miércoles, 3 de julio de 2019

CAER EN LA TENTACIÓN: CAPITULO 45




Ella se quedó unos minutos contemplándose en el espejo. ¿Por qué la idea de que Alfonso hubiera amado a otra mujer, aunque fuera antes de conocerla a ella, le resultaba tan dolorosa? 


Tenía ciertas sospechas al respecto, pero no estaba preparada para admitirlas, ni siquiera a sí misma.


Se secó el pelo, se vistió y salió a buscarlo. El hombre se merecía un agradecimiento... y una explicación. No hacía falta que fuera sincera, pero al menos tenía que decirle algo. Recorrió todo el bar, pero no lo encontró, así que salió a la parte trasera. Y allí lo encontró.


Ella se había acostumbrado a que Alfonso se ocupara de todas las pequeñas cosas de las que había que ocuparse en el local, pero aquello realmente la sorprendió. Él estaba en el jardín, en cuclillas junto a la estatua de Cupido, limpiándola con un cepillo y lejía. Junto a él estaba la pila para pájaros, más limpia y reluciente de lo que ella la había visto nunca.


—¿Qué estás haciendo? —le preguntó ella.


—Limpiando —contestó él.


—¿Crees que merece la pena conservarlos?


Él levantó la vista y la miró a los ojos.


—Desde luego.


Paula sonrió ligeramente. Sabía por qué él estaba tomándose tantas molestias: tenía que ver con las mágicas horas que habían compartido allí el domingo por la noche. Era como si él quisiera guardar algún recuerdo.


Aunque ella no creía que fuera a olvidarse nunca de aquella noche. Había compartido muchos momentos increíbles con Alfonso desde que lo conocía, pero sin duda el episodio del jardín era el más memorable.


Una cosa era segura: ella nunca volvería a ser capaz de beber un Pezón Resbaladizo, y seguramente él no fuera capaz de preparar ninguno. Paula sospechaba que el simple olor de la bebida le haría tener un orgasmo instantáneo.


—Alfonso, gracias por haber cantado para mí. Discúlpame si he actuado como si no me gustara.


Él no dijo nada, sólo la miró con curiosidad, como si adivinara que ella tenía más cosas que decir.


Paula inspiró hondo y admitió la verdad:
—Esto va a sonar muy estúpido.


—Inténtalo.


Ella se acercó a la pila para pájaros y deslizó un dedo por su borde reluciente. Evitó la mirada de él.


—Verás, he tenido un inexplicable momento de celos. Qué tontería, ¿eh? Pero mientras te escuchaba, durante un instante he detestado a la mujer a quien le escribiste la canción.


Él escuchó atónito, como si lo que esperaba que ella dijera fuera algo completamente distinto.


—¿Lo dices en serio?


Paula asintió y notó que las mejillas le ardían de vergüenza.


—A veces puedo ser un poco... grosera en mis pensamientos. Sobre todo, cuando pienso en esa otra mujer a la que deseabas tanto.


Él dejó el cepillo en el suelo y se puso en pie lentamente. Sus pantalones estaban mojados y manchados de algas.


—Paula, no lo comprendes. Esa chica... esa canción...


Paula le hizo un gesto para que no continuara hablando.


—Por favor, ahórrame los detalles desagradables.


Él se acercó a ella.


—Eso fue hace muchos años.


Ella sabía que él era casi de su misma edad, así que le resultaba difícil de creer que fuera hacía mucho tiempo. Evidentemente él notó su escepticismo.


—Te lo juro, escribí esa canción cuando tenía quince años —le aseguró él.


Paula se quedó boquiabierta. ¿Sólo quince años, y ya tenía ese prodigioso talento, unas emociones tan maduras y un deseo tan potente?


—¡Es increíble! —exclamó ella abrumada.


—Lo sé. Y, como ya te he dicho, ella nunca se fijó en mí. No he vuelto a sentir nada tan intenso por una mujer en toda mi vida adulta —comentó él y le brillaron los ojos—. Sólo contigo.


Paula esbozó una amplia sonrisa. De pronto la mañana era más luminosa.


—¡Eso me ha gustado!


Él rió al ver su alivio. La tomó de la mano.


—¿Estás lista para tomarte un descanso? Quiero invitarte a comer fuera.


—No me dejas que te pague, aunque estás trabajando sin descanso —comenzó ella con el ceño fruncido—, ¿y crees que voy a permitirte que me invites a comer?


Él sonrió.


—De acuerdo, pues invítame tú. Estoy un poco harto de las hamburguesas de Zeke.


Paula asintió, rendida ante el buen humor de él.


—Espera a que compruebe que Dina está bien en el bar fantasma y luego dame media hora para cambiarme de ropa.


No se lo dijo a Alfonso, pero además tenía que hacer algunas llamadas telefónicas. En los dos últimos días, entre el papeleo de la universidad y los increíbles episodios de sexo, Paula casi se había olvidado del asunto de la moto de Alfonso.


Ella comprendía que él no quisiera aceptar su dinero, ya que eran amantes. Ella se hubiera sentido igual, o sea que no podía culparlo. Pero no iba a permitirle hacer todo aquel trabajo sólo a cambio del mejor sexo que había disfrutado en su vida.


Con aquel recordatorio de la situación de él, se sintió con más fuerzas para quitarle las llaves de la moto y hacer que la revisaran y la repararan. 


Cuando él hubiera terminado de trabajar para ella, se merecía marcharse en una moto que funcionara perfectamente.


Pedro se marcharía.


Ella no quería pensar en eso. El martes, cuando cerrara la puerta de La Tentación por última vez, ya no habría ninguna razón para que Alfonso se quedara junto a ella.


Eso era justo lo que ella había querido, ¿no? Era lo más adecuado, dado su nuevo compromiso con la universidad y con tomarse la vida de forma más responsable.


Entonces, ¿por qué se sentía tan horriblemente mal?


—Eres una completa idiota, Paula Chaves —se dijo a sí misma mientras regresaba al interior del bar.


Se había enamorado de él, total e irrevocablemente.


¿Cómo se le había podido ocurrir que estaría a salvo teniendo una aventura desenfrenada con Alfonso? Aquello no era una aventura desenfrenada, lo que había entre ellos era mucho más trascendental que eso.


Le partía el alma admitirlo, pero sospechaba que se había enamorado por primera vez en su vida de un hombre que saldría muy pronto de ella.




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