrar su atención en la venta.


Cuando se dio la vuelta, vio que su clienta la miraba boquiabierta y con el bolso abrazado contra el pecho.


-Sí, el precio es inamovible -respondió Paula con una amable sonrisa, como si nada hubiera interrumpido aquella negociación… ni su tranquilidad.


-El caso es que es una cantidad bastante justa. Me lo llevo.


-Estupendo -contestó con la cabeza todavía en el ruido y consciente de que la ira que sentía debía de reflejársele en los ojos.


La mujer extendió un cheque y desapareció de la tienda antes de que pudiera darle las gracias por su compra. Paula se sentó en una silla y observó el cheque con satisfacción. A veces la furia podía llegar a resultar bastante útil. Lo cierto era que podría haberle rebajado un quince por ciento de lo que había pagado al final, pero seguramente la clienta se había ido contenta solo por salir de allí con vida.


Al pensar aquello, miró hacia el local de al lado; más le valía al señor P. Alfonso cambiar de actitud si quería él también seguir con vida. En ese momento, se oyó otro golpe de aquella risa que le resultaba tan familiar.




UN HOMBRE MUY ESPECIAL: CAPITULO 7




Pedro dio la vuelta a la esquina, contento como no lo había estado en mucho tiempo. Cruzó la calle y saludó de lejos al señor de la gorra de béisbol que siempre le decía hola. Quizá fuera un vagabundo o tal vez un millonario; eso era lo que le gustaba de esa ciudad, nunca se sabía.


Lo que sí sabía era que a la intrépida Paula le gustaba su aspecto. Era increíble que los científicos se hubieran empeñado en realizar estudios para comprobar si se podía percibir cuándo alguien te estaba mirando aunque no se viese a esa persona. Él había notado perfectamente los ojos de Paula clavados en él mientras se alejaba de ella. Y eso lo había hecho sentir muy bien.


Aquel encuentro fortuito le había dado una buenísima idea: a lo mejor podía mantener escondido durante un tiempo a Pedro Alfonso y su magnífica cuenta corriente. Mientras tanto, siendo un anónimo desconocido, tendría la oportunidad de planear un par de encuentros accidentales con su encantadora vecina. Era un plan sin riesgos.


Seguro que a ella tampoco le venía mal un poco de distracción inocente del duro trabajo de criar a dos niños como aquellos sin la ayuda de nadie. Con su nueva identidad, Pedro no tendría que profundizar más de lo estrictamente necesario, y Paula podría divertirse por partida doble.




jueves, 24 de octubre de 2019

UN HOMBRE MUY ESPECIAL: CAPITULO 6




La batalla se reanudó a las seis de la mañana. 


Esa vez el sonido parecía causado por perforadoras y sierras eléctricas. Paula se sentó en la cama soltando maldiciones escocesas e intentando quitarse el susto y el sueño de encima para poder reaccionar. Cuando consiguió abrir los ojos del todo, se encontró con los gemelos, que la miraban desde la puerta de su dormitorio.


-¿Podemos ir a la casa de al lado? Queremos ver qué son esos ruidos tan raros que hace ese señor.


-De eso nada, chicos.


-Pero ¿por qué? -los dos gritaron al unísono casi con la misma potencia que las herramientas que los habían despertado.


-Porque lo digo yo -respondió Paula recurriendo a una vieja consigna maternal.


-Siempre contestas lo mismo -protestó Marcos.


No le gustó nada la expresión de rabia que se adivinaba en el rostro de su hijo, o el brillo de terquedad que se había apoderado de los ojos de Abril.


-Estoy hablando muy en serio. No va a haber ninguna visita al vecino. La tía Celina dijo que no lo hiciéramos y ya sabéis que cuando ella dice que no, es que no, lo mismo que yo. ¿Entendido? Además, os espera un día estupendo en el colegio, así que no perdáis el tiempo pensando en esas cosas.


-Está bien -contestaron con resignación.


Paula sabía que no les había dado una alternativa convincente; cantar con sus compañeros de guardería no era nada comparado con la emoción de averiguar qué eran aquellos sonidos. Después de todo, parecía que de vez en cuando mami conseguía controlarlos, aunque normalmente distrayéndolos, eso también era cierto.


