martes, 30 de julio de 2019

INTENTO DE MATRIMONIO: CAPITULO 52




Paula caminaba por el sendero que corría paralelo a Red River, reflexionando sobre la noticia que acababa de darle Pedro. Se había encontrado el cadáver de otra mujer. Y esa vez Javier Castle no era culpable.


—¿Estuvo Mariano en casa anoche?


—Un rato. A eso de las dos y media de la madrugada lo llamaron del hospital, para una emergencia.


—¿Qué tipo de emergencias suele tener un cirujano el corazón? Me extraña que se dedique a hacer operaciones de emergencia en mitad de la noche.


—Uno de los pacientes a los que operó ayer estaba teniendo complicaciones. Le gusta hacerles el seguimiento personalmente.


—¿Volvió a casa después de aquello?


—Al amanecer.


—Lo que significa que dispuso de tiempo para matar esa mujer —dio una patada a un guijarro del sendero, pensativo—. Paula, tienes que alejarte de Mariano.


—Nada ha cambiado, Pedro —repuso, suspirando—. Ya hemos hablado de esto.


—Para mí sí que han cambiado las cosas. Acabo de ver otro cadáver. He vuelto a ver el trabajo de ese asesino sin conciencia.


—Los amigos y colegas de Mariano pensarían que estás loco de atar si se enteraran de la naturaleza de tus sospechas. Y Janice también.


—No me importa lo que piense la gente. Solo quiero que estés a salvo.


—¿Crees que yo no tengo ganas de marcharme? ¿Crees que me gusta verle la cara a Mariano todos los días mientras pienso en aquellas horribles fotos y en lo que sería capaz de hacer? ¿Crees que no me dan náuseas cada vez que me toca o me besa?


—Pues entonces... ¿por qué no atiendes a razones?


—¿Razones? Hay cuatro mujeres asesinadas. Mi marido puede ser el asesino. ¿Cómo puedes ver algo razonable en todo eso? Es una locura...


Estaba temblando. Pedro la tomó del brazo y la hizo sentarse en un banco, cerca del agua.


—Tienes que pensar en ti misma.


—¿Por qué? Tú no estás pensando en ti mismo. Y si Mariano es el asesino, lo menos que puedo hacer es encontrar una manera de detenerlo. A no ser que puedas garantizarme que él no mató a todas esas mujeres, tengo una responsabilidad hacia sus potenciales víctimas.


—Sabes que no puedo darte esa garantía. Pero creo que es muy posible que él las asesinara.


—Así que estamos en un punto muerto.


Pedro suspiró, frustrado.


—¿Qué te contó Mariano sobre sus padres?


—No mucho. Apenas era un niño y estaba muy encariñado con ellos cuando fallecieron en un accidente de tráfico. Acababa de empezar la enseñanza secundaria.


—Pues no fallecieron. Viven en Monticello, Arkansas.


—¿Estás hablando en serio? —le preguntó, entre furiosa y asombrada.


—Por supuesto.


—Esto es horrible. Es como una interminable cadena de mentiras —repuso Paula con el estómago encogido.


Escuchó a Pedro mientras le explicaba todo lo que sabía sobre los padres de Mariano. Más mentiras, más secretos, más dispersos fragmentos de un hombre que era un verdadero enigma. En un impulso se quitó la alianza y la lanzó al río, lo más lejos que pudo.


—Espero que no se envenenen los peces.


—Mejor que mueran los peces que tú. Y ahora, hablemos de lo que vas a hacer mientras yo hago una rápida excursión a Monticello.


—Seguro que perderás el tiempo. No creo que los padres de Mariano sepan lo que anda tramando.


—Pero lo conocen. Y cuanto más sepa sobre él, más fácil me resultará meterme en su cabeza.


—La verdad, ese no es un lugar donde a mí me gustaría estar...


—¿Monticello?


—No. Dentro de la cabeza de Mariano —reflexionó durante unos segundos, intentando imaginarse lo que sabrían sus padres sobre él. Si sabrían que se había convertido en un médico importante... y si estarían al tanto de sus gustos depravados—. Pedro, me voy contigo a Arkansas.


