jueves, 27 de junio de 2019

CAER EN LA TENTACIÓN: CAPITULO 26





Muy poca gente conocía ese sueño. Paula no quería que nadie se riera de ella, reacción que seguramente tendría la mayoría de quienes la conocían. Después de todo, ella era lo opuesto a su hermana. Y Luciana había sido la encargada de pronunciar el discurso de despedida el día de su graduación.


Paula siempre había sido la candidata ideal para ingresar en la mansión Playboy.


—Paula, ¿me estás escuchando? ¿Qué has hecho desde que yo me marché?


Poca cosa. Se había ocupado de todos los asuntos relacionados con el bar, había estado buscando trabajo a través del periódico y también un apartamento donde vivir. Y todo eso ella sola. Incluso había tenido algo así como un encuentro sexual con el hombre más atractivo que había conocido nunca. Pero no podía contarle nada de eso a su hermana.


—Estoy ocupada —fue lo único que dijo.


Estaba demasiado cansada para seguir con los juegos familiares.


—Por favor, Paula. Tenemos que hacer todo lo que está pendiente.


Como si a Luciana le importara. La Tentación ya no era de las dos. Paula estaba allí sola.


—Sí, lo haremos —dijo con cierta ironía.


La voz se le rompió un poco. Echaba de menos a su hermana. Echaba de menos a Tamara, y a Graciela, que había estado ocupada el fin de semana con su reunión del instituto. ¿Cómo era posible que, teniendo tanta gente alrededor, ella se sintiera tan sola?


Nunca se había sentido así. Pero en aquel momento, cuando revisaba todo lo que tenía que hacer en las próximas semanas, se sintió tremendamente sola. Tenía que vender sus recuerdos pieza a pieza, despedirse de cosas a las que tenía mucho aprecio, empaquetar su vida e intentar averiguar dónde dirigirse a continuación.


Levantó la mirada y miró al escenario. Desde allí, Alfonso se encontró con su mirada. Frunció ligeramente el ceño y ladeó la cabeza, 
preguntándole sin palabras si estaba bien.


Y de pronto, aunque dos días antes él era un extraño para ella, Paula sintió de nuevo lo que llevaba experimentando desde el primer momento en que lo había visto: que mientras Alfonso estuviera cerca de ella, no volvería a sentirse sola nunca más.



CAER EN LA TENTACIÓN: CAPITULO 25




Paula seguía sin poder sacarse de la cabeza el inesperado encuentro en la cocina de su apartamento. Cada vez que se humedecía los labios percibía el sabor de él. Y la forma en que él parecía hacerle el amor al micrófono cuando cantaba contribuía a recordárselo.


Cuando cambiaron de tema por el de Light my fire y Alfonso animó a todas las mujeres a que «encendieran su fuego», Paula estuvo a punto de comportarse como una quinceañera en su primer concierto y lanzarle su ropa interior. Sus braguitas minúsculas, como las que habían provocado una reacción tan intensa en él la pasada noche.


—¿Paula, no me oyes? ¡El teléfono está sonando!


Paula salió de sus pensamientos y miró a Dina, que debía de llevar un rato intentando llamar su atención. Agarró el teléfono y se fijó en el número.


Era Luciana. Seguramente llamaba para soltarle uno de sus sermones y ella no estaba de humor para escucharlo. Si su hermana estaba tan segura de que ella no podía manejárselas sola, ¿por qué se había ido de viaje cuando más la necesitaba? Para Paula, Luciana había perdido su derecho a protestar en cuanto había salido por la puerta sin preocuparse de lo que sucedería con el legado familiar.


Paula decidió contestar.


—La Tentación, ¿dígame?


—¿Paula?


—¿Lucy? —contestó ella sabiendo que ese apodo molestaba mucho a su hermana.


—¿Has telefoneado ya a la casa de subastas? Necesitamos el dinero que saquemos de los muebles para pagar al proveedor de bebidas.


Estupendo, nada como un poco de conversación intrascendente para comenzar. Paula no pudo contenerse.


—Hola, hermana querida, ¿cómo estás? ¿Qué tal te ha ido el día? Debe de ser muy difícil resolver todos los asuntos tú sola, ya que yo me he marchado y te he dejado allí tirada sin pensar en nadie más que en mí misma...


—Por favor, Paula, no empieces —contestó Luciana—. Te irá bien. Sólo tienes que seguir los puntos de mi lista.


