domingo, 9 de junio de 2019

AMULETO: CAPITULO 10



Tal vez sea la forma en que dice “ma’”. Como recuerda a su madre tan tiernamente, o tal vez es la forma en la que se ríe; una risa que me hace sentir como si él pudiera tragarme entera. 


En el buen sentido. De la clase de forma que necesito. De una forma que pudiera lavar mi mala suerte para siempre. Pero lo que yo quiero es que este momento quede congelado en el tiempo. Quiero recordar siempre el momento en que me quedé fuera de un bar y me sentí tan condenadamente bien en los brazos de un extraño.


Levanto mi barbilla y miro a Pedro a los ojos, y luego lo beso.


Quizás sea una cosa también de chicas americanas, besar primero, pero no me importa. Porque nuestro beso, no se puede contener en un continente. El beso es de otro mundo.


Sus labios presionan contra los míos y es como que en el momento en que le doy mi boca, él no tiene más dudas. Pedro desliza una mano alrededor de la base de mi cuello, acercándome más, luego más cerca aún.


Tira de mí lo suficientemente cerca, que sé que vamos a estar muy íntimos, muy pronto. Puedo sentirle a todo él presionando contra mi vientre, y mis párpados aletean con anticipación… todo eso estará dentro de mí.


Un suspiro escapa de mi boca, un suspiro que no estaba planeado. Pero no puedes planear un beso como este.


La boca de Pedro se abre, su lengua busca la mía, y en ese momento, con los ojos cerrados, el cielo oscuro que nos rodea y el ruidoso bar por detrás de nosotros, se siente como si yo fuera la única chica que él ha besado jamás. Y a pesar de que lógicamente sé que esto es algo que ha hecho un millón de veces, en este momento, se siente singular.


Pedro se echa hacia atrás, la electricidad sigue pulsando.


—Tenemos que irnos ahora, muchacha. Las cosas se van a poner muy indecentes, bastante rápido.


Solo asiento, sus palabras son suficientes. Dicen todo lo que se necesita decir.


Caminamos por la calle, deteniéndonos ante una destartalada camioneta, exactamente el tipo de vehículo que imaginé que conduciría. Resistente y oxidado, como si le importara una mierda. 


Porque, ¿por qué iba a hacerlo? Parece que él ya tiene todo lo que quiere.


—¿Estás bien para conducir? —pregunto, recordando que acabamos de salir del bar.


—No conduciría si no hubiera dejado de beber allí. Y ciertamente no te dejaría subir en el coche con esos dos ningún día. Sobrios o no. —Cierra la puerta por mí y, mientras se aleja, le escucho arrojar mi mochila en la parte de atrás de la camioneta.


Luego se sube al asiento del conductor, me lanza una sonrisa rápida y comienza a sacarnos de la ciudad.



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