miércoles, 3 de julio de 2019

CAER EN LA TENTACIÓN: CAPITULO 46




La mañana del jueves, Paula se dio cuenta de que el pedido que había hecho a su proveedor de bebidas no había llegado. Había estado tan ocupada, que no se había dado cuenta hasta entonces. Aparte del asunto del bar, había comenzado a preparar la mudanza de su apartamento y a buscar uno nuevo. Como había vivido en Kendall toda su vida, sabía bien dónde quería vivir y con un par de visitas encontró uno que le gustó.


El proveedor tenía que haberse presentado el lunes para reaprovisionar al bar después del fin de semana. Llevaba trabajando con el mismo hombre tres años y siempre era puntual a su cita de los lunes. Pero Paula había estado tan atareada, que no había caído en la cuenta de que no había aparecido. Hasta la noche del miércoles, en que un público bastante numeroso había acudido al bar y había sido evidente que estaban quedándose sin suministros.


Paula supuso que la multitud era resultado de que el bar iba a cerrar el siguiente fin de semana. Parecía haberse corrido el rumor, y antiguos clientes estaban pasándose por el lugar para despedirse. Paula vio caras conocidas que no habían vuelto desde que habían comenzado las obras de la carretera.


A causa de todo lo que habían bebido, sólo le quedaban dos barriles de cerveza y muy pocas botellas del resto de bebidas alcohólicas.


Paula estaba a punto de llamar al proveedor y poner el grito en el cielo cuando el teléfono sonó.


—La Tentación, ¿dígame? —contestó ella.


—He hecho una locura.


Necesitó un momento para reconocer la voz de su hermana, porque Luciana y la palabra «locura» no solían ir juntas.


—¿Una locura, tú?


—Me he prometido.


Paula se quedó tan atónita, que se le cayó el auricular de las manos. Lo recogió torpemente y se lo colocó de nuevo junto al oído.


—¿Con quién? —preguntó, sin poder creerse aquella inesperada noticia.


—El chico con el que estuve saliendo hace años cuando pasé el verano en casa de tía Jen. Se llama Santiago. ¿Quieres venir a una boda el sábado?


¿El sábado? Caramba, su hermana no sólo iba a casarse, ¡además iba a hacerlo repentinamente! Aquélla no era la Luciana de siempre. Pero la vida de Paula también estaba siendo un poco inusual durante las dos últimas semanas. ¿Quién iba a decirle que iba a enamorarse como una tonta de un músico desheredado?


Entonces advirtió que Luciana estaba esperando que contestara a su invitación. Paula carraspeó.


—Claro, allí estaré. ¿Quién si no iba a ser tu dama de honor?


—¿Lo dices en serio?


—Completamente. A lo mejor incluso voy con compañía, alguien especial.


Esa vez fue Luciana la que se quedó perpleja.


—¿De veras?


—Sí —contestó Paula suavemente, pero no explicó nada más.


Luciana la había llamado para anunciarle su boda, se dijo Paula, no para hablar de su... aventura desenfrenada, porque sólo era eso, una aventura desenfrenada. Quizás si se lo repitiera suficientes veces, comenzaría a creérselo. Pero le parecía muy difícil.


Una vez que su hermana le contó los detalles, Paula supo que tenía que hacer varias cosas cuanto antes. Volar a Georgia para una sola noche no iba ser fácil... ¡sobre todo justo el último fin de semana de La Tentación antes de su clausura definitiva! El hecho de que su hermana hubiera elegido el sábado para su repentina boda le indicó lo loca de amor que debía de estar para hacer algo así.


Como no quería desanimarla, Paula no le recordó que sería la última noche que el bar estaría abierto. Era una coincidencia desafortunada, desde luego, pero ella no se perdería la boda de Luciana por nada del mundo.


—Aún no puedo creerme que vayas a hacerlo —dijo y rió—. ¿Lo sabe mamá?


—Sí, y va a venir —respondió Luciana y siguió contándole más detalles del evento.


—De acuerdo, ya lo tengo —dijo Paula apuntando la información en una servilleta—. El sábado veinticinco, cuenta conmigo.


Paula reconoció que la relación con su hermana estaba cambiando, y con suerte sería para siempre. Ella quería que tuvieran una buena relación, abierta y sincera, sobre todo si Luciana iba a terminar viviendo en otro estado.