La estúpida lista de su hermana, en la que detallaba, como si fuera para tontos, cada paso a seguir.


—¿Qué lista? —preguntó Paula.


Comenzó a dolerle la cabeza y no supo si era por la música o por los nervios de ser siempre la oveja negra de la familia Chaves.


—La que dejé pegada en la barra del bar y que explicaba paso a paso lo que tenías que hacer esta semana —respondió Luciana y dejó escapar un suspiro de indignación casi inaudible.


Pero Paula lo oyó. ¿Por qué le resultaba tan difícil contarle a su hermana cómo se sentía, abrirse a ella y cambiar la relación que tenían? Luciana era simpática, lista y maravillosa. La escucharía, ¿por qué no iba a hacerlo?


En el fondo de su corazón, Paula sabía que Luciana quizás la oyera, pero no la escucharía, no le prestaría atención. Así que le respondió como la antigua Paula. Su hermana sí comprendería esas palabras y esa actitud porque era lo que esperaba de ella.


—O sea que era eso... Alguien derramó whisky sobre ella el viernes por la noche y la tiré a la basura.


Se produjo un silencio tenso y Paula casi se arrepintió de su mentira. Nadie había derramado whisky sobre la maldita lista. Paula la había arrancado a sabiendas y la había tirado a la basura el mismo día que su hermana se había marchado de viaje. Ya que todo el mundo la dejaba sola en los últimos momentos de La Tentación, al menos ella cerraría el negocio a su manera.


—Te enviaré otra copia por e-mail. Y llama a la casa de subastas mañana a primera hora.


Paula negó con la cabeza. Luciana seguía siendo la misma, la que nunca se creería que ella había llamado a la casa de subastas el jueves. También había ido al banco, había encargado suficientes bebidas para todo el mes, había buscado la empresa de mudanzas... Y además había solicitado un formulario de inscripción en la universidad. Quizás no estuviera loca por querer estudiar una carrera y perseguir su sueño secreto de convertirse en profesora de instituto.



CAER EN LA TENTACIÓN: CAPITULO 24




El domingo por la noche, Paula supo con certeza que su plan de volverse responsable, respetable y una buena chica no iba a prosperar. 


Y todo, debido a un músico tremendamente atractivo y atento llamado Alfonso, que la había tenido en la palma de su mano literalmente la tarde anterior.


Y que en ese preciso momento estaba haciendo el amor verbalmente con otras cincuenta mujeres.


—Lo que daría por pasar una hora a solas con ese hombre...


Paula no tuvo que mirar para saber quién había hecho ese comentario, una pelirroja que llevaba un buen rato comiéndose a Pedro con los ojos. 


En realidad, todas las mujeres de la sala estaban pensando lo mismo, cómo sería pasar una hora, o mejor toda una noche, con él.


—Me alegro tanto de haberme enterado de esto... —continuó la pelirroja—. ¡De no ser así, esta noche estaría en la parroquia estudiando la Biblia!


—Estoy segura de que Dios lo comprenderá —murmuró Paula sin preocuparse en disimular su sarcasmo.


Pero ese sarcasmo no hizo mella en la lujuria de aquella mujer, que asintió con vehemencia.


Paula observó a la multitud congregada en el local. La mayoría eran mujeres tan desatadas como la pelirroja. Después de los conciertos del viernes y el sábado, se había extendido la voz de lo bueno que era el grupo y de lo guapos que eran sus integrantes. A las siete de la tarde se había formado una cola en el exterior del bar. El local estaba lleno a reventar por primera vez en muchos meses. A Paula le parecía que todas las mujeres del país se habían juntado allí. Y estaba segura de que muchas habían llegado solas, pero tenían intención de marcharse acompañadas.


Algo en su interior se encogió. Si él abandonaba el local con otra mujer que no fuera ella, se moriría. Le costaba admitirlo porque eso indicaba que de nuevo estaba obsesionada con un tipo de hombre que ella misma se había impuesto evitar. Pero no sólo no lo había evitado, sino que se había entregado a él por completo.


—Aquí tienes tu copa —le dijo a la pelirroja.


Había puesto una cantidad extra de alcohol para evitar que la mujer se lanzara sobre el escenario. Según le acercaba la copa, Paula derramó un poco de su contenido sobre la barra. 


