martes, 30 de julio de 2019

INTENTO DE MATRIMONIO: CAPITULO 52




Paula caminaba por el sendero que corría paralelo a Red River, reflexionando sobre la noticia que acababa de darle Pedro. Se había encontrado el cadáver de otra mujer. Y esa vez Javier Castle no era culpable.


—¿Estuvo Mariano en casa anoche?


—Un rato. A eso de las dos y media de la madrugada lo llamaron del hospital, para una emergencia.


—¿Qué tipo de emergencias suele tener un cirujano el corazón? Me extraña que se dedique a hacer operaciones de emergencia en mitad de la noche.


—Uno de los pacientes a los que operó ayer estaba teniendo complicaciones. Le gusta hacerles el seguimiento personalmente.


—¿Volvió a casa después de aquello?


—Al amanecer.


—Lo que significa que dispuso de tiempo para matar esa mujer —dio una patada a un guijarro del sendero, pensativo—. Paula, tienes que alejarte de Mariano.


—Nada ha cambiado, Pedro —repuso, suspirando—. Ya hemos hablado de esto.


—Para mí sí que han cambiado las cosas. Acabo de ver otro cadáver. He vuelto a ver el trabajo de ese asesino sin conciencia.


—Los amigos y colegas de Mariano pensarían que estás loco de atar si se enteraran de la naturaleza de tus sospechas. Y Janice también.


—No me importa lo que piense la gente. Solo quiero que estés a salvo.


—¿Crees que yo no tengo ganas de marcharme? ¿Crees que me gusta verle la cara a Mariano todos los días mientras pienso en aquellas horribles fotos y en lo que sería capaz de hacer? ¿Crees que no me dan náuseas cada vez que me toca o me besa?


—Pues entonces... ¿por qué no atiendes a razones?


—¿Razones? Hay cuatro mujeres asesinadas. Mi marido puede ser el asesino. ¿Cómo puedes ver algo razonable en todo eso? Es una locura...


Estaba temblando. Pedro la tomó del brazo y la hizo sentarse en un banco, cerca del agua.


—Tienes que pensar en ti misma.


—¿Por qué? Tú no estás pensando en ti mismo. Y si Mariano es el asesino, lo menos que puedo hacer es encontrar una manera de detenerlo. A no ser que puedas garantizarme que él no mató a todas esas mujeres, tengo una responsabilidad hacia sus potenciales víctimas.


—Sabes que no puedo darte esa garantía. Pero creo que es muy posible que él las asesinara.


—Así que estamos en un punto muerto.


Pedro suspiró, frustrado.


—¿Qué te contó Mariano sobre sus padres?


—No mucho. Apenas era un niño y estaba muy encariñado con ellos cuando fallecieron en un accidente de tráfico. Acababa de empezar la enseñanza secundaria.


—Pues no fallecieron. Viven en Monticello, Arkansas.


—¿Estás hablando en serio? —le preguntó, entre furiosa y asombrada.


—Por supuesto.


—Esto es horrible. Es como una interminable cadena de mentiras —repuso Paula con el estómago encogido.


Escuchó a Pedro mientras le explicaba todo lo que sabía sobre los padres de Mariano. Más mentiras, más secretos, más dispersos fragmentos de un hombre que era un verdadero enigma. En un impulso se quitó la alianza y la lanzó al río, lo más lejos que pudo.


—Espero que no se envenenen los peces.


—Mejor que mueran los peces que tú. Y ahora, hablemos de lo que vas a hacer mientras yo hago una rápida excursión a Monticello.


—Seguro que perderás el tiempo. No creo que los padres de Mariano sepan lo que anda tramando.


—Pero lo conocen. Y cuanto más sepa sobre él, más fácil me resultará meterme en su cabeza.


—La verdad, ese no es un lugar donde a mí me gustaría estar...


—¿Monticello?