—A lo mejor podemos buscar un rato para hablar —dijo, sujetando fuertemente el auricular para darse fuerzas—. A mí también me han sucedido muchas cosas. Estoy planteándome estudiar una carrera. Incluso he presentado los papeles de solicitud en la universidad.


—¡Caray! —exclamó Luciana sorprendida y se quedó en silencio unos instantes—. Entonces el dinero que he ganado con la portada de la revista llega en el momento preciso.


Los sueños de su hermana estaba convirtiéndose en realidad. Paula sabía lo mucho que aquello significaba para la carrera de Luciana.


—¿Te han dado la portada? ¿De verdad?


—Sí. Y es dinero más que de sobra para pagarte los estudios.


Paula lo rechazó inmediatamente.


—Quédate tú el dinero. Empieza a ahorrar para los estudios de tu primer hijo —dijo—. Porque no estarás embarazada, ¿verdad?


Luciana rió.


—Te aseguro que no.


—Mejor, porque no puedo con tantas noticias sobre esta nueva Luciana, impulsiva y alocada —dijo Paula—. Y en cuanto al dinero, no voy a tener problemas, te lo digo en serio. Creo que las dos vamos a conseguir más beneficios de la venta del mobiliario de los que esperábamos.


Luciana suavizó su tono de voz.


—Te estás comportando de forma magnífica, ¿lo sabías? Cuando me marché, me sentía agobiada, como si todo el mundo confiara en que yo podía arreglarlo todo.


Eso le dolió un poco a Paula, ya que ella necesitaba mucho a su hermana, pero no para que arreglara nada.


—Si querías marcharte, sólo tenías que decirlo.


—No podía hacerlo. La Tentación significaba mucho para mamá y para ti.


Sí, eso era cierto. Paula tenía que admitir que su hermana había hecho bastantes sacrificios para ayudarla a ella a mantener el negocio en pie.


—Y no te preocupes por la clausura —añadió Luciana—. Estaré allí para ayudarte.


—De verdad, no tienes que hacerlo. Lo tengo todo bajo control


Eso no era cierto, teniendo en cuenta que su vida personal estaba más fuera de control de lo que había estado nunca. Pero se refería al negocio. Luciana no tendría nada que hacer allí.


—¿De verdad? ¿No lo dices por decir?


—De verdad. ¿Hay alguna posibilidad de que vosotros dos os paséis por aquí antes de iros de luna de miel? Me encantaría que estuvierais en la fiesta del lunes, cuando ya estemos oficialmente cerrados. Creo que incluso mamá está pensándose tomar un avión y venir... lo que significa que tendrás que estar aquí para hacer de árbitro entre nosotras.


—No me lo perdería por nada del mundo —contestó Luciana con una sonrisa—. Y Paula, por si cambias de opinión, recuerda que estoy aquí siempre que me necesites.


Paula aprovechó la oportunidad de hacer las paces.


—Lo sé, siempre has estado ahí —afirmó y sonrió levemente—. Te veré el sábado.




CAER EN LA TENTACIÓN: CAPITULO 45




Ella se quedó unos minutos contemplándose en el espejo. ¿Por qué la idea de que Alfonso hubiera amado a otra mujer, aunque fuera antes de conocerla a ella, le resultaba tan dolorosa? 


Tenía ciertas sospechas al respecto, pero no estaba preparada para admitirlas, ni siquiera a sí misma.


Se secó el pelo, se vistió y salió a buscarlo. El hombre se merecía un agradecimiento... y una explicación. No hacía falta que fuera sincera, pero al menos tenía que decirle algo. Recorrió todo el bar, pero no lo encontró, así que salió a la parte trasera. Y allí lo encontró.


Ella se había acostumbrado a que Alfonso se ocupara de todas las pequeñas cosas de las que había que ocuparse en el local, pero aquello realmente la sorprendió. Él estaba en el jardín, en cuclillas junto a la estatua de Cupido, limpiándola con un cepillo y lejía. Junto a él estaba la pila para pájaros, más limpia y reluciente de lo que ella la había visto nunca.


—¿Qué estás haciendo? —le preguntó ella.


—Limpiando —contestó él.


—¿Crees que merece la pena conservarlos?


