lunes, 25 de febrero de 2019
PAR PERFECTO: CAPITULO 49
Si Pedro se hubiera dejado a sí mismo contar las semanas desde la última vez que había visto a Paula, no hubiera sido capaz de concentrarse en su trabajo. Intentaba mantenerse en el presente entre una maraña de procedimientos legales, despejándose sólo de sus problemas cuando estaba en el juzgado con los clientes.
Empezó a dormir en el despacho, yendo a casa sólo a ducharse. Intentaba pasar el menor tiempo posible allí por miedo a oír crujir el techo sobre su cabeza. No quería saber si ella estaba allí. Apenas cocinaba, no veía la televisión ni leía otra cosa que no fueran artículos de trabajo y periódicos.
Dejó de ir a casa de Damian dos jueves seguidos y cuando él lo llamó, Pedro prometió enviar el dinero por correo. Su hermano le dijo que no le importaba el dinero, que lo que quería saber era si él estaba bien, pero Pedro sólo respondió con monosílabos antes de colgar.
Después de eso, envió el cheque todas las semanas.
No volvió a saber nada de su padre, o tal vez éste intentó localizarlo en su piso y Pedro no se enteró porque no pasaba tiempo allí. Le daba igual. Prefería no pensar en ello. Lo único que quería era estar en el presente.
Un día, al llegar al despacho se encontró a Jeffers en la puerta. Le dijo que se marchara a casa y Pedro lo miró incrédulo mientras éste le daba palmaditas en la espalda y le decía que ellos se repartirían los casos de Pedro y que fuera al Caribe a relajarse. Le prohibió volver hasta que no estuviera recuperado. Jeffers sonrió para que Pedro no se preocupara por su puesto de trabajo, pero a Pedro lo preocupaba pasar los días sin el trabajo que lo distrajera.
De algún modo llegó hasta la parada del metro y se dejó caer en un asiento. No estaba seguro de adonde debía ir, puesto que su casa tampoco era el sitio ideal. Al llegar a su parada, observó a la gente bajarse pero él no se movió. Pensó que era extraño no conocer a la gente que se bajaba en la misma parada que él todos los días.
Aquello lo hizo sentirse más solo y no estaba seguro de si era para bien o para mal. En condiciones normales, se hubiera pensado dos veces el estar solo, pero su vida hacía tiempo que no era normal.
Se quedó en el metro e hizo un trasbordo. Por fin se bajó en una parada al aire libre que le pareció atractiva y familiar, y hasta que no estuvo en el andén y el tren se hubo marchado, no se dio cuenta de que estaba a dos manzanas de la casa de Damian.
Cuando llamó al timbre no hubo una respuesta inmediata. Se apoyó contra la pared de ladrillo con la frente y pensó que se quedaría esperándolo hasta que volviera a casa. Pero la puerta de abrió de repente y Damian estaba frente a él.
—Lo siento. Este chisme no funciona, y tengo que bajar a abrir yo. ¿Por qué no estás en el trabajo? ¿Estás bien?
Pedro subió las escaleras hasta la casa de su hermano, apartó unos periódicos del sofá y se dejó caer en él con los ojos cerrados. Oyó a Damian entrar tras él y cerrar la puerta; después sintió su presencia inmóvil frente a él.
—¿Estás bien? No puede ser que te hayan echado.
Pedro soltó una carcajada.
—No, aunque eso significaría que soy portador de la tradición familiar: que me despidan, golpear a alguien...
—¿Estás enfermo entonces?
—No, no estoy enfermo —murmuró Pedro—. Sólo estoy muy, muy cansado. ¿Te importa que me derrumbe aquí?
—Ya lo has hecho. Sí que debes de estar cansado. Ni siquiera has intentado ordenar la sala.
PAR PERFECTO: CAPITULO 48
Paula lloró en la cama durante horas, hasta que la interrumpió una llamada de teléfono de su madre, que empezó a consolarla en cuanto Paula acabó de contarle toda la historia entre hipidos. Le contó a su madre que amaba a Pedro y que lo había estropeado todo.
—Ya volverá, cariño —le contestó su madre—. Él te quiere.
—¿Qué? —preguntó ella, incrédula a pesar de la desesperación.
—Oh, Paulita... cómo si no te hubieras dado cuenta. Claro que te quiere.
Aquello le provocó a Paula un nuevo ataque de llanto y tuvo que colgar.
