miércoles, 26 de junio de 2019
CAER EN LA TENTACIÓN: CAPITULO 21
Paula se acercó la bolsa de hielo a la frente. Pedro la observó sintiéndose culpable por ser la causa de su dolor.
—¿Cómo estás? —le preguntó él.
—¿Me preguntas por mi cabeza o por mi ego?
Él rió pero no contestó a su pregunta.
Estaban en la diminuta cocina del apartamento de Pedro, en la planta encima del bar. Habían subido allí nada más suceder el accidente.
Afortunadamente, una de las camareras del bar, Dina, había comenzado su turno y estaba en el bar pendiente de los clientes. Dina había llegado justo en el momento en que Pedro se caía al suelo desde el taburete. Así que al menos sabía que no era quien le había propinado el golpe.
Paula se alegró por eso, ya que tenía un chichón en la frente y un labio hinchado como si hubiera participado en una pelea en el bar.
A Dylan le parecía que seguía siendo tan hermosa como cuando se había comido su manzana.
—¿Te sientes mejor? —insistió él mientras observaba preocupado el chichón.
Ella negó con la cabeza.
—¿Quieres una aspirina o algo así?
—No me duele —gruñó ella medio—. Pero ya he cubierto mi cupo de humillación por el resto de mi vida.
—Podría haberle sucedido a cualquiera.
Ella suspiró y se apoyó sobre uno de los armarios de la cocina. Una gota de agua, resultante de que el hielo empezara a derretirse, se deslizó por su sien y desapareció entre su cabello. Pedro inspiró profundamente y soltó el aire poco a poco, recordándose que ella estaba herida. No era el momento de imaginarse gotas de agua recorriendo lentamente cada curva de su cuerpo.
Tampoco resultaba muy caballeroso quedársela mirando mientras ella comprobaba delicadamente con la lengua la hinchazón de su labio.
Pedro apretó los puños y la mandíbula y se obligó a apartar la mirada del rostro de ella. No debía seguir mirando aquellos labios carnosos que lo habían besado tan ardientemente, ni la boca que había explorado hacía unos momentos.
No sabía qué habría sucedido si ella no se hubiera caído. Quizás él se hubiera atrevido a besarla de nuevo. Porque una cosa era segura: un solo beso no había sido suficiente. Sólo se quedaría satisfecho si le hacía el amor a esa mujer.
—¿Cómo has logrado sacar a flote mi torpeza tan bien disimulada? —preguntó ella, más divertida que molesta.
Pedro se cruzó de brazos y apoyó una cadera en la encimera donde estaba sentada Paula.
—El taburete era antiguo e inestable —respondió él, justificándola.
—Mis piernas eran inestables.
Pedro se alegró de que su beso le hubiera hecho temblar las piernas. Las contempló unos instantes y entonces advirtió las manchas rojas sobre los pantalones blancos.
—Odio decirte eso, pero parece que la sangre te ha manchado los pantalones.
Paula siguió su mirada y gimió disgustada.
—Maldición, los he estrenado hoy —murmuró.
—Deberías tratar las manchas con algo cuanto antes —comentó él, creyendo que ella aplicaría el quitamanchas sobre sus pantalones sin quitárselos.
Pero antes de que él pudiera decir nada, Paula se bajó de la encimera a toda prisa y se quitó los pantalones delante de él, que la miraba sin poder apartar la vista de sus curvas.
Ella parecía haberse olvidado de que él estaba en la habitación. Se abalanzó sobre el fregadero y puso los pantalones debajo del grifo. Eso le ofreció a Pedro una estupenda vista de toda su parte trasera. Observó el cabello rubio que le llegaba hasta la mitad de la espalda y destacaba sobre su camiseta roja. Se le aceleró el pulso al contemplar sus piernas desnudas, deliciosamente torneadas. Luego se permitió detenerse en las curvas de su trasero, cubiertas apenas por unas bragas minúsculas.
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