miércoles, 27 de febrero de 2019
PAR PERFECTO: CAPITULO 53
El suave tap—tap en la puerta de Pedro fue suficiente para sorprenderlo. El silencio en su piso era tal que se podía oír una araña tejiendo su tela allí dentro. Llevaba mucho tiempo metido en su agujero sin que le importara nada, pero su corazón se animó al oír el ruido, sabiendo quién sería.
De nuevo el tap—tap:
—¿Pedro? ¿Estás ahí? —era la voz de Paula —. Por favor...
Decidió reunir todas sus fuerzas y no pensarlo más.
Cuando abrió la puerta, la expresión de Paula, tan diferente habitualmente de la suya, era igual a la de él.
Estaba pálida y parecía agotada. Tenía la mandíbula firme y los dientes apretados. No hizo amago de entrar. Se miraron el uno al otro y Pedro se preguntó si la oiría si decía algo, porque el corazón le latía directamente en los oídos.
Si ella se dio cuenta del patético aspecto de Pedro, no hizo nada que lo confirmara. Se preguntó si desearía besarlo. Él sí que deseaba besarla a ella. Antes de que consiguiese conciliar todas sus fuerzas para contenerse, los labios de Paula se abrieron.
—Te necesito. Necesito tu ayuda. No habría venido aquí si no fuera por algo así, porque ya sé lo que sientes por lo nuestro, pero necesito que me ayudes.
Pedro sacudió la cabeza para intentar aclararse las ideas y olvidar el ruido en sus oídos, pero ella lo interpretó como una negativa y empezó a suplicar:
—Por favor, no volveré a molestarte, pero escúchame y haz algo para ayudarme.
Él se hizo a un lado para dejarla pasar y ella se sentó en el borde del sofá, esperando a que él se sentara frente a ella para empezar a hablar.
—Un niño de mi clase está siendo maltratado físicamente. Faltó los tres primeros días de clase porque estaba enfermo, o eso dijo su madre, pero cuando le toqué el hombro, hizo una mueca de dolor. Lo llevé a la enfermería y tenía moratones y magulladuras en toda la espalda. El enfermero y yo se lo contamos al director y éste informó a la policía. Ahora no sé qué está pasando. Creo que llamaron a los servicios sociales para que sacaran a Mike de casa, pero al finalizar las clases nadie podía decirme nada de qué había ocurrido con el niño. No quiero seguir llamando a la policía, pero no puedo ni respirar ni hacer nada hasta que sepa que Mike está bien. ¿Y si la policía decide no hacer nada y sus padres se enfadan de que lo haya denunciado? ¿Y si la toman con el niño? —se mordió el labio y Pedro vio que le temblaba la barbilla—. Sería culpa mía. Había pensado que tal vez tu grupo de trabajo se encargaría de llevar el caso de los padres de Mike si les imputaban algún cargo... Tal vez tú pudieras hacer algunas llamadas y enterarte de si el niño está a salvo. Porque no...
Pedro la interrumpió. No podía soportar verla así, justificándose por algo que no era necesario.
—Para. Claro que me ocuparé de eso. No he pasado por la oficina desde hace un par de días, pero llamaré a Jeffers para ver si puede hacer algo y, cuando vaya por allí mañana, me ocuparé yo mismo de su caso. Te prometo que me enteraré de lo suficiente para que puedas dormir tranquila esta noche, ¿de acuerdo?
Él no esperó respuesta y fue hacia el teléfono.
Mientras marcaba la miró y vio cómo dejaba caer los hombros. Había miles de cosas que podían haberse dicho el uno al otro en aquel momento, pero pareció que el momento había pasado y que ahora era su turno, pero lo que dijo fue:
—Dime el nombre del niño, el de la madre y todo lo que sepas que me pueda facilitar encontrarlo. Todo irá bien, Paula, te lo prometo. Has hecho algo bueno y todo ira bien.
Ella sonrió y replicó:
—¿Dónde hubiera deseado oír eso antes?
Se miraron a los ojos el uno al otro sin decir nada hasta que el teléfono empezó a zumbar en el oído de Pedro. Colgó y volvió a marcar.
—Todo irá bien —repitió él, posiblemente para sí mismo.
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