miércoles, 27 de febrero de 2019

PAR PERFECTO: CAPITULO 55




Por favor, necesito que me ayudes. No volveré a pedírtelo. Eran sus propias palabras que le volvían a Paula. Presionó los labios contra el micrófono y repitió las palabras que él le había dicho.


—¿Quieres que vaya a hablar con Mike? ¿A su hogar de acogida?


—Sí. Por favor. El médico ha dicho que puede sufrir daños a largo plazo y que cuanto antes se enfrente a esto, más probabilidades tendrá de llevar una vida normal.


Paula pensó en la ironía de la vida. Él era demasiado listo para aquello. Y debía de ser consciente de que era el momento de decirle: «¿lo ves? ¡Te lo dije! Si hubieras hablado de tus problemas, hubieras podido llevar una vida normal, con la familia que sé que querrías tener».


Y también sabía que aquella llamada tenía que ser un acto de valentía increíble por su parte, más aún que la visita que ella le había hecho, porque se arriesgaba a abrir la herida de nuevo, y todo su conflicto con ella. Y todo por el bien de un niño.


Admirada por su valor, decidió ponérselo fácil. 


No dijo nada de lo que se hubiera esperado que dijera y respondió:
—Creo que ese doctor tiene razón. Lo haré.


—¿En serio?


—Claro —respondió, pero en el momento en que las palabras salieron de su boca, se le iluminó la bombilla de la inspiración. Tal vez pudiera ayudar a Mike y a Pedro al mismo tiempo—. Pedro, vendrás conmigo, ¿verdad?


—¿Qué? No, no creo que sea lo más adecuado.


—¿Por qué no? Tu oficina está tratando el caso, y tal vez diga algo interesante para vosotros.


—No, lo que diga ha de ser confidencial entre tú y él. Lo importante es que tiene que confiar en ti.


—Bueno, es que no lo tengo muy claro sobre lo de ir sola —él tenía razón—. No conozco a la familia de acogida y si vas tú, puedes asegurarles que soy la persona adecuada para hablar con él.


—Yo tampoco los conozco —era cierto.


—Mira, estoy nerviosa. Nunca he tenido que enfrentarme a un niño en una situación como ésta. No sé qué esperar y lo siento, pero estoy asustada —Paula contuvo el aliento.


Era muy débil, pero esperaba que Pedro lo pensara y la acompañara siguiendo su instinto protector, el mismo que lo obligaba a regañarla por dejar la puerta sin cerrar y esas cosas.


Y tal vez un instinto aún más profundo, el que lo había llevado hasta su casa cuando se marchó Damian. El instinto del amor. Ella cerró los ojos con fuerza.


—De acuerdo, iré contigo si es lo que necesitas.


—Lo es. Te necesito.


—Yo quedaré con la familia y te iré a recoger después del trabajo.


—¿Hoy?


—Cuanto antes, mejor. Tienes que intentarlo enseguida. Necesita que lo ayudes a superarlo—. Sí —respondió ella—. Ya supongo.



PAR PERFECTO: CAPITULO 54



Aquella noche Pedro durmió bien, sin tener pesadillas como las noches anteriores, y cuando se despertó su cerebro estaba lúcido y descansado. Tal vez fuera el producto de intentar tranquilizar a Paula la noche anterior.


Tras varias llamadas habían averiguado la información que necesitaban, el futuro de Mike y el del padre de Mike. Por lo que habían averiguado, el padre del niño los maltrataba a él y a su madre y aunque ésta no lo había imitado, había dejado que aquella situación se prolongase hasta aquel momento. Hasta que Paula lo descubrió.


Pedro se dio una ducha y en media hora estaba en la puerta de la oficina. Había avisado a Jeffers que iba a volver y que no aceptaría que lo mantuvieran alejado. Estaba listo para volver y su amigo no pudo protestar ante su tono de voz.


De hecho, Laura y los demás lo saludaron con sonrisas y mensajes telefónicos. El los echó un vistazo antes de salir a buscar a unos compañeros muy concretos.


Veinte minutos después estaba en su despacho con el expediente de Mike delante de él. Tenía que encontrar al doctor Jose Moran, que había realizado el examen médico en el Hospital Infantil.