—Rotundamente no. Esto es asunto de la policía. Ya tienes bastante con lo que tienes.


—No veo de qué manera un viaje para ver a los padres de Mariano podría empeorar las cosas. Además, probablemente te reciban mejor y se muestren más abiertos si te presentas allí con su esposa, y no como un policía deseoso de sacarles información. Les diremos que me encontraba por allí por motivos de negocios y que se me ocurrió pasar a visitarlos.


—¿Y yo qué les diré? ¿Que soy tu chofer?


—Mi colaborador. Un compañero de trabajo.


—Es una historia muy poco convincente.


Pero Paula sabía, por su tono de voz, que se estaba ablandando.


—De acuerdo, tú ganas.


—Has aceptado porque me quieres en cualquier sitio menos en mi casa, viviendo con Mariano, ¿verdad?


—¿Qué le dirás a Mariano?


—Que quiero visitar a una amiga, o un pariente. Ya se me ocurrirá algo —sabía que si su marido llegaba a enterarse de que se marchaba con Pedro, montaría en cólera. Podía imaginárselo perfectamente, con los ojos inyectados en sangre, presa de uno de sus ataques de furor. Solo que ya no le importaba. Su matrimonio estaba acabado. De hecho, nunca había sido un matrimonio de verdad—. ¿Qué dices, inspector Alfonso?


—Que probablemente estoy a punto de cometer un enorme error.


—¿Cuándo salimos?


—Primero tengo que arreglar unos asuntos. A primera hora de la tarde habré terminado.


—¿A cuánto está Monticello de aquí?


—A algo menos de trescientos kilómetros.


—¿No será demasiado tarde para cuando lleguemos a casa de los Chaves?


—Pensaba dormir en un hotel y visitarlos mañana temprano.


Lo que significaba que iba a pasar la noche con Pedro. Los dos en una ciudad desconocida, lejos de Shreveport. Pero las cosas no eran como nueve años atrás. Emocionalmente se sentía demasiado exhausta para experimentar una pasión semejante. O, al menos, eso esperaba.


Y, sin embargo, la atracción persistía. Crepitaba y reverberaba cada vez que estaba cerca de él. Negarlo solo serviría para mentirse a sí misma.


—Dormirás en una habitación separada —le dijo Pedro.


—¿Siempre me lees el pensamiento?


—En esta ocasión era demasiado obvio.


—No es que te tenga miedo, Pedro. O que no me pareciera maravilloso dormir en tus brazos o...


—¿O hacer el amor conmigo?


—¿Lo ves? Me lees el pensamiento.


—Eres una mujer casada. Eso lo respeto, aunque no respete tu criterio a la hora de elegir marido.


—No, no se trata del matrimonio. Eso ahora me parece vacío, hueco, como si ni siquiera valiera la tinta con que se escribió el contrato. Son tantas mentiras, tantos engaños... No, lo que pasa es que ya no puedo soportar ningún tipo de relación íntima. Tengo las emociones a flor de piel. No sería justo para ninguno de los dos.


Se quedó callado. Paula pensó que él podía leerle el pensamiento, pero ella no tenía ni la menor idea de lo que estaba pensando en aquel preciso instante.


—¿A qué hora debería estar lista?


—¿A las cuatro y media te parece bien?


Las cuatro y media. Antes de que Mariano regresara a casa. Le dejaría el mensaje en el contestador, informándolo de que se marchaba fuera de la ciudad a visitar a una amiga. A partir de ese momento sería ella la que le mentiría, jugando su mismo juego. Solo que jamás se le había dado bien mentir.


Se quedaron sentados durante unos minutos más, en silencio. Paula se preguntó por lo que sucedería entre ellos ando todo aquello terminara. ¿Desaparecería Pedro de vida, como había hecho nueve años atrás? ¿Sin explica- clones, sin disculpas? Si ese era el caso, probablemente lo echaría terriblemente de menos y volvería a sufrir tanto como antaño. Por el momento, sin embargo, se sentía simplemente agradecida de que estuviera allí, a su lado.




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