lunes, 29 de julio de 2019

INTENTO DE MATRIMONIO: CAPITULO 49




La espera del ascensor se hizo interminable.


—Si hubiéramos subido por la escalera, ahora mismo ya estaríamos en el quinto piso —se quejó Corky, pulsando por enésima vez el botón de llamada.


Pedro lo había telefoneado de camino, y Corky había entrado en el aparcamiento del hospital justo después él. Al fin sonó el timbre y se abrió la puerta del ascensor. Esperaron a que salieran un par de médicos y dos trabajadores vestidos con monos, de edad avanzada.


—Nunca se me pasó por la cabeza que Javier Castle pudiera ser nuestro Freddy —masculló Corky mientras subían—. Ese tipo siempre me pareció un pobre pelele.


—No se necesita mucho valor para matar a una mujer indefensa. Además, todavía no ha confesado.


—Sí, pero ha intentado suicidarse. Esa no es la reacción de una persona inocente. Y te dijo que quería hablarte de un asesinato. Bonita combinación. ¿Quién habría pensado que caería en nuestras garras tan fácilmente?


Pedro no, desde luego. Pero todo aquello parecía demasiado fácil. Por eso no podía estar tan contento como su amigo.


Tuvo un mal presentimiento en el instante en que salieron del ascensor. Fue la expresión de las enfermeras de recepción, la postura tensa del médico que estaba rellenando un informe, el fantasmal silencio que invadía la planta entera, como una espesa niebla.


Pedro siguió las instrucciones del doctor Castle y se encaminó directamente a la habitación 512, sin preguntar ni pedir permiso a nadie. La puerta estaba entornada. Se dispuso a llamar, pero cambió de idea al oír unos sollozos ahogados. 


Se asomó. La cama estaba vacía. Sara Castle se hallaba sentada en una silla, con el rostro bañado en lágrimas, pálida como la cera.


Detrás, de pie, el doctor Mariano Chaves intentaba consolar a la joven viuda con palabras tiernas y reconfortantes.


Pedro se retiró inmediatamente de la puerta.


—Hemos perdido una bonita confesión —murmuró Corky—. Si hubiéramos llegado unos minutos antes, tal vez la habríamos conseguido antes de que el tipo reventara.


Mariano marcó el número del detective privado que había contratado para vigilar su casa, un hombre de toda confianza, al que pagaba con sobrada generosidad. No le hacía ninguna gracia que aquel policía pusiera los pies en su casa, invitado por Paula. Además, ¿quién sabía lo que podían hacer esos dos a puerta cerrada?


—Recibí su mensaje de que me había llamado —lo informó Mariano cuando Harry Burger descolgó el teléfono—. ¿Qué ha pasado?


—Tenía usted razón. El hombre que usted me describió se presentó en su casa poco después de que se marchara. Una mujer seguía todavía allí, pero se fue tan pronto como entró el tipo.


Pensó que debía de haber sido Janice. Ella le había dicho que se había pasado por allí, tal y como él le había pedido, pero no le había mencionado la presencia de Pedro. Paula y ella lo estaban tomando por estúpido. Lástima. 


Porque Mariano era más inteligente que todos ellos.


Siempre había sido más inteligente que los demás. Incluido Gerardo Dalton. Gerardo Dalton, el senador, el ladrón de mujeres. Una verdadera basura. El detective seguía hablando, proporcionándole más detalles sobre la visita de Pedro. La hora a la que había llegado, la hora de su marcha... Pero los detalles no eran importantes, Paula era una fulana, como todas.


Y las fulanas se merecían morir.



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