domingo, 9 de junio de 2019

AMULETO: CAPITULO 11




A medida que avanzamos por la autopista y tomamos una salida hacia las montañas, las carreteras se vuelven más silenciosas y más despejadas, hasta que están completamente vacías. Pedro no estaba bromeando cuando dijo que iríamos al bosque.



La energía en el coche está viva, seguimos robándonos miradas el uno al otro, pero la camioneta está en silencio, y odio estar en mi cabeza tanto… No puedo evitar preguntarme por qué él también está dentro de su cabeza.


De repente, no puedo evitarlo, el silencio me está matando.


—Entonces, ¿qué haces para divertirte? —pregunto, sacudiendo de inmediato la cabeza ante la ridícula pregunta que elegí. ¿A quién le importa una mierda la diversión? Ahora, somos dos extraños que se conocieron en un bar que planean tener sexo toda la noche.


—Supongo que la forma en la que fue esta noche te da una buena idea, ¿no? Es una especie de cuestión un poco cargada, Paula.


Oh. Claro. Esto es lo que Pedro hace por diversión. Se lleva a casa a las chicas que conoce en los bares y, por supuesto, yo no soy diferente. No sé por qué, cuando estábamos fuera del bar, hubo un momento en que pensé que quizás… quizás esto era más.


Pero ahora mismo, no necesito más. Esto es suficiente. Estar aquí con él es suficiente. Mis muslos se presionan juntos y mi cuerpo despierta de un sueño de por vida. Lo deseo a él.


—Supongo que tienes un punto, Pedro. Pero, ¿quieres saber lo que yo hago para divertirme?  —Él arquea una ceja hacia mí, manteniendo un ojo en la carretera.


—Me encantaría saber qué es lo que haces para divertirte, muchacha.


Tomo su mano y la presiono entre mis piernas. 


Su mano pertenece allí, y mis vaqueros están repentinamente demasiado apretados, la cabina de la camioneta es demasiado pequeña. Quiero salir de esta camioneta, fuera de estas ropas, y ponerme en el regazo de este hombre.


—Entendido. —Los dedos de Pedro frotan sobre mis vaqueros, presionando contra mí, y él se inclina, prácticamente gruñendo, soplando aire cálido en mi oído.


Yo gimoteo.


Puedo contar fácilmente el número de veces que he gimoteado por un hombre… un hombre que ni siquiera está tocando mi piel… solo simplemente insinuando lo que está por venir.


Es cero veces, en caso de que te lo estés preguntando.


Si me permitiera bajar completamente mi guardia ahora mismo, sería un charco en su asiento delantero. Sus dedos continúan presionando contra la tela de mis pantalones, y es como si estuviéramos en el instituto de nuevo… excepto que yo nunca tuve a nadie tocándome así en el instituto.


O en la universidad, para el caso.


Miro el reloj del salpicadero; ¿cómo diablos pasaron veinte minutos? Creo que necesito esto más de lo que inicialmente pensé.


Presiona tres dedos con fuerza contra mí; mi clítoris está en llamas, mis bragas empapadas. 


Cierro mis ojos.


—Mantén los ojos en la carretera, Pedro —digo, a través de los dientes apretados, es posible un orgasmo de un hombre que apenas me toca.


—Sin embargo, estamos en casa, muchacha.


—¿Oh? —Abro los ojos, dándome cuenta de que la camioneta está en el estacionamiento. 


Que estamos parados en un camino oscuro.


—Ahora, sal de la camioneta, de modo que te pueda desvestir correctamente.




AMULETO: CAPITULO 10



Tal vez sea la forma en que dice “ma’”. Como recuerda a su madre tan tiernamente, o tal vez es la forma en la que se ríe; una risa que me hace sentir como si él pudiera tragarme entera. 


En el buen sentido. De la clase de forma que necesito. De una forma que pudiera lavar mi mala suerte para siempre. Pero lo que yo quiero es que este momento quede congelado en el tiempo. Quiero recordar siempre el momento en que me quedé fuera de un bar y me sentí tan condenadamente bien en los brazos de un extraño.


Levanto mi barbilla y miro a Pedro a los ojos, y luego lo beso.


Quizás sea una cosa también de chicas americanas, besar primero, pero no me importa. Porque nuestro beso, no se puede contener en un continente. El beso es de otro mundo.