Al cabo de un rato, pensó en su madre, que estaría en casa preocupada por ella. Imaginó que habría ido al estudio de su padre y lo habría sacado de su trabajo llena de ansiedad. Su padre habría escuchado con atención académica mientras la frente se le arrugaba. Ella era su única hija, el eje de su mundo.
Intentó imaginar a Jonathan, su brutal y burlona mirada, su tono aterrado, y se hizo un ovillo en la cama como si fuera una niña pequeña y se le acercara un gigante listo para levantar el puño y empezar a golpear a un inocente.
Aún le palpitaba la mano que había golpeado a un inocente cuando Pedro abrió los ojos y volvió a cerrarlos casi de inmediato para encerrar los recuerdos: los golpes de su padre y el golpe que le había dado a Paula. A Pedro le ardía la mano y deseó que su piel fuera capaz de recordar únicamente la suavidad de su piel la noche anterior. Se encogió en la cama y trató de recordar, y de olvidar.
PAR PERFECTO: CAPITULO 47
Paula cerró la puerta tras él con tanta fuerza que tembló todo el suelo. Se acarició la mejilla sin pensar y Pedro sintió náuseas. Como le empezaban a fallar las rodillas, consiguió llegar hasta el sofá y se sentó. Allí vio cómo ella y Damian se miraban.
—¿Qué...? —empezó a preguntar Damian.
—No lo sabía, no sabía cómo estaban las cosas. Ni siquiera sabía que...
—Que estaba vivo —acabó Damian por ella—. Creo que entiendo lo que has intentado hacer. Habías supuesto que esa historia no era cierta y fuiste a buscarlo. ¿Fuiste hasta Connecticut?
—¡No! Yo no lo busqué. Pensaba que estaba muerto... no hubiera adivinada que era...
«Una mentira», completó Pedro en su mente.
Hubiera deseado que fuera realidad.
—Él me encontró, es decir, os encontró a vosotros. Esta mañana, en el vestíbulo, os estaba buscando. Sabía que Pedro vivía aquí y me dijo que os echaba de menos y que os habíais escapado de casa. ¿Es eso cierto?
—Sí —dijo Damian.
—Pero Pedro me dijo que estaba muerto. Se lo dije a Jonathan. Al principio pensé que me mentía, que era alguien a quien Pedro había metido en la cárcel, pero al mostrarme las fotos de Pedro y de ti...
—Pedro os está escuchando —dijo él por fin —. Y ahora tiene que hablar con Paula de unas cuantas cosas, si Damian nos lo permite.
—Lo siento. Parecía que no nos estabas escuchando —dijo Damian.
—Claro que lo hacía. ¿Cómo no iba a escuchar a m... a Paula explicar por qué lo invitó?
—Tenéis que hablar —Damian cruzó la sala, como si fuera a abrazarla, pero no lo hizo.
—Lo siento —suplicó ella, y él asintió y le dio una palmada en el hombro.
Cuando se hubo marchado, Paula y Pedro se quedaron mirándose mientras escuchaban los pasos extrañamente lentos de Damian al alejarse.
—¿Estás bien? —ella lo miró, extrañada de oírlo decir eso—. La cara.
—No me pasa nada —dijo ella, levantando la mano hasta la mejilla—. Sólo siento un poco de calor, pero no me duele.
—No me refiero a eso. Te he pegado.
—No seas ridículo. Ha sido un accidente, no pasa nada.
—Claro que pasa, lo que pasa es que no te das cuenta —las ideas se le agolpaban en la cabeza—. ¿Por qué lo trajiste aquí? ¿Qué fotos te enseñó?
—Yo no sabía ni que estuviera vivo. Me enseñó fotos tuyas y de Damian. No me hubiera perdonado si hubiera sido tu padre que quería volver a abrazarte y yo lo hubiera echado de aquí.
—¿Entonces lo creíste? ¿Antes que a mí? ¿Pensaste que te había mentido?
—No ha sido una mentira, sino una verdad a medias. Imaginaba que tenía que haber una razón para que me dijeras algo así. Después él dijo que os escapasteis después de la muerte de vuestra madre. ¿Ella está muerta o está viva también?
—Está muerta —Pedro sintió que le hervía la sangre y se puso rojo—. ¿Cómo te atreves a pensar que...?