—No. Dentro de la cabeza de Mariano —reflexionó durante unos segundos, intentando imaginarse lo que sabrían sus padres sobre él. Si sabrían que se había convertido en un médico importante... y si estarían al tanto de sus gustos depravados—. Pedro, me voy contigo a Arkansas.


—Rotundamente no. Esto es asunto de la policía. Ya tienes bastante con lo que tienes.


—No veo de qué manera un viaje para ver a los padres de Mariano podría empeorar las cosas. Además, probablemente te reciban mejor y se muestren más abiertos si te presentas allí con su esposa, y no como un policía deseoso de sacarles información. Les diremos que me encontraba por allí por motivos de negocios y que se me ocurrió pasar a visitarlos.


—¿Y yo qué les diré? ¿Que soy tu chofer?


—Mi colaborador. Un compañero de trabajo.


—Es una historia muy poco convincente.


Pero Paula sabía, por su tono de voz, que se estaba ablandando.


—De acuerdo, tú ganas.


—Has aceptado porque me quieres en cualquier sitio menos en mi casa, viviendo con Mariano, ¿verdad?


—¿Qué le dirás a Mariano?


—Que quiero visitar a una amiga, o un pariente. Ya se me ocurrirá algo —sabía que si su marido llegaba a enterarse de que se marchaba con Pedro, montaría en cólera. Podía imaginárselo perfectamente, con los ojos inyectados en sangre, presa de uno de sus ataques de furor. Solo que ya no le importaba. Su matrimonio estaba acabado. De hecho, nunca había sido un matrimonio de verdad—. ¿Qué dices, inspector Alfonso?


—Que probablemente estoy a punto de cometer un enorme error.


—¿Cuándo salimos?


—Primero tengo que arreglar unos asuntos. A primera hora de la tarde habré terminado.


—¿A cuánto está Monticello de aquí?


—A algo menos de trescientos kilómetros.


—¿No será demasiado tarde para cuando lleguemos a casa de los Chaves?


—Pensaba dormir en un hotel y visitarlos mañana temprano.


Lo que significaba que iba a pasar la noche con Pedro. Los dos en una ciudad desconocida, lejos de Shreveport. Pero las cosas no eran como nueve años atrás. Emocionalmente se sentía demasiado exhausta para experimentar una pasión semejante. O, al menos, eso esperaba.


Y, sin embargo, la atracción persistía. Crepitaba y reverberaba cada vez que estaba cerca de él. Negarlo solo serviría para mentirse a sí misma.


—Dormirás en una habitación separada —le dijo Pedro.


—¿Siempre me lees el pensamiento?


—En esta ocasión era demasiado obvio.


—No es que te tenga miedo, Pedro. O que no me pareciera maravilloso dormir en tus brazos o...


—¿O hacer el amor conmigo?


—¿Lo ves? Me lees el pensamiento.


—Eres una mujer casada. Eso lo respeto, aunque no respete tu criterio a la hora de elegir marido.


—No, no se trata del matrimonio. Eso ahora me parece vacío, hueco, como si ni siquiera valiera la tinta con que se escribió el contrato. Son tantas mentiras, tantos engaños... No, lo que pasa es que ya no puedo soportar ningún tipo de relación íntima. Tengo las emociones a flor de piel. No sería justo para ninguno de los dos.


Se quedó callado. Paula pensó que él podía leerle el pensamiento, pero ella no tenía ni la menor idea de lo que estaba pensando en aquel preciso instante.


—¿A qué hora debería estar lista?


—¿A las cuatro y media te parece bien?


Las cuatro y media. Antes de que Mariano regresara a casa. Le dejaría el mensaje en el contestador, informándolo de que se marchaba fuera de la ciudad a visitar a una amiga. A partir de ese momento sería ella la que le mentiría, jugando su mismo juego. Solo que jamás se le había dado bien mentir.