—¿Pedro Alfonso? ¿Eres tú? —Jose había sido compañero de Pedro los primeros años de facultad, hasta que decidieron dirigir su futuro hacia la medicina y el derecho, y las exigencias de sus trabajos no les habían permitido verse más que en unas pocas ocasiones desde entonces.


—Hola, Jose. ¿Cómo estás?


—Cansado. Estoy cansado de trabajar como un perro. La verdad es que no sé en qué día vivo.


—Créeme, conozco la sensación.


—Estoy seguro de ello, sacar a los delincuentes de la cárcel tampoco es trabajo fácil. Ha pasado un montón de tiempo desde la última vez que hablamos, amigo.


—Desde luego, pero esta vez no te llamo para charlar.


—Dime.


—Espero que me des información sobre el caso de un niño que ha sido maltratado. Lo viste ayer por la tarde.


En cuanto le dio el nombre de Mike, Jose lo interrumpió.


—Sí, claro que me acuerdo. Fue anoche. ¿Estás implicado en el caso? Está claro que hay daños físicos y sé que tiene cita con un psicólogo de aquí esta mañana. El niño no quería decir nada, lo cual es comprensible porque ha pasado muy poco tiempo desde que todo esto empezó.


—Probablemente no necesitemos aún una declaración.


—No estoy hablando de eso, sino de que el niño reciba tratamiento.


—Oh, claro.


—¿Quién descubrió el maltrato? ¿Su profesor?


—¿Cómo lo has adivinado?


—Bueno, aparte de los padres, el profesor es la siguiente figura protectora de los niños.


—Ah.


—Y quienquiera que fuese, hizo lo correcto. No sólo tiene la espalda y los hombros bastante golpeados, sino que también tiene cicatrices de lesiones anteriores. Me da la impresión de que no ha sido la primera paliza fuerte. Pobre chico, qué duro es esto.


Pedro le dio las gracias a su amigo, le dijo que lo llamaría al cabo de unos días y se despidió. Se reclinó en su silla y se pasó las manos por el pelo. Había prometido llamar a Paula si se enteraba de algo nuevo. No tenía grandes novedades, y deseó saber algo más para tener más motivos para llamarla. Tenerla de nuevo en su vida le daba miedo, pero saber que estaba en posición de ayudarla lo reconfortaba. Aunque había deseado tocarla cada segundo que estuvo con él la noche anterior, y no pudo, era mejor que no verla. Que era a la situación a la que volverían cuando el caso hubiera acabado.


—No quiere hablar.


—¿Qué quieres decir con que no quiere hablar? —tampoco lo sorprendían tanto las palabras de Jose, sabía cuánto tiempo podía mantener un secreto un niño—. Habló con la policía el día que lo llevaron al hogar de acogida.


—Bueno, pues ahora ha dejado de hacerlo. Probablemente sea el miedo, la culpa... aún es muy pequeño.


—¿Y por qué obligarlo a decir más? Probablemente tengamos suficiente con esto para imputar a su padre.


—Claro, pero no estoy pensando en el caso, sino en el niño, que ahora está en peligro.


—Pero ya está fuera de la casa.


—Sí, ya lo sé. No estoy preocupado por su bienestar físico, sino por su estado emocional. Probablemente le han advertido que no diga nada, probablemente sus padres, y lo ha hecho. Han arrestado a su padre y lo han separado de su madre.


—Pero es lo mejor para él.


—No digo que no. Lo que digo es que Mike está pasando un trauma fuerte y que no quiere hablar sobre ello, y lo que me preocupan son las secuelas a largo plazo —Pedro estaba callado y Jose lo tomó como un signo para que continuara—. Un par de psicólogos van a ir a verlo, porque no ha querido hablar conmigo y está muy desconfiado. Necesita a alguien en el que confíe para contarle lo que ha pasado. Es un gran paso necesario para sanar del todo. Si lo guarda para él, mantendrá el miedo mucho, mucho tiempo. Mucho más que las marcas de la espalda. Ahora es pequeño y si lo ayudamos, tal vez pueda vivir una vida normal.


Una vida normal. Pedro se sintió 


inexplicablemente frenético al ver el futuro del niño desaparecer como víctima de su pasado. A no ser que pudiera confiar en alguien. 


Pero Pedro conocía a esa persona, alguien que podía hacer que la gente se sintiera bien y feliz, que no juzgaba a los demás y que deseaba ayudar aunque las cosas se escaparan de su alcance.