Le temblaba el pulso, algo insólito en ella. En realidad, le temblaba todo el cuerpo, estaba tensa, alerta. Llevaba así desde que él había traspasado la puerta dos días antes.


Sin duda, necesitaba un revolcón. Y tenía que ser con él.


«No, eso es lo que haría la antigua Paula», se recordó a sí misma.


La nueva Paula no se dejaba dominar por el sexo ni por su amor por la aventura. Aunque era agradable preguntarse «¿Y si...?». Eso era justo lo que había estado haciendo después de lo que le había hecho sentir Alfonso usando sólo su mano y su boca; por no mencionar su voz seductora susurrándole palabras eróticas al oído.


Paula cerró los ojos y suspiró al recordarlo.


¿Qué hubiera sucedido si Dina no los hubiera interrumpido? ¿Y si ella se hubiera caído antes y hubieran estado más tiempo a solas? ¿Y si él se hubiera olvidado las llaves el sábado y hubiera regresado a buscarlas igual que hizo el viernes? ¿Habría tenido ella la fuerza para mantener las barreras?


Seguramente no.


Su imaginación se llenó de fantasías sobre qué hubiera sucedido si caían sus barreras.


—Necesito dos martinis y dos cervezas —dijo Vicki, una vieja amiga de Paula que había acudido a ayudarla esa noche—. Y a lo mejor también un poco de músico para acompañarlo.


Paula la miró con los ojos entrecerrados.


—¿Cómo dices?


Vicki suspiró.


—Me encantaría saborear un sándwich de músico.


—Pues será mejor que sea del músico rubio —le espetó Paula sin pensar.


Vicki la miró atónita.


—Caray, chica, ¿cuál de los morenos es el que te interesa?


Paula deseó haber mantenido la boca cerrada. 


Desvió la mirada y se concentró en preparar las bebidas.


—No importa —dijo mientras las colocaba sobre la bandeja de su amiga.


Vicki le guiñó un ojo. Conocía a Paula desde hacía suficiente tiempo como para saber cuándo le gustaba un hombre.


—¿Es el de los teclados o el bajista del pelo largo?


—¿Tú qué crees?


—El bajista —respondió Vicki sin dudar—. Es increíblemente atractivo. Y me resulta familiar, pero no sé por qué. Debe de ser su aspecto de estrella de cine.


Vicki se marchó. Paula se concentró en preparar el resto de bebidas y dejó de prestar atención a la música. Cuando el ritmo bajó un poco, se detuvo a escuchar a la banda y reconoció una vieja canción. Las notas del bajo que tocaba Alfonso resonaban en el interior de su pecho y la forma en que él cantaba el Bad to the bone le provocó el deseo, igual que al resto de las mujeres de la sala, de averiguar cómo podía ser él de malo.



miércoles, 26 de junio de 2019

CAER EN LA TENTACIÓN: CAPITULO 23





De nuevo golpearon la puerta.


Paula abrió los ojos alarmada y Pedro miró hacia la puerta.


—¿Está cerrada? —preguntó, retirando la mano y colocándole bien las braguitas.


Ella asintió y carraspeó.


—Estoy bien, Dina. Dame cinco minutos más, ¿de acuerdo? Enseguida bajo.


Paula y Pedro contuvieron el aliento hasta que escucharon alejarse los pasos de la camarera por las escaleras.


—Ha estado muy cerca —dijo él sonriendo tímidamente.


—¿Cerca? Ha estado mucho más que cerca para mí —replicó ella perpleja.


—¿Es una queja?


—¿Me tomas el pelo? —preguntó ella ladeando la cabeza.


Él sonrió.


—Me alegro, porque yo también tengo mucha responsabilidad en esto.


Paula se irguió, se alisó la camiseta y se pasó la mano por el pelo. Respiró hondo varias veces para tranquilizarse y por fin habló.


—Ha sido increíble. Inesperado... pero increíble.


—Desde luego que sí. ¿Cuándo lo repetimos?


Ella soltó una carcajada.


—Alfonso... ¿Qué le digo a alguien que acaba de hacerme lo que tú me has hecho, pero aún no me ha visto desnuda?


—Eso se arregla enseguida —dijo él haciendo intención de quitarle la camiseta.


Ella se apartó y se cruzó de brazos.


—No podemos hacerlo. Mira, ha sido increíble, pero no debería haber sucedido.


