miércoles, 26 de junio de 2019

CAER EN LA TENTACIÓN: CAPITULO 22




«Podría haber sido peor», pensó él mientras reprimía un estremecimiento de deseo salvaje. 


Ella podría haber llevado un tanga.


Entonces advirtió algo en la piel de ella que la braguita no llegaba a tapar del todo. Paula tenía un tatuaje de lo más sexy justo encima de los cachetes. Al observarlo con detenimiento, Pedro se dio cuenta de que era una mariposa. La mezcla de colores sobre aquella piel tan delicada pedía a gritos una caricia. Pedro deseó acercar su boca a aquella piel.


—¿La sangre se quita con agua fría o caliente? —preguntó Paula y miró por encima del hombro justo a tiempo de cazarlo mirándole el trasero.


Paula se sonrojó y se giró hacia él lentamente. 


Eso no hizo más que empeorar las cosas.


Hasta un santo hubiera mirado, y él no era ningún santo. Se permitió tres segundos de observar el panorama y grabó en su memoria hasta el más mínimo detalle: la redondez de la cadera, la piel perfecta entre la camiseta y la braguita, los suaves rizos que se adivinaban bajo el fino tejido...


Estuvo a punto de quedarse sin respiración. 


Recurrió a toda su fuerza de voluntad y se obligó a cerrar los ojos, a acallar la imaginación y a aplacar su libido.


Cuando abrió los ojos de nuevo, se imaginó que Paula habría salido a buscar algo de ropa. Pero ella no se había movido ni un centímetro. Lo observaba en silencio, desafiándolo con una medio sonrisa.


Él gimió con voz ronca y le lanzó una mirada de advertencia.


—Paula...


—No suelo quitarme la ropa así delante de extraños —dijo ella y dio un paso hacia él.


—Nosotros no somos extraños —señaló él, dando un paso hacia ella.


Un paso hacia la locura.


—Pues debes saber que tengo bragas aún más minúsculas —dijo ella un poco a la defensiva.


Él se arriesgó y dio otro paso.


—Qué interesante —dijo y la miró de arriba a abajo desnudándola con la mirada—. Pero seguro que no son tan finas.


Paula abrió los ojos sorprendida. Aunque él estaba a unos pasos de distancia, oyó su respiración entrecortada, observó cómo se ruborizaba y captó el brillo de deseo en sus ojos.


—Entonces supongo que debería ir a buscar algo que ponerme —susurró ella.


Cada uno de ellos dio un paso más hacia el otro y se quedaron a muy poca distancia. Con sólo alargar el brazo, él tendría acceso a todos los lugares de aquel delicioso cuerpo que tanto deseaba tocar. Pedro mantuvo las manos pegadas a sus costados a base de toda su fuerza de voluntad.


—Por mí no lo hagas —dijo él.


Ella enarcó una ceja.


—Un caballero se habría dado la vuelta.


Él ladeó la cabeza.


—¿Y qué te hace pensar que soy un caballero? —preguntó Pedro.


Su mano se movió antes de que su cerebro pudiera detenerla. Se posó sobre la cadera de ella y la atrajo hacia sí. Recorrió con los dedos el espacio junto al elástico de su cadera hasta que Paula ahogó un grito y se estremeció bajo su mano.


—Alfonso... —dijo ella mirando la mano de él y dejando escapar una risita.


Luego cerró los ojos, dejó caer la cabeza hacia atrás y se arqueó hacia él ligeramente, invitándolo a aumentar el calor, la intensidad, el peligro... Invitándolo a atreverse a más.


Él metió un dedo por dentro de la braguita y acarició sus rizos, ahogando un gemido de placer. Ella era increíblemente suave, increíblemente acogedora. Pedro acercó otro dedo a la suave mata de vello. Incapaz de resistirse por más tiempo, se inclinó sobre Paula y saboreó la piel de su mandíbula, de su barbilla y de su cuello recreándose en cada sensación.


Aunque deseaba hacerlo con todas sus fuerzas, no la besó en la boca. No quería hacerle daño en el labio hinchado. Fue una tortura, pero era necesario.


—Por favor, tócame —pidió ella estremeciéndose.


—Te estoy tocando —le susurró él al oído.


—Tócame aquí —ordenó ella y lo sorprendió arqueándose sobre su mano hasta que los dedos de él se encontraron con su carne más íntima.


Ella soltó un gemido de placer.


Pedro estaba maravillado. Ella estaba húmeda y suave, caliente y acogedora.


—Sí, sí —murmuró Paula.


Rodeó el cuello de Pedro con los brazos y atrajo la boca de él hacia la suya, dándole el beso que él había temido darle antes. Él la besó con delicadeza, lamió con cuidado alrededor de la herida y luego entrelazó su lengua con la de ella en un encuentro hambriento.


Ella continuó moviéndose, arqueándose hacia él, estremeciéndose, invitándolo a ir más lejos. Pedro no pudo resistirse. Introdujo un dedo en su lugar ardiente y disfrutó con los gritos de placer de ella tanto como con el tacto de aquella piel contra la suya.


La acarició en lo más profundo y luego se retiró para volver a empezar, haciéndole el amor lentamente con la mano. Las caricias de su dedo pulgar sobre el clítoris y de su lengua dentro de la boca de ella pronto se unieron al movimiento de su otro dedo hasta que el mundo de sensaciones se impuso a todo lo demás. Para los dos.


El placer fue intensificándose, tanto para ella como para él, hasta que Pedro estuvo tan ansioso por el orgasmo de ella como ella misma. 


Él sabía que su propio alivio tendría que esperar. 


Estaba tan excitado que igual rompía los vaqueros de un momento a otro, pero no podía permitir que las cosas llegaran tan lejos. Aún no. 


Así que se concentró en ella, decidido a conducirla al éxtasis y deseoso de verla alcanzarlo.


Los gemidos de Paula fueron aumentando de volumen hasta convertirse en gritos de orgasmo. 


Pedro sonrió satisfecho porque ver a Paula llegando al clímax era casi tan bueno como llegar él. Casi.


Ella se estremeció desenfrenadamente, apretándose contra él mientras él la besaba en el cuello. Él continuó haciendo círculos con el dedo dentro de ella, disfrutando de su humedad y sabedor de que, a pesar del orgasmo, ella seguía excitada.


—Quiero saborear tu tatuaje —le susurró él al oído—. Quiero darte la vuelta, quitarte las braguitas y ponerme de rodillas para besar y lamer cada centímetro de tu tatuaje.


Ella ahogó un grito y se apretó contra él. Y tuvo otro orgasmo.


Él apenas había tenido tiempo de asimilar lo apasionada que era ella cuando alguien aporreó la puerta.


—Paula, ¿estás bien? —preguntó una voz femenina—. Aquí abajo la cosa empieza a animarse demasiado.



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