—¿Podría enviar a su profesora para que lo viera? —preguntó Pedro, antes de cambiar de idea—. Si necesita decir algo, ella sabrá cómo hacer que confíe en ella.


—No creo que sea nada malo. Está con una familia de acogida y tal vez sea mejor que vaya a su casa, en lugar de venir al hospital, que puede asustarlo más. Les preguntaré si puede ir a visitarlo.


—Gracias.


—Se lo diré al psicólogo para que colabore con ella. Oye, tú tendrás un montón de casos, ¿por qué te tomas tantas molestias en éste?


—Bueno, conozco a su profesora y está muy preocupada por él.


—Bueno, lamentablemente, tiene motivos —dijo Jose.




PAR PERFECTO: CAPITULO 53




El suave tap—tap en la puerta de Pedro fue suficiente para sorprenderlo. El silencio en su piso era tal que se podía oír una araña tejiendo su tela allí dentro. Llevaba mucho tiempo metido en su agujero sin que le importara nada, pero su corazón se animó al oír el ruido, sabiendo quién sería.


De nuevo el tap—tap:
—¿Pedro? ¿Estás ahí? —era la voz de Paula —. Por favor...


Decidió reunir todas sus fuerzas y no pensarlo más.


Cuando abrió la puerta, la expresión de Paula, tan diferente habitualmente de la suya, era igual a la de él.


Estaba pálida y parecía agotada. Tenía la mandíbula firme y los dientes apretados. No hizo amago de entrar. Se miraron el uno al otro y Pedro se preguntó si la oiría si decía algo, porque el corazón le latía directamente en los oídos.


Si ella se dio cuenta del patético aspecto de Pedro, no hizo nada que lo confirmara. Se preguntó si desearía besarlo. Él sí que deseaba besarla a ella. Antes de que consiguiese conciliar todas sus fuerzas para contenerse, los labios de Paula se abrieron.


—Te necesito. Necesito tu ayuda. No habría venido aquí si no fuera por algo así, porque ya sé lo que sientes por lo nuestro, pero necesito que me ayudes.


Pedro sacudió la cabeza para intentar aclararse las ideas y olvidar el ruido en sus oídos, pero ella lo interpretó como una negativa y empezó a suplicar:
—Por favor, no volveré a molestarte, pero escúchame y haz algo para ayudarme.


Él se hizo a un lado para dejarla pasar y ella se sentó en el borde del sofá, esperando a que él se sentara frente a ella para empezar a hablar.


—Un niño de mi clase está siendo maltratado físicamente. Faltó los tres primeros días de clase porque estaba enfermo, o eso dijo su madre, pero cuando le toqué el hombro, hizo una mueca de dolor. Lo llevé a la enfermería y tenía moratones y magulladuras en toda la espalda. El enfermero y yo se lo contamos al director y éste informó a la policía. Ahora no sé qué está pasando. Creo que llamaron a los servicios sociales para que sacaran a Mike de casa, pero al finalizar las clases nadie podía decirme nada de qué había ocurrido con el niño. No quiero seguir llamando a la policía, pero no puedo ni respirar ni hacer nada hasta que sepa que Mike está bien. ¿Y si la policía decide no hacer nada y sus padres se enfadan de que lo haya denunciado? ¿Y si la toman con el niño? —se mordió el labio y Pedro vio que le temblaba la barbilla—. Sería culpa mía. Había pensado que tal vez tu grupo de trabajo se encargaría de llevar el caso de los padres de Mike si les imputaban algún cargo... Tal vez tú pudieras hacer algunas llamadas y enterarte de si el niño está a salvo. Porque no...


Pedro la interrumpió. No podía soportar verla así, justificándose por algo que no era necesario.


—Para. Claro que me ocuparé de eso. No he pasado por la oficina desde hace un par de días, pero llamaré a Jeffers para ver si puede hacer algo y, cuando vaya por allí mañana, me ocuparé yo mismo de su caso. Te prometo que me enteraré de lo suficiente para que puedas dormir tranquila esta noche, ¿de acuerdo?


Él no esperó respuesta y fue hacia el teléfono.