—¡No he pensado nada! —gritó Paula—. Lo único que estoy haciendo es intentar armar el puzzle. Está claro que no me has contado toda la verdad de tu pasado, por lo que sea. No me importa, pero tú tienes que comprender por qué he metido la pata, y ha sido porque no sabía la verdad. Pensaba que estaba uniendo una familia separada por un malentendido, pero hay mucho más que eso. Pedro, él te pegaba, ¿verdad? Te hacía daño física y psicológicamente. Y Damian y tú os marchasteis después de la muerte de vuestra madre... —Pedro no dijo nada. Quería marchar se, pero sus piernas sólo describían círculos en la salita—. Por eso estabas tan disgustado la otra noche después del veredicto. Ganaste el caso, pero te diste cuenta de que no puedes hacer desaparecer tu pasado —dijo Paula.
Pedro seguía dando vueltas por el cuarto con la mente totalmente embarullada.
—No voy a hablar una palabra de eso —dijo tras detenerse.
—Por favor, por favor, háblame de ello. ¿Tu madre enfermó? Esas cosas son muy duras para las familias. Tal vez eso...
—¡He dicho que no voy a hablar de ese tema! —rugió Pedro—. No lo hablaré con nadie y menos contigo.
Paula no se inmutó, y Pedro pensó que era tonta por no hacerlo.
—¿Por qué? Somos amigos, eres mí... mi...
—¿Qué demonios sabes tú de esas cosas? Tienes los padres perfectos que te quieren, el hogar perfecto. No puedes entenderlo.
—Prueba.
—No, no haré pruebas contigo. Ya lo he intentado y eres... no puedo estar contigo. ¿No te das cuenta?
—¿Por lo que he hecho?
—Por lo que soy yo.
—Pensaba que sabía quién eras.
—Pues no es así. No deberías haberme dejado entrar en tu...
—¿En mi cama?
—¡En tu vida!
Paula pareció asombrada.
—¿Cómo puedes decirme eso? ¿Cómo puedes decir eso de ti mismo? ¿Es que lo que ha pasado entre nosotros no significa nada?
—Todo lo contrario.
—Entonces hablemos para arreglar las cosas.
—Yo no voy a cambiar. Hablar no me cambiará.
—¡No quiero que cambies! —gritó ella—. ¡Te quiero!
Él se quedó helado y durante un rato largo no pudo decir nada.
—¿No me has oído? ¡He dicho que te quiero! —con la cara roja, ella lo miró a los ojos hasta que él bajó la vista al suelo. Después volvió a hablar en voz más baja—. ¿Por qué no puedes confiar en mí y decirme la verdad?
—¿Por qué —respondió él en voz muy baja— no pudiste confiar en mi mentira?
—Pero no puedes seguir toda la vida mintiendo.
—Tienes razón —dijo él mirándola a los ojos, y se marchó hacia la puerta.
—¿Adonde vas? ¿Te marchas?
—Tienes razón, no puedo seguir mintiendo toda la vida. No puedo estar contigo, aunque intentara engañarme a mí mismo.
—Por favor, Pedro, perdóname —los ojos de Paula se llenaron de lágrimas en el mismo instante que se dio cuenta de que él se marchaba—. Lo siento, me he equivocado.
—No, cariño, no has sido tú —Pedro controló su deseo de acariciarla y enjugar las lágrimas que le rodaban por las mejillas—. No ha sido nada que hayas hecho ti. Yo lo he estropeado todo. Era tan maravilloso estar contigo que me obligué a creer que todo iría bien. Pero no fue así. Te mereces al hombre perfecto, que te dé una familia y te haga feliz, pero ese hombre no soy yo.
—¿Porqué?
—Ya has visto lo que ha pasado. ¿Puedes imaginarte vivir con algo así toda la vida? Tendrías que hacerlo, pero yo no puedo forzarte a algo así, ¿lo entiendes?
—¿Por qué iba a tener que vivir con eso? No es con tu padre con quien quiero vivir, sino contigo.
—¡Pero es a mi padre a quien tendrías!
—¿Qué? —Pedro vio en sus ojos húmedos que aquello no era una pregunta, sino que lo había entendido todo. Y estaba bien porque no podía decir nada más.
—Lo siento... lo siento, pero no podemos estar juntos. No tiene nada que ver contigo, así que no te culpes.
Paula respiraba con dificultad
—¿Ni siquiera vas a dar a lo nuestro una oportunidad? ¿Ni siquiera sabiendo lo bien que estamos juntos, cómo nos entendemos el uno al otro? ¿Crees que eres un producto de tus genes? Pues no es así. Eres una persona distinta. Eres cariñoso, atento, compasivo y maravilloso... —Pedro le dio la espalda y tomó el pomo de la puerta—. Si huyes de lo nuestro serás algo peor de lo que creías. Serás un cobarde.
