domingo, 9 de junio de 2019

AMULETO: CAPITULO 9




Sé que yo había estado jugueteando duro para conseguirlo, sentada en ese taburete actuando como si no quisiera la cosa que quiero.


Por lo tanto, cuando Pedro hace el movimiento, lo dejo.


Es un alivio, en realidad.


No sé por qué, pero mi reacción inmediata ante alguien que se acerca a mí es retroceder. 


Ciertamente no es una buena manera de conseguir las cosas de la vida que quiero, y teniendo en cuenta que ha sido mi modus operandi en los últimos veinticuatro años, nunca ha funcionado bien.


Pero cuando Pedro toma mi mano, lo dejo. Vine a Irlanda porque, después de todo, necesito un cambio.


Y cuando él agarra mi mochila y me saca del bar, el aire fresco de marzo cae sobre mí… lo respiro. En este momento, estoy decidida a no apartarme.


Porque siempre me alejo. Julian diría: “Paula, dices que tu día va a irse a la mierda, pero tal vez el problema sea tu actitud”.


Es fácil para él decirlo… el apartamento que compartimos fue pagado por sus padres, y le compraron todo el equipamiento de las cámaras más sofisticadas… entonces que él tenga derecho a decirlo, es una subestimación.


Pero lo que realmente me irritó fue que él tuviera razón. Yo caminaba con un chip en mi hombro. 


Siempre he sido yo contra el mundo, y eso no me ha llevado a ninguna parte.


He perdido la pelea.


Culpé por mi suerte de mierda a todos los demás, y luego le agregué alejarme cada vez que las cosas eran difíciles, o nuevas, o atemorizantes, o fuera de mi zona de confort.


Utilizando el sarcasmo como mecanismo de defensa, fingí que no quería las cosas que anhelaba.


Un cuerpo cálido para abrazarme.


Un compañero que me ayudara a lo largo de la vida, no intentando competir conmigo a cada paso del camino.


Un hombre que aceptara mis defectos, todo de mí. Un hombre que ofreciera seguridad y protección.


Y ahora estoy parada en Dublín, en una calle sucia, de alguna manera, habiendo terminado en un anodino bar muy lejos de casa.


Pedro todavía tiene mi mano y la está frotando con su pulgar, y por alguna razón eso me hace sentir menos sola. Exhalo, sabiendo que no voy a ser la chica que siempre he sido.


No me alejaré de él esta noche.


—Paula —dice Pedro—. ¿Todavía estás aquí, muchacha?


Asiento, parpadeando mientras regreso al momento. Ha sido un mes largo. Nadie me ha tocado así en mucho tiempo.


—Te perdí por un momento, Paula, y no podemos tener eso. —Su acento una vez más hace que mis entrañas se vuelvan gelatina, pero también, es la manera en la que él dice mi nombre. Lentamente y prolongado, como si él tampoco quisiera dejarme ir.


—¿Podemos irnos ahora? —Miro a Pedro, a sus ojos cálidos y sus rubicundas mejillas, su barba desaliñada que quiero enterrar contra mí.


Creo que la barba esconde sus pómulos, pero luego me sonríe, y me doy cuenta que el vello no oculta nada, porque Pedro parece un libro abierto… uno que quiere ser leído.


Así que, aunque da miedo decir que sí y apostarlo todo, sé que debo hacerlo si quiero cambiar mi suerte. Si quiero cambiar mi vida. ¿Y no es por eso por lo que hice un viaje buscando un jodido arcoíris en primer lugar?


—Antes en el pub, estaba pensando que eras una de esas muchachas a las que siempre les gusta pelear. Pero no ahora. Ahora puedo ver que eres estadounidense, después de todo. —Pedro ríe, tirando de mi cintura, atrayéndome contra él como si me conociera en formas en las que yo todavía no puedo.


Pero que él ya hace.


—¿Estás diciendo que las chicas norteamericanas son fáciles?


Él sonríe tranquilamente, y en ese momento, sé que su encanto realmente debe obtener para él todo lo que quiere en la vida. Ahora, no puedo imaginarme negándole a este hombre nada.


—Las chicas norteamericanas pueden ser fáciles, pero eso no es de lo que estoy hablando.


—Entonces, ¿de qué estás hablando, Pedro? —Con mi cuerpo presionado contra él, finalmente observo su tamaño. Es alto, ancho de espaldas, y tiene una presencia autoritaria, sin embargo no es intimidante. Esa debe ser la razón por la que es tan afortunado con las damas… él es todo hombre, pero accesible.


Follable.


Él baja la vista hacia mí, apretando mi cintura como si supiera cómo va a terminar la noche. 


Me gusta la forma en la que me siento en sus brazos. Y aunque tengo curvas, una cintura de dos cifras, y un culo sobre el que los raperos escriben rimas, es como si en sus brazos… yo encajara.


Pedro retira un mechón de cabello suelto de mi cara y me sonríe.


—Estoy señalando el hecho de que eres estadounidense porque me estás haciendo pasar un mal momento esta noche. No estabas poniéndome las cosas fáciles. Pero luego, en un instante, tú has cambiado de corazón.


—¿Y las chicas irlandesas, nunca tienen un cambio de corazón?


—Sí, tienen un corazón, pero no como el tuyo. Tienes un corazón que está dispuesto a fluir con tus emociones. Subiendo y bajando, arriba y abajo.


—¿Y eso no te asusta?


Pedro se ríe de nuevo, esta vez con una carcajada, el tipo de carcajadas que Patricio y Simon compartieron en el bar.


—Si hubieras conocido a mi ma’, sabrías que estoy acostumbrado a una mujer cuyas emociones son como las de una montaña rusa.





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