Él ya lo sabía. Maldición, lo único que él buscaba era un beso, no un encuentro sexual tan provocativo como ése.


—Lo sé.


—Y no puede volver a suceder.


Por un instante, Pedro creyó que había oído mal. Después de lo que acababan de compartir hacía un momento, sabía que ella estaba tan ansiosa como él de averiguar lo que podían sentir y hacer sentir al otro completamente desnudos... en una cama... durante toda la noche.


—¿Puedes repetirme eso último? —pidió él.


—No estoy buscando un amante, Alfonso —dijo ella con firmeza—. Mi vida está cambiando y estoy intentando cambiar con ella.


La rigidez de su barbilla indicó a Pedro que estaba pensando en su negocio.


—¿Vas a ingresar en un convento cuando cierres La Tentación?


Ella dejó escapar un sonido entre la risa y el gemido.


—Si lo hiciera, me gastaría un fortuna en vibradores.


Sus palabras crearon unas imágenes de lo más sugerentes en la imaginación de Pedro.


—Pero no —continuó ella—. No voy a renunciar al sexo. Sólo estoy intentando cambiar mi enfoque, mi dirección en la vida, mis elecciones.


Él no comprendía muy bien a qué se refería ella, pero por la repentina rigidez de su cuerpo sabía que estaba hablando en serio. Paula no buscaba una relación, aunque fuera meramente sexual. 


Estaba levantando unas barreras que, a juzgar por la expresión de tristeza en sus ojos, eran tan duras para ella como lo eran para él. Pero ella confiaba claramente en que él respetaría sus deseos, porque no se movió para buscar unos pantalones nuevos.


—De acuerdo, Paula —murmuró él—. Lo entiendo. Te dejaré tu espacio.


Se separó de ella dejando más espacio, tanto física como mentalmente, entre ambos.


—Además, los dos tenemos que regresar al bar y hacer nuestro trabajo —añadió él.


Él había dicho justo lo que ella deseaba escuchar, pero Paula frunció el ceño. Pedro ocultó una sonrisa, más seguro que nunca de que ella realmente no quería que él se apartara de ella.


Desde luego, él no tenía ninguna intención real de apartarse de ella.


Había sido sincero en que le dejaría su espacio, en que no la obligaría a aceptar la atracción que existía entre ellos.


Sí, se apartaría de ella. Pero sólo hasta que lograra que ella admitiera que no lo había dicho en serio.



CAER EN LA TENTACIÓN: CAPITULO 22




«Podría haber sido peor», pensó él mientras reprimía un estremecimiento de deseo salvaje. 


Ella podría haber llevado un tanga.


Entonces advirtió algo en la piel de ella que la braguita no llegaba a tapar del todo. Paula tenía un tatuaje de lo más sexy justo encima de los cachetes. Al observarlo con detenimiento, Pedro se dio cuenta de que era una mariposa. La mezcla de colores sobre aquella piel tan delicada pedía a gritos una caricia. Pedro deseó acercar su boca a aquella piel.


—¿La sangre se quita con agua fría o caliente? —preguntó Paula y miró por encima del hombro justo a tiempo de cazarlo mirándole el trasero.


Paula se sonrojó y se giró hacia él lentamente. 


Eso no hizo más que empeorar las cosas.


Hasta un santo hubiera mirado, y él no era ningún santo. Se permitió tres segundos de observar el panorama y grabó en su memoria hasta el más mínimo detalle: la redondez de la cadera, la piel perfecta entre la camiseta y la braguita, los suaves rizos que se adivinaban bajo el fino tejido...


Estuvo a punto de quedarse sin respiración. 


Recurrió a toda su fuerza de voluntad y se obligó a cerrar los ojos, a acallar la imaginación y a aplacar su libido.


Cuando abrió los ojos de nuevo, se imaginó que Paula habría salido a buscar algo de ropa. Pero ella no se había movido ni un centímetro. Lo observaba en silencio, desafiándolo con una medio sonrisa.


Él gimió con voz ronca y le lanzó una mirada de advertencia.


—Paula...


—No suelo quitarme la ropa así delante de extraños —dijo ella y dio un paso hacia él.


—Nosotros no somos extraños —señaló él, dando un paso hacia ella.


Un paso hacia la locura.


—Pues debes saber que tengo bragas aún más minúsculas —dijo ella un poco a la defensiva.


Él se arriesgó y dio otro paso.