Mientras marcaba la miró y vio cómo dejaba caer los hombros. Había miles de cosas que podían haberse dicho el uno al otro en aquel momento, pero pareció que el momento había pasado y que ahora era su turno, pero lo que dijo fue:
—Dime el nombre del niño, el de la madre y todo lo que sepas que me pueda facilitar encontrarlo. Todo irá bien, Paula, te lo prometo. Has hecho algo bueno y todo ira bien.


Ella sonrió y replicó:
—¿Dónde hubiera deseado oír eso antes?


Se miraron a los ojos el uno al otro sin decir nada hasta que el teléfono empezó a zumbar en el oído de Pedro. Colgó y volvió a marcar.


—Todo irá bien —repitió él, posiblemente para sí mismo.



martes, 26 de febrero de 2019

PAR PERFECTO: CAPITULO 52




Cuando se miró al espejo, no obtuvo ninguna respuesta. Se miró una y otra vez el abdomen, se puso de perfil pero nada. No podía ser, no podía estar ahí.


Pero así era. El día anterior le habían dado la confirmación médica y ella había vomitado varias veces. Claro que eso podía no ser por el bebé, sino por el miedo que se le aferraba al corazón cuando pensaba en cómo había llegado ese niño ahí.


Pedro no quería tener un hijo y lo sabía con más seguridad que el que no quería estar con ella.


Ahora no tenía otra opción que ofrecerle lo que no querría. Puso una mano protectora sobre su vientre, un gesto nada familiar pero muy natural. 


No podía decírselo. Ya se lo había planteado antes, pero siempre había llegado a la conclusión de que no sería leal no decirle a Pedro lo de aquel niño.


Pero daba igual cuál fuera su posición en aquel momento. Siempre sería el mejor amigo que había tenido y no decirle que había una persona en el mundo que era mitad suya sería inconcebible. Tenía que decírselo, le gustase o no, y no le gustaría, le gustase a ella o no. No le tenía miedo, pero temía hacerle daño y sabría que esto le dolería.


Tendría que decírselo pronto. No era algo que pudiera ocultar durante años.


Sacó unas braguitas del cajón de la ropa interior y al ponérselas se preguntó si le seguirían valiendo al cabo de unos meses. Llevaba semanas sin saber nada de Pedro y, si seguía así, podría hacer que el niño llegara a octavo sin que él se diera cuenta. ¿Cómo se las apañaba para evitarla si vivía en el piso de abajo? Antes se encontraban de la forma más inesperada todo el rato y ahora era como si lo hubiera tragado la tierra.


Como el tiempo aún era cálido, las ventanas seguían abiertas mucho rato, pero no había oído la televisión en su piso, ni el ruido del agua ni nada. Lo único que había oído había sido el teléfono sonando sin parar, sin que nadie respondiera para acallarlo. ¿Dónde demonios se había metido?


Estaba preocupada, pero conocía a Pedro y a Damian, y sabía que si algo hubiera ocurrido, Damian habría estado allí para él. Y tal vez también se lo hubiera contado a ella, aunque esto era sólo una suposición optimista.


Se puso un vestido verde de flores y se ató las cintas que le ceñían la cintura. Después lo pensó mejor y aflojó un poco el cinturón. 


Mientras tomaba la bolsa de clase, pensó que aquella mañana habría allí un niño más y ella sería la única que lo sabría.


Al final hubo un chico más en la clase. Mike Crowley, después de faltar tres días seguidos, apareció en el aula. Al segundo día de falta, Paula se lo comunicó al director, y éste, tras hablar con su madre, le dijo que estaba con gripe y su madre parecía muy apenada por que tuviera que faltar.


Paula le mostró la mesa que le había reservado y los otros niños lo llamaron para saludarlo. Todo parecía ir bien hasta que después de comer, Paula les dio permiso para salir al recreo, aprovechando el buen tiempo que no duraría mucho. Cuando los llamó a clase, los niños entraron a toda velocidad por la puerta de clase y le costó un rato calmarlos. El último en tranquilizarse fue Mike, y cuando ella intentó llamar su atención, no dejó de jugar con el muñeco articulado de plástico de un compañero. 


Ella fue hacia él y le puso las manos sobre los hombros para guiarlo hacia su sitio, pero el niño se revolvió y le hizo una mueca de dolor.


Paula sintió que la sangre le hervía y se le erizaban los pelos de la nuca. Entonces empezó a atar cabos: las clases canceladas, la ausencia los tres primeros días de clase, las excusas apresuradas de la madre... Y aquel gesto.