Él levantó la vista y la miró a los ojos.


—Desde luego.


Paula sonrió ligeramente. Sabía por qué él estaba tomándose tantas molestias: tenía que ver con las mágicas horas que habían compartido allí el domingo por la noche. Era como si él quisiera guardar algún recuerdo.


Aunque ella no creía que fuera a olvidarse nunca de aquella noche. Había compartido muchos momentos increíbles con Alfonso desde que lo conocía, pero sin duda el episodio del jardín era el más memorable.


Una cosa era segura: ella nunca volvería a ser capaz de beber un Pezón Resbaladizo, y seguramente él no fuera capaz de preparar ninguno. Paula sospechaba que el simple olor de la bebida le haría tener un orgasmo instantáneo.


—Alfonso, gracias por haber cantado para mí. Discúlpame si he actuado como si no me gustara.


Él no dijo nada, sólo la miró con curiosidad, como si adivinara que ella tenía más cosas que decir.


Paula inspiró hondo y admitió la verdad:
—Esto va a sonar muy estúpido.


—Inténtalo.


Ella se acercó a la pila para pájaros y deslizó un dedo por su borde reluciente. Evitó la mirada de él.


—Verás, he tenido un inexplicable momento de celos. Qué tontería, ¿eh? Pero mientras te escuchaba, durante un instante he detestado a la mujer a quien le escribiste la canción.


Él escuchó atónito, como si lo que esperaba que ella dijera fuera algo completamente distinto.


—¿Lo dices en serio?


Paula asintió y notó que las mejillas le ardían de vergüenza.


—A veces puedo ser un poco... grosera en mis pensamientos. Sobre todo, cuando pienso en esa otra mujer a la que deseabas tanto.


Él dejó el cepillo en el suelo y se puso en pie lentamente. Sus pantalones estaban mojados y manchados de algas.


—Paula, no lo comprendes. Esa chica... esa canción...


Paula le hizo un gesto para que no continuara hablando.


—Por favor, ahórrame los detalles desagradables.


Él se acercó a ella.


—Eso fue hace muchos años.


Ella sabía que él era casi de su misma edad, así que le resultaba difícil de creer que fuera hacía mucho tiempo. Evidentemente él notó su escepticismo.


—Te lo juro, escribí esa canción cuando tenía quince años —le aseguró él.


Paula se quedó boquiabierta. ¿Sólo quince años, y ya tenía ese prodigioso talento, unas emociones tan maduras y un deseo tan potente?


—¡Es increíble! —exclamó ella abrumada.


—Lo sé. Y, como ya te he dicho, ella nunca se fijó en mí. No he vuelto a sentir nada tan intenso por una mujer en toda mi vida adulta —comentó él y le brillaron los ojos—. Sólo contigo.


Paula esbozó una amplia sonrisa. De pronto la mañana era más luminosa.


—¡Eso me ha gustado!


Él rió al ver su alivio. La tomó de la mano.


—¿Estás lista para tomarte un descanso? Quiero invitarte a comer fuera.


—No me dejas que te pague, aunque estás trabajando sin descanso —comenzó ella con el ceño fruncido—, ¿y crees que voy a permitirte que me invites a comer?


Él sonrió.


—De acuerdo, pues invítame tú. Estoy un poco harto de las hamburguesas de Zeke.


Paula asintió, rendida ante el buen humor de él.


—Espera a que compruebe que Dina está bien en el bar fantasma y luego dame media hora para cambiarme de ropa.


No se lo dijo a Alfonso, pero además tenía que hacer algunas llamadas telefónicas. En los dos últimos días, entre el papeleo de la universidad y los increíbles episodios de sexo, Paula casi se había olvidado del asunto de la moto de Alfonso.


Ella comprendía que él no quisiera aceptar su dinero, ya que eran amantes. Ella se hubiera sentido igual, o sea que no podía culparlo. Pero no iba a permitirle hacer todo aquel trabajo sólo a cambio del mejor sexo que había disfrutado en su vida.


Con aquel recordatorio de la situación de él, se sintió con más fuerzas para quitarle las llaves de la moto y hacer que la revisaran y la repararan. 


Cuando él hubiera terminado de trabajar para ella, se merecía marcharse en una moto que funcionara perfectamente.


Pedro se marcharía.