Se quedaron sentados durante unos minutos más, en silencio. Paula se preguntó por lo que sucedería entre ellos ando todo aquello terminara. ¿Desaparecería Pedro de vida, como había hecho nueve años atrás? ¿Sin explica- clones, sin disculpas? Si ese era el caso, probablemente lo echaría terriblemente de menos y volvería a sufrir tanto como antaño. Por el momento, sin embargo, se sentía simplemente agradecida de que estuviera allí, a su lado.




INTENTO DE MATRIMONIO: CAPITULO 51




El escenario del crimen era tan horripilante como lo de los tres primeros asesinatos. La mujer no llevaba mucho tiempo muerta, entre unas tres y ocho horas, según sospechaba Pedro. El informe del forense sería mucho más exacto. 


Había sido torturada y degollada. Y el asesino había dejado el cadáver tan limpio como si acabara de tomar un baño perfumado.


—Parece como si estuviera posando para una foto de una revista porno —comentó uno de los policías mientras desenrollaba una cinta amarilla para acordonar la habitación.


—Una foto escalofriante, desde luego —repuso Corky.


«Una foto escalofriante», se repitió Pedro. Como las que había visto Paula en el perfectamente ordenado e inmaculadamente limpio estudio-taller de Mariano. Quizá incluso algunas de aquellas instantáneas en blanco y negro las hubiera tomado él mismo. Continuó trabajando en el escenario del crimen. Necesitaría de cada rastro de evidencia que pudiera encontrar, hasta el más insignificante. Si Mariano Chaves había asesinado a aquella mujer...


Sintió una repentina opresión en el pecho, como si le desgarraran el corazón. Esa noche Mariano volvería a casa con Paula. Tenía que sacarla de allí como fuera. Y esa vez no aceptaría un «no» por respuesta.




INTENTO DE MATRIMONIO: CAPITULO 50




Corky pinchó con el tenedor un pedazo de pastel y se lo llevó a la boca.


—Supongo que nuestra perspicaz especialista en perfiles criminales del FBI falló su objetivo con Freddy. Aunque, en honor a la verdad, nos dijo que estaba relacionado con la profesión médica. En eso no se equivocaba. Y sin embargo, Javier Castle no era precisamente un tipo tranquilo, ni astuto. En cuando a su atractivo… no llegaba al nivel del de un sapo.


—Estás hablando de un muerto.


—Sí, de un muerto lunático que torturaba a las mujeres por puro placer.


Habían transcurrido poco más de veinticuatro horas desde que llegaron a la puerta de la habitación 512 y oyeron al doctor Chaves murmurando palabras consoladoras a la viuda de su amigo. Nada había sido filtrado a los medios todavía, pero tanto Corky como el comisario daban ya por muerto a su asesino en serie.


—Yo no creo que Javier matara a nadie —pronunció Pedro, dando voz a las dudas que lo acosaban—. Y, desde luego, para nada a las tres víctimas anteriores a Karen.


—¿Qué quieres? ¿Fotos? Solo nos faltó que ese tipo confesara...


—Pero no confesó.


—Porque se suicidó antes. Para esta tarde deberíamos tener ya el informe sobre los análisis de ADN. Estoy convencido de demostrarán que fue él quien dejó embarazada a Karen,


—Aunque así fuese, no demostrarían que él fue el asesino.


—Esa es toda la prueba que necesito. Y como no se puede juzgar a un cadáver, no tenemos necesidad de convencer a ningún jurado.


—Además, eso tampoco explica las fotografías de mujeres desnudas que tenía Mariano —insistió Pedro.


—Enfréntate a los hechos, socio. Tu vieja amiga se casó con un pervertido. Si es inteligente, se divorciará de él. Y si tú lo eres, retomarás la aventura allá donde la dejaste años atrás. Porque está claro que sigues colado por ella.


—Para ti todo es tan fácil...


—Y tú estás viendo complicaciones donde no las hay. Por algún motivo que todavía está por descubrir, y que probablemente nunca se aclare, Javier Castle consiguió enganchar a una serie de mujeres. Luego, en vez de hacerles el amor, como habría hecho un tipo normal, se dedicó a torturarlas y a matarlas.