Unas horas más tarde, Paula continuaba elucubrando sobre las posibles actividades del misterioso vecino. Ya había decidido que no podía ser un miembro de la CIA, pero necesitaba saber algo más. Con mucho cuidado para no llamar la atención, al pasar por la acera se asomó al escaparate del local; aunque resultaba muy difícil ver nada porque estaba completamente cubierto de papel. Como si aquello fuera lo más normal del mundo, buscó una rendija por la que echar un vistazo al interior. Lo primero que le llamó la atención fue la tranquilidad que parecía reinar allí, en contraste con el bullicio de la calle. Entonces reparó en la pequeña placa que había a un lado de la puerta; en ella se podía leer: P. Alfonso.


Paula sonrió satisfecha; al menos ya sabía el nombre del sujeto en cuestión, pero necesitaba más datos, así que pegó la nariz al cristal y cerró un ojo para poder enfocar mejor con el otro.


-¿Qué mira?


Pegó un salto que la hizo darse un golpe en la frente contra el frío escaparate.


-¡Ay! Pues estaba… -respondió tartamudeando al tiempo que se daba la vuelta para ver quién era su interlocutor. Una vez que lo hizo, hasta el tartamudeo se convirtió en una hazaña imposible.


De acuerdo, aquel tipo estaba guapísimo, incluso más que cuando lo habían atrapado los gemelos el día anterior. Llevaba unos vaqueros gastados que le que daban como un guante y una camisa azul clara que hacía resaltar su sutil bronceado. Paula no pudo evitar quedarse mirándolo boquiabierta.


Él zambulló las manos en los bolsillos traseros del pantalón y le lanzó una sonrisa que hizo que le temblaran las piernas.


-Bueno, todavía no me ha dicho qué estaba haciendo.


-Solo miraba el escaparate… solo eso -se las arregló para responder con cierta convicción.


-¿En serio? ¿Y ve algo que le interese?


Lo cierto era que sí, veía algo que le interesaba mucho, y no era precisamente el escaparate. 


Era más bien el atractivo y la seguridad del tipo que tenía enfrente, lo bastante cerca como para poder tocarlo. «Muy mal, no debería estar pensando esas cosas».


-Está bien, estaba curioseando -admitió al darse cuenta de que no tenía otra escapatoria que la humillante verdad. Nunca se le había dado bien reaccionar bajo presión-. Es que tengo un vecino que acaba de mudarse y están sucediendo cosas muy raras: ruidos y…


-Así que, en lugar de llamar a su puerta y presentarse; ha preferido la intriga y el misterio.


-Sí, sé que suena un poco extraño, pero tengo mis razones. Quién sabe lo que podría haber ahí. No sé…


-¿Extraterrestres, magia negra? -sugirió él con una carcajada.


-¡Nuca se sabe!


Él no se molestó en reprimir la risa.


-Ahora veo de dónde les viene a sus hijos.


-¿De dónde les viene el qué? -vamos, tampoco era tan descabellado lo que estaba haciendo. Además, no estaba dispuesta a oír cómo criticaba a sus hijos.


-Las agallas y el descaro. Es algo que me gusta… al menos en los adultos.


A ella, sin embargo, lo que le gustaba era él. 


Mucho. Paula notaba cómo se le iba ablandando el corazón y eso le daba pavor. Pero él la creía una mujer con agallas y nunca, jamás podría admitir que tenía miedo.


-¿Tienes tiempo para seguir viendo escaparates? ¿O para tomar un café?


Paula se esforzó por repetir mentalmente la decisión que había tomado: «no más hombres». 


Tenía que repetirlo como un mantra que le daría fuerzas para ser consecuente.


-No puedo -respondió por fin mientras sacaba unas llaves del bolsillo-. Tengo que abrir la tienda.


-Otra vez será entonces, señora detective -dijo encogiéndose de hombros justo antes de alejarse. Tenía hombros anchos y un bonito trasero, pensó Paula sin poder dejar de mirarlo. 


También le gustaba su actitud.


En un gesto, quizá no muy maduro, pero sí totalmente espontáneo, se volvió hacia el escaparate de su vecino y le sacó la lengua.


-P. Alfonso, ya podrías aprender un par de cositas de ese tipo.




UN HOMBRE MUY ESPECIAL: CAPITULO 5





Paula levantó su copa para brindar.


-Por mí.


Después de dar un sorbo, dejó la copa en la repisa de la bañera y se sumergió en el agua caliente dando un suspiro de relajación.


Ya había superado siete días haciéndose cargo de la tienda sin ayuda y cosiendo por las noches. Esa era su recompensa; un baño de espuma a la luz de las velas y una copa de vino.