Pedro dejó caer los hombros al oír su afilado tono de voz.
—Puedes enfadarte conmigo si eso te facilita las cosas —murmuró—. Puedes odiarme por dejarte así, pero probablemente es mejor así a que te arruine toda la vida.
—Maldita sea, ya me la has arruinado —dijo entre sollozos, y salió corriendo hacia su habitación.
Pedro dudó un segundo antes de marcharse en silencio del piso.
domingo, 24 de febrero de 2019
PAR PERFECTO: CAPITULO 46
El único pensamiento coherente que tuvo mientras estrangulaba a su padre fue que era la primera vez que lo tocaba de forma voluntaria.
Aquella reacción había sido muy extraña para él, pero sabía que tenía aquella capacidad, por el hecho de ser quien era.
Después sintió unas manos sobre los hombros que lo apartaron de él.
—¡Pedro! ¡No merece la pena! ¡Basta ya! —pero no hizo caso, y los ojos de su padre estaban cada vez más hinchados. Entonces su padre levantó una mano.
« ¡Escúchame, enano! ¿Con diez años te crees más listo que yo? Me vas a escuchar porque voy a hacer que me escuches!»
Y la mano se cerró en un puño.
« ¡Me vas a escuchar! ¡Vas a aprender a estar agradecido y no contestar!»
Su puño avanzó a cámara lenta, y Pedro logró colocar las manos frente a su cara, con firmeza, para parar el golpe.
«¡No me hagas daño!»
—Oh... —las manos de Pedro chocaron con algo y alguien soltó un grito de dolor. Cuando abrió los ojos, vio a Paula con la mano sobre la mejilla. La había golpeado.
Se había colocado entre ellos dos y él la había golpeado por accidente.
—Paula... —murmuró, sin saber qué más decir. Le empezó a doler mucho la cabeza.
—No ha pasado nada, ha sido un accidente. En serio, estoy bien —lo tranquilizó ella, pero él dejó caer los hombros y se apoyó en la pared buscando sustento.
Damian fue hacia él y lo empujó hacia atrás.
—Vamos —dijo—, quédate en la cocina hasta que se marche.
Pero su ira aún no se había acabado, y antes de irse volvió a explotar.
—¡Márchate! —le gritó a su padre a la cara—. ¡Vuelve al lugar de donde has venido! ¡Fuera de mi vista!
Su padre se frotaba el cuello con ambas manos y cuando habló, sonó amenazador.
—Hijo, más te vale recordar de dónde vienes. Vienes de mí. Y por eso estoy aquí, para recordarte lo que me debes. Es hora de pagar.
—Debe de tener mal el reloj —saltó Paula—. En el mío dice que es hora de que se marche de mi piso —fue hacia la puerta y la abrió.
—Si estás perdido, te mostraré la salida —añadió Damian.
—Me marcho —respondió su padre, con los ojos fijos en Pedro—. Pero volveré pronto. Hace mucho que no nos vemos y seguro que podemos arreglar esto. Después de todo, somos de la misma sangre.
PAR PERFECTO: CAPITULO 45
Paula miró al reloj de la cocina. No tenía ni idea de que su sorpresa la tomaría también a ella por sorpresa llegando media hora antes de lo acordado.
Ella llegó hasta donde estaba Damian y le puso una mano sobre el hombro. Se colocó entre él y su último invitado y no supo qué decir. A Jonathan le brillaban los ojos, pero no era por lágrimas, como creía Paula que sucedería. .. parecía más bien un gesto de triunfo.
Damian seguía boquiabierto, con el pomo de la puerta de la entrada aún en la mano, pero al cabo de un momento, se recompuso y miró a su padre a los ojos. No habló ni pareció que fuera hacerlo.
Paula quiso romper la tensión, pero ¿cómo? ¿Presentarlos?
—¿Qué demonios está pasando aquí?
Paula se dio cuenta de que la pregunta de Damian iba dirigida a ella.
—Es... es una sorpresa —murmuró, dándose cuenta de la debilidad de sus palabras, de lo estúpido de su idea y de la tensión entre aquellos hombres.
—¿Lo has invitado tú? —dijo Damian, parpadeando y dando un paso atrás.
—Pues sí —dijo Jonathan con una voz muy distinta de la que había usado por la mañana—. ¿Puedo entrar?
Paula no sabía qué hacer, pero Damian se hizo a un lado y lo invitó con un gesto de la mano.
