sábado, 8 de junio de 2019
AMULETO: CAPITULO 6
Durante las últimas semanas, aprendí que ese es el problema con los irlandeses. Saben que su acento hace que los coños de las mujeres goteen húmedos y sus ovarios se derritan. Estos hombres saben que sus ojos brillan. ¿Y éste?
Parece tener los ojos más brillantes que jamás haya visto. Ojos que parecen que no están haciendo nada bueno.
—¿Pastel de carne como un eufemismo para el pene? Porque, sinceramente, no es nada gracioso —digo, ofreciendo una cara intencionalmente en blanco porque no juego. Ya no. Ahora no. No después de Julian y sus mentiras, y el desastre de mi vida en Nueva York. No después de fallar tantas veces.
Dejé de jugar en el momento en que compré el pasaje a Irlanda.
Dejé de jugar juegos porque no me llevaron a ninguna parte. ¿Yo? Voy a cambiar mi suerte sin ningún tipo de juegos.
Ciertamente no voy a comer los pasteles de carne de nadie. Me quedaré con mi propio pastel de carne, muchas gracias.
Mira, no estoy diciendo que me vaya a comer a mí misma, ni nada así. Primero, no soy tan flexible, y segundo, lo único que quiero comer ahora es el pastel de carne literal que el camarero me está sirviendo.
Y planeo comerlo como una mujer normal y racional, con un apetito por el hojaldre con costras mantecosas y escamosas, y un bocado tierno y tibio de ternera.
¿Por qué todo esto suena tan sexual?
Miro al sexy irlandés. Oh.
En lugar de decir algo que vaya a lamentar, recojo mi tenedor y tomo otro bocado.
Está pecaminosamente delicioso.
Al igual que la cara del irlandés.
¿He mencionado lo comestible que él se ve?
—Está bien, muchacha, no tienes que comerte mi pastel. —Me dice, riéndose, y luego toma su propio tenedor y hurga en su propio pastel de carne.
Oh. No era un eufemismo.
Miro hacia él, mirando al tenedor pasar a través de sus besables labios.
Bueno. Por lo tanto, soy una idiota.
Él sonríe, guiña un ojo, mueve las cejas, y maldita sea que estaba hablando sobre su polla.
—¿Qué? —pregunta, su voz encantadora y suave—. Yo estaba dispuesto a compartir, eso es todo.
Resoplo, poniendo los ojos en blanco.
Él pone su mano sobre mi brazo, inclinando su cabeza hacia un lado, encogiéndose de hombros tan levemente, es como si supiera que él es guapo como el infierno.
—No te vayas, muchacha, déjame invitarte a una bebida primero.
Sus amigos hace tiempo que se levantaron del suelo, y ahora están mirándonos un poco maniáticamente, pero el irlandés simplemente los espanta y se vuelve hacia mí.
—Están borrachos perdidos. Ese es mi hermano, Patricio. —Un hombre con un rostro delgado y el mismo pelo claro que el hombre que está en el taburete junto a mí señala como si yo lo entretuviera—. Y el otro muchacho, es Simon. Ha sido mi amigo desde que era pequeño. —El atractivo irlandés agita una mano, indicando que es Simon, el amigo desde siempre.
Simon sonríe y le da palmadas en la espalda.
—Encantada de conoceros a ambos —digo con una ceja levantada, sorprendida por su interés. Yo nunca conocí a chicos de esta forma... Julian dice que es porque llevo una nube oscura conmigo dondequiera que voy. No es culpa mía… tú no escoges tener mala suerte. Por lo tanto, se siente bien tener la atención exclusiva de estos tres hombres—. Y, ¿cuál es tu nombre, Sr. Irlandés? —pregunto al hombre con pastel de carne en mente, mis labios curvándose en una sonrisa.
—Oh, ¿entonces, quieres saber mi nombre, señora Americana? —pregunta, claramente encontrando algo divertido.
Simon se ríe, yendo al grano.
—Su nombre es Pedro. Pero mucha gente lo llama “Bastardo Afortunado”. Suena adecuado, ¿sabes? Este Pedro es el hombre más afortunado que he conocido.
—¿Oh, sí? —Mis ojos se estrechan, sin palabras para esta casualidad. Bien por ti, señor Lucky Leprechaun Man con una cara tan hermosa que podría lamerla; con un pastel de carne en sus pantalones y unas manos que se envuelven alrededor de su pinta de una manera que tampoco me importaría que se envolvieran alrededor de mí.
Él está coqueteando y yo estoy de repente cachonda ... tres meses volando sola le hacen eso a una mujer... y si este es el hombre con el que puedo ir a casa, bueno, sí, por favor.
—Bien, Pedro, es tu día de suerte —le digo, sonriendo ahora, sabiendo que está en mí si quiero aceptarlo.
Pero no voy a hacérselo demasiado fácil. Voy a hacer de esto algo divertido, pero no fácil.
—Soy Paula —le digo—. ¿Quieres mostrarme tu trébol?
Ante eso, Simon y Patricio comienzan a rodar por el suelo de nuevo. Pedro simplemente saca algunos billetes, los tira sobre el mostrador y me mira directamente.
—¿A qué estás esperando, Paula? Es hora de que tengamos suerte.
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