—Entonces explícame lo de Karen Tucker. Mantuvo relaciones con ella durante el tiempo suficiente para dejarla embarazada. E incluso entonces no la mató. Intentó romper la relación. Ella no quiso, y solamente en ese momento la asesinó. Eso no encaja para nada en el patrón de comportamiento de Freddy.


—Tenía una debilidad especial por las enfermeras. Y ella le gustaba. Probablemente se trató de algo excepcional. Pero al final se enfadó y la mató, al igual que había hecho con las otras.


—Solo que no de la misma manera —apuntó Pedro, pensativo—. No la torturó. No limpió bien la sangre. No dispersó tantas muestras de ADN.


—Quizá tuvo un mal día. Mira, yo me conformaré con que cesen los asesinatos. Es como con los traficantes de drogas, cuando uno de los peces gordos muere tiroteado. Con su muerte solucionamos un montón de casos de asesinatos sin resolver que sabíamos que había cometido, pero que no podíamos demostrar porque nadie quería declarar en contra suya.


—Ya. Pero todavía queda ese club de fotografía del que nos habló Penny Washington.


—No hay ninguna prueba sólida de que exista. Y tú mismo dijiste que creías que su llamada a Paula estaba preparada, como si obedeciera a un plan previo.


—Lo cual no significa que todo lo que nos dijo fuese mentira. Mira, sé que para ti este caso está cerrado, pero para mí no.


—Entonces quizá te interese algo que he descubierto esta mañana.


—¿Qué es?


—¿Te acuerdas de que Mariano nos dijo que sus padres habían muerto en un accidente de coche?


—Sí, en Little Rock, Arkansas. Allí poseían un concesionario de vehículos.


—Bien, pues no fue así. Jack y Mildred Chaves siguen viviendo en Monticello, Arkansas. Y el viejo no poseía ningún concesionario. Sigue trabajando de mecánico en un pequeño taller contiguo a su casa.


Pedro musitó una maldición.


—¿Cómo te has enterado de eso?


—Practicando mis dotes detectivescas mientras tú te dedicabas a hablar con el jefe esta mañana.


—Me parece que necesito hacer un viaje a Monticello.


—¿Por qué? Si Mariano nos dijo que habían muerto, seguramente ellos no sabrán nada de él.


—Oh, solo para practicar mis dotes detectivescas —bromeó Pedro.


Acababa de apurar su café y de pagar la cuenta cuando su radiotransmisor le dio una mala noticia. Se había encontrado un cadáver. Otra mujer había muerto asesinada



lunes, 29 de julio de 2019

INTENTO DE MATRIMONIO: CAPITULO 49




La espera del ascensor se hizo interminable.


—Si hubiéramos subido por la escalera, ahora mismo ya estaríamos en el quinto piso —se quejó Corky, pulsando por enésima vez el botón de llamada.


Pedro lo había telefoneado de camino, y Corky había entrado en el aparcamiento del hospital justo después él. Al fin sonó el timbre y se abrió la puerta del ascensor. Esperaron a que salieran un par de médicos y dos trabajadores vestidos con monos, de edad avanzada.


—Nunca se me pasó por la cabeza que Javier Castle pudiera ser nuestro Freddy —masculló Corky mientras subían—. Ese tipo siempre me pareció un pobre pelele.


—No se necesita mucho valor para matar a una mujer indefensa. Además, todavía no ha confesado.


—Sí, pero ha intentado suicidarse. Esa no es la reacción de una persona inocente. Y te dijo que quería hablarte de un asesinato. Bonita combinación. ¿Quién habría pensado que caería en nuestras garras tan fácilmente?


Pedro no, desde luego. Pero todo aquello parecía demasiado fácil. Por eso no podía estar tan contento como su amigo.


Tuvo un mal presentimiento en el instante en que salieron del ascensor. Fue la expresión de las enfermeras de recepción, la postura tensa del médico que estaba rellenando un informe, el fantasmal silencio que invadía la planta entera, como una espesa niebla.