Sus labios presionan contra los míos y es como que en el momento en que le doy mi boca, él no tiene más dudas. Pedro desliza una mano alrededor de la base de mi cuello, acercándome más, luego más cerca aún.


Tira de mí lo suficientemente cerca, que sé que vamos a estar muy íntimos, muy pronto. Puedo sentirle a todo él presionando contra mi vientre, y mis párpados aletean con anticipación… todo eso estará dentro de mí.


Un suspiro escapa de mi boca, un suspiro que no estaba planeado. Pero no puedes planear un beso como este.


La boca de Pedro se abre, su lengua busca la mía, y en ese momento, con los ojos cerrados, el cielo oscuro que nos rodea y el ruidoso bar por detrás de nosotros, se siente como si yo fuera la única chica que él ha besado jamás. Y a pesar de que lógicamente sé que esto es algo que ha hecho un millón de veces, en este momento, se siente singular.


Pedro se echa hacia atrás, la electricidad sigue pulsando.


—Tenemos que irnos ahora, muchacha. Las cosas se van a poner muy indecentes, bastante rápido.


Solo asiento, sus palabras son suficientes. Dicen todo lo que se necesita decir.


Caminamos por la calle, deteniéndonos ante una destartalada camioneta, exactamente el tipo de vehículo que imaginé que conduciría. Resistente y oxidado, como si le importara una mierda. 


Porque, ¿por qué iba a hacerlo? Parece que él ya tiene todo lo que quiere.


—¿Estás bien para conducir? —pregunto, recordando que acabamos de salir del bar.


—No conduciría si no hubiera dejado de beber allí. Y ciertamente no te dejaría subir en el coche con esos dos ningún día. Sobrios o no. —Cierra la puerta por mí y, mientras se aleja, le escucho arrojar mi mochila en la parte de atrás de la camioneta.


Luego se sube al asiento del conductor, me lanza una sonrisa rápida y comienza a sacarnos de la ciudad.



AMULETO: CAPITULO 9




Sé que yo había estado jugueteando duro para conseguirlo, sentada en ese taburete actuando como si no quisiera la cosa que quiero.


Por lo tanto, cuando Pedro hace el movimiento, lo dejo.


Es un alivio, en realidad.


No sé por qué, pero mi reacción inmediata ante alguien que se acerca a mí es retroceder. 


Ciertamente no es una buena manera de conseguir las cosas de la vida que quiero, y teniendo en cuenta que ha sido mi modus operandi en los últimos veinticuatro años, nunca ha funcionado bien.


Pero cuando Pedro toma mi mano, lo dejo. Vine a Irlanda porque, después de todo, necesito un cambio.


Y cuando él agarra mi mochila y me saca del bar, el aire fresco de marzo cae sobre mí… lo respiro. En este momento, estoy decidida a no apartarme.


Porque siempre me alejo. Julian diría: “Paula, dices que tu día va a irse a la mierda, pero tal vez el problema sea tu actitud”.


Es fácil para él decirlo… el apartamento que compartimos fue pagado por sus padres, y le compraron todo el equipamiento de las cámaras más sofisticadas… entonces que él tenga derecho a decirlo, es una subestimación.


Pero lo que realmente me irritó fue que él tuviera razón. Yo caminaba con un chip en mi hombro. 


Siempre he sido yo contra el mundo, y eso no me ha llevado a ninguna parte.


He perdido la pelea.


Culpé por mi suerte de mierda a todos los demás, y luego le agregué alejarme cada vez que las cosas eran difíciles, o nuevas, o atemorizantes, o fuera de mi zona de confort.


Utilizando el sarcasmo como mecanismo de defensa, fingí que no quería las cosas que anhelaba.


Un cuerpo cálido para abrazarme.


Un compañero que me ayudara a lo largo de la vida, no intentando competir conmigo a cada paso del camino.


Un hombre que aceptara mis defectos, todo de mí. Un hombre que ofreciera seguridad y protección.


Y ahora estoy parada en Dublín, en una calle sucia, de alguna manera, habiendo terminado en un anodino bar muy lejos de casa.


Pedro todavía tiene mi mano y la está frotando con su pulgar, y por alguna razón eso me hace sentir menos sola. Exhalo, sabiendo que no voy a ser la chica que siempre he sido.


No me alejaré de él esta noche.