Paula les pidió que sacaran sus cuadernos de lengua y la respuesta fueron un montón de gruñidos y ruido de papeles. Mientras, un niño se frotaba el hombro inconscientemente con la mano.


Con la clase en manos de Aly, Paula guió en silencio a Mike hacia el aula de música. Había sido una agonía esperar cuarenta y cinco minutos a la clase de música, pero Paula había pensado que eso sería más natural para Mike. 


Lo había oído toser por la mañana y pensó que si se había equivocado, podría decirle a su madre que lo había llevado a la enfermería por aquel motivo. Pero su intuición le decía que no necesitaría aquella excusa.


—¡Señorita Chaves! ¡Qué alegría verla! —saludó Jake en cuanto llegó a la enfermería—. Lamentablemente, eso significa que alguien se siente mal. ¿No serás tú? —dijo, mirando a Mike.


—Yo estoy bien —dijo el niño, apartando la vista hacia la puerta.


Jake se levantó de su mesa con su bata blanca sonriendo, pero al ver la expresión torcida de Paula pareció adivinar el motivo de su visita y se le borró ligeramente la sonrisa.


—Estoy seguro de ello, amiguito —Paula se sintió aliviada al ver que Jake la ayudaría—. ¿Cómo te llamas?


—Mike.


—Bien, Mike, no has vomitado en ningún sitio hoy, ¿verdad?


—No —dijo el niño, sonriendo sorprendido por la pregunta.


—Eso está bien. ¿Sabías que muchos niños vomitan en el colegio? Vaya desastre —el niño volvió a sonreír—. ¿Has estado enfermo?


—No.


—Mike —le recordó Paula con dulzura—, has faltado tres días a clase. Has estado enfermo, ¿verdad?


Mike dio un salto como si hubiera recordado algo de golpe.


—Sí.


Jake miró a Paula un momento. Ella se frotó el hombro y luego miró al hombro de Mike. Jake asintió muy levemente.


—Estaba tosiendo —explicó Paula, pero sabía que no tenía que decir mucho. Jake ya sabía por qué estaba allí.


—Mike, quiero asegurarme de que estás bien para estar en el colegio. Seguro que estabas deseando volver después de las vacaciones. Voy a pedirte que te quites la camisa para ponerte el estetoscopio en el pecho. Si aún hay ahí algún germen del catarro, tendría que poder oírlo —el niño pareció nervioso y se aferró al borde de la camisa—. Pero primero vamos a mandar salir a todas las chicas de aquí. Lo siento señorita, es usted la única chica que veo y tiene que esperar fuera.


Paula forzó una sonrisa y salió al pasillo. Se mordió el labio y esperó.


Cuando la puerta se abrió, Jake sacó medio cuerpo por ella y le dijo:
—Ve al despacho del director. Nos reuniremos allí.



PAR PERFECTO: CAPITULO 51




A la hora de la comida del primer día de clase, Paula estaba casi más aliviada que los niños. Se sentía cansada tras unas pocas horas de clase. 


Tal vez estuviera envejeciendo. Una vez que los niños estuvieron en el comedor, ella volvió a clase, se sentó y dejó caer la cabeza entre los brazos. Se había traído un sandwich, pero pensar en comer le provocaba náuseas. Cerró los ojos y dejó libres a sus pensamientos.


Sólo había faltado un niño a clase aquella mañana: Mike Crowley, el pequeño cuya madre había cancelado las clases particulares en numerosas ocasiones durante el verano. 


Cuando había acudido había estado inquieto y poco concentrado, sin haber asimilado lo aprendido en la clase anterior. La falta de concentración preocupaba a Paula, puesto que el niño no tenía problemas de aprendizaje y era listo, así que intentó hablar con su madre para que trabajaran con el chico en casa, pero ella apenas la había escuchado. Paula había decidido vigilar a Mike de cerca, pero no podría hacerlo si no estaba en clase.


Como no podía hacer nada, intentó pensar en otra cosa, y así llegó al omnipresente tema de Pedro, que no podía borrar de su mente.


—Toe, toe —Aly estaba en su puerta.


—Hola.


