viernes, 25 de octubre de 2019
UN HOMBRE MUY ESPECIAL: CAPITULO 8
En aquel rincón de la tienda, frente a la máquina de coser con la que estaba dando los últimos retoques al vestido de Malena, Paula no dejaba de pensar en los pros y los contras de su determinación de alejarse de los hombres. Quizá había sido una decisión algo apresurada.
Después de todo, todavía quedaban en el mundo tipos como el que habían cazado los niños. Por otra parte, también parecía haber muchos otros como el chiflado del apartamento de al lado. Ese era el problema. Empezaba a dudar de su capacidad para distinguir lo bueno de lo malo.
Todo aquello era culpa de Aldo, que había conseguido despojarla de la mayor parte de su confianza en sí misma; ese también era el motivo por el que jamás se había atrevido a preguntarle a Celina sobre el local. Y por el que pasaba tantas noches despierta preguntándose cuál sería su siguiente fracaso, en lugar de aventurarse a lograr su siguiente éxito. Aun así, el guapísimo tipo de la calle creía que tenía agallas.
Paula sintió una extraña energía. Sí, claro que tenía agallas, o al menos podría volver a tenerlas. Decidió que no permitiría que nada ni nadie le impidiesen luchar por lo que quería.
Guardó el vestido de Malena para continuar en otro momento y sacó el cuaderno de bocetos en el que realizaba los dibujos de sus diseños. Tendría éxito, un éxito que sería tanto más sabroso porque iba a conseguirlo por sus propios medios.
La tarde transcurrió con total tranquilidad hasta que apareció la clienta a la que más detestaba.
Pasó un buen rato admirando el mismo escritorio que había ido a ver en otras tres ocasiones. Lo acariciaba con un deleite casi sexual.
-Entonces… ¿el precio es inamovible?
Paula se quedó pensándolo unos segundos, pero entonces vio el enorme diamante que adornaba uno de sus dedos y calculó el precio de su atuendo; se dio cuenta de que aquella mujer no le inspiraba la menor simpatía, ni la menor inclinación por hacerle un descuento.
Cuando se disponía a contestar, se oyó el sonido ensordecedor de algo parecido a una trompa.
La dama miró intrigada hacia el muro que las separaba del otro local.
-¿Qué es eso?
Paula le hizo un gesto con el que le pedía que esperara un momento, y se acercó a la pared.
-Este tipo debe de tener la capacidad pulmonar de un corredor de fondo -farfulló entre dientes-. Ahora que estaba a punto de hacer una venta, este cretino tiene que estropeármelo.
Dio un par de golpes en la pared para intentar callarlo, pero la respuesta que obtuvo fue una sonora carcajada de hombre. Sonora, profunda y extrañamente familiar. Paula habría deseado golpearle la nariz en lugar de aquel muro. Dio un par de golpes más, pero lo único que consiguió fue una risa aún más alta. Notó que estaba a punto de perder los nervios y decidió que lo mejor era volver a centrar su atención en la venta.
Cuando se dio la vuelta, vio que su clienta la miraba boquiabierta y con el bolso abrazado contra el pecho.
-Sí, el precio es inamovible -respondió Paula con una amable sonrisa, como si nada hubiera interrumpido aquella negociación… ni su tranquilidad.
-El caso es que es una cantidad bastante justa. Me lo llevo.
-Estupendo -contestó con la cabeza todavía en el ruido y consciente de que la ira que sentía debía de reflejársele en los ojos.
La mujer extendió un cheque y desapareció de la tienda antes de que pudiera darle las gracias por su compra. Paula se sentó en una silla y observó el cheque con satisfacción. A veces la furia podía llegar a resultar bastante útil. Lo cierto era que podría haberle rebajado un quince por ciento de lo que había pagado al final, pero seguramente la clienta se había ido contenta solo por salir de allí con vida.
Al pensar aquello, miró hacia el local de al lado; más le valía al señor P. Alfonso cambiar de actitud si quería él también seguir con vida. En ese momento, se oyó otro golpe de aquella risa que le resultaba tan familiar.
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