Pedro siguió las instrucciones del doctor Castle y se encaminó directamente a la habitación 512, sin preguntar ni pedir permiso a nadie. La puerta estaba entornada. Se dispuso a llamar, pero cambió de idea al oír unos sollozos ahogados. 


Se asomó. La cama estaba vacía. Sara Castle se hallaba sentada en una silla, con el rostro bañado en lágrimas, pálida como la cera.


Detrás, de pie, el doctor Mariano Chaves intentaba consolar a la joven viuda con palabras tiernas y reconfortantes.


Pedro se retiró inmediatamente de la puerta.


—Hemos perdido una bonita confesión —murmuró Corky—. Si hubiéramos llegado unos minutos antes, tal vez la habríamos conseguido antes de que el tipo reventara.


Mariano marcó el número del detective privado que había contratado para vigilar su casa, un hombre de toda confianza, al que pagaba con sobrada generosidad. No le hacía ninguna gracia que aquel policía pusiera los pies en su casa, invitado por Paula. Además, ¿quién sabía lo que podían hacer esos dos a puerta cerrada?


—Recibí su mensaje de que me había llamado —lo informó Mariano cuando Harry Burger descolgó el teléfono—. ¿Qué ha pasado?


—Tenía usted razón. El hombre que usted me describió se presentó en su casa poco después de que se marchara. Una mujer seguía todavía allí, pero se fue tan pronto como entró el tipo.


Pensó que debía de haber sido Janice. Ella le había dicho que se había pasado por allí, tal y como él le había pedido, pero no le había mencionado la presencia de Pedro. Paula y ella lo estaban tomando por estúpido. Lástima. 


Porque Mariano era más inteligente que todos ellos.


Siempre había sido más inteligente que los demás. Incluido Gerardo Dalton. Gerardo Dalton, el senador, el ladrón de mujeres. Una verdadera basura. El detective seguía hablando, proporcionándole más detalles sobre la visita de Pedro. La hora a la que había llegado, la hora de su marcha... Pero los detalles no eran importantes, Paula era una fulana, como todas.


Y las fulanas se merecían morir.



INTENTO DE MATRIMONIO: CAPITULO 48




Preocupado y a la vez expectante, Pedro siguió a Paula por la escalera exterior, hasta el apartamento situado encima del garaje. 


Pensaba que Mariano era Freddie, el asesino múltiple, pero tenía que demostrarlo a toda costa y lo antes posible. Antes de que pudiera seguir matando.


—Aunque fuera verdad la explicación que me dio sobre las fotos que tenía en la pared... —pronunció Paula mientras insertaba la llave en la cerradura— a estas alturas dudo ya de cualquier cosa. Además de que eso no explica por qué guardó esos recortes, o las fotografías que encontré en el cajón de su escritorio.


Abrió la puerta y Pedro entró primero, completamente desprevenido ante el torrente de emociones que lo abrumó, tomándolo por sorpresa. Había previsto que no resultaría nada fácil entrar en aquella habitación, tan cargada de recuerdos. Pero lo que no había esperado era que la reacción fuera tan fuerte, sobre todo después de todo el tiempo que había pasado. 


Se excitó de inmediato. Las imágenes de aquella noche asaltaron su cerebro a traición, imponiéndose a todo lo demás. Paula en sus brazos. Su cuerpo húmedo de lluvia y caliente de deseo. Sus suaves, invitadores labios. Sus senos perfectos. Sus piernas enredadas en las suyas...


Pero la asustada voz de Paula lo devolvió bruscamente a la realidad:
—¡Las fotos ya no están! —tocó la pared—. Estaban aquí anoche. Esas fotos asquerosas, depravadas—. ¿Lo ves? Todavía están los agujeros de las tachuelas...


—Debió de haber vuelto aquí anoche...


