miércoles, 27 de febrero de 2019

PAR PERFECTO: CAPITULO 54



Aquella noche Pedro durmió bien, sin tener pesadillas como las noches anteriores, y cuando se despertó su cerebro estaba lúcido y descansado. Tal vez fuera el producto de intentar tranquilizar a Paula la noche anterior.


Tras varias llamadas habían averiguado la información que necesitaban, el futuro de Mike y el del padre de Mike. Por lo que habían averiguado, el padre del niño los maltrataba a él y a su madre y aunque ésta no lo había imitado, había dejado que aquella situación se prolongase hasta aquel momento. Hasta que Paula lo descubrió.


Pedro se dio una ducha y en media hora estaba en la puerta de la oficina. Había avisado a Jeffers que iba a volver y que no aceptaría que lo mantuvieran alejado. Estaba listo para volver y su amigo no pudo protestar ante su tono de voz.


De hecho, Laura y los demás lo saludaron con sonrisas y mensajes telefónicos. El los echó un vistazo antes de salir a buscar a unos compañeros muy concretos.


Veinte minutos después estaba en su despacho con el expediente de Mike delante de él. Tenía que encontrar al doctor Jose Moran, que había realizado el examen médico en el Hospital Infantil.


—¿Pedro Alfonso? ¿Eres tú? —Jose había sido compañero de Pedro los primeros años de facultad, hasta que decidieron dirigir su futuro hacia la medicina y el derecho, y las exigencias de sus trabajos no les habían permitido verse más que en unas pocas ocasiones desde entonces.


—Hola, Jose. ¿Cómo estás?


—Cansado. Estoy cansado de trabajar como un perro. La verdad es que no sé en qué día vivo.


—Créeme, conozco la sensación.


—Estoy seguro de ello, sacar a los delincuentes de la cárcel tampoco es trabajo fácil. Ha pasado un montón de tiempo desde la última vez que hablamos, amigo.


—Desde luego, pero esta vez no te llamo para charlar.


—Dime.


—Espero que me des información sobre el caso de un niño que ha sido maltratado. Lo viste ayer por la tarde.


En cuanto le dio el nombre de Mike, Jose lo interrumpió.


—Sí, claro que me acuerdo. Fue anoche. ¿Estás implicado en el caso? Está claro que hay daños físicos y sé que tiene cita con un psicólogo de aquí esta mañana. El niño no quería decir nada, lo cual es comprensible porque ha pasado muy poco tiempo desde que todo esto empezó.


—Probablemente no necesitemos aún una declaración.


—No estoy hablando de eso, sino de que el niño reciba tratamiento.


—Oh, claro.


—¿Quién descubrió el maltrato? ¿Su profesor?


—¿Cómo lo has adivinado?


—Bueno, aparte de los padres, el profesor es la siguiente figura protectora de los niños.


—Ah.


—Y quienquiera que fuese, hizo lo correcto. No sólo tiene la espalda y los hombros bastante golpeados, sino que también tiene cicatrices de lesiones anteriores. Me da la impresión de que no ha sido la primera paliza fuerte. Pobre chico, qué duro es esto.


Pedro le dio las gracias a su amigo, le dijo que lo llamaría al cabo de unos días y se despidió. Se reclinó en su silla y se pasó las manos por el pelo. Había prometido llamar a Paula si se enteraba de algo nuevo. No tenía grandes novedades, y deseó saber algo más para tener más motivos para llamarla. Tenerla de nuevo en su vida le daba miedo, pero saber que estaba en posición de ayudarla lo reconfortaba. Aunque había deseado tocarla cada segundo que estuvo con él la noche anterior, y no pudo, era mejor que no verla. Que era a la situación a la que volverían cuando el caso hubiera acabado.


—No quiere hablar.


—¿Qué quieres decir con que no quiere hablar? —tampoco lo sorprendían tanto las palabras de Jose, sabía cuánto tiempo podía mantener un secreto un niño—. Habló con la policía el día que lo llevaron al hogar de acogida.


—Bueno, pues ahora ha dejado de hacerlo. Probablemente sea el miedo, la culpa... aún es muy pequeño.


—¿Y por qué obligarlo a decir más? Probablemente tengamos suficiente con esto para imputar a su padre.


—Claro, pero no estoy pensando en el caso, sino en el niño, que ahora está en peligro.


—Pero ya está fuera de la casa.


—Sí, ya lo sé. No estoy preocupado por su bienestar físico, sino por su estado emocional. Probablemente le han advertido que no diga nada, probablemente sus padres, y lo ha hecho. Han arrestado a su padre y lo han separado de su madre.


—Pero es lo mejor para él.


—No digo que no. Lo que digo es que Mike está pasando un trauma fuerte y que no quiere hablar sobre ello, y lo que me preocupan son las secuelas a largo plazo —Pedro estaba callado y Jose lo tomó como un signo para que continuara—. Un par de psicólogos van a ir a verlo, porque no ha querido hablar conmigo y está muy desconfiado. Necesita a alguien en el que confíe para contarle lo que ha pasado. Es un gran paso necesario para sanar del todo. Si lo guarda para él, mantendrá el miedo mucho, mucho tiempo. Mucho más que las marcas de la espalda. Ahora es pequeño y si lo ayudamos, tal vez pueda vivir una vida normal.


Una vida normal. Pedro se sintió 


inexplicablemente frenético al ver el futuro del niño desaparecer como víctima de su pasado. A no ser que pudiera confiar en alguien. 


Pero Pedro conocía a esa persona, alguien que podía hacer que la gente se sintiera bien y feliz, que no juzgaba a los demás y que deseaba ayudar aunque las cosas se escaparan de su alcance.


—¿Podría enviar a su profesora para que lo viera? —preguntó Pedro, antes de cambiar de idea—. Si necesita decir algo, ella sabrá cómo hacer que confíe en ella.


—No creo que sea nada malo. Está con una familia de acogida y tal vez sea mejor que vaya a su casa, en lugar de venir al hospital, que puede asustarlo más. Les preguntaré si puede ir a visitarlo.


—Gracias.


—Se lo diré al psicólogo para que colabore con ella. Oye, tú tendrás un montón de casos, ¿por qué te tomas tantas molestias en éste?


—Bueno, conozco a su profesora y está muy preocupada por él.


—Bueno, lamentablemente, tiene motivos —dijo Jose.




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