martes, 26 de febrero de 2019

PAR PERFECTO: CAPITULO 50




Pedro se despertó temblando, con el cerebro lleno de ruidos y la respiración agitada. Mientras se le aclaraba la mente, se dio cuenta de que los gritos eran reales.


Se levantó de un salto. ¿Estaba allí su padre? ¿Cómo podía ser? ¿Por qué lo había dejado Damian pasar?


Tenía las piernas agarrotadas por la posición en la que había dormido durante bastantes horas, porque la luz brillante de la mañana se había tornado en otra vespertina.


Según avanzaba hacia la habitación de su hermano, los gritos eran cada vez más fuertes. 


Cuando llegó a la habitación se encontró a Damian mirando el contestador.


—Siento que te haya despertado —dijo Damian al verlo—. Me acordé de quitarle el sonido al teléfono para que no te despertara, pero supongo que subí el volumen de este chisme. Tenía curiosidad por saber qué me decía esta vez.


—¿Esta vez? —preguntó Pedro?—. ¿Te ha llamado antes?


—Sí, un montón de veces desde la cena en casa de Paula —al mencionar su nombre, Pedro hizo una mueca, pero su hermano no debió de verlo—. Tal vez haya llamado también a tu casa, pero nunca estás allí, así que siempre me pregunta dónde estás. Normalmente filtro las llamadas o le cuelgo. Gritaba porque quería saber dónde ibas a dormir para llamarte. Tiene unos modales estupendos por teléfono. Parece creer que si me insulta muchas veces, te localizaré para él. ¿No te ha llamado?


—No, no he recibido ningún mensaje. Nadie me llama a casa —desde que Paula había dejado de hacerlo—. Mi teléfono no aparece en la guía, así que tal vez no lo tenga. Pero tampoco me ha llamado al trabajo.


—Lo que creo es que tiene miedo de llamarte al trabajo porque vosotros metéis a los delincuentes en la cárcel, y él es uno de ellos. Es un cobarde.


Tal vez, pero Pedro se sentía como si el verdadero cobarde fuera él. Sentía el pecho latir a toda velocidad contra su pecho. Su padre seguía allí y amenazaba con no marcharse nunca. Tal vez en su futuro nunca hubiera paz; no podía huir ni esconderse, ni tenía quién lo pudiera ayudar. No había sitios seguros para la gente como él.


Se giró para salir del piso a tomar una bocanada de aire.


—Pedro, espera —Damian lo interceptó y le bloqueó el paso—. Quédate a cenar. No tenemos que escucharlo ni darle nada; ya se cansará. No tienes nada que temer, a no ser que... ¿Dónde está Paula? —Pedro se encogió de hombros —. Has roto con ella, ¿verdad? —algo en su rostro lo debió de confirmar—. ¿Cuando me marché aquella noche? Muy listo, Pedro. Aquella relación había durado doce horas y podía haber durado para siempre, pero tú lo tiraste todo a la basura.


—No saques ese tema. No quiero discutirlo contigo.


—¡Lo sacaré si me apetece! Eres mi hermano.


—Ya no somos niños y no puedes mandarme a tu gusto, por si lo habías olvidado —intentó pasar por delante de él, pero Damian se lo impidió.


—No lo he olvidado, pero tú sí que estás actuando como un niño.


—¡No tienes por qué juzgarme! —gritó Pedro—. ¿Qué sabes tú de todo esto?


—Lo mismo que tú, Pedro.


—No, no lo sabes. No conoces a nadie como ella.


—Cuando la conozca, intentaré no deshacerme de ella.


—No. Lo que sabrás es que nunca podrás merecerla.


—¿Eso es lo que crees? ¿En tu fuero interno piensas que soy una persona horrible que no puede hacer feliz a una mujer?


—No, yo...


—¿Crees que yo soy igual que papá?


—¿Sabes que no es así?


—No lo sé, y no lo sabré hasta que me case y tenga hijos. Pero nunca hasta ahora he sido como él, y al menos voy a intentar vivir la vida y descubrirlo por mí mismo.


—¿Cuántas veces voy a tener que oírte decir eso? Deberías estar de mi lado.


—Y lo estoy, Pedro. Eres mi hermano y te quiero. Siempre he estado de tu lado. Pero tú también tienes que estar de tu lado.


—Tengo que marcharme.


—¿Adonde?


—A casa, supongo. Si algo he aprendido hoy es que no puedo escapar de nada de esto, estoy entre sus llamadas y tus acosos, así que tal vez deba ir al sitio que pago todos los meses.


—Claro, huye. Pásate la vida limpiando el polvo del suelo. Sigue luchando con el pasado para no poder tener un futuro. De hecho, tal vez tengas razón. Tal vez eso sea lo que deba hacer yo también. En cuanto te vayas voy a desconectar el teléfono, borrar mi matrícula de la universidad y acurrucarme en un rincón para negarme a mí mismo. No ha servido de nada que me partiera la espalda para que tuviéramos esa vida.


—Te estoy devolviendo todo, ¿o no? —dijo Pedro, con la cara enrojecida—. Estoy pagándote los estudios.


—Sí que lo estás haciendo, pero me siento insultado porque seas así de desagradecido.


—Nunca he sido desagradecido.


—Entonces, demuéstralo, idiota. Muestra que estás agradecido por la vida viviéndola, en lugar de tirarla por la borda. Me haces pensar que no ha servido para nada.


Los dos hermanos se quedaron mirándose y entonces sonó el teléfono. Al tercer timbrazo, Pedro apartó la mano de Damian del marco de la puerta y se marchó.




No hay comentarios.:

Publicar un comentario