jueves, 27 de junio de 2019
CAER EN LA TENTACIÓN: CAPITULO 24
El domingo por la noche, Paula supo con certeza que su plan de volverse responsable, respetable y una buena chica no iba a prosperar.
Y todo, debido a un músico tremendamente atractivo y atento llamado Alfonso, que la había tenido en la palma de su mano literalmente la tarde anterior.
Y que en ese preciso momento estaba haciendo el amor verbalmente con otras cincuenta mujeres.
—Lo que daría por pasar una hora a solas con ese hombre...
Paula no tuvo que mirar para saber quién había hecho ese comentario, una pelirroja que llevaba un buen rato comiéndose a Pedro con los ojos.
En realidad, todas las mujeres de la sala estaban pensando lo mismo, cómo sería pasar una hora, o mejor toda una noche, con él.
—Me alegro tanto de haberme enterado de esto... —continuó la pelirroja—. ¡De no ser así, esta noche estaría en la parroquia estudiando la Biblia!
—Estoy segura de que Dios lo comprenderá —murmuró Paula sin preocuparse en disimular su sarcasmo.
Pero ese sarcasmo no hizo mella en la lujuria de aquella mujer, que asintió con vehemencia.
Paula observó a la multitud congregada en el local. La mayoría eran mujeres tan desatadas como la pelirroja. Después de los conciertos del viernes y el sábado, se había extendido la voz de lo bueno que era el grupo y de lo guapos que eran sus integrantes. A las siete de la tarde se había formado una cola en el exterior del bar. El local estaba lleno a reventar por primera vez en muchos meses. A Paula le parecía que todas las mujeres del país se habían juntado allí. Y estaba segura de que muchas habían llegado solas, pero tenían intención de marcharse acompañadas.
Algo en su interior se encogió. Si él abandonaba el local con otra mujer que no fuera ella, se moriría. Le costaba admitirlo porque eso indicaba que de nuevo estaba obsesionada con un tipo de hombre que ella misma se había impuesto evitar. Pero no sólo no lo había evitado, sino que se había entregado a él por completo.
—Aquí tienes tu copa —le dijo a la pelirroja.
Había puesto una cantidad extra de alcohol para evitar que la mujer se lanzara sobre el escenario. Según le acercaba la copa, Paula derramó un poco de su contenido sobre la barra.
Le temblaba el pulso, algo insólito en ella. En realidad, le temblaba todo el cuerpo, estaba tensa, alerta. Llevaba así desde que él había traspasado la puerta dos días antes.
Sin duda, necesitaba un revolcón. Y tenía que ser con él.
«No, eso es lo que haría la antigua Paula», se recordó a sí misma.
La nueva Paula no se dejaba dominar por el sexo ni por su amor por la aventura. Aunque era agradable preguntarse «¿Y si...?». Eso era justo lo que había estado haciendo después de lo que le había hecho sentir Alfonso usando sólo su mano y su boca; por no mencionar su voz seductora susurrándole palabras eróticas al oído.
Paula cerró los ojos y suspiró al recordarlo.
¿Qué hubiera sucedido si Dina no los hubiera interrumpido? ¿Y si ella se hubiera caído antes y hubieran estado más tiempo a solas? ¿Y si él se hubiera olvidado las llaves el sábado y hubiera regresado a buscarlas igual que hizo el viernes? ¿Habría tenido ella la fuerza para mantener las barreras?
Seguramente no.
Su imaginación se llenó de fantasías sobre qué hubiera sucedido si caían sus barreras.
—Necesito dos martinis y dos cervezas —dijo Vicki, una vieja amiga de Paula que había acudido a ayudarla esa noche—. Y a lo mejor también un poco de músico para acompañarlo.
Paula la miró con los ojos entrecerrados.
—¿Cómo dices?
Vicki suspiró.
—Me encantaría saborear un sándwich de músico.
—Pues será mejor que sea del músico rubio —le espetó Paula sin pensar.
Vicki la miró atónita.
—Caray, chica, ¿cuál de los morenos es el que te interesa?
Paula deseó haber mantenido la boca cerrada.
Desvió la mirada y se concentró en preparar las bebidas.
—No importa —dijo mientras las colocaba sobre la bandeja de su amiga.
Vicki le guiñó un ojo. Conocía a Paula desde hacía suficiente tiempo como para saber cuándo le gustaba un hombre.
—¿Es el de los teclados o el bajista del pelo largo?
—¿Tú qué crees?
—El bajista —respondió Vicki sin dudar—. Es increíblemente atractivo. Y me resulta familiar, pero no sé por qué. Debe de ser su aspecto de estrella de cine.
Vicki se marchó. Paula se concentró en preparar el resto de bebidas y dejó de prestar atención a la música. Cuando el ritmo bajó un poco, se detuvo a escuchar a la banda y reconoció una vieja canción. Las notas del bajo que tocaba Alfonso resonaban en el interior de su pecho y la forma en que él cantaba el Bad to the bone le provocó el deseo, igual que al resto de las mujeres de la sala, de averiguar cómo podía ser él de malo.
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