sábado, 8 de junio de 2019

AMULETO: CAPITULO 8




Ante esta última frase, Paula echa hacia atrás su cabeza en una carcajada, dirigida a mí.


Esto no es lo que necesito que mi hermano o Simon vean. Una vez más están agarrándose sus vientres, realmente adorando a esta ardiente chica. Seguro que su elección es una victoria garantizada para ellos.


—Te estoy diciendo, Pedro Alfonso, tus frases no funcionarán conmigo. Puede haber un montón de chicas con las que retoces por el bosque, pero tengo la sensación de que yo no soy una de ellas.


—Oh, Paula —digo, chasqueando la lengua y negando con la cabeza a esta mujer que aterrizó en mi vida por mera casualidad—. Rara vez las cosas son lo que parecen.


Bajo la vista a mi agua helada por un momento, agradecido de que no sea coraje líquido porque sé que si bebiera un whisky más, o una Guinness más, podría decir algo que no debería.


Podría decir que tampoco soy exactamente lo que parezco.


Yo hago el tonto, pero en el fondo estoy conectado a la tierra. Sé quién soy, sé de dónde vengo. Sé dónde quiero quedarme.


Quizás ya lo sepa porque ella deja de reírse, tomo su mano, y nuestros ojos se encuentran. 


Hay una chispa que no esperaba, y siento algo feroz.


Ella debe sentirlo también, porque se limpia sus rosados labios con una servilleta, y asiente. Veo la subida y caída de sus pechos a través de su jersey y todo lo que quiero es desgarrarlo fuera, verla en carne y hueso, tomar su cuerpo en mis brazos.


Ella traga saliva, como si estuviera decidiendo su próximo movimiento, pero yo lo sé antes que ella. Deslizo una mano alrededor de su cintura y acerco sus caderas a la mía. Escucho un indicio de gemido... un gemido que sé que nunca admitiría.


Pero lo escuché bien, y ella no está retrocediendo.


—Muy bien, Pedro Alfonso —dice lentamente—, llévame a tu bosque. —Cierra los ojos, dándome el más mínimo meneo de su cabeza como si no acabara de creerse lo rápido con lo que yo había trabajado mi camino en su corazón.


Y si no en su corazón, al menos en sus pensamientos más sucios.


Me bajo del taburete, mi brazo todavía alrededor de ella. De ninguna manera en el infierno voy a dejar ir a esta chica.


—¿Y me dejarás enseñarte cómo retozo?


Ella asiente.


Ese es el único sí que necesito. Sin pausa, tomo su mochila del suelo y me la echo sobre mi hombro; le doy una palmada en el hombro de mi hermano y Simon y les deseo buena suerte.


Luego tomo la mano de Paula y le muestro el camino a casa.



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