—¿Por qué no vienes a comer a la sala de profesores? Hay una sorpresa. Han traído una máquina nueva de refrescos. Ya era hora, ¿verdad? —Paula miró a su amiga y sonrió débilmente—. ¿Estás bien?


—Oh, es el tiempo, que me tiene un poco deprimida. Me he despertado sintiéndome mal y llevo así toda la mañana. Intentaba estar un rato tranquila.


—¿Necesitas una aspirina o algo?


—No, gracias. Creo que acabaré las clases y me iré a casa a descansar. Estoy bien.


—¿Seguro? —dijo Aly, sentada en el borde de la mesa—. Apenas hemos hablado en varias semanas. Te he echado de menos y estaba preocupada por ti. ¿Hablaste con él?


Paula sacudió la cabeza. Le había contado a Aly la versión resumida de su tragedia, que Pedro y ella habían estado juntos y roto en cuestión de veinticuatro horas, pero no le había dado detalles. Ya era bastante complicado vivir con ellos.


Como si le estuviera leyendo la mente, Aly dijo:
—Sé que no has querido darme detalles y no te presionaré. Quiero que sepas que puedes contar conmigo para lo que necesites.


Paula le apretó la mano.


—Lo sé. Créeme si te digo que esto no tiene nada que ver con no confiar en ti. Es sólo que es un problema de Pedro y no puedo traicionarlo.


—Lo entiendo, pero en ese caso, ¿no debería intentar solucionarlo para estar contigo?


—Eso mismo pensaba yo, de verdad, pero tal vez todo el mundo tenga algo que no puede superar, y él no puede superar esto.


—¿Puedes superarlo tú a él?


—No estoy segura.


—Entonces los dos habéis quedado marcados...


—... en el pasado.


—Y no podéis avanzar hacia el futuro.


—Y el presente es un infierno.


—Lo siento, Paula. A veces es necesario ser muy valiente para enfrentarse al futuro. No conozco a Pedro, pero a ti sí, y si hay alguien capaz de tirar hacia delante, esa eres tú.


—Eso creo yo, y también me preocupa. ¿Qué hará él?


—No lo sé.


Paula se quedó mirando el patio desde la ventana.


—Aly, gracias por hablar conmigo.


—De nada —dijo, saltando de la mesa—. Me voy a comer, pero te traeré un refresco de la nueva máquina. Vuelvo en un momento.


—Gracias —Paula tomó una bocanada de aire y decidió pensar en algo, así que tomó un calendario y empezó a pensar en los proyectos que iba a hacer con la clase.


Tal vez fuera bueno estar en clase de nuevo; echaba de menos a Aly y a los niños y aprendía de ellos tanto como les enseñaba.


Pero echaba de menos a Pedro terriblemente: su cara seria, su sentido común, su sonrisa, su ceño fruncido. Y después de una noche, se moría por tener sus manos sobre la espalda, sus labios en su garganta desnuda, en sus pechos, en sus labios.


Y al examinar el calendario un momento, se dio cuenta de algo que había estado demasiado estresada para notar. Contó, volvió a contar, pasó la página y después se le hizo un nudo terrible en el estómago.


Tenía una falta.



PAR PERFECTO: CAPITULO 50




Pedro se despertó temblando, con el cerebro lleno de ruidos y la respiración agitada. Mientras se le aclaraba la mente, se dio cuenta de que los gritos eran reales.


Se levantó de un salto. ¿Estaba allí su padre? ¿Cómo podía ser? ¿Por qué lo había dejado Damian pasar?


Tenía las piernas agarrotadas por la posición en la que había dormido durante bastantes horas, porque la luz brillante de la mañana se había tornado en otra vespertina.


Según avanzaba hacia la habitación de su hermano, los gritos eran cada vez más fuertes. 


Cuando llegó a la habitación se encontró a Damian mirando el contestador.


—Siento que te haya despertado —dijo Damian al verlo—. Me acordé de quitarle el sonido al teléfono para que no te despertara, pero supongo que subí el volumen de este chisme. Tenía curiosidad por saber qué me decía esta vez.


—¿Esta vez? —preguntó Pedro?—. ¿Te ha llamado antes?