—Qué interesante —dijo y la miró de arriba a abajo desnudándola con la mirada—. Pero seguro que no son tan finas.


Paula abrió los ojos sorprendida. Aunque él estaba a unos pasos de distancia, oyó su respiración entrecortada, observó cómo se ruborizaba y captó el brillo de deseo en sus ojos.


—Entonces supongo que debería ir a buscar algo que ponerme —susurró ella.


Cada uno de ellos dio un paso más hacia el otro y se quedaron a muy poca distancia. Con sólo alargar el brazo, él tendría acceso a todos los lugares de aquel delicioso cuerpo que tanto deseaba tocar. Pedro mantuvo las manos pegadas a sus costados a base de toda su fuerza de voluntad.


—Por mí no lo hagas —dijo él.


Ella enarcó una ceja.


—Un caballero se habría dado la vuelta.


Él ladeó la cabeza.


—¿Y qué te hace pensar que soy un caballero? —preguntó Pedro.


Su mano se movió antes de que su cerebro pudiera detenerla. Se posó sobre la cadera de ella y la atrajo hacia sí. Recorrió con los dedos el espacio junto al elástico de su cadera hasta que Paula ahogó un grito y se estremeció bajo su mano.


—Alfonso... —dijo ella mirando la mano de él y dejando escapar una risita.


Luego cerró los ojos, dejó caer la cabeza hacia atrás y se arqueó hacia él ligeramente, invitándolo a aumentar el calor, la intensidad, el peligro... Invitándolo a atreverse a más.


Él metió un dedo por dentro de la braguita y acarició sus rizos, ahogando un gemido de placer. Ella era increíblemente suave, increíblemente acogedora. Pedro acercó otro dedo a la suave mata de vello. Incapaz de resistirse por más tiempo, se inclinó sobre Paula y saboreó la piel de su mandíbula, de su barbilla y de su cuello recreándose en cada sensación.


Aunque deseaba hacerlo con todas sus fuerzas, no la besó en la boca. No quería hacerle daño en el labio hinchado. Fue una tortura, pero era necesario.


—Por favor, tócame —pidió ella estremeciéndose.


—Te estoy tocando —le susurró él al oído.


—Tócame aquí —ordenó ella y lo sorprendió arqueándose sobre su mano hasta que los dedos de él se encontraron con su carne más íntima.


Ella soltó un gemido de placer.


Pedro estaba maravillado. Ella estaba húmeda y suave, caliente y acogedora.


—Sí, sí —murmuró Paula.


Rodeó el cuello de Pedro con los brazos y atrajo la boca de él hacia la suya, dándole el beso que él había temido darle antes. Él la besó con delicadeza, lamió con cuidado alrededor de la herida y luego entrelazó su lengua con la de ella en un encuentro hambriento.


Ella continuó moviéndose, arqueándose hacia él, estremeciéndose, invitándolo a ir más lejos. Pedro no pudo resistirse. Introdujo un dedo en su lugar ardiente y disfrutó con los gritos de placer de ella tanto como con el tacto de aquella piel contra la suya.


La acarició en lo más profundo y luego se retiró para volver a empezar, haciéndole el amor lentamente con la mano. Las caricias de su dedo pulgar sobre el clítoris y de su lengua dentro de la boca de ella pronto se unieron al movimiento de su otro dedo hasta que el mundo de sensaciones se impuso a todo lo demás. Para los dos.


El placer fue intensificándose, tanto para ella como para él, hasta que Pedro estuvo tan ansioso por el orgasmo de ella como ella misma. 


Él sabía que su propio alivio tendría que esperar. 


Estaba tan excitado que igual rompía los vaqueros de un momento a otro, pero no podía permitir que las cosas llegaran tan lejos. Aún no. 


Así que se concentró en ella, decidido a conducirla al éxtasis y deseoso de verla alcanzarlo.


Los gemidos de Paula fueron aumentando de volumen hasta convertirse en gritos de orgasmo. 


Pedro sonrió satisfecho porque ver a Paula llegando al clímax era casi tan bueno como llegar él. Casi.


Ella se estremeció desenfrenadamente, apretándose contra él mientras él la besaba en el cuello. Él continuó haciendo círculos con el dedo dentro de ella, disfrutando de su humedad y sabedor de que, a pesar del orgasmo, ella seguía excitada.