Ella no quería pensar en eso. El martes, cuando cerrara la puerta de La Tentación por última vez, ya no habría ninguna razón para que Alfonso se quedara junto a ella.


Eso era justo lo que ella había querido, ¿no? Era lo más adecuado, dado su nuevo compromiso con la universidad y con tomarse la vida de forma más responsable.


Entonces, ¿por qué se sentía tan horriblemente mal?


—Eres una completa idiota, Paula Chaves —se dijo a sí misma mientras regresaba al interior del bar.


Se había enamorado de él, total e irrevocablemente.


¿Cómo se le había podido ocurrir que estaría a salvo teniendo una aventura desenfrenada con Alfonso? Aquello no era una aventura desenfrenada, lo que había entre ellos era mucho más trascendental que eso.


Le partía el alma admitirlo, pero sospechaba que se había enamorado por primera vez en su vida de un hombre que saldría muy pronto de ella.




CAER EN LA TENTACIÓN: CAPITULO 44





Paula rellenó la inscripción a la universidad el lunes y la echó al correo el martes. Pedro no dijo nada, aunque sabía lo que estaba haciendo. 


Cuando la oyó quejarse al intentar recordar algunas de las asignaturas que había estudiado en el instituto, él le apretó suavemente el hombro en señal de apoyo, pero no dijo nada. 


Era como si él se diera cuenta de que ella tenía que hacer aquello por sí misma, pero quería recordarle que la apoyaba.


Ella esperaba que la admitieran, pero de no ser así, siempre podía acudir a la formación profesional. De cualquier forma, ella iba a lograr un título.


Eso la hizo pensar en el futuro de Pedro, en sus sueños y ambiciones. Le había preguntado un par de veces si estaba contento con su vida y hacía dónde se encaminaba, pero cada vez él había logrado eludir la pregunta. Una vez le había respondido que era más feliz que nunca porque estaba con ella. La otra vez, se había quedado callado y se había retraído en sí mismo, murmurando algo de que ella no conocía todo su pasado.


Ella se preguntó si él había sido rechazado en alguna empresa o algo. Desde luego tenía la inteligencia y la iniciativa para ser un profesional de éxito. Además, no sería la primera persona que decidía que prefería ser una estrella del rock en lugar de un abogado o un contable y lo dejaba todo para perseguir su sueño. Ella quería saber más de él, pero Alfonso parecía incómodo cada vez que ella sacaba el tema, y no quería presionarlo.


Una de las cosas que sí hizo fue reunir el valor para pedirle que tocara para ella.


El miércoles por la mañana, Paula salió de la ducha y se encontró a Alfonso sentado en la cama, rasgando su guitarra y cantando una canción en voz baja. Tenía un aspecto arrebatador apoyado sobre las almohadas, vestido solamente con unos pantalones vaqueros. Tenía el pelo mojado de la ducha y el pecho brillante, y estaba descalzo. Era la imagen viva de un hombre de ensueño. Y Paula se sintió al momento hambrienta de él. Quiso abalanzarse sobre él y hacerlo sudar de nuevo para que tuvieran que darse otra ducha, esa vez juntos.


—Es esa canción de nuevo —murmuró ella, y se apoyó en la puerta mientras lo observaba tocar.


—Lo siento —se disculpó él, haciendo ademán de guardar la guitarra.


—¡No, por favor! No pares. Me gustaría escucharte. No te he oído tocar nada más que el bajo.


—Toco un poco de todo —dijo él mientras volvía a acomodarse la guitarra y comenzaba a tocar.


Paula se estremeció al ver la forma en que sus dedos se movían por el instrumento: le recordaban las veces que él había acariciado su cuerpo de la misma forma. Ella suspiró y escuchó durante unos momentos.


—¿Me cantas esa canción? —le pidió, incapaz de resistir más tiempo.


Hubo un silencio y, cuando Paula abrió los ojos, se encontró con que Alfonso la miraba con mucha intensidad.


—Ya sabes a cuál me refiero —dijo ella.


Él asintió. Comenzó a tocar la melodía, que ya era familiar para ella, y luego cantó la letra. Sin el acompañamiento del resto de la banda y el tumulto del público, la canción le pareció más poderosa, mucho más personal. Mucho más sensual. Y cuando él cantó el estribillo, donde hablaba de la chica con fuego en la mirada, Paula creyó que iba a derretirse allí mismo.