—Sí, un montón de veces desde la cena en casa de Paula —al mencionar su nombre, Pedro hizo una mueca, pero su hermano no debió de verlo—. Tal vez haya llamado también a tu casa, pero nunca estás allí, así que siempre me pregunta dónde estás. Normalmente filtro las llamadas o le cuelgo. Gritaba porque quería saber dónde ibas a dormir para llamarte. Tiene unos modales estupendos por teléfono. Parece creer que si me insulta muchas veces, te localizaré para él. ¿No te ha llamado?


—No, no he recibido ningún mensaje. Nadie me llama a casa —desde que Paula había dejado de hacerlo—. Mi teléfono no aparece en la guía, así que tal vez no lo tenga. Pero tampoco me ha llamado al trabajo.


—Lo que creo es que tiene miedo de llamarte al trabajo porque vosotros metéis a los delincuentes en la cárcel, y él es uno de ellos. Es un cobarde.


Tal vez, pero Pedro se sentía como si el verdadero cobarde fuera él. Sentía el pecho latir a toda velocidad contra su pecho. Su padre seguía allí y amenazaba con no marcharse nunca. Tal vez en su futuro nunca hubiera paz; no podía huir ni esconderse, ni tenía quién lo pudiera ayudar. No había sitios seguros para la gente como él.


Se giró para salir del piso a tomar una bocanada de aire.


—Pedro, espera —Damian lo interceptó y le bloqueó el paso—. Quédate a cenar. No tenemos que escucharlo ni darle nada; ya se cansará. No tienes nada que temer, a no ser que... ¿Dónde está Paula? —Pedro se encogió de hombros —. Has roto con ella, ¿verdad? —algo en su rostro lo debió de confirmar—. ¿Cuando me marché aquella noche? Muy listo, Pedro. Aquella relación había durado doce horas y podía haber durado para siempre, pero tú lo tiraste todo a la basura.


—No saques ese tema. No quiero discutirlo contigo.


—¡Lo sacaré si me apetece! Eres mi hermano.


—Ya no somos niños y no puedes mandarme a tu gusto, por si lo habías olvidado —intentó pasar por delante de él, pero Damian se lo impidió.


—No lo he olvidado, pero tú sí que estás actuando como un niño.


—¡No tienes por qué juzgarme! —gritó Pedro—. ¿Qué sabes tú de todo esto?


—Lo mismo que tú, Pedro.


—No, no lo sabes. No conoces a nadie como ella.


—Cuando la conozca, intentaré no deshacerme de ella.


—No. Lo que sabrás es que nunca podrás merecerla.


—¿Eso es lo que crees? ¿En tu fuero interno piensas que soy una persona horrible que no puede hacer feliz a una mujer?


—No, yo...


—¿Crees que yo soy igual que papá?


—¿Sabes que no es así?


—No lo sé, y no lo sabré hasta que me case y tenga hijos. Pero nunca hasta ahora he sido como él, y al menos voy a intentar vivir la vida y descubrirlo por mí mismo.


—¿Cuántas veces voy a tener que oírte decir eso? Deberías estar de mi lado.


—Y lo estoy, Pedro. Eres mi hermano y te quiero. Siempre he estado de tu lado. Pero tú también tienes que estar de tu lado.


—Tengo que marcharme.


—¿Adonde?


—A casa, supongo. Si algo he aprendido hoy es que no puedo escapar de nada de esto, estoy entre sus llamadas y tus acosos, así que tal vez deba ir al sitio que pago todos los meses.


—Claro, huye. Pásate la vida limpiando el polvo del suelo. Sigue luchando con el pasado para no poder tener un futuro. De hecho, tal vez tengas razón. Tal vez eso sea lo que deba hacer yo también. En cuanto te vayas voy a desconectar el teléfono, borrar mi matrícula de la universidad y acurrucarme en un rincón para negarme a mí mismo. No ha servido de nada que me partiera la espalda para que tuviéramos esa vida.


—Te estoy devolviendo todo, ¿o no? —dijo Pedro, con la cara enrojecida—. Estoy pagándote los estudios.


—Sí que lo estás haciendo, pero me siento insultado porque seas así de desagradecido.


—Nunca he sido desagradecido.


—Entonces, demuéstralo, idiota. Muestra que estás agradecido por la vida viviéndola, en lugar de tirarla por la borda. Me haces pensar que no ha servido para nada.


Los dos hermanos se quedaron mirándose y entonces sonó el teléfono. Al tercer timbrazo, Pedro apartó la mano de Damian del marco de la puerta y se marchó.