—Quiero saborear tu tatuaje —le susurró él al oído—. Quiero darte la vuelta, quitarte las braguitas y ponerme de rodillas para besar y lamer cada centímetro de tu tatuaje.


Ella ahogó un grito y se apretó contra él. Y tuvo otro orgasmo.


Él apenas había tenido tiempo de asimilar lo apasionada que era ella cuando alguien aporreó la puerta.


—Paula, ¿estás bien? —preguntó una voz femenina—. Aquí abajo la cosa empieza a animarse demasiado.



CAER EN LA TENTACIÓN: CAPITULO 21




Paula se acercó la bolsa de hielo a la frente. Pedro la observó sintiéndose culpable por ser la causa de su dolor.


—¿Cómo estás? —le preguntó él.


—¿Me preguntas por mi cabeza o por mi ego?


Él rió pero no contestó a su pregunta.


Estaban en la diminuta cocina del apartamento de Pedro, en la planta encima del bar. Habían subido allí nada más suceder el accidente. 


Afortunadamente, una de las camareras del bar, Dina, había comenzado su turno y estaba en el bar pendiente de los clientes. Dina había llegado justo en el momento en que Pedro se caía al suelo desde el taburete. Así que al menos sabía que  no era quien le había propinado el golpe. 


Paula se alegró por eso, ya que tenía un chichón en la frente y un labio hinchado como si hubiera participado en una pelea en el bar.


A Dylan le parecía que seguía siendo tan hermosa como cuando se había comido su manzana.


—¿Te sientes mejor? —insistió él mientras observaba preocupado el chichón.


Ella negó con la cabeza.


—¿Quieres una aspirina o algo así?


—No me duele —gruñó ella medio—. Pero ya he cubierto mi cupo de humillación por el resto de mi vida.


—Podría haberle sucedido a cualquiera.


Ella suspiró y se apoyó sobre uno de los armarios de la cocina. Una gota de agua, resultante de que el hielo empezara a derretirse, se deslizó por su sien y desapareció entre su cabello. Pedro inspiró profundamente y soltó el aire poco a poco, recordándose que ella estaba herida. No era el momento de imaginarse gotas de agua recorriendo lentamente cada curva de su cuerpo.


Tampoco resultaba muy caballeroso quedársela mirando mientras ella comprobaba delicadamente con la lengua la hinchazón de su labio.


Pedro apretó los puños y la mandíbula y se obligó a apartar la mirada del rostro de ella. No debía seguir mirando aquellos labios carnosos que lo habían besado tan ardientemente, ni la boca que había explorado hacía unos momentos.


No sabía qué habría sucedido si ella no se hubiera caído. Quizás él se hubiera atrevido a besarla de nuevo. Porque una cosa era segura: un solo beso no había sido suficiente. Sólo se quedaría satisfecho si le hacía el amor a esa mujer.


—¿Cómo has logrado sacar a flote mi torpeza tan bien disimulada? —preguntó ella, más divertida que molesta.


Pedro se cruzó de brazos y apoyó una cadera en la encimera donde estaba sentada Paula.


—El taburete era antiguo e inestable —respondió él, justificándola.


—Mis piernas eran inestables.


Pedro se alegró de que su beso le hubiera hecho temblar las piernas. Las contempló unos instantes y entonces advirtió las manchas rojas sobre los pantalones blancos.


—Odio decirte eso, pero parece que la sangre te ha manchado los pantalones.


Paula siguió su mirada y gimió disgustada.


—Maldición, los he estrenado hoy —murmuró.


—Deberías tratar las manchas con algo cuanto antes —comentó él, creyendo que ella aplicaría el quitamanchas sobre sus pantalones sin quitárselos.


Pero antes de que él pudiera decir nada, Paula se bajó de la encimera a toda prisa y se quitó los pantalones delante de él, que la miraba sin poder apartar la vista de sus curvas.


Ella parecía haberse olvidado de que él estaba en la habitación. Se abalanzó sobre el fregadero y puso los pantalones debajo del grifo. Eso le ofreció a Pedro una estupenda vista de toda su parte trasera. Observó el cabello rubio que le llegaba hasta la mitad de la espalda y destacaba sobre su camiseta roja. Se le aceleró el pulso al contemplar sus piernas desnudas, deliciosamente torneadas. Luego se permitió detenerse en las curvas de su trasero, cubiertas apenas por unas bragas minúsculas.