lunes, 25 de febrero de 2019
PAR PERFECTO: CAPITULO 49
Si Pedro se hubiera dejado a sí mismo contar las semanas desde la última vez que había visto a Paula, no hubiera sido capaz de concentrarse en su trabajo. Intentaba mantenerse en el presente entre una maraña de procedimientos legales, despejándose sólo de sus problemas cuando estaba en el juzgado con los clientes.
Empezó a dormir en el despacho, yendo a casa sólo a ducharse. Intentaba pasar el menor tiempo posible allí por miedo a oír crujir el techo sobre su cabeza. No quería saber si ella estaba allí. Apenas cocinaba, no veía la televisión ni leía otra cosa que no fueran artículos de trabajo y periódicos.
Dejó de ir a casa de Damian dos jueves seguidos y cuando él lo llamó, Pedro prometió enviar el dinero por correo. Su hermano le dijo que no le importaba el dinero, que lo que quería saber era si él estaba bien, pero Pedro sólo respondió con monosílabos antes de colgar.
Después de eso, envió el cheque todas las semanas.
No volvió a saber nada de su padre, o tal vez éste intentó localizarlo en su piso y Pedro no se enteró porque no pasaba tiempo allí. Le daba igual. Prefería no pensar en ello. Lo único que quería era estar en el presente.
Un día, al llegar al despacho se encontró a Jeffers en la puerta. Le dijo que se marchara a casa y Pedro lo miró incrédulo mientras éste le daba palmaditas en la espalda y le decía que ellos se repartirían los casos de Pedro y que fuera al Caribe a relajarse. Le prohibió volver hasta que no estuviera recuperado. Jeffers sonrió para que Pedro no se preocupara por su puesto de trabajo, pero a Pedro lo preocupaba pasar los días sin el trabajo que lo distrajera.
De algún modo llegó hasta la parada del metro y se dejó caer en un asiento. No estaba seguro de adonde debía ir, puesto que su casa tampoco era el sitio ideal. Al llegar a su parada, observó a la gente bajarse pero él no se movió. Pensó que era extraño no conocer a la gente que se bajaba en la misma parada que él todos los días.
Aquello lo hizo sentirse más solo y no estaba seguro de si era para bien o para mal. En condiciones normales, se hubiera pensado dos veces el estar solo, pero su vida hacía tiempo que no era normal.
Se quedó en el metro e hizo un trasbordo. Por fin se bajó en una parada al aire libre que le pareció atractiva y familiar, y hasta que no estuvo en el andén y el tren se hubo marchado, no se dio cuenta de que estaba a dos manzanas de la casa de Damian.
Cuando llamó al timbre no hubo una respuesta inmediata. Se apoyó contra la pared de ladrillo con la frente y pensó que se quedaría esperándolo hasta que volviera a casa. Pero la puerta de abrió de repente y Damian estaba frente a él.
—Lo siento. Este chisme no funciona, y tengo que bajar a abrir yo. ¿Por qué no estás en el trabajo? ¿Estás bien?
Pedro subió las escaleras hasta la casa de su hermano, apartó unos periódicos del sofá y se dejó caer en él con los ojos cerrados. Oyó a Damian entrar tras él y cerrar la puerta; después sintió su presencia inmóvil frente a él.
—¿Estás bien? No puede ser que te hayan echado.
Pedro soltó una carcajada.
—No, aunque eso significaría que soy portador de la tradición familiar: que me despidan, golpear a alguien...
—¿Estás enfermo entonces?
—No, no estoy enfermo —murmuró Pedro—. Sólo estoy muy, muy cansado. ¿Te importa que me derrumbe aquí?
—Ya lo has hecho. Sí que debes de estar cansado. Ni siquiera has intentado ordenar la sala.
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Pero si será porfiado este Pedro. Está buenísima esta historia.
ResponderBorrarOjalá Damián le ayude a acomodar sus ideas!!
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