Él debió de estar muy enamorado de aquella mujer. Su intensa emoción y su deseo estaban presentes en cada palabra, en cada nota.


Y eso le dolió. Le molestó que él hubiera escrito aquella canción tan conmovedora para otra persona que no fuera ella.


Estaba celosa de alguien con quien él nunca había tenido una relación y que ni siquiera formaba parte de su vida. A Paula no le dolía que él hubiera tenido relaciones sexuales con otras mujeres, Alfonso no era ningún monje y ella comprendía que hubiera tenido sexo en el pasado.


Pero un amor total como aquél le resultaba más difícil de aceptar. Tanto, que cuando él terminó la canción, le dirigió una sonrisa de agradecimiento que ocultaba sus auténticos pensamientos, agarró su ropa y regresó al cuarto de baño para vestirse.


—¿Paula, te he hecho daño al oído o algo así? —le preguntó él.


—No, ha sido fantástico. Es sólo que... tengo cosas que hacer.


Paula contuvo el aliento y se preguntó si él la seguiría. Después de unos instantes de silencio, oyó que él se movía y luego abría la puerta del apartamento y la volvía a cerrar, por fuera.




martes, 2 de julio de 2019

CAER EN LA TENTACIÓN: CAPITULO 43




Sin revelar la sorpresa que tenía preparada, Pedro le masajeó la parte delantera de los hombros y el torso. Ignoró los senos y el suspiro de desilusión de ella. Esa vez sí que no pudo contener una risa maliciosa mientras le aplicaba más bronceador sobre las costillas y el vientre. Continuó bajando hasta la zona suave y vulnerable de su pubis. Ella se arqueó instintivamente, pero él no le concedió la caricia que ella ansiaba. En lugar de eso siguió masajeándole las piernas hasta los dedos de los pies.


—No tienes ninguna gracia —murmuró ella, medio divertida, medio frustrada.


—Sí que la tengo, de hecho soy muy gracioso.


—¿Sí? Pues siento decirte que te has olvidado de algunos puntos.


Él comenzó a besarla por las piernas y fue subiendo.


—¿Y qué puntos son ésos?


Ella se revolvió un poco y elevó la cadera conforme él subía los besos por sus muslo, su cadera y llegaba a su vientre. Paula gimió.


Pedro... —dijo ella y hundió su mano en el pelo de él.


Él ignoró su ruego. Paula suspiró impaciente y le quitó la camisa con ansia. Luego comenzó a desabrocharle el pantalón.


Él chasqueó la lengua.


—Aún no, señorita, no he terminado de untarte de bronceador.


—Déjate de bromas. Las partes con la piel más sensible de mi cuerpo no han recibido protección. Podrían quemarse por la luz de la luna.


Él la miró y vio su expresión desafiante. Pero él no tenía ninguna intención de desafiarla.


Paseó su mirada hambrienta sobre el cuerpo de ella y se quedó atrapado en sus senos, coronados por los pezones oscuros y duros. 


Entonces sacó de su escondite la otra jarra.


—Esto requiere una loción mucho más especial —dijo él mientras abría la tapa.


Sin avisar, derramó la mezcla con olor a crema irlandesa y licor de caramelo sobre los senos de ella, bañándola en el espeso líquido.


—Creo que esto va a gustarme —comentó él y se preguntó si ella se habría dado cuenta de con qué la estaba untando.


Sin decir nada más, se inclinó sobre uno de sus senos y tomó el cremoso pezón en su boca. Lo chupó y lo lamió mientras el sabor de la crema irlandesa y el licor de caramelo se fundían con el sabor de la propia Paula.


—Oh, Dios mío —gimió ella.


—Esto sí que está resbaladizo —dijo él con una risita.


—Eres malo.


—Y tú estás toda pringosa.


Pedro dejó de hablar y se concentró en saborear cada gota del cóctel sobre los senos de ella. Paula comenzó a gemir y a retorcerse ante cada movimiento de su boca y de su lengua.


—Creo que tus pezones están algo más que resbaladizos —dijo él continuando su paseo hasta el centro de su pecho.


Entonces agarró la jarra de nuevo y derramó un poco de líquido desde su vientre hasta los sedosos rizos entre sus piernas. Ella se retorció con tanta fuerza, que casi se cayó de la tumbona.