Jonathan dejó caer el cigarrillo que tenía en la mano en la moqueta del pasillo y lo apagó con el tacón. Entró en la casa y se dirigió al sofá, mirando hacia la puerta de la cocina. Ella siguió su mirada y vio a Pedro.
Tenía la mano aferrada al marco de la puerta y su pecho subía y bajaba a toda velocidad.
Estaba pálido y recorría la sala con la mirada como buscando un escondite. Paula lo vio por primera vez como si fuera un niño pequeño. No podía estar más claro. Tenía miedo de aquel hombre.
—Hola, hijos —dijo Jonathan poniendo más énfasis en la última palabra, como burlándose de ellos—. ¿Habéis echado de menos a vuestro viejo?
El silencio fue lo único que obtuvo como respuesta.
—No te molestes en ponerte cómodo —dijo Damian—. No te vas a quedar.
—No seas maleducado, hijo —replicó Jonathan, pero no se sentó en el sofá. Se acercó un paso más a Damian y Paula vio que era más alto que sus hijos—. Éste es el piso de la señorita y es ella la que debe decidir si me quedo o si me marcho, ¿verdad, cariño?
Paula tenía el corazón acelerado. Estaba en estado de shock por la transformación del padre triste que había visto por la mañana al hombre frío que estaba frente a ella. No sabía que iba a decir cuando Jonathan llagara, pero aquello le daba demasiado miedo. Especialmente al ver a Pedro junto a la puerta de la cocina. Deseaba ir junto a él, pero la tensión no la dejaba moverse.
—Dinos a qué has venido —dijo Damian, con un tono mucho más desagradable que de costumbre —. Desde luego, no será porque lamentas nuestra desaparición después de todo este tiempo. ¿Qué tienes que decir? ¿Qué quieres? Dilo ya para que puedas marcharte al diablo y salir de nuestras vidas otra vez cuanto antes.
—Eres un chico duro, por lo que veo. Qué bonito hablarle así a tu padre —Jonathan levantó la barbilla y miró a Damian desde arriba—. ¿Sabes qué me pasaba a mí cuando le hablaba así a mi padre? Me llevaba la paliza del siglo, así que ve con cuidado.
Damian no se movió, pero su presencia se hizo más amenazadora.
—Tú no eres nuestro padre.
—Eso no es cierto. No confundamos a la señorita. ¿Sabes por qué sé que soy vuestro padre? Porque me partí la espalda para criaros. A los dos —señaló hacia la puerta de la cocina y Pedro se arrugó aún más—. Y ahora que sois mayores, es el momento de estarle agradecido a vuestro padre por asegurarse de que teníais un techo toda vuestra vida. Cuando llegó el momento de devolverle el favor, os marchasteis como unos malcriados. Ahora espero que mis hijos adultos se hayan dado cuenta de los sacrificios que tiene que hacer un hombre cuando tiene hijos.
—¿Y a ti qué demonios te pasa? —gritó de repente—. Pedro, ¿no tienes nada que decirme? ¿Nada? ¿Eres un abogado que se cree importante y te quedas ahí parado?
A cada pregunta Pedro se estremecía y una gota de sudor empezó a correrle por la frente.
—Déjalo en paz —dijo Damian.
—¿Aún sigues defendiéndolo? —Jonathan seguía mirando a su hijo menor—. Tendrá cerca de treinta años y aún necesita que su hermano mayor lo proteja. Hay cosas que no cambian. ¿A qué te dedicas? —dijo, volviéndose a Damian, que no respondió—. He preguntado qué haces. Contéstame.
Damian empezó a sacudir la cabeza, lentamente al principio y después con más rapidez.
—Vienes a pedir dinero. No lo puedo creer. Quieres dinero. ¿Te han despedido?
—Cuidado con el tono que empleas conmigo —dijo Jonathan, avanzando un paso.
—Ha sido eso —Damian soltó una carcajada—. Te han dado la patada. Tenía que haberlo sabido en cuanto vi tu cara. Bueno, pues no vas a conseguirlo, «papá». Estoy estudiando y debo más dinero del que imaginas. Es hora de que saques tu trasero de aquí.
—Qué pena me das. ¿Y el ricachón de tu hermanito qué me dice?
—No es ningún ricachón.
—Es más rico que tú y que yo, y apuesto a que lo comparte contigo —Damian no respondió y Jonathan se volvió de nuevo hacia Pedro—. ¿O no? Seguro que tienes suficiente como para repartir. Creo que es hora de que hablemos de negocios, de hombre a hombre. Al menos, eso creo que eres.