—Paula —dice Pedro—. ¿Todavía estás aquí, muchacha?


Asiento, parpadeando mientras regreso al momento. Ha sido un mes largo. Nadie me ha tocado así en mucho tiempo.


—Te perdí por un momento, Paula, y no podemos tener eso. —Su acento una vez más hace que mis entrañas se vuelvan gelatina, pero también, es la manera en la que él dice mi nombre. Lentamente y prolongado, como si él tampoco quisiera dejarme ir.


—¿Podemos irnos ahora? —Miro a Pedro, a sus ojos cálidos y sus rubicundas mejillas, su barba desaliñada que quiero enterrar contra mí.


Creo que la barba esconde sus pómulos, pero luego me sonríe, y me doy cuenta que el vello no oculta nada, porque Pedro parece un libro abierto… uno que quiere ser leído.


Así que, aunque da miedo decir que sí y apostarlo todo, sé que debo hacerlo si quiero cambiar mi suerte. Si quiero cambiar mi vida. ¿Y no es por eso por lo que hice un viaje buscando un jodido arcoíris en primer lugar?


—Antes en el pub, estaba pensando que eras una de esas muchachas a las que siempre les gusta pelear. Pero no ahora. Ahora puedo ver que eres estadounidense, después de todo. —Pedro ríe, tirando de mi cintura, atrayéndome contra él como si me conociera en formas en las que yo todavía no puedo.


Pero que él ya hace.


—¿Estás diciendo que las chicas norteamericanas son fáciles?


Él sonríe tranquilamente, y en ese momento, sé que su encanto realmente debe obtener para él todo lo que quiere en la vida. Ahora, no puedo imaginarme negándole a este hombre nada.


—Las chicas norteamericanas pueden ser fáciles, pero eso no es de lo que estoy hablando.


—Entonces, ¿de qué estás hablando, Pedro? —Con mi cuerpo presionado contra él, finalmente observo su tamaño. Es alto, ancho de espaldas, y tiene una presencia autoritaria, sin embargo no es intimidante. Esa debe ser la razón por la que es tan afortunado con las damas… él es todo hombre, pero accesible.


Follable.


Él baja la vista hacia mí, apretando mi cintura como si supiera cómo va a terminar la noche. 


Me gusta la forma en la que me siento en sus brazos. Y aunque tengo curvas, una cintura de dos cifras, y un culo sobre el que los raperos escriben rimas, es como si en sus brazos… yo encajara.


Pedro retira un mechón de cabello suelto de mi cara y me sonríe.


—Estoy señalando el hecho de que eres estadounidense porque me estás haciendo pasar un mal momento esta noche. No estabas poniéndome las cosas fáciles. Pero luego, en un instante, tú has cambiado de corazón.


—¿Y las chicas irlandesas, nunca tienen un cambio de corazón?


—Sí, tienen un corazón, pero no como el tuyo. Tienes un corazón que está dispuesto a fluir con tus emociones. Subiendo y bajando, arriba y abajo.


—¿Y eso no te asusta?


Pedro se ríe de nuevo, esta vez con una carcajada, el tipo de carcajadas que Patricio y Simon compartieron en el bar.


—Si hubieras conocido a mi ma’, sabrías que estoy acostumbrado a una mujer cuyas emociones son como las de una montaña rusa.





sábado, 8 de junio de 2019

AMULETO: CAPITULO 8




Ante esta última frase, Paula echa hacia atrás su cabeza en una carcajada, dirigida a mí.


Esto no es lo que necesito que mi hermano o Simon vean. Una vez más están agarrándose sus vientres, realmente adorando a esta ardiente chica. Seguro que su elección es una victoria garantizada para ellos.


—Te estoy diciendo, Pedro Alfonso, tus frases no funcionarán conmigo. Puede haber un montón de chicas con las que retoces por el bosque, pero tengo la sensación de que yo no soy una de ellas.


—Oh, Paula —digo, chasqueando la lengua y negando con la cabeza a esta mujer que aterrizó en mi vida por mera casualidad—. Rara vez las cosas son lo que parecen.


Bajo la vista a mi agua helada por un momento, agradecido de que no sea coraje líquido porque sé que si bebiera un whisky más, o una Guinness más, podría decir algo que no debería.


Podría decir que tampoco soy exactamente lo que parezco.