Pedro, estás volviéndome loca.


—Bien —dijo él, recordando que ella llevaba volviéndole loco casi diez años—. Vaya, parece que aquí está muy pegajoso. Voy a tener que lamer a conciencia cada rincón.


—¿Cada rincón?


—Eso es —dijo él, y fue limpiando el rastro del líquido hasta llegar entre sus piernas.


Sin detenerse, continuó lamiéndola aplicadamente... hasta que ella tuvo un orgasmo justo sobre su lengua.


—¡Oh, sí! —gritó ella, estremeciéndose y moviendo la cabeza de puro gozo—. Me gusta mucho cómo haces eso.


—Entonces te va a encantar lo que voy a hacer a continuación.


Loco de deseo por poseerla, él se bajó los pantalones y se puso un preservativo. Paula abrió las piernas invitándolo a entrar.


Pedro se hundió en ella.


Qué bueno... Ella estaba tan húmeda y tan caliente y resultaba tan acogedora...


Paula se unió al ritmo de él y enlazó sus piernas alrededor de sus caderas y sus brazos alrededor de su cuello.


—No puedo creer que hayas hecho todo esto —le dijo ella y lo besó en el cuello—. Gracias.


—No tienes por qué darlas, es un auténtico placer. Paula, es tan fabuloso sentirte cerca... —dijo él deleitándose en la sensación de sus cuerpos unidos.


Bajaron el ritmo mientras intercambiaban besos profundos y húmedos y caricias tiernas. Y por fin, con un grito gutural hacia la luna llena, Pedro los llevó a los dos más allá del límite.




CAER EN LA TENTACIÓN: CAPITULO 42




Pedro había estado pensando cómo hacer realidad la fantasía de Paula de tomar el sol desnuda en el jardín, pero nunca era posible. 


Siempre había alguien cerca, o la posibilidad de que lo hubiera, ya fuera un cliente del bar, Dina, Zeke o los empleados de la librería. Podían mirar por la ventana en cualquier momento y ver lo que estaba sucediendo en el jardín, aunque estuviera vallado.


Y él no quería que nadie viera a Paula tomar el sol desnuda. Sólo la vería él.


Así que había modificado un poco las cosas. 


Porque, aunque durante el día había mucha gente por los alrededores, por la noche se quedaban los dos a solas. Había esperado al domingo, ya que el bar cerraba a las doce de la noche en lugar de a las dos de la madrugada.


Sólo esperaba que un baño de luna fuera un sustituto suficientemente bueno para un baño de sol.


—¿Adónde vamos? —preguntó ella emocionada, dejándose arrastrar por él hacia las escaleras.


—Ahora mismo lo verás.


Él había preparado las cosas con antelación, sabedor de que ella estaría demasiado ocupada para salir al exterior y descubrir la sorpresa.


Paula le había contado lo mucho que lamentaba tener un horario tan ajetreado. Le gustaba mucho salir al jardín de atrás sola y quedarse allí pensando, pero apenas tenía ocasión de hacerlo en los últimos tiempos.


Cuando Pedro lo visitó, comprendió por qué a ella le gustaba tanto. Era un oasis salvaje y enmarañado, algo que él nunca habría esperado encontrar en el centro del pueblo. Durante la semana, se había sentado allí un par de veces a observar a los colibríes alimentarse en las flores del jardín. Así que entendía que a ella le gustara refugiarse allí para pensar.


Esa noche pretendía que no fuera capaz de pensar. Quería que se perdiera en la sensualidad.


Pedro la rodeó por la cintura con un brazo y pasaron junto al erótico mural pintado en la pared.


—¿Vamos al aseo de señoras? —preguntó ella.


—No.


Llegaron a la puerta trasera y él la abrió e invitó a salir a Paula a la noche calurosa y húmeda. 


Corría una suave brisa que aliviaba el bochorno y que les llevaba el aroma de la madreselva que trepaba por la pared.


Pedro se detuvo en las escaleras y contempló el jardín por la noche. Los densos arbustos sin podar crecían con múltiples formas. Las enredaderas y el musgo creaban la ilusión de que la pared de piedra estaba viva. Unos cuantos robles adultos sumían al lugar en sombras misteriosas. En una esquina había una estatua de Cupido y junto a ella una pila para pájaros que se fundía con la atmósfera del lugar.


