miércoles, 3 de julio de 2019

CAER EN LA TENTACIÓN: CAPITULO 44





Paula rellenó la inscripción a la universidad el lunes y la echó al correo el martes. Pedro no dijo nada, aunque sabía lo que estaba haciendo. 


Cuando la oyó quejarse al intentar recordar algunas de las asignaturas que había estudiado en el instituto, él le apretó suavemente el hombro en señal de apoyo, pero no dijo nada. 


Era como si él se diera cuenta de que ella tenía que hacer aquello por sí misma, pero quería recordarle que la apoyaba.


Ella esperaba que la admitieran, pero de no ser así, siempre podía acudir a la formación profesional. De cualquier forma, ella iba a lograr un título.


Eso la hizo pensar en el futuro de Pedro, en sus sueños y ambiciones. Le había preguntado un par de veces si estaba contento con su vida y hacía dónde se encaminaba, pero cada vez él había logrado eludir la pregunta. Una vez le había respondido que era más feliz que nunca porque estaba con ella. La otra vez, se había quedado callado y se había retraído en sí mismo, murmurando algo de que ella no conocía todo su pasado.


Ella se preguntó si él había sido rechazado en alguna empresa o algo. Desde luego tenía la inteligencia y la iniciativa para ser un profesional de éxito. Además, no sería la primera persona que decidía que prefería ser una estrella del rock en lugar de un abogado o un contable y lo dejaba todo para perseguir su sueño. Ella quería saber más de él, pero Alfonso parecía incómodo cada vez que ella sacaba el tema, y no quería presionarlo.


Una de las cosas que sí hizo fue reunir el valor para pedirle que tocara para ella.


El miércoles por la mañana, Paula salió de la ducha y se encontró a Alfonso sentado en la cama, rasgando su guitarra y cantando una canción en voz baja. Tenía un aspecto arrebatador apoyado sobre las almohadas, vestido solamente con unos pantalones vaqueros. Tenía el pelo mojado de la ducha y el pecho brillante, y estaba descalzo. Era la imagen viva de un hombre de ensueño. Y Paula se sintió al momento hambrienta de él. Quiso abalanzarse sobre él y hacerlo sudar de nuevo para que tuvieran que darse otra ducha, esa vez juntos.


—Es esa canción de nuevo —murmuró ella, y se apoyó en la puerta mientras lo observaba tocar.


—Lo siento —se disculpó él, haciendo ademán de guardar la guitarra.


—¡No, por favor! No pares. Me gustaría escucharte. No te he oído tocar nada más que el bajo.


—Toco un poco de todo —dijo él mientras volvía a acomodarse la guitarra y comenzaba a tocar.


Paula se estremeció al ver la forma en que sus dedos se movían por el instrumento: le recordaban las veces que él había acariciado su cuerpo de la misma forma. Ella suspiró y escuchó durante unos momentos.


—¿Me cantas esa canción? —le pidió, incapaz de resistir más tiempo.


Hubo un silencio y, cuando Paula abrió los ojos, se encontró con que Alfonso la miraba con mucha intensidad.


—Ya sabes a cuál me refiero —dijo ella.


Él asintió. Comenzó a tocar la melodía, que ya era familiar para ella, y luego cantó la letra. Sin el acompañamiento del resto de la banda y el tumulto del público, la canción le pareció más poderosa, mucho más personal. Mucho más sensual. Y cuando él cantó el estribillo, donde hablaba de la chica con fuego en la mirada, Paula creyó que iba a derretirse allí mismo.


Él debió de estar muy enamorado de aquella mujer. Su intensa emoción y su deseo estaban presentes en cada palabra, en cada nota.


Y eso le dolió. Le molestó que él hubiera escrito aquella canción tan conmovedora para otra persona que no fuera ella.


Estaba celosa de alguien con quien él nunca había tenido una relación y que ni siquiera formaba parte de su vida. A Paula no le dolía que él hubiera tenido relaciones sexuales con otras mujeres, Alfonso no era ningún monje y ella comprendía que hubiera tenido sexo en el pasado.


Pero un amor total como aquél le resultaba más difícil de aceptar. Tanto, que cuando él terminó la canción, le dirigió una sonrisa de agradecimiento que ocultaba sus auténticos pensamientos, agarró su ropa y regresó al cuarto de baño para vestirse.


—¿Paula, te he hecho daño al oído o algo así? —le preguntó él.


—No, ha sido fantástico. Es sólo que... tengo cosas que hacer.


Paula contuvo el aliento y se preguntó si él la seguiría. Después de unos instantes de silencio, oyó que él se movía y luego abría la puerta del apartamento y la volvía a cerrar, por fuera.




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