Si bien era cierto que no echaba de menos a Aldo ni lo más mínimo, tenía que reconocer que sí añoraba algunas de las comodidades que conllevaba ser su esposa. Como, por ejemplo, poder comprar un vino que no tuviera el tapón de rosca; ese día había tirado la casa por la ventana y había comprado un tinto californiano. 


Aldo habría preferido beber cicuta antes que una copa de vino del país.


-A lo mejor debería haberte dado un poco de cicuta, Aldo Wilmont -su voz retumbó en el silencio sepulcral de la casa. Esperaba no haber despertado a los niños.


A pesar de todo lo que ella pudiera pensar, quería que los gemelos tuvieran una buena relación con su padre si alguna vez decidía ponerse en contacto con ellos. Aunque, dado que durante el proceso de divorcio había afirmado que ella había utilizado la maternidad para atraparlo, Paula no creía que fuera muy probable.


-Eh, se supone que esto es una celebración -se recordó a sí misma tratando de no pensar en cosas desagradables-. Sin travesuras de los niños, ni preocupaciones sobre antigüedades, nada más que silencio -se pasó la mano por el hombro disfrutando del efecto tonificante del agua caliente.


-Silencio -repitió con un susurro.


El ruido, que era más bien una vibración, comenzó de manera casi inaudible desde la distancia pero fue ganando intensidad y llenando todos y cada uno de los rincones del pequeño apartamento de dos habitaciones hasta llegar al cuarto de baño.


-¡No, por favor! ¡Tres noches seguidas no! Es obvio que a la tía Celina se le olvidó preguntarle si él era ruidoso.


La primera noche, los gemelos habían salido de su dormitorio sorprendidos por aquel sonido que los había despertado pasando por encima incluso del ruido de la animada vida nocturna del barrio. Afortunadamente, habían vuelto a quedarse dormidos en cuanto Paula les había explicado que provenía del apartamento contiguo. Cuando volvió a oírlo a la noche siguiente, corrió a comprobar que los pequeños no se habían despertado, y habría jurado que Abril estaba sonriendo en sus sueños.


Paula decidió seguir en el baño relajada a pesar de su vecino. Pero el volumen seguía subiendo y la copa de vino había comenzado a bailar en el borde de la bañera.


-¡Dios!


Aquel sonido recordaba a la música de los aborígenes que había oído en algún documental del canal de viajes, cosa que había visto repetidas veces cuando Aldo se quedaba hasta tarde «trabajando». Gracias a la televisión por cable y a un marido que había cumplido los votos matrimoniales durante menos de lo que vivía una mosca, Paula tenía una lista considerable de lugares que quería visitar. Pero, a menos que cambiaran mucho las cosas, daba la impresión de que lo más parecido a Australia que iba a conocer iban a ser los conciertos nocturnos de su vecino.


-A lo mejor pertenece a algún culto religioso -murmuró. Claro que, si lo que hacía eran reuniones religiosas, no tenía mucha concurrencia porque en el aparcamiento del edificio solo estaba su viejo Volvo y la furgoneta negra del vecino-. A lo mejor es una religión con un solo feligrés -al decir eso se echó a reír pensando en la imagen que debía tener, allí metida en la bañera y hablando sola. Aquel tipo la estaba volviendo loca, y eso que ni siquiera lo había visto todavía. Estaba segura de que las quejas aumentarían una vez que lo conociera.


Si alguna vez llegaban a conocerse.


Seguramente era una especie de ermitaño, a lo mejor su religión le prohibía relacionarse con otros humanos. Con la suerte que tenía, seguramente también le prohibía bañarse. Olió el ambiente a ver si percibía algo sospechoso y volvió a echarse a reír.


-No sé qué estarás haciendo ahí dentro, pero te aseguro que lo averiguaré -como respuesta obtuvo un tremendo aullido capaz de despertar hasta a la Bella Durmiente.


Paula no estaba dispuesta a quedarse allí esperando a que terminara el espectáculo, así que salió de la bañera, se puso el albornoz y, una vez en el salón, se dispuso a atacar. Con un golpe sordo en la pared consiguió acabar con el ruido. Se dio media vuelta con una sonrisa triunfadora dibujada en el rostro y fue entonces cuando un sonido parecido al de una trompeta le provocó un escalofrío que le estremeció el cuerpo.


Por su parte, la guerra había comenzado y esperaba que él estuviera a la altura de las circunstancias.