Yo hago el tonto, pero en el fondo estoy conectado a la tierra. Sé quién soy, sé de dónde vengo. Sé dónde quiero quedarme.


Quizás ya lo sepa porque ella deja de reírse, tomo su mano, y nuestros ojos se encuentran. 


Hay una chispa que no esperaba, y siento algo feroz.


Ella debe sentirlo también, porque se limpia sus rosados labios con una servilleta, y asiente. Veo la subida y caída de sus pechos a través de su jersey y todo lo que quiero es desgarrarlo fuera, verla en carne y hueso, tomar su cuerpo en mis brazos.


Ella traga saliva, como si estuviera decidiendo su próximo movimiento, pero yo lo sé antes que ella. Deslizo una mano alrededor de su cintura y acerco sus caderas a la mía. Escucho un indicio de gemido... un gemido que sé que nunca admitiría.


Pero lo escuché bien, y ella no está retrocediendo.


—Muy bien, Pedro Alfonso —dice lentamente—, llévame a tu bosque. —Cierra los ojos, dándome el más mínimo meneo de su cabeza como si no acabara de creerse lo rápido con lo que yo había trabajado mi camino en su corazón.


Y si no en su corazón, al menos en sus pensamientos más sucios.


Me bajo del taburete, mi brazo todavía alrededor de ella. De ninguna manera en el infierno voy a dejar ir a esta chica.


—¿Y me dejarás enseñarte cómo retozo?


Ella asiente.


Ese es el único sí que necesito. Sin pausa, tomo su mochila del suelo y me la echo sobre mi hombro; le doy una palmada en el hombro de mi hermano y Simon y les deseo buena suerte.


Luego tomo la mano de Paula y le muestro el camino a casa.



AMULETO: CAPITULO 7




En el momento en que la eligieron, supe que iba a pasar una noche de diversión. Su pelo oscuro es indomable, sus ojos ardientes, y puede que no sea una mujer irlandesa pelirroja, pero hay una chispa en ella que me atrae profundamente.


Y su nombre es Paula.


Sin embargo, en el momento en que arrojo los billetes sobre la mesa y tomo su mano, ella retrocede, como si sus palabras de coqueteo fueran sólo una actuación y no estuviera lista para jugar.


Es cierto que me gustan los desafíos, pero nunca he encontrado uno con una mujer.


Mis desafíos en la vida han venido de otras cosas. Como comenzar mi negocio y superar el juicio de mi familia y amigos por las decisiones que he tomado.


Me quedé el antiguo granero de mis abuelos y lo convertí en una casa, ya que no quería vivir en la ciudad en un apartamento de mierda. Todo el mundo pensó que era una locura vivir en el bosque solo, sin entender cómo yo prefería estar allí.


Y luego, nadie creyó que la empresa de turismo que se me ocurrió valiera la pena, pero yo estaba decidido a combinar mi amor por mi país con lo que mejor hago: mostrarle a la gente un buen momento.


Pero la idea de tener a esta mujer, que inmediatamente está tratando de echarse atrás, me pone la polla dura antes de que ella haya dado su consentimiento para irse conmigo.


Simon y Patricio, por supuesto, se están riendo como los gilipollas que son. Poco sabe Patricio… él es el tonto en este escenario. Estoy obteniendo exactamente lo que quiero.


Claro, tengo mi cabaña de mierda en su propiedad, pero no es mía para construir. Nunca construiré un lugar digno para vivir, siempre que no tenga permiso para construir.


—¿Qué estás esperando, Muchacha? Termina tu pastel de carne y vamos a irnos. —Sonrío, pero la arrogante sonrisa de mi cara inmediatamente es reemplazada por un ceño fruncido.


Paula no se lo está tragando. Mi encanto no será la forma en que gane su corazón esta semana. Mis palabras por sí solas no harán que me ame.


Y ese es el desafío en cuestión. Tengo que hacer de esta mujer mi amante si quiero lo que siempre he soñado.


—¿Crees que voy a dejar este bar después de cinco minutos, e ir contigo a… dónde exactamente? —Ella frunce el ceño de nuevo, sus cejas se arrugan y la verdad del asunto es que todo me parece jodidamente sexy.


—Estoy pensando, que es posible que desees unirte a mí en mi cabaña —le digo, inclinándome con mi sonrisa diabólica marca registrada—. ¿Tal vez podamos tener un poco de retozar nocturno en el bosque?