—No. Estuvo conmigo hasta que nos acostamos. Se quedó dormido enseguida, y ya no volvió a levantarse hasta que lo llamó Sara Castle a eso de las dos de la madrugada. Y sé que se marchó porque oí alejarse su coche.


—¿Qué quería Sara Castle a esas horas? ¿Se trataba de alguna emergencia?


Después de escuchar su explicación, Pedro se esforzó por recapitular todos los datos. El amigo de Mariano había intentado suicidarse con una sobredosis de calmantes. Mariano había salido a toda prisa para el hospital. Luego, había dejado a su amigo en una situación crítica, inestable, para volver a casa y retirar un montón de fotos escabrosas que, en cualquier caso, su esposa ya había descubierto.


—Mariano telefoneó al hospital justo antes de marcharse esta mañana —añadió Paula—. El estado de Javier estaba mejorando, aunque seguía en proceso de recuperación. Al parecer su esposa lo encontró a tiempo de hacerle vomitar la mayor parte de los medicamentos que había ingerido.


—Vaya. Supongo que intentar suicidarse es una forma como cualquier otra de escabullirse de una prueba de ADN. Pero mucho más arriesgada, claro.


—¿Por qué habrías de querer una prueba de ADN de...? Espera. ¡No pensarás que Javier dejó embarazada a Karen! Sara es una esposa maravillosa y... —se dejó caer en el sillón de Mariano, con la cabeza entre las manos— y él ha intentado matarse. De acuerdo, Pedro. Tengo que empezar a dejar de ser tan ingenua.


—Lo que pasa es que no estás acostumbrada a tratar con canallas de bata blanca. Los médicos no son dioses, Paula —se colocó detrás de ella y le puso las manos sobre los hombros. Craso error. Solamente aquel gesto había bastado para excitarlo de nuevo—. Echemos un vistazo a las fotos del cajón.


Si Paula percibió la ronquera de su voz, no lo demostró. Abrió el último cajón. Solo había un fajo de hojas en blanco.


—No estoy loca, Pedro. Esas fotos estaban aquí, en una carpeta azul. Debía de haber al menos una docena, todas de diferentes mujeres. Y también guardaba aquí recortes de prensa sobre los asesinatos —a continuación abrió el cajón superior de la izquierda—. Anoche este cajón estaba cerrado con llave. Intenté abrirlo, pero no pude.


Se levantó del sillón y se dirigió a la ventana, contemplando el jardín. Parecía triste, asustada. 


Y tan sola que Pedro no podía soportar verla. 


Ignorando toda precaución, se le acercó por detrás y deslizó los brazos por su cintura.


—Nada de esto es culpa tuya, Paula. Procura tenerlo bien presente. Es Mariano el responsable de todo esto.


—Aun así, duele. Creía que lo conocía. Estaba segura de que me amaba y de que estaba decidido a que fuéramos felices, a labrar un futuro conmigo. ¿Cómo pude haberme equivocado tanto?


—¿Cómo lo conociste?


Se apartó de los brazos de Pedro. Dio algunos pasos por la habitación antes de apoyarse en una esquina del escritorio.


—Formaba parte del equipo de médicos que atendió a mi padre cuando sufrió su ataque cardíaco. Luego, varios meses más tarde, después de que yo abandonara mi trabajo en Washington y volviera a Shreveport, coincidimos en una fiesta, una subasta en beneficio de una nueva sala infantil en el hospital. Se mostró extremadamente amable y encantador conmigo. Pensé que era un gran tipo, pero no me sentí particularmente atraída. Al día siguiente me envió flores. Después de eso, empezó a llamarme unas dos o tres veces por semana, hasta que consentí en salir con él.


—Un tipo insistente.


—Sí, pero entonces me pareció sencillamente halagador. Había tenido un año muy duro, con la muerte de mi padre. Y además estaba muy preocupada por Rodrigo, siempre pendiente de que estuviera bien atendido. Estoy segura de que me sentía especialmente vulnerable. Más de lo normal.