Paula le había contado que el jardín había sido diseñado y mantenido por su abuela. A ella le parecía un paraíso abandonado, olvidado por casi todo el mundo. Por eso era un buen lugar para estar sola. Y por eso él suponía que le gustaba tanto a ella.


—¡No me lo puedo creer! —exclamó ella al ver la tumbona plegable que él había colocado allí con anterioridad.


La silla estaba rodeada de vegetación y cubierta por una toalla de playa de vivos colores. En una pequeña mesa junto a ella había una jarra con limonada y dos vasos, un reproductor de CD y un bote de bronceador. Del reproductor salía una melodía lenta y sensual que inundaba la noche tranquila.


Él miró un momento la otra jarra que había llevado y que estaba oculta debajo de la tumbona. Pronto la necesitaría.


—No puedo creer que hayas montado todo esto —dijo ella acercándose a la tumbona.


—No puedes tomar el sol desnuda, pero ¿te servirá tomar la luna?


Por toda contestación, ella se quitó la camiseta con un movimiento lleno de gracia. Pedro la observó, olvidándose de respirar durante unos instantes. Ella se quitó el sujetador y lo lanzó al suelo.


Pedro se acarició la barbilla.


—Creo que la fantasía no era tomar el sol en topless. Creo recordar que decía algo de desnudarse completamente.


Paula soltó una carcajada, se quitó los zapatos y se bajó los pantalones. Él la observó maravillado. No importaba cuántas veces hubiera visto su cuerpo desnudo en la última semana, su visión siempre le emocionaba. Ella era perfecta: de curvas suaves, piel sedosa, senos generosos y piernas largas y torneadas. 


Era la mujer de sus sueños.


Aunque él sospechaba que seguiría siendo la mujer de sus sueños dentro de treinta años, cuando su cuerpo ya no tuviera las mismas formas y sí más arrugas. Y quien sabe si, quizás, algunas señales de los hijos que quería tener con ella.


Pedro apartó aquellas imágenes de su mente. 


Amaba a Paula y quería casarse con ella, pero no podía planteárselo hasta que no aclarara las cosas con ella del todo.


Y lo haría. Pero desde luego esa noche no.


—¿No me acompañas? —preguntó ella tumbándose e invitándolo con la mirada.


—Aún no —respondió él acercándose y agarrando el bote de bronceador—. Date la vuelta y deja que te unte la espalda.


Los ojos de ella brillaron de excitación y rápidamente hizo lo que él le decía. Se tumbó boca abajo y giró la cabeza hacia él para poder observarlo.


Él se detuvo un momento para contemplar la escultural línea de sus hombros, la suavidad de su piel, las curvas perfectas de sus glúteos. Le apartó el cabello a un lado y abrió el bote de bronceador.


—No quiero que te quemes —murmuró él.


—Creo que estaré ardiendo en llamas antes de que termine la noche.


Él rió suavemente.


—Eso espero.


Se untó las manos de loción bronceadora y esperó unos momentos para crear más expectación en ella. Finalmente, colocó sus manos sobre la espalda de ella. Paula gimió de placer con voz ronca y cerró los ojos mientras él la masajeaba suavemente en unas zonas, más fuerte en otras, aliviándole la tensión de los hombros y el cuello.


La piel de Paula absorbió rápidamente la loción, pero su aroma a coco se quedó en el ambiente. Eso, unido al olor de la madreselva, creaba una fiesta para los sentidos. Ése era el objetivo de aquella noche.


Pedro volvió a abrir la botella de bronceador y vertió su cremoso contenido directamente sobre la espalda de Paula. Ella gimió de placer ante el cambio de temperatura y de textura. Pedro le masajeó entonces las caderas, los glúteos y bajó por las piernas, deleitándose con los ronroneos de ella. Se detuvo un rato también en sus pies y luego le dijo que se diera la vuelta.


—Desde luego —contestó ella feliz.


Él ocultó su sonrisa. Sabía lo mucho que a ella le gustaba que la tocaran, y sobre todo dónde le gustaba que la tocaran. Sus senos eran especialmente sensibles... y él tenía algo más que la loción bronceadora para ellos.