—¿Retozar en el bosque? ¿Es esa una frase que realmente funciona con alguien? —Ella levanta su tenedor de nuevo y comienza a llevarse más bocados de pastel de carne a su boca con abandono. Hay algo en su apetito descarado que hace que mi pene se contraiga, no una, ni dos veces, no, tres veces al hechizo.


—Parece que funciona con la mayoría de las señoritas. —Se ríe Simon. En este punto, los chicos se encuentran sentados en los taburetes una vez más y ordenan otra ronda. Esta vez, le pido algo de agua al camarero en su lugar. 


Necesito mantener la cabeza despejada si quiero llevar a esta mujer a casa.


Además, es obvio que los jugueteos de borrachos no van a funcionar sobre una mujer como Paula.


—¿Todas las señoritas? —pregunta ella—. Entonces, ¿haces esto mucho? ¿Ligar con chicas en los bares? —Los labios de Paula se presionan entre sí y sé que está intentando parecer más irritada de lo que realmente está, porque hay una leve sonrisa en sus labios, y sus ojos oscuros relucen.


Ella está interesada. Simplemente no quiere admitirlo todavía.


Patricio se ríe.


—Mi hermano no liga con las chicas en pubs. Es tu día de suerte encontrarlo aquí en la ciudad.


—¿No vives en Dublín, entonces? —pregunta, su curiosidad realmente estimulada.


—No puedo decir que lo haga. Pero, sólo vivo a unos cincuenta kilómetros de aquí. Te lo estoy diciendo, Paula, termina ese pastel tuyo y déjame llevarte a casa. Te he oído preguntarle al tabernero dónde podrías pasar la noche... que estás viajando.


Paula retuerce los labios, como si estuviera tratando de averiguar qué tipo de respuesta quiere darme antes de hablar.


Pero ya es demasiado tarde.


Ella sabe que yo sé que no tiene ningún lugar para quedarse esta noche. Claro, podría recorrerse de un lado a otro las calles de Dublín, buscando una cama vacía… pero por la forma en la que ella se inclina más cerca ahora, lamiendo su labio inferior con interés, ambos sabemos dónde terminará.


Ella simplemente no está dispuesta a admitirlo todavía.


—Sí —cede—. Estoy viajando ahora. Pero —dice, levantando un dedo en el aire—, soy una mujer independiente, Pedro. Y no necesito la caridad de extraños en los bares.


Me echo hacia atrás en una fingida indignación.


—Sin embargo, no soy un extraño, conociste a mi hermano y a mi mejor amigo. Sabes mi nombre.


—Sé tu nombre, Pedro. ¿Y cuál es tu apellido?


Pedro Alfonso.


—Soy Paula Chaves.


—¿Eres una chica irlandesa después de todo? —Niego con la cabeza, mirándola una vez más. Pero luego lo veo, puede no tener las pecas y el pelo rojo, ¿pero ese fuego en sus ojos? Ahora puedo ubicarlo. Puede que ella no esté tan lejos de su hogar como piensa.


—Bien. Todo está arreglado —le digo—. Conocemos mutuamente nuestros nombres y apellidos, sabemos que estás viajando, y que yo estoy aquí desde siempre.


—¿Bien? —pregunta ella—. Siempre permanecerás aquí, ¿tú crees?


—¿Por qué tendría que irme alguna vez? Irlanda es el mejor país de la tierra. Y soy el hombre más afortunado por vivir aquí. Y ahora te tengo a ti.




AMULETO: CAPITULO 6




Durante las últimas semanas, aprendí que ese es el problema con los irlandeses. Saben que su acento hace que los coños de las mujeres goteen húmedos y sus ovarios se derritan. Estos hombres saben que sus ojos brillan. ¿Y éste? 


Parece tener los ojos más brillantes que jamás haya visto. Ojos que parecen que no están haciendo nada bueno.


—¿Pastel de carne como un eufemismo para el pene? Porque, sinceramente, no es nada gracioso —digo, ofreciendo una cara intencionalmente en blanco porque no juego. Ya no. Ahora no. No después de Julian y sus mentiras, y el desastre de mi vida en Nueva York. No después de fallar tantas veces.


Dejé de jugar en el momento en que compré el pasaje a Irlanda.


Dejé de jugar juegos porque no me llevaron a ninguna parte. ¿Yo? Voy a cambiar mi suerte sin ningún tipo de juegos.