—Una buena oportunidad para Mariano

.
—Sí. Durante todo el tiempo, él fue el amo del juego. El juego de llevar a Paula Dalton al altar.


Se llevó las manos a la cabeza y se levantó la melena, dejándola caer sobre sus finos hombros. No había querido que el gesto fuera seductor, pero excitó igualmente a Pedro, que a duras penas pudo contenerse de tocarla, de abrazarla...


—¿Lo amas? —se odió a sí mismo por haberle hecho esa pregunta, porque no estaba seguro de poder soportar la respuesta. Vio que se quedaba mirando al vacío, con la mirada velada por una sombra de tristeza. El corazón le latía a toda velocidad.


—No estoy segura de si alguna vez lo amé. Sé que es terrible decirlo, pero estoy intentando ser sincera. Deseaba estar enamorada, tener a alguien en quien apoyarme, creer que lo que él me decía era verdad y que estábamos destinados a estar juntos. ¿Pero cómo pude haberle amado cuando lo único que me dejaba ver de él era una máscara, un puro fantoche? Y, además, nunca fue como...


Se interrumpió. Cuando alzó los ojos para mirarlo, Pedro pudo distinguir un rastro de aquel antiguo deseo en sus ojos.


—¿Como qué, Paula?


—Ya no importa —sacudió la cabeza—. Ahora, simplemente, tengo que superar esto. Tengo que enfrentarme con el presente.


—Y lo harás. Yo estaré a tu lado, para ayudarte.


—¿Qué vamos a hacer ahora, Pedro?


—Tú dejarás la ciudad. Te irás a algún lugar seguro, algún complejo turístico en la costa, donde puedas relajarte viendo el mar y pensando en otras cosas que no sean estos horribles asesinatos. Nosotros nos ocuparemos de la investigación.


—No puedo hacer eso.


—¿Qué quieres decir? Antes me dijiste que pensabas que Mariano podía ser el asesino que estamos buscando.


—Puede que lo sea. Si lo es, no podrás encerrarlo sin una prueba sólida a tu favor.


—La encontraré. Es solo una cuestión de tiempo.


—Pero tardarás menos si yo te ayudo desde dentro. Dime lo que estás buscando. Patrones de comportamiento. Recuerdos o fetiches que pueda haberse llevado. Notas que pueda haber dejado. Algún arma que oculte...


—¡Ni hablar! Nada de heroicidades. No eres policía. No vas a armada. Nadie te ha dado vela en este entierro.


—¿Ah, no? Da la casualidad de que vivo aquí. Y que estoy casada con Mariano.


—¿Qué es lo que pretendes demostrar?


—No pretendo demostrar nada. Pero si Mariano es el asesino que está aterrorizando la ciudad, no pienso salir corriendo y esperar a que mate a alguien más. No mientras exista una sola posibilidad, por pequeña que sea, de detenerlo. Además, los asesinos múltiples no suelen matar a sus esposas...


—Este caso no tiene nada de ordinario. ¿Quién sabe lo que podría hacer Mariano si sospechara que andas detrás de él?


—Si me considerara en peligro, me marcharía.


En aquel preciso instante sonó su teléfono móvil.


—¿Es usted el inspector Alfonso? —preguntó una voz masculina, baja y temblorosa.


—Sí. ¿Quién llama?


—Javier Castle.


No le extrañaba que la voz sonara tan débil.


—Necesito hablar con usted. Es importante.


—¿Sigue aún en el hospital?


—Sí. Habitación 512. Cuando entre, no pregunte a nadie. Intentarán prohibírselo, o le dirán que no estoy aquí. Venga directamente a esta habitación.


—¿Quiere explicarme de qué se trata todo esto?


—Tengo que hacerle una confesión.


—¿Tiene algo que ver con el embarazo de Karen Tucker?


—Sí. Y con su muerte.


—Estaré allí enseguida.


Pero Javier ya no escuchó sus palabras. La conexión se había cortado. Para entonces la aguja ya estaba a punto de hundirse en su vena.