Paula se puso frente a Pedro y levantó la mano.
—Señor Simmons, esta mañana hemos tenido un malentendido. Creo que es hora de que se marche. Ahora mismo.
—Oh, Paula, no te lo tomes así. Ya sabes cómo son las familias. Hemos pasado momentos duros, pero nos queremos mucho, ¿verdad, Pedro?
Pedro abrió los ojos aún más cuando su padre se le acercó.
—Vamos, Pedro. Tu novia pensó que sería una buena idea reunimos esta noche. Lo menos que puedes hacer es darle gusto a una chica tan dulce y guapa.
Y le rodeó los hombros a Paula con el brazo, atrayéndola hacia sí.
Pedro reaccionó.
PAR PERFECTO: CAPITULO 44
Paula atacó la lechuga con venganza, esperando que sus nervios desapareciesen.
Pedro había intentado calmarla durante cuarenta minutos, antes de que llegase Damian, con sus besos.
—¡Vaya! ¡El amor es un asco! —exclamó Damian al verlos, pero ellos no se podían separar tan rápido—. Por eso no quería venir, no por consideración ni nada parecido. ¿Quién necesita ver unas demostraciones afectivas tan asquerosas? ¡Puaj! —le pasó una botella de vino a Paula—. Para ti, preciosa.
Ella se marchó a la cocina a preparar lo que quedaba por hacer de la cena, y los chicos, a pesar de sus protestas, habían insistido en ayudarla. Hasta ahora su labor había consistido en comerse la mitad de los tomatitos y el pepino que debía ir en la ensalada, pero lo cierto era que le gustaba tener a Pedro cerca.
—¿Qué hay para cenar? —preguntó Damian, con la boca llena.
—Se supone que es una sorpresa, pero si no os quitáis de en medio, la estropearéis —lo cierto era que la lasaña que esperaba en la nevera tampoco era para tanto.
La otra sorpresa la preocupaba más. Había empezado a tener el presentimiento de que había hecho mal, y por la tarde había intentado llamar al número que Jonathan le había dado, pero había contestado una operadora diciendo que el número no existía.
No quería ni pensar que le hubiera dado un número falso. En cualquier caso, ya no había marcha atrás.
Lo bueno era que todo el mundo estaba contento. Pensó en cómo sería tener a otro hombre sentado a la mesa, bromeando con los chicos, riéndose aún más... Tal vez todo fuera bien. Y ella sería parte de aquello. Intentó quedarse con ese pensamiento para controlar los nervios que estaban aferrados a su estómago.
—Si has hecho algo italiano, te prometo lo que quieras —dijo Damian—. Probablemente seas igual de poco innovadora que el resto de las mujeres y me pedirás mi cuerpo.
—Oye —dijo Pedro—. Cuidadito.
—Yo tuve una cita con esta chavalita anoche. Ella era mía primero y estoy empezando a creer que me la robaste —se levantó y tomó una escoba de la cocina—. Te reto en duelo por el amor de la bella Paula.
Pedro pareció no hacer caso, pero diez segundos después agarró una mopa y la blandió en el aire.
—Prepárate para morder el polvo. El perdedor, morirá.
Los hermanos batallaron en su pequeña batalla mientras Paula temía por sus lámparas y sus cuadros, pero no pudo evitar reír cuando Pedro acorraló a Damian contra una esquina y gritó:
—¡Estás acabado! ¡Ella es mía!
—No os molestéis en mataros el uno al otro por mí —dijo Paula, muy atareada con la lechuga—. Además, no me gustan los Alfonso; tendré que buscar a mi príncipe azul en otro...
Pero no pudo decir más porque la lengua de Pedro vino a detener a la suya y ella quedó tan sorprendida que estuvo a punto de caerse de espaldas. Pedro la sujetó en sus brazos y cuando por fin retiró los labios, dijo:
—Dale a este Alfonso una oportunidad —después volvió a besarla y ella olvidó todo cuanto la rodeaba. Al menos hasta el gemido de Damian.
—¡Noo! Otra vez no. Tendré suerte si comemos en algún momento esta noche. Está claro que tres son multitud, así que me largo de aquí.
Ella no pudo evitar reírse y notó que él también sonreía.
—Ya he salido —dijo Damian—. Me voy a dar una vuelta a la manzana para que vosotros podáis montároslo en el suelo, pero cuando vuelva espero que la comida esté lis...
Damian se interrumpió de golpe y Pedro levantó la vista, intrigado. ¿Qué ocurría? ¿Había alguien en la entrada?
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