Ciertamente no voy a comer los pasteles de carne de nadie. Me quedaré con mi propio pastel de carne, muchas gracias.


Mira, no estoy diciendo que me vaya a comer a mí misma, ni nada así. Primero, no soy tan flexible, y segundo, lo único que quiero comer ahora es el pastel de carne literal que el camarero me está sirviendo.


Y planeo comerlo como una mujer normal y racional, con un apetito por el hojaldre con costras mantecosas y escamosas, y un bocado tierno y tibio de ternera.


¿Por qué todo esto suena tan sexual?


Miro al sexy irlandés. Oh.


En lugar de decir algo que vaya a lamentar, recojo mi tenedor y tomo otro bocado.


Está pecaminosamente delicioso.


Al igual que la cara del irlandés.


¿He mencionado lo comestible que él se ve?


—Está bien, muchacha, no tienes que comerte mi pastel. —Me dice, riéndose, y luego toma su propio tenedor y hurga en su propio pastel de carne.


Oh. No era un eufemismo.


Miro hacia él, mirando al tenedor pasar a través de sus besables labios.


Bueno. Por lo tanto, soy una idiota.


Él sonríe, guiña un ojo, mueve las cejas, y maldita sea que estaba hablando sobre su polla.


—¿Qué? —pregunta, su voz encantadora y suave—. Yo estaba dispuesto a compartir, eso es todo.


Resoplo, poniendo los ojos en blanco.


Él pone su mano sobre mi brazo, inclinando su cabeza hacia un lado, encogiéndose de hombros tan levemente, es como si supiera que él es guapo como el infierno.


—No te vayas, muchacha, déjame invitarte a una bebida primero.


Sus amigos hace tiempo que se levantaron del suelo, y ahora están mirándonos un poco maniáticamente, pero el irlandés simplemente los espanta y se vuelve hacia mí.


—Están borrachos perdidos. Ese es mi hermano, Patricio. —Un hombre con un rostro delgado y el mismo pelo claro que el hombre que está en el taburete junto a mí señala como si yo lo entretuviera—. Y el otro muchacho, es Simon. Ha sido mi amigo desde que era pequeño. —El atractivo irlandés agita una mano, indicando que es Simon, el amigo desde siempre.


Simon sonríe y le da palmadas en la espalda.


—Encantada de conoceros a ambos —digo con una ceja levantada, sorprendida por su interés. Yo nunca conocí a chicos de esta forma... Julian dice que es porque llevo una nube oscura conmigo dondequiera que voy. No es culpa mía… tú no escoges tener mala suerte. Por lo tanto, se siente bien tener la atención exclusiva de estos tres hombres—. Y, ¿cuál es tu nombre, Sr. Irlandés? —pregunto al hombre con pastel de carne en mente, mis labios curvándose en una sonrisa.


—Oh, ¿entonces, quieres saber mi nombre, señora Americana? —pregunta, claramente encontrando algo divertido.


Simon se ríe, yendo al grano.


—Su nombre es Pedro. Pero mucha gente lo llama “Bastardo Afortunado”. Suena adecuado, ¿sabes? Este Pedro es el hombre más afortunado que he conocido.


—¿Oh, sí? —Mis ojos se estrechan, sin palabras para esta casualidad. Bien por ti, señor Lucky Leprechaun Man con una cara tan hermosa que podría lamerla; con un pastel de carne en sus pantalones y unas manos que se envuelven alrededor de su pinta de una manera que tampoco me importaría que se envolvieran alrededor de mí.


Él está coqueteando y yo estoy de repente cachonda ... tres meses volando sola le hacen eso a una mujer... y si este es el hombre con el que puedo ir a casa, bueno, sí, por favor.


—Bien, Pedro, es tu día de suerte —le digo, sonriendo ahora, sabiendo que está en mí si quiero aceptarlo.


Pero no voy a hacérselo demasiado fácil. Voy a hacer de esto algo divertido, pero no fácil.


—Soy Paula —le digo—. ¿Quieres mostrarme tu trébol?


Ante eso, Simon y Patricio comienzan a rodar por el suelo de nuevo. Pedro simplemente saca algunos billetes, los tira sobre el mostrador y me mira directamente.


—¿A qué estás esperando, Paula? Es hora de que tengamos suerte.