martes, 26 de febrero de 2019
PAR PERFECTO: CAPITULO 51
A la hora de la comida del primer día de clase, Paula estaba casi más aliviada que los niños. Se sentía cansada tras unas pocas horas de clase.
Tal vez estuviera envejeciendo. Una vez que los niños estuvieron en el comedor, ella volvió a clase, se sentó y dejó caer la cabeza entre los brazos. Se había traído un sandwich, pero pensar en comer le provocaba náuseas. Cerró los ojos y dejó libres a sus pensamientos.
Sólo había faltado un niño a clase aquella mañana: Mike Crowley, el pequeño cuya madre había cancelado las clases particulares en numerosas ocasiones durante el verano.
Cuando había acudido había estado inquieto y poco concentrado, sin haber asimilado lo aprendido en la clase anterior. La falta de concentración preocupaba a Paula, puesto que el niño no tenía problemas de aprendizaje y era listo, así que intentó hablar con su madre para que trabajaran con el chico en casa, pero ella apenas la había escuchado. Paula había decidido vigilar a Mike de cerca, pero no podría hacerlo si no estaba en clase.
Como no podía hacer nada, intentó pensar en otra cosa, y así llegó al omnipresente tema de Pedro, que no podía borrar de su mente.
—Toe, toe —Aly estaba en su puerta.
—Hola.
—¿Por qué no vienes a comer a la sala de profesores? Hay una sorpresa. Han traído una máquina nueva de refrescos. Ya era hora, ¿verdad? —Paula miró a su amiga y sonrió débilmente—. ¿Estás bien?
—Oh, es el tiempo, que me tiene un poco deprimida. Me he despertado sintiéndome mal y llevo así toda la mañana. Intentaba estar un rato tranquila.
—¿Necesitas una aspirina o algo?
—No, gracias. Creo que acabaré las clases y me iré a casa a descansar. Estoy bien.
—¿Seguro? —dijo Aly, sentada en el borde de la mesa—. Apenas hemos hablado en varias semanas. Te he echado de menos y estaba preocupada por ti. ¿Hablaste con él?
Paula sacudió la cabeza. Le había contado a Aly la versión resumida de su tragedia, que Pedro y ella habían estado juntos y roto en cuestión de veinticuatro horas, pero no le había dado detalles. Ya era bastante complicado vivir con ellos.
Como si le estuviera leyendo la mente, Aly dijo:
—Sé que no has querido darme detalles y no te presionaré. Quiero que sepas que puedes contar conmigo para lo que necesites.
Paula le apretó la mano.
—Lo sé. Créeme si te digo que esto no tiene nada que ver con no confiar en ti. Es sólo que es un problema de Pedro y no puedo traicionarlo.
—Lo entiendo, pero en ese caso, ¿no debería intentar solucionarlo para estar contigo?
—Eso mismo pensaba yo, de verdad, pero tal vez todo el mundo tenga algo que no puede superar, y él no puede superar esto.
—¿Puedes superarlo tú a él?
—No estoy segura.
—Entonces los dos habéis quedado marcados...
—... en el pasado.
—Y no podéis avanzar hacia el futuro.
—Y el presente es un infierno.
—Lo siento, Paula. A veces es necesario ser muy valiente para enfrentarse al futuro. No conozco a Pedro, pero a ti sí, y si hay alguien capaz de tirar hacia delante, esa eres tú.
—Eso creo yo, y también me preocupa. ¿Qué hará él?
—No lo sé.
Paula se quedó mirando el patio desde la ventana.
—Aly, gracias por hablar conmigo.
—De nada —dijo, saltando de la mesa—. Me voy a comer, pero te traeré un refresco de la nueva máquina. Vuelvo en un momento.
—Gracias —Paula tomó una bocanada de aire y decidió pensar en algo, así que tomó un calendario y empezó a pensar en los proyectos que iba a hacer con la clase.
Tal vez fuera bueno estar en clase de nuevo; echaba de menos a Aly y a los niños y aprendía de ellos tanto como les enseñaba.
Pero echaba de menos a Pedro terriblemente: su cara seria, su sentido común, su sonrisa, su ceño fruncido. Y después de una noche, se moría por tener sus manos sobre la espalda, sus labios en su garganta desnuda, en sus pechos, en sus labios.
Y al examinar el calendario un momento, se dio cuenta de algo que había estado demasiado estresada para notar. Contó, volvió a contar, pasó la página y después se le hizo un nudo terrible en el estómago.
Tenía una falta.
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